domingo, 24 de abril de 2016

EDUCACIÓN




Nunca recuerdo en mis épocas de colegio cuando era niño y adolescente unas especiales instrucciones relativas al comportamiento en sociedad que debemos mantener todas las personas si deseamos que la convivencia sea sino placentera cuando menos llevadera. Las propias vivencias y la observación de lo que hacían los demás, el llamado aprendizaje por imitación o vicario era suficiente para tener bien claro lo que había que hacer y fundamentalmente lo que NO había que hacer.

Si vamos por la carretera abriendo las ventanillas del coche y lanzando al arcén todo tipo de objetos, acción que es realizada de forma generalizada y con una reiteración insólita, los niños que viajen en esos coches aprenderán esto como una norma de conducta que repetirán de mayores. Y la prueba de que esto ocurre es que con bastante frecuencia vemos en los arcenes de las carreteras unas bolsas de basura como las de la imagen repletas de residuos que la gente arroja desde sus vehículos. Y es que uno de los espacios en los que más se muestra la educación o la falta de la misma es en todo lo relacionado con el mundo de la circulación.

Es evidente que en los espacios públicos en los que nos relacionamos con los demás es donde más se hace necesario el exhibir una correcta educación y respeto por las normas. El tirar cosas en la vía pública era una cosa que antaño no se llevaba pero parece que ahora está de moda y a poco que nos fijemos podemos contemplar todo tipo de restos y desechos en la vía pública lanzados sin ningún pudor. Y por muchos empleados de limpieza que existan no podemos tener uno para cada uno detrás nuestra que vaya recogiendo nuestra basura. La mejor limpieza es la que se deriva de no ensuciar.
En este tramo final de mi vida laboral tránsito por diferentes empresas en pequeños proyectos de colaboración que duran algunas semanas. Los espacios comunes como suelen ser la cafetería, el comedor o los baños son un fiel indicativo del nivel de educación. Muchas veces me pregunto si algunas acciones que se realizan en esos espacios se realizan también en la intimidad, por ejemplo en nuestro hogar.

Es relativamente frecuente ver a personas con la espalda en la pared con una pierna al estilo cigüeña apoyando completamente la suela del zapato en la misma. Como consecuencia de ello, marcas ennegrecidas jalonan los bajos de las paredes al modo de un cuadro modernista, pero no es el caso. Me quedo con las ganas de preguntar a alguno de estos personajes si hacen lo mismo en las paredes de su casa o consideran que la suciedad que se deriva de su acción no tiene importancia.

En algunas empresas hay un servicio continuo de limpieza en los comedores o salas habilitadas para que cada cual se lleve la correspondiente tartera, que no están los tiempos para dispendios diarios en consumir el menú. Lo normal es que no sea así y sorprende ver en qué estado quedan las mesas cuando se levantan los comensales; parece que en ellas hubiera estado comiendo una piara de cerdos en lugar de un grupo de personas. En el caso concreto de la empresa en la que estoy pensando hay servilletas, papeleras y en general todo lo necesario para que cuando se deje la mesa libre quede en unas condiciones mínimas para ser utilizada por los que vengan a continuación.


Pero es en los aseos en donde se muestran las condiciones más deplorables. Estoy hablando de empresas de alto nivel, con oficinas modernas y donde se supone que laboran personas cualificadas y teóricamente no sospechosas de falta de educación. Hay agua por el suelo, las toallitas de papel para secarse las manos acaban por todos lados fuera de las papeleras habilitadas al efecto, quedan en las encimeras de los lavabos restos de todo tipo, tales como crema de dientes cuando no algún tubo vacío que alguien se ha dejado olvidado porque debe suponer un esfuerzo desmesurado el depositarlo en la papelera. Estoy hablando de los baños de caballeros, porque evidentemente en los de señoras no he entrado.

Pero lo peor es si te ves necesitado de entrar a la zona de aguas mayores. Como esté avanzada la mañana hay casi que ir abriendo una por una las puertas para poder tomar una decisión. Aun existiendo urinarios de pared, parece que hay algunos que prefieren el WC y no se molestan ni siquiera en levantar la tapa con lo cual dejan aquello hecho una guarrería, eso cuando no han hecho sus cosas mayores y se marchan sin tirar de la cadena y utilizar la escobilla pensando que ha sido el último y que nadie va a venir detrás de él.

Me imagino que el personal que limpia a diario los baños tendrá un rosario de anécdotas de lo que se va encontrando en el desarrollo de su labor. De ahí me imagino que vienen esos carteles pegados en las puertas y que en un principio pueden parecer exagerados aunque me temo que no lo sean tanto a tenor de lo que se puede observar. Yo intento evitar por todos los medios mi acceso a estos lugares pero cuando estás ocho horas de forma continuada en una oficina es imposible no acceder al baño en más de una ocasión. No es la primera vez que he tenido que subir a la planta de arriba o bajar a la de abajo para poder «disfrutar» de unas condiciones mínimamente soportables.


