sábado, 9 de mayo de 2015

BELLACOS



Especialmente en estas fechas en las que estamos metidos de lleno en precampañas electorales… ¿se debería cambiar la expresión «mentir como un bellaco» por «mentir como un político»? Y conste de antemano que no voy a meterme en contubernios políticos porque es un asunto que no me merece la pena y en el que no quiero ni perder siquiera un segundo. El adjetivo bellaco hace referencia —según el diccionario oficial— a «una persona mala, ruin, pícara aunque también astuta y sagaz», pero en el diccionario Vox se amplía el significado con «que es malo moralmente y ruin; en especial, que comete delitos: poca valentía demuestran los bellacos que, cual cazadores furtivos, asesinan a ancianos por la espalda, tienden cebos explosivos junto a niños y rematan a las madres en presencia de sus criaturas”. Aplicando estos conceptos a la expresión «mentir como un bellaco» se trataría de una persona que «cuenta grandes mentiras, de una manera cobarde, astuta y sin avergonzarse de hacerlo».

En estos días estoy leyendo, releyendo, un libro con el que he realizado por primera vez una acción en todos mis años de lector empedernido: según he finalizado su lectura he empezado a leerle de nuevo, despacio, sin prisa, saboreando sus frases y sus enseñanzas. Por lo que a mí respecta lo declaro convertido en mi catecismo particular de enseñanzas básicas que todo humano actual debería saber y me comprometo a leerlo al menos una vez al año para disfrutarlo y recordar esos conceptos básicos que todos sabemos pero se nos olvida aplicar a nuestra vida diaria. El autor del libro es Yuval Noah Harari y su título «De animales a dioses (Sapiens). Una breve historia de la humanidad». La inversión de once con treinta y nueve euros realizada en la compra de su versión digital es nimia en relación al placer que me está procurando su lectura. Aunque seguramente volveré con más calma sobre este libro, un resumen rápido del mismo sería que desvela las tonterías ingentes sobre cuestiones básicas que tenemos asumidas los homo sapiens y las pone en su sitio, a las teorías y a los sapiens, en base a cuestiones básicas de antropología y desarrollo.

Pero centrémonos en el tema que nos ocupa. ¿Quién o qué es el banco de Santander? Si atendemos a las explicaciones del libro diríamos que es una simple entelequia, un concepto, eso sí, admitido y mantenido por miles o millones de humanos que le damos contenido a una «cosa» que no existe. Como hacen los seguidores de un club de fútbol o los adeptos a una determinada religión. En el libro se desarrolla este concepto con el ejemplo del «mito Peugeot», un concepto en forma de empresa fundado hace más de cien años que se mantiene, actúa, produce, vende es conocido y utilizado por millones de personas en todo el mundo. No dejen de leerlo, por favor.

Resulta que el banco de Santander, que recordemos tiene presencia enteléquica pero no física, parece por la noticia que miente como un bellaco, a sabiendas de que lo hace. Aunque no es muy conocido, el acusado en un juicio puede mentir largamente siempre y cuando sea en su defensa y para evitar auto inculparse. En estos últimos tiempos estamos asistiendo a toda una cohorte de mentirosos —no quiero pensar en que sean ignorantes o desmemoriados— en las cortes judiciales que manifiestan sin que se les caiga la cara de vergüenza que no saben o no recuerdan. Y los tenemos de todo tipo: personas con cualidades masculinas que declaran con evasivas ante los jueces en sus implicaciones en vergonzosos casos de alcance nacional como Noos o Gurtel o personas con cualidades femeninas que manifiestan desconocer lo que hacían sus maridos aunque bien que se beneficiaban de ello. Pero por si no fuera suficiente con personas físicas, también las jurídicas utilizan la mentira a sabiendas como en este caso en que se llega a manifestar que una persona ha muerto para entorpecer la acción de la justicia, llamarse andanas y evitar las consecuencias de su nefasta acción. ¿Pueden los jueces meter en la cárcel al banco de Santander? Y entiéndase como un ejemplo que sería equivalente para otros muchos conceptos-empresas de renombre del panorama nacional o internacional que no se distinguen precisamente por sus buenas prácticas, ni para con sus empleados ni para con la sociedad.

Y yo me pregunto ¿tiene algo que ver que el empleado haya fallecido o siga vivo? El responsable del desaguisado es el concepto «banco Santander» y es ese concepto el que debe responder de sus malas acciones y ser castigado si se demuestran, con independencia de que la acción haya sido realizada físicamente por un empleado infiel o un ordenador atolondrado y mal programado. Por hacer el asunto extensivo, me hago de cruces cuando la entelequia de un partido político intenta poner el foco en las personas de sus tesoreros por haber estado realizando prácticas delictivas en su gestión. No señor, el responsable de esas prácticas ante la sociedad que mantiene esa entelequia es el partido o la empresa y luego, después, que el partido o la empresa se las arregle metiendo en cintura a sus empleados díscolos, que por lo general no lo son tanto y actúan siguiendo las instrucciones de otros más altos en la jerarquía o por lo menos con conocimiento y anuencia de los mismos. ¿A quién quieren engañar? ¿Se creen que somos tontos o nos chupamos el dedo?

Como bien se nos recuerda en el libro aludido, los homo sapiens hemos perdido el norte y olvidado nuestra razón de ser. Los conceptos que vamos creando y asumiendo para una mejor convivencia se vuelven contra nosotros y nos procuran todo lo contrario: sinsabores e inseguridad.