«Que no se puede explicar con palabras»
Aunque lo intentaré. Acabo de regresar de pasar tres días .…diferentes, imborrables. Hacía tiempo que me rondaba la idea en la cabeza y los lectores que hayan leído la entrada anterior en este blog titulada “Lugares” ya tendrán una idea de por dónde van los tiros.
Muchos conventos y monasterios tienen abiertas hospederías donde, con ciertas limitaciones, se pueden alojar huéspedes por un período de días para vivir en el interior de sus muros cumpliendo unas mínimas obligaciones y reglas y generalmente a cambio de muy poco dinero.
Acabo de regresar de pasar tres días en la Abadía de Santo Domingo de Silos, como huésped de los monjes benedictinos. Tres días es el mínimo que se plantea inicialmente y se puede estar hasta un máximo de ocho. A cambio de 38 euros diarios se dispone de una habitación individual con baño en el interior del monasterio y las tres comidas del día. Las obligaciones que te imponen son pocas por no decir casi ninguna: acudir con puntualidad a las tres comidas. Resultan evidentes algunas otras como el decoro en el vestir, un comportamiento correcto de no importunar a los monjes o a otros huéspedes y guardar el silencio y respeto debido. Nada más.
Los monjes, aunque no lo prohíben, no desean que la hospedería se utilice como una base para excursiones, turismo o actividades similares, sino para disfrutar del sosiego y la paz que emanan a raudales por todos los rincones del cenobio y que bien pueden ser utilizados para huir de nuestra ajetreada vida, pasear, meditar, leer, intercambiar experiencias y vivencias con otros huéspedes o con los monjes, etc. etc.
Los monjes están a lo suyo, que bastante tienen, y por lo general no interaccionan con los huéspedes salvo los encargados de atenderlos o por petición expresa. El principal es el padre Jose Luis, hospedero en estos momentos, que te recibe amablemente a la llegada, te facilita la habitación, te hace entrega de dos llaves y te recuerda las instrucciones que como ya hemos comentado son casi inexistentes. Una de las llaves es para acceder a tu habitación y la otra es una llave maestra que te abre muchas puertas que te permiten una circulación casi libre por todo el monasterio, con excepción de los espacios reservados para los monjes, entre los que se incluyen la afamada biblioteca y el claustro alto. Sin embargo, el propio padre Jose Luis nos los mostró a los huéspedes, además de la cripta y las excavaciones realizadas bajo el suelo de la actual Iglesia, del siglo XVIII en la que aparecen restos románicos y visigóticos. El padre Jose Luis llegó al monasterio con 12 años y lleva 60 allí, con lo que es una enciclopedia viviente de todo lo acontecido en los últimos años. Además del hospedero, hay contacto con los monjes encargados del comedor de huéspedes a las horas de las comidas, que son sencillas y muchas de ellas realizadas con productos recogidos de la propia huerta del monasterio. Las ensaladas son para no perdérselas así como la fruta recién cogida del árbol.
Dependiendo de la disposición y las intenciones de cada uno, una buena idea es participar de forma activa en los rezos de los monjes, que hasta en número de siete ocupan todas las horas del día. La regla “Ora et Labora” se cumple a rajatabla y los monjes se reúnen ordenadamente las siete veces en la iglesia para rezar, cantar los salmos en gregoriano y leer las escrituras. Todos los actos son públicos, pudiendo asistir, y participar, tanto los huéspedes como quien lo desee. Los monjes han impreso unas guías para seguir de forma puntual todos los rezos que facilitan la comprensión cabal de todo lo que cantan y leen. En cinco ocasiones y debido a que o bien estaba yo solo o eran pocos los asistentes, he sido invitado por el Padre Julián a subir al coro e integrarme como si fuera uno más de los monjes, con total naturalidad, tratando de imitar de forma humilde su canto gregoriano, ya que nos dotaba del misal correspondiente para ello y nos explicaba la secuencia de himnos y salmodias que no es nada complicado a la segunda vez o tercera que lo haces.
La treintena de monjes que actualmente viven en Silos con su abad al frente se reúnen las siete veces al día e invierten en sus oraciones conjuntas tres horas y media aproximadamente. Comienzan a las 06:00 con Vigilias, (40 min.) seguidas a las 07:30 con Laudes (30min.), tras lo cual llega el momento del desayuno. A las 09:00 tiene lugar la Eucarístia que incluye la oración de Tercia (50min.) dejando tiempo de trabajo hasta las 13:45 donde tiene lugar Sexta (15min.). Tras el almuerzo y un breve tiempo para descanso, a las 16:00 nuevamente acuden a la iglesia a Nonas (20min.). Tras un nuevo paréntesis para laborar, a las 19:00 tiene lugar Vísperas (40min.), la cena y ya a las 21:45 la última oración del día, Completas (20min) tras las cuales el monasterio queda en silencio hasta el amanecer del nuevo día.
Me he extendido quizá más de la cuenta y no he hecho honor al título de esta entrada. Lo realmente difícil de explicar son las muchas e intensas sensaciones vividas en estos tres días. Regresé al monasterio buscando un instante vivido en el claustro hace años y vuelvo con él corregido y aumentado, rodeado de otros muchos momentos que quedarán grabados en mi mente de forma imborrable de por vida. Ya he comentado la participación activa en el coro, como un monje más, en algunos de los rezos, pero los mejores momentos han estado en relación con el famoso claustro de la abadía. El estar hospedado te permite acceder al mismo cuantas veces desees, a lo largo del día o de la noche. A lo largo del día, en las horas normales, está literalmente invadido por grupos de turistas que todo lo fotografían y poco o nada atienden a las explicaciones de los guías que tratan de comunicar su mensaje. Pero hay muchos momentos en los que reina una especial quietud, un sosiego, una paz y una tranquilidad que son difíciles de describir. El claustro por el que han pasado miles y miles de personas en el milenio de su existencia, en su silencio, resulta sobrecogedor. Entre Vigilas y Laudes, he visto estos tres días amanecer, he oído las campanas tañer, he podido escuchar la algarabía de los cientos y cientos de pájaros que acuden al ciprés a pasar la noche y lo abandonan en la amanecida. Por la tarde cuando el claustro recobra su sosiego tras las huestes turistas, un paseo en solitario o en animada charla con otro huésped al que no conoces de nada son experiencias intensas y reconfortantes, así como ver lentamente la marcha de la luz del día y como las sombras cubren los capiteles que varios maestros tallaron hace ya mil años.