sábado, 23 de octubre de 2010
E-books
Hace menos de un año y dado mi carácter de lector intenso de libros, uno de los principales problemas que me surgían mientras estaba leyendo uno, y más según me aproximaba al final, era determinar el siguiente libro a leer y empezar a buscarlo. Básicamente disponía de tres formas de hacerme con el ejemplar que iba a ser devorado en el siguiente turno: adquirirlo si lo encontraba en una librería, acercarme a la biblioteca a ver si estaba en catálogo y disponible y por último pedirlo prestado a alguien que lo tuviera si era capaz de encontrarlo. Realmente había una cuarta pero desechada por mí de antemano, que era leerlo en la pantalla del ordenador, aunque esta última tenía una alternativa mucho más peligrosa: imprimirlo en papel. A finales de dos mil nueve existían ya varias webs, muchas de ellas argentinas y de países latinoamericanos, donde estaban disponibles multitud de libros electrónicos, en los archiconocidos formatos “doc” y “pdf”, pero leerlos en el ordenador es muy pesado, al menos para mí. Si uno estaba dispuesto a gastar tinta de impresora y papel, o bien disponía de alguna impresora utilizable en el trabajo a cargo de la empresa o del estado, el truco era imprimir páginas, leerlas y “archivarlas”.
Pero en el mes de diciembre del año pasado, mi buen amigo Miguel Angel, a quién debo muchos favores y este es uno más, me subió sin pedirme permiso a la locomotora de los libros electrónicos. Una locomotora de velocidad alta, más que alta, altísima. Había visto pasar el tren y estaba pensando subirme a él, pero todavía no consideraba que era el momento. No hay nada como que alguien te dé un empujoncito y más si es una persona de total confianza. Con ello, los Reyes Magos del 2010 dieron un vuelco a mi faceta de lector de libros y me dispuse a disfrutar de los contenidos alejándome de los continentes en papel.
Como ya ha ocurrido con otras tantas cosas, la sociedad avanza mucho en unos aspectos y en otros, cada vez en menos, marcha más lentamente. Por poner un ejemplo, la industria discográfica ha sufrido esto en propias carnes al revolucionarse el mundo de la música con los soportes digitales y la descarga por internet. Al mundo de los libros, sobre todo de las novelas, le ha llegado la hora, pero hay ciertos matices que hacen que la industria editorial lo tenga mucho más complicado. De un lado hay mucha más experiencia en el mundo de la red, pues quedaron atrás sistemas lentos de compartición de archivos que han sido sustituídos por otros más rápidos de descarga directa que permiten obtener, lícita o ilícitamente, un CD completo en apenas unos minutos. De otro, y esto es clave, los libros ocupan muy poco si nos atenemos a la parte de texto y desechamos portadas e imágenes.
Sirva un ejemplo. Por hablar en términos que han quedado obsoletos con los “pen-drives”, en un DVD pueden caber del orden de los ocho mil libros del tipo que estamos comentando, sin imágenes. Eso que hace que en una tarjeta de las pequeñas utilizadas en los lectores y cámaras fotográficas, de 2 Gb, nos quepan cerca de cuatro mil libros. Una pasada.
El último libro que he leído ha sido el recientemente publicado “Los Gigantes de la Tierra”, de Ken Follet. No voy a decir aquí si lo he leído en papel o en electrónico, eso queda en el secreto, pues en ambos formatos se pueden adquirir en las librerías. Este hace el número cincuenta y dos de los leídos en el presente año, de los cuales treinta y uno han sido electrónicos. Algunos no ha sido posibles encontrarlos en electrónico, otros pienso que nunca existirán y otros los tenía en mi biblioteca particular en papel.
Teniendo en cuenta mi velocidad media de lectura anual, estimada alrededor de sesenta o setenta libros y siempre y cuando el lector no se me estropee y aguante, tengo libros para leer todo lo que me queda de vida y parte de la siguiente si es que existe y me los puedo llevar, aunque espero que no haga falta. El problema que planteaba al principio de esta entrada ha desaparecido y queda sustituido simplemente por elegir uno de los que están guardados en la tarjeta.
Los libros electrónicos tienen muchas ventajas sobre los de papel, sobre todo si lo que nos interesa es su contenido y no tanto su continente. Una de ellas es su poco peso y la posibilidad de manejarlos y sujetarlos con una sola mano, o con ninguna si nos inventamos alguna forma de sujetarlos como puede verse en la imagen. Pero también tienen algún inconveniente, como cuando vemos en el transporte público a una persona leyendo y no podemos enterarnos de que libro se trata. También es verdad que algunas personas los llevan forrados y nos pasa lo mismo, pero en ambos casos siempre tenemos la posibilidad de, con educación, preguntarlo. La gente por lo general suele responder amablemente.
Hace un par de días mientras estaba finalizando el libro en curso, un lector compañero y desconocido del Metro me dio la pista del libro siguiente a leer: “El Día D-La Batalla de Normandía” de Antony Beevor.