domingo, 7 de septiembre de 2014

ESTACIONANDO



Hacía tiempo que no me salía la vena automovilista en mis escritos en este blog. A riesgo de repetirme en alguna cosa, voy a plasmar mis impresiones sobre algunos aspectos del mundo del automóvil referidos al modo de estacionar que tenemos los humanos. El título es un sinónimo de «aparcando» debido a que ya hace unos años hice una reflexión de corte parecido.

Las relaciones de cada persona con su vehículo o vehículos pueden llegar a ser muy particulares, desde un desapego total hasta un afecto profundo. Yo me inclino más hacia la segunda acepción, sin exagerar, y procuro cuidar mi coche dentro de unos límites razonables. Ello implica que, en el momento de aparcar no lo deje en cualquier parte y busque aparcamientos que a mi juicio dispongan de una cierta seguridad, física, para el coche. Por ejemplo, huyo de los aparcamientos en batería, en los que con mucha posibilidad puedan llenarte las puertas de «abolloncitos» debido al descuido de los que aparquen a tu lado y abran la puerta sin excesivo cuidado, especialmente si son niños. En numerosas ocasiones no es posible evitar el aparcamiento en batería, como en grandes superficies, pero siempre podemos minimizar este tipo de incidencias buscando una columna o aparcando el coche un poco más lejos en zonas menos concurridas o que tarden más tiempo en llenarse.

El aparcamiento en la calle tiene otras connotaciones. En numerosas ocasiones doy más vueltas de las que daría el común de los mortales buscando un sitio, primero donde no esté prohibido y segundo que existan unas condiciones mínimas de seguridad ante abolladuras. Nunca estaremos seguros de que no llegue uno de estos conductores que aparcan por contacto y oído y además sentados en un opulento 4x4 dotado de bola trasera para el remolque y que no dudan en incrustarte en tus paragolpes, esos que ahora son de plástico y ceden razonablemente un poquito o se parten a la menor presión.

La imagen superior izquierda es relativamente frecuente en esa esquina. El paragolpes arrancado de cuajo, el retrovisor colgando y roto, la aleta abollada o el lateral debidamente decorado a rayas. El motivo es muy sencillo: en una calle estrecha de una sola dirección se permite el aparcamiento a ambos lados. Cuando las ruedas de los coches están en perfecto contacto con la acera, queda un exiguo espacio donde los coches pasan «vaya-vaya», las furgonetas con dificultad y otros vehículos de mayor tamaño… golpean o arrancan. Y muchas veces se largan, como ocurrió en este caso, sin dejar una nota al propietario que al regresar se encuentra con este pastel.

Yo nunca dejaría el coche en esa calle, u otras similares, porque en cuanto que el vehículo de enfrente no haya sido cuidadoso y se haya arrimado bien a la acera, el estrechamiento del paso solo puede acabar en algún destrozo, como sucede, ya digo, con harta frecuencia. La Policía Municipal lo sabe, las Autoridades también, pero se trata de poner a disposición de los conductores la mayor cantidad de plazas disponibles, aún a riesgo de la integridad de los vehículos. Quizá en otros países se pudiera pedir daños y perjuicios al Ayuntamiento ante un hecho de estos por conocer la situación y no tomar medidas. Aquí lo único que cabe es tener un seguro a todo riesgo y que no te cancele la póliza o aumente la prima por dar muchos partes aunque tú no hayas tenido la culpa o haya un contrario identificado.

Algunos conductores, que conocen el percal, insisten en aparcar en esa zona, como puede verse en la imagen superior derecha. Para evitar los destrozos, suben el coche a la acera, invadiendo el paso de los peatones, que cobran venganza a su vez doblando los espejos o limpiaparabrisas cuando no utilizando una llave y decorando a rayas el lateral que supuestamente queda protegido. La solución está clara: ampliar una de las aceras y dejar aparcamiento únicamente en un lado de la calle. Pero el tiempo pasa y la vida sigue…

Claro que, en esto del aparcamiento, otros son muy suyos, como puede verse en la imagen inferior izquierda. En un sitio donde caben perfectamente dos coches, aparcan bien en medio sin preocuparse y se marchan tan tranquilos. Aunque a lo mejor es una manera de reservar un sitio a un amiguete que venga detrás diciéndole donde tienes tu coche y cuando llegue que te ponga un «guasap» para moverlo y dejarle sitio, pero no creo que sea este el caso; parece más como que el que venga detrás que se aguante y siga buscando sitio.