sábado, 14 de septiembre de 2013

DESCONOCIMIENTO



Somos poco aficionados a lo que se ha denominado “la letra pequeña” y si no que se lo digan, por ejemplo, a los compradores de las famosas preferentes por tocar un tema de actualidad. El “firme aquí” es una orden tan imperativa que nos hace descuidar la lectura detenida de lo que estamos firmando, obligándonos a confiar en ciertas personas y empresas que día tras día van demostrando que hay que tener mucho cuidado con ellas. Me viene a la memoria aquel refrán que dice algo parecido a “de mis amigos cuídeme Dios que de mis enemigos ya me cuido yo”.

Cierto es que la letra pequeña nos invade por todos lados y no siempre en contra nuestra: algunas veces es a favor, pero nuestra costumbre de no leerla nos hace muchas veces y por desconocimiento renunciar a cosas a las que tenemos derecho o por el contrario podríamos disfrutar. ¿Quién no tiene un sinfín de aparatos y cachivaches en casa, de los que no se ha leído de forma completa y detenida el folleto, y por ello ni conoce si disfruta de muchas de sus funciones y características? A modo de ejemplo, recuerdo hace un tiempo que se me encendía en el panel de mandos del coche la luz de “puerta abierta” estando todas ellas cerradas y bien cerradas. Fallo en algún sensor, pensé, pero cuando llevé el coche al taller para que me arreglaran la dichosa lucecita y se lo conté al mecánico, su cara dibujó una sonrisa al tiempo que me pedía el mando de apertura a distancia. Le abrió, le cambio la pila y me dijo: “ya está arreglada la avería de la lucecita” y añadió no sin cierta sorna “hay que leerse el libro de instrucciones que dan con el coche”. Efectivamente figuraba allí que en caso de encenderse la luz de puerta abierta estando todas cerradas era indicativo de que había que cambiar la pila del mando a distancia.

Este verano realicé un viaje en tren para el que compré el correspondiente billete con la suficiente antelación, que hay crisis pero en ciertos sitios no se nota. Lo que normalmente leemos del billete son las estaciones de origen y destino y las fechas y horas para verificar que es correcto y luego más tarde, cuando accedemos al tren, el coche y número de asiento para ubicarnos correctamente. Y poco más. Sin embargo, dos cosas perfectamente especificadas en el billete no habían suscitado mi atención, y no hubiera disfrutado de ellas si mi hijo no me hubiera advertido convenientemente. A saber si habrá más.

La primera figura arriba a la izquierda del billete. Es un texto que reza así: “Combinado FEVE/CERC: LE46M”. Los billetes de largo recorrido incluyen la posibilidad de viajar en la red de cercanías del origen y del destino sin coste alguno. Tan sólo hay que dirigirse a las máquinas automáticas o a la ventanilla de billetes y mostrar el código, en este caso “LE46M” para obtener un billete gratuito que nos permita desplazarnos hasta la estación de origen, pudiendo utilizar el mismo código para desplazarnos hasta donde deseemos desde nuestra estación de llegada. La expresión “CERC” significa “CERCANÍAS” mientras “FEVE” significa “FERROCARRIL DE VIA ESTRECHA” para aquellos núcleos que dispongan de ella, como por ejemplo Santander o Bilbao. Gracias al aviso de mi hijo pude ahorrarme más de cuatro euros en el trayecto en origen si bien luego en destino no lo utilicé ya que me fueron a buscar en coche. ¿Sabía Vd. esto? ¿Cuántos viajeros pagaron su trayecto de cercanías o no lo utilizaron por no saberlo?

Y la segunda ya es mucho más sibilina. Esta vez sí en “letra pequeña” figura el siguiente texto: “Renfe tiene establecidos diferentes compromisos de puntualidad y calidad en todos sus trenes. En caso de incumplimiento de estos, tendrá derecho a la indemnización correspondiente”. El tren salió con retraso, tuvo muchas paradas y al final llegó a la estación de destino cerca de media hora después de la hora establecida. Iba lleno hasta los topes, calculo que más de doscientas personas. Al día siguiente, mi hijo me pidió el billete, se conectó a internet, tecleó el localizador y… ¡magia potagia! Teníamos derecho a un reintegro de doce euros por el retraso, que fueron abonados en el momento en la tarjeta bancaria con la que fue adquirido el billete. Si se hubiera comprado en taquilla hubiera sido necesario pasar por la misma para cobrar. Ventajas de las transacciones electrónicas. Yo no sabía nada y no se me hubiera ocurrido reclamar importe alguno por el retraso, por lo que me hago las siguientes preguntas: ¿cuántos pasajeros de aquel tren sabían que podían reclamar una devolución por el retraso? ¿Cuántos la reclamaron al final? Para este caso concreto solo Renfe lo sabrá pero me atrevo a apostar que pocos reclamamos, lo que supuso un dinero de ahorro considerable para la compañía. Lo podían destinar a obras sociales, pero no creo que lo hagan, así que lo mejor es que vayamos aprendiendo, todos, nuestros derechos y los ejercitemos para que las cosas vayan mejorando.