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Los animales de compañía son un invento relativamente reciente. Siempre han existido animales domésticos, aquellos que el hombre ha incorporado a lo largo de los siglos a su vivienda, pero fundamentalmente por motivos prácticos, esto es, de trabajo, vigilancia, alimentación, etc. En mi infancia no recuerdo que en las casas, especialmente en los pisos, hubiera animales sin una función concreta que desarrollar y que, de alguna manera, se ganaban con
su trabajo la comida y las pocas atenciones que recibían. Pequeños eran los pisos, por lo general con muchos habitantes y con pocos recursos como para dedicar sitio y dinero a tener un animalito de adorno.
Haciendo memoria, el primero que recuerdo en mi infancia fue un loro. Mi tío Luis, que había emigrado a Venezuela unos años antes, vino a pasar dos meses a España y se trajo este simpático y exótico animal, en su jaula, que nos entretenía con sus ocho o diez palabras perfectamente pronunciadas. Más adelante, con el invento y la profusión de viviendas unifamiliares con terreno, empezó la costumbre de tener perro, aunque en cierto modo se cumplía una función de defensa y compañía. Hoy en día la variedad de animales que la gente tiene en sus casas, principalmente de forma decorativa, es tremenda y no es infrecuente oír que alguien tiene una pitón o un cerdito asiático alojados en su vivienda. Por comentar como curiosidad y que yo he llegado a ver con mis propios ojos, un conocido tenía en su finca un tremendo león africano con el que jugaba como si fuera un perrillo. Daba miedo solo verlo.
Una de las cosas que queda fuera de toda duda es que se les acaba cogiendo cariño, mucho cariño, por lo que cuando se marchan, de forma natural o accidental, se produce una pequeña conmoción familiar.
En mi caso particular empecé allá por la veintena con los peces tropicales. Con dos acuarios en casa, llegué a criar peces. Aunque es difícil de creer, ciertos peces eran algo avispados y me conocían, especialmente dos pirañas a las que cuando iba a dar de comer parecía que lo sabían y se ponían contentas. Había que dedicar un tiempo al asunto en limpieza, comprobación del pH del agua, renovación del oxígeno, iluminación, temperatura, alimentación y otras tareas aparte del dinerillo que costaban los peces, que si eran raros no era poco. No llegué a entrar en los de agua salada porque aquello eran palabras mayores, además de los problemas que llegaban en las vacaciones, ya que un acuario de 1,20 metros lleno de agua no se puede meter en el coche así como así.
Con el tiempo pasó aquello de los peces y estuve un tiempo sin animales en casa, hasta que a mi mujer le regalaron una gatita. Preciosa, cariñosa, la verdad es que hacía la vida por su cuenta, entraba y salía, y no daba guerra. Hubo que esterilizarla por aquello de la no deseada descendencia y fue doloroso separarnos de ella siguiendo los consejos del médico cuando la tuvimos que regalar al quedar mi mujer embarazada y no haber pasado la toxoplasmosis, por lo que el tener un gato cerca era un riesgo.
En ese momento me conjuré para no tener animales a mi cargo nunca más. Pero siempre hay algún amigo gracioso que regala un animal al niño. Catorce años después, en el cumpleaños de mi hijo, una pareja de amigos se presentó en casa con una jaula con un conejito blanco en su interior. Aunque dije que no un montón de veces al final acabé cediendo y “Busby”, nombre que puso mi hijo al animalito, se quedó a vivir con nosotros.
Los conejos viven por término medio unos siete u ocho años. Parte de la familia estábamos de vacaciones y al regresar a casa esta semana encontramos a “Busby” tumbado y quietecito en su jaula. Tenía la puerta abierta y salía y entraba cuando quería e incluso se venía de vacaciones a la playa. Al final han sido más de doce años los que “Busby” ha estado en casa como uno más de la familia. El disgusto de mi hija pequeña fue mayúsculo pues en su caso lo ha visto en casa desde que nació y le cogía y acariciaba con frecuencia.
Ahora vendrán nuevos ataques sugiriendo nuevos animales en casa. Esta vez tengo la firma intención de no ceder. Veremos.
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