domingo, 27 de octubre de 2013
PROFUNDA
Más que profunda, honda y oscura. Ya hace años que se acuñó el término de «La España profunda» para designar no solo hechos sino lugares que parecían detenidos en el tiempo y que por mucho que el resto avanzase, lentamente, hacia un poco de modernidad, se resistían contra viento y marea. Estamos ya bien entrados en el siglo XXI y uno se hace de cruces cuando encuentra, en los sitios más insospechados, situaciones que parecía que estaban erradicadas desde hace años.
Con periodicidad anual, un grupo de cinco amigos hacemos una excursión con nuestras mujeres a pasar el día en alguna localidad que esté a tiro de coche de Madrid y nos permita hacer la ida y la vuelta en una sola jornada. Buscamos algún atractivo turístico visitable, dar una vuelta, tomar el aperitivo y, como ocurre siempre con toda reunión de españolitos que se precie, almorzar. Parece que lo más esperado del día es la comida donde alrededor de una mesa se pueden intercambiar opiniones, chistes y chascarrillos que hacen la jornada más agradable.
A lo largo de estos últimos años hemos visitado iglesias, castillos, conventos, bodegas, museos y localidades. Uno de nosotros se encarga de preparar el viaje y lo hace a conciencia, preocupándose con mucha antelación de investigar los sitios, ver las posibilidades, establecer la ruta y los horarios, hablar por teléfono con oficinas de turismo e incluso señoras de la limpieza de los ayuntamientos, sin olvidar por supuesto el rey de la información en nuestros días: internet. Pero no siempre toda esta concienzuda preparación es sinónimo de éxito.
Ayer nos dirigimos a una localidad turística por excelencia y conocida desde hace varias décadas: Candeleda, en la vecina provincia de Ávila. Yo tengo que decir que ya la había visitado en varias ocasiones, la primera en la década de los setenta del siglo pasado y como me viene ocurriendo últimamente con muchas localidades, la comparación de lo que son en la actualidad con los recuerdos que yo tengo no se sostiene. Vamos, que no me gustó nada de nada ni pude encontrar el saborcillo y regusto que recordaba de mis primeras visitas. Los pueblos crecen, adelantan, se modernizan, se «coca-colizan», las casas viejas son sustituidas por nuevas y no siempre conservando realmente el sabor de las antiguas. No seré yo quien diga que no tienen que progresar, pero el progreso, si no se cuida en extremo, lleva muchos cambios que pueden alterar el sabor de un pueblo o ciudad.
El caso es que debo estar gafado, porque en la última vista que realicé, un fin de semana de hace unos quince años, tuvimos que salir del pueblo escoltados por la Guardia Civil por haber pedido en el hostal donde los alojamos, con exquisita educación, las hojas de reclamaciones para expresar de forma educada y siguiendo las normas, un desacuerdo con la factura del hospedaje. Y ayer no llegamos a eso porque no nos pusimos en nuestro lugar, pero podría habernos ocurrido.
En la imagen que acompaña a esta entrada se puede ver la nota del restaurante donde comimos ayer. A poco que nos fijemos veremos que los precios no son precisamente de una tasca: dieciocho euros por las carnes tipo solomillo o chuletón no es mucho pero tampoco es baladí. No voy a entrar en pormenores y detalles, pero de los tres entrantes que pedimos para compartir, dos de ellos se quedaron casi íntegros en los platos, salvo la cantidad mínima para probarlos por parte de diez personas, si es que llegaron a probarlos todos ante los comentarios unánimes de los demás.De los segundos, que llegaban casi fríos a la mesa, uno fue devuelto directamente y de dos se solicitó que fueran pasados por estar casi cruda la carne. El camarero, amable y atento, no sabía ya que decirnos ante nuestras preguntas y comentarios, con lo que al final optó casi por ni venir a la mesa. En los postres pretendíamos refugiarnos en productos envasados, como helados por ejemplo. Pues no, no tenían helados, nos argumentaron que en invierno no se los servían. Sin comentarios. Aun así cuatro de nosotros se atrevieron con postres caseros.
