sábado, 14 de agosto de 2010

LUGARES



A lo largo de nuestra vida hemos ido acumulando en nuestra mente innumerables situaciones y vivencias que sin duda han ocurrido en lugares determinados. Con independencia de su intensidad, unas habrán sido positivas y nos habrán procurado sensaciones de paz y bienestar mientras que otras habrán sido negativas y habrán servido para quebrar nuestro ánimo y hacernos pasar unos malos momentos.

Con motivo de nuevos aconteceres, muchas serán rememoradas por asociación y nos harán trasladarnos de nuevo a ellas como si las estuviéramos viviendo de nuevo, especialmente en los sueños, donde la realidad y la ficción se confunden y las sensaciones y emociones se viven con tal intensidad que pueden llegar a despertarnos, especialmente si son negativas.

Las que nos han procurado estados anímicos positivos pueden ser revividas de forma intencionada para auto-generar en nosotros mismos y de forma rápida un estado de bienestar y sensaciones de tranquilidad, paz y relajación. De hecho, los profesionales de de la psicología, medicina, o nuestro profesor de yoga o tai-chi, cuando nos están enseñando a relajarnos, nos instan a cerrar los ojos y evocar en nuestra mente algún lugar y situación que nos haya resultado especialmente agradable y que podamos recordar para iniciar rápidamente nuestro “abandono” a ese estado placentero y relajado.

A lo largo de mi vida he tenido varios lugares y situaciones que me han impactado de forma positiva y que utilizo prácticamente a diario cuando quiero evadirme durante unos instantes del trajín que me envuelve. Unos momentos al día de “pararse” y meditar un poco sirven para recargar las pilas y seguir de nuevo en la tarea. Aquello que siempre se ha dicho de respirar hondo antes de seguir, pero realizado de forma más consciente y buscando una mayor profundidad.

Entre mis lugares preferidos he escogido tres para comentar aquí. Uno está en un lugar muy determinado y concreto, que a todo el mundo sonará, y no es otro que el magnífico claustro del Monasterio de Santo Domingo de Silos. He tenido la oportunidad de visitarlo en varias ocasiones, pero en una de ellas que no fue la primera ni la última, quedó grabado en mi mente asociado a un estado profundo de paz y tranquilidad. Las visitas al claustro y dependencias anexas se hacen siempre en grupo y con un guía que muestra las maravillas, comenta los pormenores y sobre todo vigila y controla al grupo para que no se desmande.

En esta ocasión, yo acudía con muletas por haber sufrido recientemente una operación de menisco. Una de las dependencias anexas al claustro es un pequeño museo, al que se accede bajando unas escaleras. Con este motivo me dirigí a nuestro guía pidiéndole que me relevara de bajarlas para visitar el museo, aduciendo mi estado y que yo lo había visitado con anterioridad. Concedido el permiso, tuve el enorme privilegio de quedarme a solas en el claustro, sin nadie y sin ningún ruido, salvo el gorjeo de algún pajarillo y el gorgoteo del agua de la pequeña fuente. El ciprés se erguía recto hacia el cielo, el césped brillaba en un verde intenso bajo los rayos de un sol espléndido, los magníficos capiteles románicos me vigilaban mudos y en todo ello reinaba una quietud que se me quedó grabada para siempre. La vuelta del guía y del grupo al salir del museo me robó el ensimismamiento aunque la sensación permanece y la recupero de forma frecuente para “marcharme” allí en la imaginación y auto-inducirme estados de relajación de forma rápida e intensa.

El segundo lugar que voy a comentar se encuentra en un punto indeterminado del mar Mediterráneo entre las islas de Mallorca y Menorca. Habíamos alquilado un velero entre varios compañeros de trabajo para estar una semana navegando. Habíamos partido de Sitges e íbamos a visitar las famosas calas de las islas, esta vez desde el mar, anclando el barco en las ensenadas y nadando hacia la costa en lugar de cómo hasta entonces lo habíamos hecho. Serían las tres de la mañana de una noche tranquila en la que hacíamos la travesía entre las islas. Yo estaba de guardia en ese momento mientras los otros dormían, al mando del timón, con un ligero viento que escoraba el barco, pendiente de los catavientos y de mantener el rumbo según me había instruido el patrón. Por unos momentos, que fueron varios minutos, un grupo de delfines me acompañó en mi travesía saltando y jugando con el reflejo de la luna llena en el mar, mientras el viento se colaba por la botavara y producía unos sonidos agradables cual si de una flauta de tratara. Lamenté siempre estar solo y no compartir con ninguno ese momento, amén de no poder dejar el timón para ir a buscar mi cámara fotográfica e intentar lo imposible que hubiera sido plasmar ese instante. En todo caso, en la mente ha quedado grabado para siempre.

El tercer y último lugar se encuentra en el Retiro de Madrid y pertenece al instante en que concluí mi primera maratón en compañía de mi gran amigo Miguel Angel. Un momento muy corto pero intenso que ha dejado grande huella en mi.

A ti, curioso lector que has llegado hasta estas líneas, te animo a remover tus recuerdos, rebuscar y rebuscar, para tratar de encontrar esos dos o tres momentos en tu vida que han sido placenteros y embriagadores. Y cuando los encuentres, vuelve a ellos de vez en cuando, incluso a diario, para inducir en tu cuerpo y tu ánimo estados de relajación que te serán de gran utilidad en tu devenir diario.