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Es un verdad incontestable que las personas somos unos animales de costumbres. La vida actual, en su vorágine, ha diluido un poco esta afirmación ya que los cambios se suceden sin cesar y hay poco lugar a la repetición. Tareas que en un tiempo fueron fundamentales se dejan de hacer y se sustituyen por otras en lapsos de tiempo relativamente cortos.
En las visitas al pueblo de mi madre en
mi infancia, un pequeño pueblo de la provincia de Toledo que ya no es tan pequeño, todos los días pasaba lo mismo, en una repetición incesante: las vecinas salían a la puerta de la calle al atardecer con sus sillas a tener su tertulia diaria, los chicos jugábamos por allí, los campesinos volvían de los campos con sus mulas o sus carros camino de casa…. siempre igual, casi a la misma hora, todos los días de la semana, y así un día tras otro durante años.
Hay personajes peculiares que tienen sus costumbres muy establecidas y que hacen de ellas un rito obligado, autoimpuesto por ellos mismos y que si no realizan en los tiempos establecidos les hace sentirse mal. He conocido muchos y de lo más variado en sus peculiares actuaciones. Este tema me ha venido a la cabeza tras conocer a una persona que vivía en la casa de al lado de la que estábamos alojados durante las pasadas vacaciones en la isla de Skye, en las tierras altas de Escocia. Un paraje idílico y encantador sino fuera porque en el mes de agosto se dan cita millones de compañeros particularmente molestos. Me refiero a los mosquitos. El tomar la foto que ilustra esta entrada en el blog me costó que los brazos y la cabeza, incluida la zona con pelo que me queda en ella, fueran acribillados por innumerables picaduras de estos bichitos sin que pudiera hacer nada. Ni un centímetro cuadrado de piel disponible quedó sin la marca de su visita y acción sobre ella en forma de picadura. Debo tener la sangre atractiva para ellos porque al gaitero y a la chica que estaba tomando la fotografía apenas los molestaban. Aviso para navegantes: si viajas a la isla de Skye o a Escocia en general en el mes de Agosto, no olvides un repelente para los mosquitos que funcione o sal a la calle con camisa de manga larga, guantes, gorro y si me apuras una mascarilla para la cara, eso sí, siempre que seas propenso a las picaduras de estos antipáticos animalitos.
A lo que vamos, que me desvío del tema. Pude entablar una fugaz conversación con el gaitero, medio en italiano medio en inglés, donde me contó lo que hacía a diario. Yo salí sorprendido a la escena cuando oí el sonido de la gaita interpretando una melódica canción que me recordaba las de Enya, prototipo de música étnica y relajante.
Resulta que el gaitero no es escocés, sino un italiano enamorado de Escocia que se ha ido a vivir allí. Y no solo a vivir sino que se ha integrado con todas las consecuencias. Me contó que tiene dieciséis trajes completos de escocés, si, como el de la foto, con su faldita entre otros muchos aditamentos que a los hombres no acostumbrados nos llama la atención. Y dicen que debajo no hay que llevar nada. No me imagino a mi mismo saliendo de esa guisa a la orilla del mar sin nada debajo en época de mosquitos, sería un verdadero calvario. Además de sus trajes, ha aprendido a tocar la gaita y a mi juicio de poco entendido lo hace bien ya que tuve la oportunidad de oírle varias veces pues ese es el rito tan particular que tiene este hombre. Todos los días que está en casa, al amanecer y al atardecer, “sunrise” y “sunset” que se diría en inglés, se viste completamente con uno de sus trajes, tarea no baladí, baja a la orilla del mar e interpreta una o varias canciones con su gaita. Lo de bajar dos veces al día e interpretar canciones a la orilla del mar vaya que vaya, pero lo de vestirse con el traje …
Nuestra conversación fue corta y rápida, acuciado en mi caso por los insectos que me asediaban, por lo que no pude averiguar si había excepciones como por ejemplo en los días de lluvia. El también tenía prisa pues aunque eran poco más de las siete de la mañana se tenía que marchar con cierta premura a animar con su gaita la boda de un amigo. Quizá los escoceses, que empiezan muy pronto a hacer cosas, también se casen a las nueve de la mañana, no sería de extrañar.
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