Tras todas estas referencias y sucedidos, nos traen la cuenta que pueden ver en la imagen y nos dicen que la abonemos en la barra del bar. Ni una sola referencia al establecimiento, ni C.I.F., ni I.V.A. que por supuesto estaba incluido en los precios según figuraba en la carta… nada de nada. Discutimos entre nosotros sí solicitar una factura en condiciones pero ante la posibilidad de follones y mis recuerdos de la vez anterior, optamos por abonar religiosamente y largarnos de allí con viento fresco y lo más deprisa posible, por si las moscas.
Un día que se prometía agradable, que nos costó una «pasta» entre la entrada al museo, aperitivos, gasolina de los coches y restaurante, acabó como el «Rosario de la Aurora» por culpa de un restaurante que no debía de estar ni abierto al público y que ni siquiera me molesto en mencionar para no herir susceptibilidades. Resumiendo, «La España profunda» sigue vigente a la vuelta de la esquina.
domingo, 20 de octubre de 2013
HORA
Aquellos que hayan seguido las entradas anotadas en este blog con cierta regularidad habrán podido entrever una cierta fijación personal con los temas referidos a los horarios. Una de las primeras entradas, hace casi seis años, se titulaba «PUNTUALIDAD» y hacía referencia a lo poco dados que somos todos a acudir a los sitios con la suficiente antelación. No solo a reuniones de amigos, que lo pueden llegar a aguantar todo, sino a lugares más o menos oficiales como puede ser una misa, un concierto o una corrida de toros. Pongamos el ejemplo de un teatro que tuviera mil localidades numeradas. En caso de un lleno completo… ¿Qué ocurriría si los mil asistentes apareciéramos en la puerta de entrada cinco minutos antes de la hora fijada para el comienzo? A esto me refiero con lo de «acudir con la suficiente antelación», si bien esto admite muchas interpretaciones según de la persona que se trate, pues el «tenemos tiempo de sobra» es una de las contestaciones más en boga en las personas que son sistemáticamente impuntuales o les importa un comino el asunto.
Para acudir con puntualidad es preciso conocer la hora en la que vivimos. Lo más normal es llevar el clásico reloj de pulsera aunque ahora con la moda de llevar todos encima un teléfono móvil, se empieza a prescindir del clásico reloj en la muñeca. Los móviles suelen llevar la hora muy exacta si nos hemos preocupado de activarles la pestañita para que lo hagan y también algunos de los relojes de pulsera tienen la posibilidad de conectarse a los satélites y ponerse en hora exacta de forma automática.
Los relojes actuales, por aquello de ser de cuarzo, suelen ser bastante precisos, pero sin exagerar mucho. Pienso que hace unos años eran más exactos pero ahora no lo son tanto, aunque esto lo digo por propia experiencia. Yo realizaba la puesta en hora a base de los famosos pitidos de Radio Nacional de España que escuchaba en el coche camino del trabajo. Como conduciendo es muy difícil poner en hora un reloj, lo que hacía era fijarme en el desfase de segundos entre mi reloj y los sonidos y al llegar, más tranquilamente, lo ajustaba.
