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Este tema al que me voy a referir hoy es recurrente. Lleva años y años y a pesar de ello parece que la gente no se da por enterada. Y en estos momentos previos a una cita electoral, cobra de nuevo su importancia por las pistas que puede dar a unos y otros sobre por donde
van o pueden ir los tiros.
La noticia está recogida en el diario El Mundo pero es frecuente, además de verla escrita, oírla en numerosas tertulias en radio y televisión. En este caso, el dueño de una empresa muy conocida, cuyo nombre no cito para no hacer propaganda gratuita, aboga en el XIV Congreso Nacional de la Empresa Familiar celebrado en Valladolid hace unos días por ofrecernos una solución de la que se habrá quedado tan contento. No es otra que solucionar los problemas que la crisis inventando de nuevo el copago y además haciendo que este no sea lineal, sino que vaya en función de las rentas. Solo como curiosidad la conferencia fue clausurada por un tal Sr. Rajoy, que espero no haya escuchado, por si acaso, estas indicaciones o si lo ha hecho, haga oídos sordos a las mismas en caso de que, parece lo más probable, rija nuestros destinos en los próximos cuatro años con patente de corso para hacer lo que le venga en gana, eso sí, por nuestro bien, como lo han hecho los anteriores y lo harán los futuros. Cuatro añitos sin ningún tipo de control, con “licencia para matar”.
A este paso vamos a tener que renovar el Documento Nacional de Identidad todos los años para que conste en él nuestro nivel de renta del año anterior y así poder ir sufriendo por la vida en función de nuestros emolumentos. Emolumentos declarados, aclaro, que no siempre coinciden con los reales.
Aclaro en párrafo aparte que no estoy abogando por que no paguen más los que más tienen. Lo que no es de recibo es que paguemos dos veces.
Es un tema corregido en la actualidad pero hace años los niveles de renta eran un perjuicio evidente para acceder a un puesto en la enseñanza pública. Los puntos para las listas de entrada en institutos y colegios eran inversos a los niveles de renta: a más renta, menos puntos y por lo tanto menos posibilidades de acceder. Hace años, una conocida trabajaba en la secretaría de un instituto de un pueblo donde nos conocemos todos y tenía acceso a las solicitudes y confección de las listas. Me comentaba que se daba el caso de negar una plaza a un alumno hijo de un padre empleado en una determinada empresa, mientras que el hijo del propio empresario accedía sin problemas. ¿Qué era lo que ocurría? Pues lo de siempre, el empleado consignaba en su declaración de la renta hasta el último céntimo de sus emolumentos, mientras que por el arte de “birli birloque” el empresario, jefe del anterior, presentaba una renta mucho menor y a todas luces no muy correcta. Estaba claro que la función de la secretaría de un instituto no es hacer de inspector de hacienda, pero los resultados eran palpables y la injusticia se producía de todas todas. Eso cuando no hacían una primera declaración falsa, la presentaban, y luego antes de plazo hacían una correctiva. Ni que decir tiene que la utilizada para todo era la falsa. Esto también está solucionado ahora, pero ha dado mucho juego a lo largo de muchos años a gentes sin demasiados escrúpulos que iba a lo suyo y les salía bien. Total, el castigo si les pillaban no era ni siquiera leve.
Mi teoría es que una vez que las personas hemos contribuido religiosamente con nuestros impuestos en función de nuestras rentas, deberíamos ser todos iguales, exacta y escrupulosamente iguales, en el uso de los servicios públicos. Ya se utilizan los porcentajes en la declaración de la renta para que los que más tiene aporten más y si no es suficiente modifíquese la renta y sus tramos y sus porcentajes. Pero una vez satisfecho el impuesto, todos toditos, iguales.
Porque si no, cada vez que lleguemos a una carretera construida con los impuestos de todos, nos tendrán que pedir nuestro nivel de renta para cobrarnos en función de ella. Y así en los autobuses, los trenes, la seguridad social, el colegio y otros tantos sitios. Pero lo que yo digo es que ya se han utilizado nuestros ingresos para detraernos los impuestos en función de ellos.
Reduciendo todo al absurdo, con estas políticas sin sentido van a conseguir que la gente no tenga ilusión por trabajar y prosperar, que no tenga nada, e incluso no trabaje o trabaje lo mínimo para no tener motivo por donde ser enganchado por políticos descerebrados y directores de asociaciones y empresas metidos a “salvapatrias” que nos van a hundir más y más mientras ellos navegan en la abundancia. Y desde sus comilonas, villas, viajes y cochazos se permiten arengarnos y convencernos de que el cinturón nos lo apretamos nosotros pero los que determinan la fuerza de apretado son ellos.
