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“Seguros tengas y no utilices”.
Debe ser que de alguna manera atraigo los líos y los problemas, porque si no la cosa tiene difícil explicación. También es probable que sea yo el que con mi actitud de no permitir que me tomen el pelo haga que cosas que la gente acepta como normales a mí me parezcan un atropello y no caiga en la indiferencia y en la conformidad.
Llevo muchos años sufragando mes a mes el coste de un seguro sanitario privado. Tres de las cuatro personas que conformamos mi familia cotizamos regular y mensualmente a la Seguridad Social, por lo que un seguro sanitario privado no debería de hacer falta. La razón primaria de este gasto extraordinario es tema de los horarios y la posibilidad teórica de seleccionar un médico en el momento que nos venga mejor. En los más de veinte años que llevo con este tipo de seguro suscrito, gracias sean dadas a Dios, lo hemos usado poco o muy poco, pero son de esas cosas que aunque se cuestionan a la llegada del recibo, se van dejando mes tras mes sin tomar la decisión de acabar con ello.
A lo largo de estos años no he tenido ningún reparo en acometer varias veces el papeleo de cambiar de compañía. Al fin y al cabo los médicos son prácticamente los mismos en unas y otras y en el fondo queda la sensación de que si el problema es grave acabarás acudiendo a la Seguridad Social. El último cambio de compañía se produjo a primeros de este año 2011, motivada por dos razones fundamentales: una subida brutal en estos tiempos que corren de más del 20% que anunció la compañía anterior (SANITAS) y una oferta a través de mi colegio profesional realizada por la nueva (ASISA).
Por experiencia en estos cambios, una de las preguntas que hay que hacer afecta al tema de los periodos de carencia. Las compañías de seguros son muy listas y siempre andan con la letra pequeña y más en estos temas en los que no quieren cargar con problemas anteriores. Antes de tomar la decisión de seguir adelante con el cambio de compañía, se me aseguró por activa y por pasiva que al proceder, y documentarlo, de otra compañía con antigüedad en la misma, el período de carencia no me era de aplicación, por lo que tendría plenos derechos desde el primer día de efectividad de la póliza.
Y así ha sido, no hay período de carencia pero hay “otra cosa” cuyo nombre no he conseguido aprenderme a pesar de que me lo han repetido un par de veces. Por un pequeño quiste he acudido al médico. Tras una serie de tratamientos con pomadas el doctor ha decido extirpar de forma quirúrgica el granito para que no siga molestando. Aquí han empezado los problemas, pues este tipo de intervenciones tienen que ser autorizados “expresamente” por la compañía. Llevo 17 días peleando por el asunto sin conseguir una solución, siendo mareado por unos y por otros, hasta que me he enterado que efectivamente no tengo periodo de carencia pero si tengo período de “no sé qué”.
MI primer intento fue a través de los servicios de internet. Tras un par de días de espera tras haber mandado toda la documentación, un escueto correo electrónico me informaba que no era posible llevar a cabo la autorización vía internet y que tenía que hacerlo llamando a un teléfono 902 (esos de todos nuestros operadores están ocupados). Tras el intento y la consabida espera, me comunican que debo mandar un fax o un correo electrónico adjuntando el documento que me ha dado el médico y mi tarjeta de asegurado. Lo de la tarjeta me suena a guasa, como si no tuvieran mis datos en sus registros, pero por pedir que no quede.
Hasta tres veces mandé el correo electrónico sin recibir contestación, así que nuevamente a llamar al 902 (todos los operadores “seguían” ocupados). Aquí a la señorita que me atiende se le escapa una afirmación que enciende mis alarmas: “es que su póliza es inferior a un año de antigüedad”. Hago mención a no tener período de carencia pero sin concretarme mucho me dice que es otra cosa, que efectivamente no tengo periodo de carencia pero si tengo “periodo de no sé qué”.
Como se acercaba la fecha de la intervención, me persono en las oficinas de la aseguradora para ser atendido cara a cara. Ahí, tras más de quince días de marearme por teléfono e internet se descubre el pastel: mi póliza es inferior a un año de antigüedad y hay que mandar un informe al médico, que lo rellene, lo devuelva a las oficinas de la aseguradora y sea revisado por su inspector médico a ver si procede o no procede la autorización.
Vamos, que no tengo período de carencia, pero tengo esa otra cosa con lo que de seguir en esta compañía tendré que estar pagando religiosamente un año antes de que me sea levantada esa condición y tenga plenos derechos. Eso teóricamente, pues algo se podrían inventar y dar otra vuelta de tuerca. La cosa no ha quedado ahí, ya que inmediatamente me he dirigido al departamento correspondiente a tramitar mi baja, pues no quiero seguir en una compañía que me hace sentirme angañado, y además añado que no es la primera vez, pues ya anteriormente hace bastantes años tuve otro episodio con ellos que me ayudó a decidir un cambio de aires. Pues resulta que no me puedo dar de baja hasta el 31 de diciembre pues es una póliza de “condiciones especiales” y tengo que seguir tragando. Toma ya. Siempre queda la opción devolverles los recibos y generarles entropía en sus procesos administrativos, aunque supongo que acabarán metiéndote en el RAI o en alguna de esas, si es que no estoy ya por mis peleas con estos y con otros.
Volvemos a lo de siempre, la falta de información, por no llamarlo engaño, sigue presidiendo las relaciones de los mortales con las empresas. Ni aunque te asegures hasta la saciedad de cosas que ya sabes puedes eludir las tropelías, pues ya se encargan de inventar y esconder otras que pongan todo a su favor y en contra del cliente. Me gustaría saber cuántos asegurados se dieron de baja a primeros de año de la compañía anterior por ese 20% de subida. Seguro que fueron pocos y en el cómputo total la compañía ganó unos buenos euros. Y el coste de su imagen les importa un bledo, en el fondo los usuarios o clientes lo único que podemos es ir buscando la menos mala, porque me da la impresión de que buena no hay ninguna.
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