sábado, 12 de octubre de 2013

BLASdeLEZO



«Si hablan mal de Inglaterra, será un francés, si hablan mal de Francia, será un alemán...Si hablan mal de España, será un español» reza el dicho popular que incluso ha servido como título de un libro del siempre controvertido Fernando Sánchez Dragó.

En una reunión familiar el pasado fin semana salió en la conversación el nombre de Blas de Lezo, que yo no había oído en mi vida, como uno de los ejemplos más fehacientes de lo que podíamos llamar «el héroe olvidado». El motivo había sido la visita que este familiar había girado al Museo Naval de Madrid donde hay dos salas dedicadas de forma temporal a glosar la figura de este personaje del siglo XVIII como forma de rescatarle del olvido. La cosa hubiera quedado ahí si no hubiera ocurrido que el pasado miércoles recibiera el aviso de la disponibilidad, de forma legal y por un día, de un libro gratuito titulado «El paisano de Jamaica, el espía de Blas de Lezo» de Javier Romero Valentín. ¿Coincidencia?

Un poco de investigación en la red me permitió comprobar la existencia de varios libros sobre este personaje y sus andanzas, amén de verificar que el mencionado libro aparecía como recomendable por recrear la última batalla que libró don Blas y por la que hubiera merecido, además de por toda su trayectoria, un reconocimiento a su figura que hubiera traspasado los siglos y hubiera llegado hasta nuestros días. Dicho y hecho, descargué el libro y me puse a su lectura, encontrándole interesante aunque de gran volumen con sus casi doscientos cuarenta mil vocablos.

Don Blas de Lezo y Olavarría nació en la guipuzcoana villa de Pasajes de San Pedro en 1689 y a los catorce años se embarcó como guardiamarina. En su primera escaramuza en Vélez-Málaga contra la escuadra anglo-holandesa perdió una pierna. Contaba quince años tan solo y ya era conocido como «patapalo». Lejos de cesar en sus intenciones militares, siguió en la brecha, perdiendo posteriormente un ojo en Tolón y finalmente un brazo en Barcelona. Ascendido a capitán de navío con veintitrés años, a los veinticinco era cojo, tuerto y manco, de ahí el sobrenombre de «Mediohombre» por el que fue conocido. Siempre venció en sus enfrentamientos con los ingleses, especialmente en la última batalla en Cartagena de Indias, en 1741, donde con tres mil hombres y seis barcos hizo frente y «mojó la oreja» al pretencioso ejército inglés con sus ciento sesenta barcos y veinticinco mil hombres comandado por el presuntuoso Edward Vernon, que soñaba un día sí y otro también con Blas de Lezo. Los ingleses estaban tan seguros de su victoria que llegaron a acuñar monedas conmemorativas de la misma, vendiendo la piel del oso antes de cazarlo. Blas de Lezo demostró una capacidad sin igual, teniendo que luchar incluso contra su propio virrey, un pazguato que llevaba sistemáticamente la contraria a sus indicaciones de defensa.

Denostado por el rey Felipe V y con una malísima relación con el virrey Sebastián Eslava, Blas de Lezo murió en Cartagena de Indias en septiembre de 1741 a consecuencia de las heridas recibidas en los combates, siendo enterrado en un emplazamiento desconocido y sin ningún honor. Por el contrario, si visitamos la estatua de Edward Vernon en la zona londinense de Portobelo o su tumba en la abadía de Westminster podremos contraponer el modo vergonzoso en que el vencedor en aquella batalla tan desigual fue olvidado con la forma en que fue ensalzado el perdedor.

Como anécdota que podemos convertir en significativa, el Museo Naval de Madrid ha solicitado a Inglaterra un retrato de Edward Vernon para complementar la exposición sobre Blas de Lezo que ha sido negado por los ingleses con razones poco menos que esperpénticas. En su lugar hay una fotografía. El Museo Naval es visitable de martes a domingo de forma gratuita, con la posibilidad de visitas guiadas asimismo gratuitas. Una visita más que recomendable por la gran cantidad de objetos y de historia de España contenidos en sus salas, amén de la exposición sobre este insigne y olvidado marino español, que estará hasta el 13 de enero de 2014.

A la entrada de la exposición pueden leerse en un panel los siguientes adjetivos: valiente, orgulloso, fuerte, leal, independiente, estratega, astuto, tenaz, patriota, genuino, apasionado, líder, luchador, capaz, audaz, trabajador, previsor, sereno, inteligente, honesto, prudente, justo, altanero, exigente, eficiente, previsor, respetuoso, persuasivo, responsable, enérgico, firme, convincente. Sobra decir a quién son aplicables y por extensión a quién o quienes no lo son. ¡Cuanto me gustaría que algún político de los que nos han tocado en suerte, no quiero señalar a ninguno, fuera merecedor siquiera de alguno de estos calificativos!