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domingo, 17 de abril de 2016

INCÍVICOS




Si lo hace todo el mundo… por qué no lo voy a hacer yo también. Ya lo dijo una diputada en el propio Congreso de los Diputados de la Carrera de San Jerónimo: «¡Que se jo…!»

Ya he comentado hasta la saciedad en numerosas entradas de este blog mi opinión de que en asuntos de tráfico es donde se demuestra la educación del personal. A riesgo de resultar repetitivo, me acojo hoy al dicho de que «una imagen vale más que mil palabras», con lo que esta entrada va a ser fundamentalmente gráfica, con algunas imágenes de como los automovilistas interpretan a su manera las normas y señales de tráfico y sobre todo, fuera ya de reglas y leyes, piensan en los demás a la hora de comportarse. «Piense en los demás»… jajaja ¡que antiguo!







sábado, 9 de abril de 2016

LÓPEZ




El título de la entrada de esta semana parece que pudiera tratarse de un apellido, de los más extendidos en España, que llevan multitud de personas reales como un tenista famoso, una cantante o mi buen amigo Miguel Ángel, o ficticias como un súper agente, pero en realidad se trata de un nombre propio, una evolución curiosa de uno de otro idioma, «Lopepe», que significa «veloz» y que fue el elegido por una madre sur sudanesa para su hijo nacido en 1985 en la aldea de Kimontong en plena guerra civil y de secesión de Sudán, una guerra que duró más de 20 años y se llevó por delante la vida de cerca de dos millones de civiles, muchos de ellos asesinados. Por aportar más datos es el nombre, no el apellido sino el nombre, del atleta que puede verse en la fotografía.

No recuerdo si el ocho de agosto de 2008 estaba sentado frente al televisor viendo la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, aunque lo más probable es que sí estuviera pues es un evento que no me suelo perder, así como estar clavado frente a la pantalla el mayor tiempo posible durante la celebración de las pruebas, especialmente las de atletismo. Por unanimidad, resultó elegido por sus compañeros para portar la bandera en el desfile inaugural el atleta mediofondista López Lomong que se había nacionalizado tan solo un año antes. Con posterioridad, llegó a participar como un atleta más representando a su país de adopción en los juegos de Londres de 2012.

La historia de cómo llegó un niño sudanés del sur a representar en unos juegos olímpicos a los atletas norteamericanos es todo un ejemplo de superación, de constancia , de lucha, de agradecimientos y de situaciones encadenadas que dicen mucho de la raza humana, capaz de estas proezas al mismo tiempo que causante de los mayores males contra sí misma. Toda la historia está reflejada en un libro escrito por su protagonista, López «Lopepe» Lomong, ayudado y aconsejado por Mark Tabb. El libro se titula «Correr para vivir. De los campos de exterminio de Sudán a las olimpiadas». Una reseña del mismo puede verse en este enlace.

Comencé la lectura el lunes por la noche de la semana pasada en el momento de acostarme y lo rematé casi de un tirón el martes, teniendo que reconocer que me inundaron muchos sentimientos de emoción cercanos a las lágrimas al transitar por algunos de los pasajes y comprobar como por encima de lo mejor y lo peor de la raza humana, una persona constante y con fe en el futuro y en su Dios cristiano llega a alcanzar sus metas tras duros sacrificios, numerosas zancadillas y multitud de pruebas y sufrimientos.

No es posible desgranar aquí la historia sin hacer lo que ahora se denomina «spoiler» por lo que desde estas líneas recomiendo encarecidamente su lectura, muy amena, entretenida, con momentos sobrecogedores jalonados de agradables sorpresas y situaciones que pueden parecernos cómicas a los habitantes de la llamada «civilización occidental». Una de ellas que recuerdo vivamente es cuando el chaval se sube al Boeing 747 que desde Kenia vía El Cairo y Pekín le conduciría a su nueva vida en Nueva York y varias veces pasa la azafata ofreciendo la bandeja de comida; muerto de hambre, la rechazaba sistemáticamente porque no tenía dinero para pagarla. Otra es cuando esperaban todos los niños ansiosos a que llegaran los martes por ser el día en que se depositaban en la basura los restos de la comida de los empleados del campo de refugiados y podían tener un festín, una vez a la semana, liándose a codazos entre unos y otros por alcanzar algún resto que suponía el más delicado de los manjares para ellos. O estar jugando al fútbol con balones de trapo y verse obligado nuestro protagonista a correr descalzo 30 Km. alrededor del campo de refugiados para tras descomunal prueba recibir autorización para jugar al fútbol. Y así un día tras otro en un campamento donde se carecía de todo lo material y espiritual.

