sábado, 2 de mayo de 2015

HONDA



Hace ya casi dos años titulaba una entrada de este blog como «PROFUNDA». Reproduzco aquí el primer párrafo de esa entrada: «Más que profunda, honda y oscura. Ya hace años que se acuñó el término de «La España profunda» para designar no solo hechos sino lugares que parecían detenidos en el tiempo y que por mucho que el resto avanzase, lentamente, hacia un poco de modernidad, se resistían contra viento y marea. Estamos ya bien entrados en el siglo XXI y uno se hace de cruces cuando encuentra, en los sitios más insospechados, situaciones que parecía que estaban erradicadas desde hace años».

El asunto es más de lo mismo comentando un par de hechos que me han ocurrido estos días pasados y en los que uno por más que medita sobre ellos no puede menos que hacerse cruces y pensar que muchas veces estamos transitando por un camino muy estrecho con precipicios a ambos lados en los que podemos caer en cualquier momento. Se oye mucho últimamente la palabra corrupción, pero me parece que es un hecho instalado en todos y cada uno de nosotros, que ejercitamos unos más y otros menos en la medida de nuestras posibilidades. No parece haber en las farmacias suficiente jarabe de ese llamado de palo que nos haga entrar en razón, ni por las buenas ni por las malas.

El primero de los hechos al que quiero referirme es sobre un asunto de alojamiento. Pretendía pasar un fin de semana placentero lejos de la gran ciudad. Reservo el alojamiento con tiempo, generalmente un par de meses y como hay que ser justos y agradecidos a aquellas cosas que funcionan bien, mencionaré aquí que lo suelo hacer a través de la plataforma www.booking.es; funciona bien, no es necesario ningún adelanto pecuniario, puedes cancelar sin coste hasta unos días antes y la oferta es amplia y variada. Lo único menos bueno, algo tenía que haber, es que hay que facilitar una tarjeta Visa que cubra la no presentación en el establecimiento el día de la reserva sin haber efectuado una cancelación previa. Pero bueno, VISAS las hay de todos los tipos y para todas las circunstancias…y no digo más.

Otro planteamiento que suelo hacerme es intentar reservar el alojamiento en alguna localidad o pueblo pequeño a corta distancia de la ciudad que quiero visitar. Por poner un ejemplo positivo, hace un tiempo y con ocasión de mi visita a Zamora, reservé en un hotel rural espectacular en la cercana localidad de El Perdigón, a ocho kilómetros de Zamora. El inconveniente del desplazamiento con el coche queda soslayado de largo con la facilidad de aparcamiento y la tranquilidad que te depara un pueblo pequeño. Cuando me retiro a descansar no necesito hacerlo en la gran ciudad donde por lo general suele haber más problemas a la hora de aparcar el coche, viéndote en muchas ocasiones obligado a reservar, y abonar, la correspondiente plaza de aparcamiento.

Este fin de semana he podido constatar en estos temas la España Profunda. Cuando viajo en fin de semana y salgo un viernes por la tarde después del trabajo, suelo avisar telefónicamente al hotel de mi hora de llegada. Por mera precaución y por meter un poco de ruido, suelo decir que llegaré una o dos horas más tarde de lo que realmente pienso que ocurrirá, por aquello de cubrirme las espaldas y poder parar a disfrutar de algún paisaje espectacular o cubrir algún pequeño inconveniente en el viaje. En este caso, mis llamadas a lo largo del viernes, a varias horas del día, resultaron infructuosas: no me descolgaban el teléfono ni para atrás. Una cosa que me puso en guardia es que se trataba de un teléfono móvil, algo no habitual y quizá sospechoso para un establecimiento hotelero. Por ello no pude comunicar telefónicamente la hora, aunque al hacer la reserva había puesto en las anotaciones que permite la página web que llegaría sobre las 21:00 horas.

Llegamos realmente a las 19:45 y lo que vimos nos dejó atónitos. El establecimiento reservado aparecía cerrado con una cadena como pueden ver en la imagen izquierda. Entramos dentro brincando por encima de la cadena exterior y todo estaba cerrado con verjas y cadenas, a oscuras… nadie. La imagen era descorazonadora. Intentamos una nueva llamada y que si quieres arroz Catalina, nada de nada. Ante el panorama, y viajando con una niña pequeña, optamos por tirar de teléfono, hacer una reserva en la localidad cercana que realmente queríamos visitar, tomar una foto documental del hecho [1] y largarnos con viento fresco de allí.

A las 21:30 recibo una llamada en mi móvil, que había facilitado al hacer la reserva, preguntando si íbamos a acudir. Omito los detalles y creo que al final el interlocutor entendió que ciertas cosas tienen unos mínimos de funcionamiento y que intentar hacerlo de otro modo es inviable: no se puede no coger el teléfono, no se puede tener un establecimiento hotelero cerrado y algún intercambio de opiniones más que no vienen a cuento y que luego indagué sobre este establecimiento que me hacen pensar que hice muy bien al marcharme de allí, además de que deberé aprender en el futuro sobre efectuar reservas en ciertos establecimientos por muy avalados que estén por páginas de internet sin haber indagado algo antes. No sé si intentarían, sin conseguirlo claro, cobrar algo por mi ausencia sobre la Visa que les había facilitado…

Y el segundo hecho es del mismo corte que el referido en la anteriormente mencionada entrada «PROFUNDA». Un pueblo perdido en la provincia de Guadalajara, con una cierta fama por una atracción turística desconocida para mí pero de muy recomendable visita: Recópolis. Un restaurante con muy buena pinta, muy acogedor, con una buena relación calidad precio y al que volvería y recomendaría, aunque omito aquí su nombre por razones obvias, aunque es fácil deducirlo si se pone un poco de interés. Con una amabilidad exquisita, el maître nos indicó que no tenían carta, que la carta era él, y que nos ayudaría en nuestra elección. Todo bien, salvo que por experiencias pasadas que no quiero volver a revivir, le tuve que ir preguntando uno a uno los precios de los platos en los que estaba interesado: las sorpresas al final de una comida en la cuenta no son agradables si te dedicas a pedir cosas cuyo precio desconoces. No se lo tomó mal, ni en los platos ni en los postres, nos invitó al clásico chupito y la comida estaba muy bien, muy agradable y la relación precio calidad más que aceptable. Estamos hablando de un coste de 31 euros por persona, que no es moco de pavo.

Al pedir la cuenta, nos trajeron el «COMPROBANTE» [2] que se puede ver a la derecha de la imagen superior: ni nombre de la empresa, ni C.I.F., ni datos de dirección, ni nombre del camarero… más escueto imposible: fecha hora e importe de los platos. ¿Con I.V.A.? ¿Sin I.V.A.? Vaya Vd. a saber. Para la próxima vez que me ocurra esto de asistir a una carta parlante, además de preguntar el precio me anoto que tengo que preguntar, cuando me respondan, si es con o sin I.V.A.

Por más que lo intento, no alcanzo a entender cómo establecimientos con una cierta trayectoria y que parecen funcionar muy bien se arriesgan a que algún día un comensal, ante tamaño despropósito en el «comprobante», ponga en el plato, en este caso un cofrecito muy mono, un carnet de inspector de Hacienda en lugar de dinero o una tarjeta de crédito…