Ahora utilizo otro procedimiento que es el que quiero compartir aquí. Los ordenadores necesitan también llevar la hora y en algunos sitios oficiales con puntualidad exquisita, aunque se puede comprobar que no siempre cuidan hasta el último segundo sus horarios. Aparte de los satélites, disponemos de los llamados «servidores de tiempo», que admiten obtener una hora exacta a través de una conexión de internet. Hay muchos en activo en todo el mundo, pero por aquello de ser español, yo prefiero por el momento el que se ha dado en llamar «hora roa». Tecleando en el buscador estas dos palabras nos llevará a esta página web donde podremos observar una imagen como la que acompaña a esta entrada en la que se nos muestran dos horas: la oficial conocida como «UTC» y la que tenemos en nuestro ordenador. Para aclarar un poco las siglas diremos que «UTC» es el acrónimo en inglés de «universal time coordinated» que antiguamente conocíamos como «GMT» cuyo significado era «Greenwich Mean Time». Por otro lado, «ROA» no tiene nada que ver con horarios y es el «Real Observatorio de la Armada» española que suministra un tiempo exacto para todos aquellos organismos y particulares que quieren disponer de él. Hay que tener en cuenta, ya se avisa, de las posibles demoras que las conexiones de que dispongamos a internet pueden desviar el horario, pero suelen ser de milisegundos, por lo que para un particular pueden ser perfectamente asumibles.
Así que ahora, cuando quiero poner mi reloj en hora exacta, me conecto a internet, preparo mi segundero y cuando la hora «ROA» llega a «00» aprieto mi botoncito y lo dejo listo. Lo malo es que para ir bien tengo que hacer esto casi a diario pues mi flamante reloj Casio que funciona con la luz solar y sin pilas se atrasa un segundo diario. Todos pensarán que un segundo no es nada pero eso depende de lo maniático que sea cada cual. A mí me gusta ir en hora, lo más puntual posible.
sábado, 12 de octubre de 2013
BLASdeLEZO
«Si hablan mal de Inglaterra, será un francés, si hablan mal de Francia, será un alemán...Si hablan mal de España, será un español» reza el dicho popular que incluso ha servido como título de un libro del siempre controvertido Fernando Sánchez Dragó.
En una reunión familiar el pasado fin semana salió en la conversación el nombre de Blas de Lezo, que yo no había oído en mi vida, como uno de los ejemplos más fehacientes de lo que podíamos llamar «el héroe olvidado». El motivo había sido la visita que este familiar había girado al Museo Naval de Madrid donde hay dos salas dedicadas de forma temporal a glosar la figura de este personaje del siglo XVIII como forma de rescatarle del olvido. La cosa hubiera quedado ahí si no hubiera ocurrido que el pasado miércoles recibiera el aviso de la disponibilidad, de forma legal y por un día, de un libro gratuito titulado «El paisano de Jamaica, el espía de Blas de Lezo» de Javier Romero Valentín. ¿Coincidencia?
Un poco de investigación en la red me permitió comprobar la existencia de varios libros sobre este personaje y sus andanzas, amén de verificar que el mencionado libro aparecía como recomendable por recrear la última batalla que libró don Blas y por la que hubiera merecido, además de por toda su trayectoria, un reconocimiento a su figura que hubiera traspasado los siglos y hubiera llegado hasta nuestros días. Dicho y hecho, descargué el libro y me puse a su lectura, encontrándole interesante aunque de gran volumen con sus casi doscientos cuarenta mil vocablos.
Don Blas de Lezo y Olavarría nació en la guipuzcoana villa de Pasajes de San Pedro en 1689 y a los catorce años se embarcó como guardiamarina. En su primera escaramuza en Vélez-Málaga contra la escuadra anglo-holandesa perdió una pierna. Contaba quince años tan solo y ya era conocido como «patapalo». Lejos de cesar en sus intenciones militares, siguió en la brecha, perdiendo posteriormente un ojo en Tolón y finalmente un brazo en Barcelona. Ascendido a capitán de navío con veintitrés años, a los veinticinco era cojo, tuerto y manco, de ahí el sobrenombre de «Mediohombre» por el que fue conocido. Siempre venció en sus enfrentamientos con los ingleses, especialmente en la última batalla en Cartagena de Indias, en 1741, donde con tres mil hombres y seis barcos hizo frente y «mojó la oreja» al pretencioso ejército inglés con sus ciento sesenta barcos y veinticinco mil hombres comandado por el presuntuoso Edward Vernon, que soñaba un día sí y otro también con Blas de Lezo. Los ingleses estaban tan seguros de su victoria que llegaron a acuñar monedas conmemorativas de la misma, vendiendo la piel del oso antes de cazarlo. Blas de Lezo demostró una capacidad sin igual, teniendo que luchar incluso contra su propio virrey, un pazguato que llevaba sistemáticamente la contraria a sus indicaciones de defensa.