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sábado, 29 de octubre de 2011
domingo, 23 de octubre de 2011
GLOBOS
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Tierra, mar y aire, tres elementos en los que los seres vivos se desenvuelven de mejor o peor manera según su constitución física y su destino tras la creación. La evolución en su forma adaptativa es importante cuando una especie, a base de intentarlo durante milenios, ha conseguido salir de un ambiente y se ha adaptado a otro. Las personas, hoy por hoy, somos de tierra y dudo que por medios naturales podamos adaptarnos a los otros medios salvo que estuviéramos unos cuantos milenios intentándolo. Lo que sí que podemos es tener nuestras preferencias. En mi caso soy más de aire que de agua, aunque tampoco me prodigo mucho en ninguno de estos dos elementos.
Hace ya más de doscientos años que los hermanos Montgolfier, Joseph y Jacques, diseñaron el primer globo aerostático capaz de poner seres humanos en al aire, un medio hasta entonces reservado a otros seres vivos. Desde entonces han evolucionado mucho los materiales y no es necesario hacer una fogata en la barquilla del globo para proporcionar el aire caliente que lo sustenta: unas buenas botellas de gas y unos quemadores controlados con maestría por el gobernante hacen subir y bajar el globo con una precisión que parece increíble a ojos de los profanos, hasta el punto de poder arrancar limpiamente la hoja de un árbol tras pasar rozando su copa.
Las vivencias son los ladrillos que van modelando a cada persona, oía decir a un amigo y no sé si es cosecha propia o de alguna de las múltiples frases que nos hacen pensar cuando las leemos. La experiencia de subir a una cesta suspendida de un trozo de tela relleno de aire caliente era un asunto que tenía pendiente y no por no haberlo intentado con anterioridad, pero con resultado negativo en dos ocasiones, que se habían visto frustradas por lo que generalmente se abortan este tipo de aventuras: las condiciones meteorológicas, y en especial el viento que en cuanto sea un poco movidito a nivel de tierra convierte en una tarea imposible el montaje del globo y el despegue. En las capas superiores de la atmósfera el viento te lleva y te trae hacia donde sopla y poco puede hacer el piloto salvo subir o bajar para entrar o salir de una determinada corriente de aire.
Este verano, un amigo y su mujer, Luis y Amelia, me hablaron de que estaban realizando vuelos en globo con un más que conocido suyo que se dedicaba a ello, de forma comercial es verdad, pero con el entusiasmo con el que hacen las cosas las personas que ponen su ilusión y su energía por encima de lo meramente económico. Laureano es un tipo de estos, una persona que ama lo que hace, que vive todo lo que sea desplazarse por el aire y que cuenta con una dilatada experiencia desde hace muchos años y que las personas interesadas pueden ver en su estupenda página web CIRROS.
El madrugón mereció la pena. Antes de que amaneciera ya estábamos en el campo de despegue, en los aledaños y bajo la atenta mirada de la catedral de Segovia, preparando la barquilla, desplegando e hinchando el globo, siguiendo las explicaciones de Laureano y su equipo. Antes de amanecer se concentraron en ese mismo campo hasta nueve globos, lo que brinda un espectáculo multicolor que merece la pena ver incluso aunque nos vayamos a quedar en tierra. Nuestro globo estuvo preparado el primero y aunque un ligero problema nos hizo deshincharle ligeramente y volverlo a poner operativo, a las 08:26 levantamos el vuelo.
“Al que madruga Dios le ayuda” dice el refrán. Y la madrugada y el buen hacer de nuestro piloto nos hizo disfrutar de un espectáculo nuevo sobre los tejados de la castellana ciudad de Segovia: ver amanecer y atardecer en un breve espacio de tiempo. Solo se trata de hacer subir el globo para la amanecida y bajarle para la atardecida, aunque sea un poco artificial. En la hora que duró el vuelo alcanzamos los mil metros de altura y también volamos ras de suelo, con permiso de los numerosos tendidos de cables de tendidos eléctricos que inundan los campos, pudiendo divisar conejos, milanos y hasta un zorro. Las atentas y cariñosas explicaciones de Laureano, atento en todo momento a la navegación pero compartiendo con nosotros algunas de sus muchas experiencias, como sobrevolar los Andes, alcanzar los doce mil metros de altura y saltar en paracaídas desde un globo, entre otras muchas a lo largo de muchos años, hicieron del viaje una experiencia inolvidable.
