sábado, 1 de agosto de 2015

HERRAMIENTAS




Voy a empezar esta entrada con una frase un poco irreverente, pero tiene sus años y su enjundia como todas las frases y refranes a los que soy tan aficionado. Concretamente es aquella, con perdón, que dice que «con buena picha bien se jode». Viene a cuento porque cuando uno se pone a hacer cualquier trabajito de bricolaje es fundamental contar con las herramientas adecuadas. Yo he visto a algún desalmado intentar poner un tornillo con un formón, con el consiguiente desaguisado, falta de fuerza en el apretado del tornillo y mellado del formón dejándolo de herramienta decorativa. Para los tornillos se han inventado los destornilladores. O podríamos decir igualmente atornilladores, tanto monta.

Aunque últimamente no practico de forma activa el bricolaje, he dedicado muchas horas de mi vida a esta actividad. Especialmente en los años setenta y ochenta del siglo pasado, cuando disponía de un garaje que convertía en un pequeño taller con solo sacar el vehículo a la calle. Y una de mis debilidades era el disponer de la herramienta adecuada para cada cosa. Recuerdo numerosas tardes placenteras haciendo tareas varias acompañado siempre de la radio como compañera constante. Una delicia. No me importaba gastar, yo lo denomino invertir, en herramientas especiales para cada tipo de trabajo, pues con ello conseguía hacer las cosas mejor y al mismo tiempo disfrutar más de la actividad.

Tenía la enorme suerte en aquellas fechas de laborar en un curro, acepción admitida por el diccionario para conversaciones coloquiales, que me dejaba libre a las tres de la tarde. Aquello sí que era conciliar familia, ocio y trabajo, y no lo que hay ahora, que se habla mucho y se practica poco, especialmente porque parece que a las empresas, por lo general miopes en estos asuntos, lo único que parecen querer controlar son las horas que sus trabajadores están «estando», que no trabajando. Así nos luce el pelo.

Volviendo al asunto de la inversión económica en herramientas, una práctica fundamental era o bien no prestárselas a nadie o si acaso a algún conocido con mucho cuidado y miramiento: lo del formón que he contado antes es una historia real que presencié en mi propio «taller» cuando el amigo me «ayudaba» a hacer un mueble para su casa. Ello me derivó en numerosas horas dedicadas a hacer cositas para las amistades, cuestión que no me importaba entonces porque me servía de entretenimiento y relajación, salvo cuando algunos, concretamente alguna, se volvió exigente y hubo que decirla esa palabrita corta de dos letras que raramente se entiende y que no es otra que «no». De aquellos años conservo muchas herramientas. No prestándolas no corres el peligro de que no te las devuelvan o que lo hagan dejándolas en un estado lamentable, cosa que también me ocurrió con demasiada frecuencia hasta que me hice egoísta y la palabra «no» afloraba con velocidad a mi vocabulario en estos asuntos. Paso a comentar dos de mis herramientas preferidas.

La más querida era una fresadora, ya se sabe, una máquina eléctrica que te permite hacer filigranas al labrar los cantos de la madera y sentirte, dentro de la modestia, como si hubieras subido un peldaño y empezaras a ser un ebanista en lugar de un carpintero, que para todo hay categorías. En la imagen se pueden ver dos maderas que conservo de la época y que son una maravilla de diseño: con la misma fresa utilizada en el canto de una madera en sus dos posiciones, horizontal y vertical, se conseguía una canaleta que permitía encajar perfectamente una pieza con otra de forma que no se viera el canto y que utilicé con profusión para confeccionar desde simples sujeta libros hasta cajones y muebles más complicados, como una mesa de salón para un amigo que me quedó la mar de aparente. Desgraciadamente la fresa no la conservo, no sé dónde habrá ido parar en los muchos movimientos de cachivaches realizados en mi vida, pero sí conservo la maquina fresadora, que funciona a la perfección.

La otra herramienta es una sierra de ingletear –no se puede decir «ingletar», que puede verse en la imagen y que permite cortar las molduras en ángulos de 45 grados u otros para unirlos. Por aquella época hacía exposiciones de fotografías y enmarcaba muchos cuadros propios, por lo que me decidí a construirme yo mismo los marcos. Fue un pelín complicado, por aquello de no ser un profesional, pero conseguí que me dejaran comprar molduras en sendas fábricas de Villaviciosa de Odón y Torrijos, en Madrid y Toledo respectivamente, con lo que a base de sierra y cuidado hacía los ingletes en las molduras y con el gato especial que también puede verse en la imagen me confeccionaba mis marcos. Una cuchilla especial me permitía también confeccionar los paspartús de cartón con lo que el resultado final de mis trabajos quedaba como si fueran de verdad.

Tenerlas todas en orden, cuidarlas, limpiarlas, engrasarlas y sobre todo no prestarlas son las buenas prácticas para disponer de herramientas y disfrutar con ellas en nuestros trabajos caseros. Algunas veces me doy un paso por los «Akíses» o los «LeroyMerlines» de turno y se me hace la boca agua al constatar cómo han evolucionado las cosas y la cantidad de nuevos archiperres que se han inventado en este mundillo. Solo estoy a la espera de tener que hacer ese trabajo especial que me justifique la adquisición de una nueva herramienta…