Denostado por el rey Felipe V y con una malísima relación con el virrey Sebastián Eslava, Blas de Lezo murió en Cartagena de Indias en septiembre de 1741 a consecuencia de las heridas recibidas en los combates, siendo enterrado en un emplazamiento desconocido y sin ningún honor. Por el contrario, si visitamos la estatua de Edward Vernon en la zona londinense de Portobelo o su tumba en la abadía de Westminster podremos contraponer el modo vergonzoso en que el vencedor en aquella batalla tan desigual fue olvidado con la forma en que fue ensalzado el perdedor.
Como anécdota que podemos convertir en significativa, el Museo Naval de Madrid ha solicitado a Inglaterra un retrato de Edward Vernon para complementar la exposición sobre Blas de Lezo que ha sido negado por los ingleses con razones poco menos que esperpénticas. En su lugar hay una fotografía. El Museo Naval es visitable de martes a domingo de forma gratuita, con la posibilidad de visitas guiadas asimismo gratuitas. Una visita más que recomendable por la gran cantidad de objetos y de historia de España contenidos en sus salas, amén de la exposición sobre este insigne y olvidado marino español, que estará hasta el 13 de enero de 2014.
A la entrada de la exposición pueden leerse en un panel los siguientes adjetivos: valiente, orgulloso, fuerte, leal, independiente, estratega, astuto, tenaz, patriota, genuino, apasionado, líder, luchador, capaz, audaz, trabajador, previsor, sereno, inteligente, honesto, prudente, justo, altanero, exigente, eficiente, previsor, respetuoso, persuasivo, responsable, enérgico, firme, convincente. Sobra decir a quién son aplicables y por extensión a quién o quienes no lo son. ¡Cuanto me gustaría que algún político de los que nos han tocado en suerte, no quiero señalar a ninguno, fuera merecedor siquiera de alguno de estos calificativos!
En una reunión familiar el pasado fin semana salió en la conversación el nombre de Blas de Lezo, que yo no había oído en mi vida, como uno de los ejemplos más fehacientes de lo que podíamos llamar «el héroe olvidado». El motivo había sido la visita que este familiar había girado al Museo Naval de Madrid donde hay dos salas dedicadas de forma temporal a glosar la figura de este personaje del siglo XVIII como forma de rescatarle del olvido. La cosa hubiera quedado ahí si no hubiera ocurrido que el pasado miércoles recibiera el aviso de la disponibilidad, de forma legal y por un día, de un libro gratuito titulado «El paisano de Jamaica, el espía de Blas de Lezo» de Javier Romero Valentín. ¿Coincidencia?
Un poco de investigación en la red me permitió comprobar la existencia de varios libros sobre este personaje y sus andanzas, amén de verificar que el mencionado libro aparecía como recomendable por recrear la última batalla que libró don Blas y por la que hubiera merecido, además de por toda su trayectoria, un reconocimiento a su figura que hubiera traspasado los siglos y hubiera llegado hasta nuestros días. Dicho y hecho, descargué el libro y me puse a su lectura, encontrándole interesante aunque de gran volumen con sus casi doscientos cuarenta mil vocablos.