Tras la suave posada en tierra, una copa de champán bien fresquito como mandan los cánones y un diploma acreditativo de nuestro bautizo en globo, nos dejaron un regusto que tardaremos años en olvidar. Una experiencia que recomiendo. Aunque como todo en esta vida hay que pagarlo con el maldito dinero, merece la pena y cuando se comprueba el despliegue de medios y personas que necesita este tipo de operaciones uno da por bien empleados los eurillos. Tampoco es una cosa que se vaya a hacer todos los días. El globo en el que viajamos tiene capacidad para diez personas aparte del piloto. Una buena experiencia para juntarse diez amigos, o cinco matrimonios, y organizar un vuelo cuasi privado donde poder disfrutar de una experiencia inolvidable que se puede complementar con un paseo y una comida en uno de los muchos restaurantes que nos brinda la ciudad o los pueblos de alrededor.
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Tierra, mar y aire, tres elementos en los que los seres vivos se desenvuelven de mejor o peor manera según su constitución física y su destino tras la creación. La evolución en su forma adaptativa es importante cuando una especie, a base de intentarlo durante milenios, ha conseguido salir de un ambiente y se ha adaptado a otro. Las personas, hoy por hoy, somos de tierra y dudo que por medios naturales podamos adaptarnos a los otros medios salvo que estuviéramos unos cuantos milenios intentándolo. Lo que sí que podemos es tener nuestras preferencias. En mi caso soy más de aire que de agua, aunque tampoco me prodigo mucho en ninguno de estos dos elementos.
Hace ya más de doscientos años que los hermanos Montgolfier, Joseph y Jacques, diseñaron el primer globo aerostático capaz de poner seres humanos en al aire, un medio hasta entonces reservado a otros seres vivos. Desde entonces han evolucionado mucho los materiales y no es necesario hacer una fogata en la barquilla del globo para proporcionar el aire caliente que lo sustenta: unas buenas botellas de gas y unos quemadores controlados con maestría por el gobernante hacen subir y bajar el globo con una precisión que parece increíble a ojos de los profanos, hasta el punto de poder arrancar limpiamente la hoja de un árbol tras pasar rozando su copa.
Las vivencias son los ladrillos que van modelando a cada persona, oía decir a un amigo y no sé si es cosecha propia o de alguna de las múltiples frases que nos hacen pensar cuando las leemos. La experiencia de subir a una cesta suspendida de un trozo de tela relleno de aire caliente era un asunto que tenía pendiente y no por no haberlo intentado con anterioridad, pero con resultado negativo en dos ocasiones, que se habían visto frustradas por lo que generalmente se abortan este tipo de aventuras: las condiciones meteorológicas, y en especial el viento que en cuanto sea un poco movidito a nivel de tierra convierte en una tarea imposible el montaje del globo y el despegue. En las capas superiores de la atmósfera el viento te lleva y te trae hacia donde sopla y poco puede hacer el piloto salvo subir o bajar para entrar o salir de una determinada corriente de aire.
Este verano, un amigo y su mujer, Luis y Amelia, me hablaron de que estaban realizando vuelos en globo con un más que conocido suyo que se dedicaba a ello, de forma comercial es verdad, pero con el entusiasmo con el que hacen las cosas las personas que ponen su ilusión y su energía por encima de lo meramente económico. Laureano es un tipo de estos, una persona que ama lo que hace, que vive todo lo que sea desplazarse por el aire y que cuenta con una dilatada experiencia desde hace muchos años y que las personas interesadas pueden ver en su estupenda página web CIRROS.
El madrugón mereció la pena. Antes de que amaneciera ya estábamos en el campo de despegue, en los aledaños y bajo la atenta mirada de la catedral de Segovia, preparando la barquilla, desplegando e hinchando el globo, siguiendo las explicaciones de Laureano y su equipo. Antes de amanecer se concentraron en ese mismo campo hasta nueve globos, lo que brinda un espectáculo multicolor que merece la pena ver incluso aunque nos vayamos a quedar en tierra. Nuestro globo estuvo preparado el primero y aunque un ligero problema nos hizo deshincharle ligeramente y volverlo a poner operativo, a las 08:26 levantamos el vuelo.
“Al que madruga Dios le ayuda” dice el refrán. Y la madrugada y el buen hacer de nuestro piloto nos hizo disfrutar de un espectáculo nuevo sobre los tejados de la castellana ciudad de Segovia: ver amanecer y atardecer en un breve espacio de tiempo. Solo se trata de hacer subir el globo para la amanecida y bajarle para la atardecida, aunque sea un poco artificial. En la hora que duró el vuelo alcanzamos los mil metros de altura y también volamos ras de suelo, con permiso de los numerosos tendidos de cables de tendidos eléctricos que inundan los campos, pudiendo divisar conejos, milanos y hasta un zorro. Las atentas y cariñosas explicaciones de Laureano, atento en todo momento a la navegación pero compartiendo con nosotros algunas de sus muchas experiencias, como sobrevolar los Andes, alcanzar los doce mil metros de altura y saltar en paracaídas desde un globo, entre otras muchas a lo largo de muchos años, hicieron del viaje una experiencia inolvidable.
Tras la suave posada en tierra, una copa de champán bien fresquito como mandan los cánones y un diploma acreditativo de nuestro bautizo en globo, nos dejaron un regusto que tardaremos años en olvidar. Una experiencia que recomiendo. Aunque como todo en esta vida hay que pagarlo con el maldito dinero, merece la pena y cuando se comprueba el despliegue de medios y personas que necesita este tipo de operaciones uno da por bien empleados los eurillos. Tampoco es una cosa que se vaya a hacer todos los días. El globo en el que viajamos tiene capacidad para diez personas aparte del piloto. Una buena experiencia para juntarse diez amigos, o cinco matrimonios, y organizar un vuelo cuasi privado donde poder disfrutar de una experiencia inolvidable que se puede complementar con un paseo y una comida en uno de los muchos restaurantes que nos brinda la ciudad o los pueblos de alrededor.
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domingo, 16 de octubre de 2011
autoINFORMACION
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Ayer sábado se celebraron en casi mil ciudades de más de ochenta países las manifestaciones de personas de todo tipo y condición que perciben que este mundo, tal y como está hoy en día, no está nada bien organizado. El organizador que lo organice buen organizador será, pero por el momento los que lo tienen que solucionar o teóricamente pueden hacerlo, son los que han puesto esto en una situación de casi patas arriba. Ellos son el problema, no la solución. La evolución de la sociedad, antaño lenta y pausada, hogaño es rápida, despiadada y casi me atrevería a decir que sin control, o al menos con un control que se me escapa. Informaciones hay por ahí, como las relativas al club Bilderberg que dicen que estamos en manos de unos pocos que nos llevan y nos traen por donde quieren. Por la calle de la amargura diría yo, aunque justo es reconocer que hace algunos años, cuando gran parte hacíamos “ji jí, ja já” nadie hablaba de esto ni guardábamos para el invierno, como hacen las hormiguitas.
Sintiéndose uno más y no considerando situaciones personales, que las hay de todo tipo y para todos los gustos, los últimos años vivimos bajo la espada de Damocles esperando una solución que no llega y temiendo las medidas, que aparentemente sin ton ni son toman los gobiernos, o quienes les dirigen y mandan en la sombra.
Ayer no asistí a la manifestación que ponía de nuevo sobre el tapete lo que se ha venido en llamar el “movimiento de indignados” o “movimiento 15-M”. Opiniones hay para todos los gustos, y cada cual lleva el agua a su molino. Hay gente que no comulga con el movimiento porque en las manifestaciones externas del mismo se hace de todo: vandalismo, algaradas callejeras, ocupaciones de la vía pública, retenciones de políticos, y hasta ataques a la Iglesia católica. Todo lo que pasa, ocurre y acontece es “15-M”, etiqueta global que vale para todo. Por el contrario, también pudimos ver el vídeo en que los aparentemente miembros de la policía autónoma catalana, los mozos de escuadra, de paisano y con las caras cubiertas, reventaban una manifestación pacífica en Barcelona, teniendo que salir arropados por sus propios compañeros, estos sí, identificados con sus uniformes.
Como digo, ayer no asistí a la manifestación por motivos familiares. Esto lo manifiesto como explicación, nunca como justificación porque en alma y espíritu estaba con todos ellos, en una o en todas las ciudades donde se manifestaban. Lo bueno es que pude seguir la manifestación a través del teléfono móvil, bien “guasapeando” con amigos que estaban allí o siguiendo por “twiter” la multitud de mensajes, fotos y videos que permitían seguir casi en directo las manifestaciones, en todo el mundo, sin tener que recurrir a los medios convencionales, que esta vez sí se han hecho eco y no se han permitido casi ignorarlo como ocurrió el 15 de Mayo pasado.
Y la foto que ilustra esta entrada va de medios convencionales, de los diarios nacionales españoles y como han tratado la información de lo que aconteció ayer. He intentado reproducir, de forma proporcionada, el espacio que han dedicado cada uno a la portada. Lo he hecho a partir de datos en internet, por lo que no puede ser exacto, pero si sirve para ilustrar el tratamiento dado, en espacio y en titulares. No voy a hacer comentarios, que cada uno saque sus conclusiones. Solo preguntarme si algunas personas, quizá periodistas o directores, están contentos con el tratamiento dado. Gente tiene que haber para todo y todos tienen derecho a alimentar su espíritu con semejante no-información y bazofia.