Don Blas de Lezo y Olavarría nació en la guipuzcoana villa de Pasajes de San Pedro en 1689 y a los catorce años se embarcó como guardiamarina. En su primera escaramuza en Vélez-Málaga contra la escuadra anglo-holandesa perdió una pierna. Contaba quince años tan solo y ya era conocido como «patapalo». Lejos de cesar en sus intenciones militares, siguió en la brecha, perdiendo posteriormente un ojo en Tolón y finalmente un brazo en Barcelona. Ascendido a capitán de navío con veintitrés años, a los veinticinco era cojo, tuerto y manco, de ahí el sobrenombre de «Mediohombre» por el que fue conocido. Siempre venció en sus enfrentamientos con los ingleses, especialmente en la última batalla en Cartagena de Indias, en 1741, donde con tres mil hombres y seis barcos hizo frente y «mojó la oreja» al pretencioso ejército inglés con sus ciento sesenta barcos y veinticinco mil hombres comandado por el presuntuoso Edward Vernon, que soñaba un día sí y otro también con Blas de Lezo. Los ingleses estaban tan seguros de su victoria que llegaron a acuñar monedas conmemorativas de la misma, vendiendo la piel del oso antes de cazarlo. Blas de Lezo demostró una capacidad sin igual, teniendo que luchar incluso contra su propio virrey, un pazguato que llevaba sistemáticamente la contraria a sus indicaciones de defensa.
Denostado por el rey Felipe V y con una malísima relación con el virrey Sebastián Eslava, Blas de Lezo murió en Cartagena de Indias en septiembre de 1741 a consecuencia de las heridas recibidas en los combates, siendo enterrado en un emplazamiento desconocido y sin ningún honor. Por el contrario, si visitamos la estatua de Edward Vernon en la zona londinense de Portobelo o su tumba en la abadía de Westminster podremos contraponer el modo vergonzoso en que el vencedor en aquella batalla tan desigual fue olvidado con la forma en que fue ensalzado el perdedor.
Como anécdota que podemos convertir en significativa, el Museo Naval de Madrid ha solicitado a Inglaterra un retrato de Edward Vernon para complementar la exposición sobre Blas de Lezo que ha sido negado por los ingleses con razones poco menos que esperpénticas. En su lugar hay una fotografía. El Museo Naval es visitable de martes a domingo de forma gratuita, con la posibilidad de visitas guiadas asimismo gratuitas. Una visita más que recomendable por la gran cantidad de objetos y de historia de España contenidos en sus salas, amén de la exposición sobre este insigne y olvidado marino español, que estará hasta el 13 de enero de 2014.
A la entrada de la exposición pueden leerse en un panel los siguientes adjetivos: valiente, orgulloso, fuerte, leal, independiente, estratega, astuto, tenaz, patriota, genuino, apasionado, líder, luchador, capaz, audaz, trabajador, previsor, sereno, inteligente, honesto, prudente, justo, altanero, exigente, eficiente, previsor, respetuoso, persuasivo, responsable, enérgico, firme, convincente. Sobra decir a quién son aplicables y por extensión a quién o quienes no lo son. ¡Cuanto me gustaría que algún político de los que nos han tocado en suerte, no quiero señalar a ninguno, fuera merecedor siquiera de alguno de estos calificativos!
domingo, 6 de octubre de 2013
LECTURAS
Para que no se olvide si lo dejo para el final, empezaré dando las gracias a mi buen amigo Jose Luis por su fotografía que ilustra esta entrada tomada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Una preciosidad con todos esos libros «voladores» descendiendo o ascendiendo por el hueco de la bellísima escalera.
Los tiempos cambian a una velocidad de vértigo. Algunas cosas para mejor y otras para peor, pero eso siempre dependerá de los parámetros de cada cual. Repasaba las entradas escritas en este blog sobre el tema de los libros y la lectura y yo mismo me sorprendía al releerlas. En julio de 2.008 escribía la entrada «LIBROS» cuando todavía no había pasado por mi cabeza la posibilidad de lectura electrónica, aunque ya existía desde hacía años. Posteriormente, en octubre de 2010 en la entrada «e-BOOK» contaba mi experiencia tras nueves meses de lectura electrónica y unos cuantos libros devorados con este «nuevo» sistema. A fecha de hoy son ciento setenta libros leídos desde enero de 2010, cuarenta y nueve de los cuales han sido en papel y el resto, ciento veintiuno, en electrónico.