Por lo que a mí respecta, el espíritu sigue y está más justificado que nunca. Otra cosa son las manifestaciones externas, las reales, y las provocadas por gente que tiene otros fines y que sirven de apoyo a oscuros intereses muy lejos del sentimiento generalizado de que algo, o todo, tiene que cambiar si nosotros y los que vengan detrás de nosotros queremos un futuro digno.
Por el momento, las encuestas sobre intención de voto en las próximas elecciones dentro de un mes auguran 300 diputados en el Congreso para PP y PSOE, PSOE y PP, tanto monta, monta tanto. Y no se dan por enterados, solo tímidos acercamientos de algunos, pero los que en los últimos treinta años han regido nuestros destinos, bien por iniciativa propia o bien dejándose presionar por Dios sabe quién o quienes, están dispuestos a seguir con más de lo mismo. Por ello mi opción es ir a votar, no votar en blanco ni nulo, y por tanto votar a otros, permitir que otros me engañen pero por lo menos tener la esperanza de que se den por enterados e intenten hacer las cosas de otra manera. A los que hay y a los que según todas las encuestas van a venir, ya se les ha visto el plumero.
Ayer sábado se celebraron en casi mil ciudades de más de ochenta países las manifestaciones de personas de todo tipo y condición que perciben que este mundo, tal y como está hoy en día, no está nada bien organizado. El organizador que lo organice buen organizador será, pero por el momento los que lo tienen que solucionar o teóricamente pueden hacerlo, son los que han puesto esto en una situación de casi patas arriba. Ellos son el problema, no la solución. La evolución de la sociedad, antaño lenta y pausada, hogaño es rápida, despiadada y casi me atrevería a decir que sin control, o al menos con un control que se me escapa. Informaciones hay por ahí, como las relativas al club Bilderberg que dicen que estamos en manos de unos pocos que nos llevan y nos traen por donde quieren. Por la calle de la amargura diría yo, aunque justo es reconocer que hace algunos años, cuando gran parte hacíamos “ji jí, ja já” nadie hablaba de esto ni guardábamos para el invierno, como hacen las hormiguitas.
Sintiéndose uno más y no considerando situaciones personales, que las hay de todo tipo y para todos los gustos, los últimos años vivimos bajo la espada de Damocles esperando una solución que no llega y temiendo las medidas, que aparentemente sin ton ni son toman los gobiernos, o quienes les dirigen y mandan en la sombra.
Ayer no asistí a la manifestación que ponía de nuevo sobre el tapete lo que se ha venido en llamar el “movimiento de indignados” o “movimiento 15-M”. Opiniones hay para todos los gustos, y cada cual lleva el agua a su molino. Hay gente que no comulga con el movimiento porque en las manifestaciones externas del mismo se hace de todo: vandalismo, algaradas callejeras, ocupaciones de la vía pública, retenciones de políticos, y hasta ataques a la Iglesia católica. Todo lo que pasa, ocurre y acontece es “15-M”, etiqueta global que vale para todo. Por el contrario, también pudimos ver el vídeo en que los aparentemente miembros de la policía autónoma catalana, los mozos de escuadra, de paisano y con las caras cubiertas, reventaban una manifestación pacífica en Barcelona, teniendo que salir arropados por sus propios compañeros, estos sí, identificados con sus uniformes.
Como digo, ayer no asistí a la manifestación por motivos familiares. Esto lo manifiesto como explicación, nunca como justificación porque en alma y espíritu estaba con todos ellos, en una o en todas las ciudades donde se manifestaban. Lo bueno es que pude seguir la manifestación a través del teléfono móvil, bien “guasapeando” con amigos que estaban allí o siguiendo por “twiter” la multitud de mensajes, fotos y videos que permitían seguir casi en directo las manifestaciones, en todo el mundo, sin tener que recurrir a los medios convencionales, que esta vez sí se han hecho eco y no se han permitido casi ignorarlo como ocurrió el 15 de Mayo pasado.
Y la foto que ilustra esta entrada va de medios convencionales, de los diarios nacionales españoles y como han tratado la información de lo que aconteció ayer. He intentado reproducir, de forma proporcionada, el espacio que han dedicado cada uno a la portada. Lo he hecho a partir de datos en internet, por lo que no puede ser exacto, pero si sirve para ilustrar el tratamiento dado, en espacio y en titulares. No voy a hacer comentarios, que cada uno saque sus conclusiones. Solo preguntarme si algunas personas, quizá periodistas o directores, están contentos con el tratamiento dado. Gente tiene que haber para todo y todos tienen derecho a alimentar su espíritu con semejante no-información y bazofia.
Por lo que a mí respecta, el espíritu sigue y está más justificado que nunca. Otra cosa son las manifestaciones externas, las reales, y las provocadas por gente que tiene otros fines y que sirven de apoyo a oscuros intereses muy lejos del sentimiento generalizado de que algo, o todo, tiene que cambiar si nosotros y los que vengan detrás de nosotros queremos un futuro digno.
Por el momento, las encuestas sobre intención de voto en las próximas elecciones dentro de un mes auguran 300 diputados en el Congreso para PP y PSOE, PSOE y PP, tanto monta, monta tanto. Y no se dan por enterados, solo tímidos acercamientos de algunos, pero los que en los últimos treinta años han regido nuestros destinos, bien por iniciativa propia o bien dejándose presionar por Dios sabe quién o quienes, están dispuestos a seguir con más de lo mismo. Por ello mi opción es ir a votar, no votar en blanco ni nulo, y por tanto votar a otros, permitir que otros me engañen pero por lo menos tener la esperanza de que se den por enterados e intenten hacer las cosas de otra manera. A los que hay y a los que según todas las encuestas van a venir, ya se les ha visto el plumero.
domingo, 9 de octubre de 2011
deSOLaSOL
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Cuando yo era pequeño, muy pequeño, y de esto hace ya algunos años, las jornadas laborales cumplían aquellos dichos populares que más bien parecían maldiciones bíblicas de “ganarás el pan con el sudor de tu frente” y “trabajarás de sol a sol”. Incluso lo de sol a sol era un eufemismo dado que los trabajadores salían de sus casas de noche y volvían a ellas bien entradas la misma, especialmente en invierno donde las horas de luz solar son mucho más reducidas.
El mantener a una familia, por lo general extensa en cuanto al número de hijos y en algunas ocasiones con algún ascendiente añadido, obligaba a realizar largas jornadas en muchos casos en dos entornos distintos: era aquello del pluriempleo si se realizaba en dos empresas o de las horas extraordinarias realizadas en la misma empresa. Como muestra, en aquella España de los sesenta del siglo pasado, mi padre era de los pluriempleados. Por la mañana, desde las ocho de la mañana a las tres de la tarde ejercía de cartero urbano y tras una breve comida y pequeña cabezadita en casa, marchaba para estar de cinco de la tarde a diez de la noche laborando como administrativo en una empresa de jardinería y luego de construcción. Un total de doce horas efectivas de trabajo al día y seis días a la semana, pues no podemos olvidar que por aquellas fechas el sábado era un día laborable normal, incluso los chicos teníamos colegio por la mañana.
Por los siguientes setenta, y con cuentagotas, se iban consiguiendo algunas mejoras sociales en los entornos laborales. Yo llegué al mundo laboral cuando se estaba instaurando en la banca la jornada continuada de ocho a tres, que sus buenas manifestaciones y algaradas costó, y eso que eran tiempos todavía de dictadura. Era una bendición, pues el disponer de la tarde libre permitía hacer otras cosas que no fueran estrictamente trabajar. No fue mi caso pues las horas extraordinarias eran casi obligadas ya que había mucho trabajo y estaba todo por hacer. No me quejo, ya que aunque no fue una cosa voluntaria estaban bien retribuidas y permitían llevarse a casa una buena bolsa que venía bien en aquellos años para mejorar la situación familiar, de mis padres, hermanos y abuela.
En estos últimos años hemos visto como de forma vertiginosa todos aquellos logros han sido desterrados de un plumazo. Vuelve la jornada, no ya de sol a sol, sino de lunes a viernes, eso sí, con un hora para comer… un bocadillo sentado en la acera que la cosa no da para más. Y yo añadiría que con los calzoncillos o las bragas limpias preparadas por si hay que quedarse por la noche o salir corriendo a otra provincia e incluso a otro país para poder cumplir con las exigencias laborales más diversas. Y lo peor es que en muchos de los casos todas estas exigencias no se ven compensadas en ninguna forma, ni con más salario ni con días libres.