Hoy día, tan solo tres años después, el panorama está patas arriba. Las publicaciones electrónicas de libros están a la orden del día, sin bien todavía en un maremágnum de precios que parece lejos de aclararse. Por otro lado, la existencia de numerosas páginas webs, públicas y privadas, que contienen miles y miles de libros accesibles por el usuario a coste cero son la guinda de este pastel cada día más grande y que nos estamos comiendo cada uno según su conciencia y posibilidades.
Se lee, o se puede leer, en cualquier dispositivo electrónico. He visto ya a varias personas y yo incluso lo hago a veces, leyendo en los teléfonos móviles. Es de hacer notar que muchos de ellos presentan pantallas de cierto tamaño donde la lectura es más que posible, si bien teniendo en cuenta que sus pantallas retro iluminadas no son lo más adecuado, pero a todo se acostumbra uno. Las tabletas disponen de estas pantallas y ya hay muchas personas que leen en ellas. Yo sigo prefiriendo mi «e-reader» de tinta electrónica donde me puedo pasar horas y horas sin problemas de reflejos ni de baterías.
Como digo, la oferta de libros está disparada. En estos últimos días ha aparecido en el mercado la posibilidad de contratar el acceso libre e ilimitado a una biblioteca de títulos por nueve euros al mes. Como todo, tiene sus limitaciones pues es necesario disponer de su propio y particular «e-reader» o en caso contrario leer en tabletas o teléfonos. Por esta causa, es decir, al no poder leer los libros en mi «e-reader», no podré ni siquiera pensar si me merece la pena la oferta aunque me he dado de alta y en el mes de prueba que ofrecen estoy probando su funcionamiento. Hay que estar un poco enterados de todo. Para quién pueda estar interesado, la plataforma es «NUBICO».
Y hablando de ofertas no es de desdeñar la cantidad de libros gratuitos que hay legalmente disponibles a cualquiera que se moleste un poco en buscarlos. La gran compañía de ventas de libros y otras cosas, Amazon, tiene multitud de libros a coste cero y bajo un prisma interesante a mencionar: muchos de ellos son libros de los denominados clásicos, pero otros son de autores noveles y no tan noveles que los ofrecen a los lectores sin coste alguno. No permanecen gratuitos toda la vida pero luego contaremos, tras el ejemplo, una forma posible de estar «al loro» para detectar esta posibilidad y «comprar» el libro a cero euros. Sin desmerecer a otros, pongo el ejemplo de un autor, Albert Salvadó, con unos cuantos libros publicados que hoy, al menos hoy y no sé durante cuanto tiempo, nos ofrece gratis en formato digital y a través de esta compañía su libro "Un voto por la esperanza". Sus otros muchos libros están disponibles en esta plataforma a diferentes precios rondando los tres euros. Decenas de autores ofrecen gratis sus libros y en esto puede pasar con en el mundo de la pintura: autores noveles desconocidos con el paso del tiempo pueden llegar a ser grandes. Ahora tienen la posibilidad de hacernos llegar sus obras, en formato electrónico, de una forma fácil y cómoda. Mencionaremos otro punto de acceso a libros gratuitos y legales «Gutenberg».
Como hemos dicho, en este mundo hay de todo. Una plataforma se ofrece de forma gratuita a informarnos con un correo electrónico cuasi diario de los libros gratuitos. Se añaden cientos casi a diario. Lo malo es recibir el correo y tener que refrenar las ganas de «comprarlos» todos. El sitio web donde podemos suscribirnos es «FREEBOOKSIFTER» pero si no lo hacemos ahí también disponemos de una clasificación por categorías para buscar lo que nos interese.