Esto de los días libres fue una fórmula que yo utilicé para de alguna forma controlar a los jefes malos. En empresas grandes, las horas extraordinarias no las pagaban los gestores malos de su bolsillo, por lo que no tenían ningún reparo en organizar “saraos” los domingos o las noches e “invitarnos” a participar en ellos. Yo no me negué, ya que en algunas ocasiones era necesario para la buena marcha del negocio, pero opté por la fórmula de la compensación en días libres. No quería o no necesitaba más dinero y esta opción de los días de asueto obligaba a un control más exhaustivo. Si me hacían ir un domingo, pongamos 10 horas, al considerar las festivas como triples, me debían 30 horas, casi una semana. Yo estaba deseando que me hicieran ir cuantos más domingos mejor, pero con esta manera de compensación se lo pensaba muy mucho.
Tal y como están las cosas, hogaño hay que tragar con todo. El despido, que siempre ha sido libre aunque no gratuito, se está abaratando a pasos agigantados pero de las compensaciones que deberían venir de forma paralela nadie habla ni quiera hablar. Hay crisis y con ello todos, jefes, patrones, sindicatos y gobiernos, tienen patente de corso para hacer lo que les venga en gana. Ya hemos visto los resultados de las medidas urgentes tomadas por el gobierno a mediados de 2010 para abaratar las compensaciones por despido. Como si eso fuera a disparar las contrataciones. Yo sé de uno concreto que le ha venido muy bien para echar materialmente a la calle a ocho de sus empleados con más antigüedad, y por supuesto más conocimientos de su trabajo, y sustituirlos por otros ocho que, además de ganar una miseria, tragan con todas las condiciones que al patrono tenga a bien ocurrírsele en el momento del contrato. Y si alguna no se le ha ocurrido, la añade después sin ni siquiera ponerse colorado.
El empleo estresa mucho pero el desempleo estresa aún más, máxime cuando las historias en las que nos hemos metido, léase hipoteca, cochazo y pantalla plana extrafina y extra gigante, ahogan nuestra cuenta y hacen que no llegue a fin de mes. Estamos cogidos, hemos caído en las redes. Nos han engañado, y nos hemos dejado engañar, y ahora podemos protestar, echar la culpa a los banqueros, al gobierno y al maestro armero, pero los que estamos “perocontentos” somos nosotros. A ver si vamos aprendiendo, aunque lo dudo. Esta crisis pasará, como han pasado otras, y volveremos a tropezar en la misma piedra de seguir embobados con lo que nos digan o nos cuenten sin tomar conciencia de la realidad y obrar con un mínimo de seso.
Conciliación de la vida familiar…… váyanse al guano.
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La socióloga norteamericana Juliet Schor (1991) deja constancia en su obra The Overworked American, de la inversión, en los EE.UU. finales de siglo pasado, de una tendencia histórica a la disminución progresiva del tiempo de vida dedicado al trabajo, tarea que ella imputa a las nuevas condiciones (neoliberales) del mercado de trabajo, por las que la gente se ve forzada a trabajar más (tiempo), más duramente y por menos (dinero) para mantener un nivel de consumo al que no quiere renunciar. Este fenómeno preocupó al politólogo James Putnam (2001), para quien el tiempo de sobretrabajo se resta especialmente de la vida social y de la participación política; lo cual no sólo supone una amenaza para el capital social de las personas, sino también para la misma democracia.
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Cuando yo era pequeño, muy pequeño, y de esto hace ya algunos años, las jornadas laborales cumplían aquellos dichos populares que más bien parecían maldiciones bíblicas de “ganarás el pan con el sudor de tu frente” y “trabajarás de sol a sol”. Incluso lo de sol a sol era un eufemismo dado que los trabajadores salían de sus casas de noche y volvían a ellas bien entradas la misma, especialmente en invierno donde las horas de luz solar son mucho más reducidas.
El mantener a una familia, por lo general extensa en cuanto al número de hijos y en algunas ocasiones con algún ascendiente añadido, obligaba a realizar largas jornadas en muchos casos en dos entornos distintos: era aquello del pluriempleo si se realizaba en dos empresas o de las horas extraordinarias realizadas en la misma empresa. Como muestra, en aquella España de los sesenta del siglo pasado, mi padre era de los pluriempleados. Por la mañana, desde las ocho de la mañana a las tres de la tarde ejercía de cartero urbano y tras una breve comida y pequeña cabezadita en casa, marchaba para estar de cinco de la tarde a diez de la noche laborando como administrativo en una empresa de jardinería y luego de construcción. Un total de doce horas efectivas de trabajo al día y seis días a la semana, pues no podemos olvidar que por aquellas fechas el sábado era un día laborable normal, incluso los chicos teníamos colegio por la mañana.
Por los siguientes setenta, y con cuentagotas, se iban consiguiendo algunas mejoras sociales en los entornos laborales. Yo llegué al mundo laboral cuando se estaba instaurando en la banca la jornada continuada de ocho a tres, que sus buenas manifestaciones y algaradas costó, y eso que eran tiempos todavía de dictadura. Era una bendición, pues el disponer de la tarde libre permitía hacer otras cosas que no fueran estrictamente trabajar. No fue mi caso pues las horas extraordinarias eran casi obligadas ya que había mucho trabajo y estaba todo por hacer. No me quejo, ya que aunque no fue una cosa voluntaria estaban bien retribuidas y permitían llevarse a casa una buena bolsa que venía bien en aquellos años para mejorar la situación familiar, de mis padres, hermanos y abuela.
En estos últimos años hemos visto como de forma vertiginosa todos aquellos logros han sido desterrados de un plumazo. Vuelve la jornada, no ya de sol a sol, sino de lunes a viernes, eso sí, con un hora para comer… un bocadillo sentado en la acera que la cosa no da para más. Y yo añadiría que con los calzoncillos o las bragas limpias preparadas por si hay que quedarse por la noche o salir corriendo a otra provincia e incluso a otro país para poder cumplir con las exigencias laborales más diversas. Y lo peor es que en muchos de los casos todas estas exigencias no se ven compensadas en ninguna forma, ni con más salario ni con días libres.
Esto de los días libres fue una fórmula que yo utilicé para de alguna forma controlar a los jefes malos. En empresas grandes, las horas extraordinarias no las pagaban los gestores malos de su bolsillo, por lo que no tenían ningún reparo en organizar “saraos” los domingos o las noches e “invitarnos” a participar en ellos. Yo no me negué, ya que en algunas ocasiones era necesario para la buena marcha del negocio, pero opté por la fórmula de la compensación en días libres. No quería o no necesitaba más dinero y esta opción de los días de asueto obligaba a un control más exhaustivo. Si me hacían ir un domingo, pongamos 10 horas, al considerar las festivas como triples, me debían 30 horas, casi una semana. Yo estaba deseando que me hicieran ir cuantos más domingos mejor, pero con esta manera de compensación se lo pensaba muy mucho.
Tal y como están las cosas, hogaño hay que tragar con todo. El despido, que siempre ha sido libre aunque no gratuito, se está abaratando a pasos agigantados pero de las compensaciones que deberían venir de forma paralela nadie habla ni quiera hablar. Hay crisis y con ello todos, jefes, patrones, sindicatos y gobiernos, tienen patente de corso para hacer lo que les venga en gana. Ya hemos visto los resultados de las medidas urgentes tomadas por el gobierno a mediados de 2010 para abaratar las compensaciones por despido. Como si eso fuera a disparar las contrataciones. Yo sé de uno concreto que le ha venido muy bien para echar materialmente a la calle a ocho de sus empleados con más antigüedad, y por supuesto más conocimientos de su trabajo, y sustituirlos por otros ocho que, además de ganar una miseria, tragan con todas las condiciones que al patrono tenga a bien ocurrírsele en el momento del contrato. Y si alguna no se le ha ocurrido, la añade después sin ni siquiera ponerse colorado.
El empleo estresa mucho pero el desempleo estresa aún más, máxime cuando las historias en las que nos hemos metido, léase hipoteca, cochazo y pantalla plana extrafina y extra gigante, ahogan nuestra cuenta y hacen que no llegue a fin de mes. Estamos cogidos, hemos caído en las redes. Nos han engañado, y nos hemos dejado engañar, y ahora podemos protestar, echar la culpa a los banqueros, al gobierno y al maestro armero, pero los que estamos “perocontentos” somos nosotros. A ver si vamos aprendiendo, aunque lo dudo. Esta crisis pasará, como han pasado otras, y volveremos a tropezar en la misma piedra de seguir embobados con lo que nos digan o nos cuenten sin tomar conciencia de la realidad y obrar con un mínimo de seso.
Conciliación de la vida familiar…… váyanse al guano.
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La socióloga norteamericana Juliet Schor (1991) deja constancia en su obra The Overworked American, de la inversión, en los EE.UU. finales de siglo pasado, de una tendencia histórica a la disminución progresiva del tiempo de vida dedicado al trabajo, tarea que ella imputa a las nuevas condiciones (neoliberales) del mercado de trabajo, por las que la gente se ve forzada a trabajar más (tiempo), más duramente y por menos (dinero) para mantener un nivel de consumo al que no quiere renunciar. Este fenómeno preocupó al politólogo James Putnam (2001), para quien el tiempo de sobretrabajo se resta especialmente de la vida social y de la participación política; lo cual no sólo supone una amenaza para el capital social de las personas, sino también para la misma democracia.
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