Llama la atención la inquebrantable fe en su Dios cristiano en todo momento que le permite sacar fuerzas de flaqueza y enfrentarse una tras otra a numerosas y durísimas pruebas. Y más de resaltar es el continuo agradecimiento mostrado por todo lo que recibe. Poco a poco va alcanzando sus metas, apoyado en todo momento por su papá y mamá americanos a los que muestra verdadero reconocimiento y devoción y que han demostrado su grandeza al acoger primero a Lopepe y luego a otros niños perdidos en su casa y darles todo el cariño como si fueran sus verdaderos hijos de una forma desinteresada. López persigue con ahínco el conseguir algo de dinero para poder ayudar a los muchos niños y familias que han quedado en Sudán y que no disponen de lo más elemental para vivir y sobre todo para poder estudiar. Gracias a su esfuerzo y con una nula e inexistente instrucción hasta los 15 años, consigue aprender un idioma nuevo y graduarse en la universidad como director de hotel compaginando sus estudios con los entrenamientos en atletismo para conseguir su sueño de ser olímpico, como su ídolo Michael Johnson, aquel que cuando era un niño vio competir y ganar en una televisión en blanco y negro a la que le dejaron asomarse a cambio de algo de dinero; posteriormente le conocería y saludaría en persona y diría que «La vida de López Lomong es una verdadera fuente de inspiración: Una historia de coraje, esfuerzo, abnegación que no se rinde ante nada, y de esperanza en medio de la desesperación. López es un auténtico modelo».

Todas comparaciones son odiosas y las diferencias y contrastes entre seres humanos que han existido siempre ahora son universal y puntualmente conocidas al instante. Oía en una conferencia esta semana que hay más teléfonos móviles en el mundo que retretes mientras se mostraba una imagen de un pastor africano hablando por su teléfono móvil mientras cuidaba su rebaño de vacas. Es probable que viva en una choza sin agua, electricidad o aseo…

Tras la lectura de este libro han venido a mi mente, por asociación, otros dos que lei hace tiempoy que me propongo desde ahora mismo volver a leer. Uno de ellos es «El salón dorado», de José Luis Corral Lafuente, por la coincidencia en el comienzo de la historia con el rapto de un niño que al final se demuestra como un hecho positivo en su vida y otro es «Los Papalagi», de Erich Acheurmann,  donde se muestran ante nuestros ojos los contrastes entre la vida en una aldea africana y la gran ciudad a los ojos de un asombrado nativo que descubre, entre otras muchas cosas, que las «chozas» de los blancos en la «civilización» tienen varios pisos, puertas, ventanas y hasta… ascensor.


sábado, 2 de abril de 2016

REFRENDO




En las prácticas bancarias de antaño, cada cliente contaba con un resguardo por lo general en forma de libreta o cartilla en el que constaba de forma fehaciente el saldo de su cuenta. Para clientes de tipo empresarial existían las cuentas corrientes de las que no había un reflejo unitario de los movimientos pero la comunicación de estos era cuasi continúa en documentos denominados extractos de cuenta. Con ello, en todo momento cada cual sabía el dinero que tenía disponible y de alguna forma estas cartillas o extractos eran una especie de resguardo que en un momento dado podía justificar un saldo en la entidad bancaria. Bien es verdad es que las operaciones eran contadas y casi todas ellas realizadas cara a cara de forma presencial en la oficinas bancarias o ante corresponsales en localidades donde estas no existían.

Esta semana de primeros de abril de dos mil dieciséis uno de los dos grandes bancos españoles ha anunciado el inminente cierre de más de cuatrocientas oficinas de atención al público, que es por lo general una práctica que lleva ya varios años realizándose aunque no se publicite, derivada de fusiones pero principalmente debida a un hecho que se extiende cada vez más, cual es el desarrollo de las tecnologías a través de internet, con lo que cada vez un mayor número de usuarios no pisa en meses o años las oficinas bancarias y realiza toda su operativa a través del ordenador o del teléfono. Esto representa unas ventajas indudables de rapidez, inmediatez y comodidad pero lleva asociadas unas connotaciones que no siempre hemos valorado lo suficiente.

Uno recuerda la época en que en las gasolineras existían empleados que te servían el combustible sin que en muchos casos tuvieras necesidad ni siquiera de bajarte del coche. En la actualidad y salvo en algunos casos excepcionales, estos empleados han desaparecido de la faz de la tierra y en su lugar el sufrido conductor dispone de unos guantes desechables de plástico para no mancharse las manos y auto atenderse por sí solo. La pregunta en este asunto es ¿ha descendido el precio del combustible por este hecho? El importe de los sueldos que el propietario del surtidor se ahorra con la inexistencia de estos empleados… ¿se ha repercutido al automovilista?

Con el asunto de los bancos pasa lo mismo. Con nuestro ordenador, nuestra electricidad, nuestro tiempo, nuestra impresora y en resumen con nuestros medios, nos auto realizamos las operaciones bancarias en nuestras casas y oficinas, lo que deriva en que cada vez son menos necesarias oficinas de atención presencial. Yo hace años que no piso una. Pero es que, es más, una de las entidades bancarias con las que trabajo prácticamente no tiene ninguna ya que toda su operativa está basada en internet. No hace falta decir que me refiero a esa que se identifica por un color naranja y que según informaciones copa el 82% de todas las operaciones bancarias que se realizan por internet en nuestro país.

Esta semana de finales de marzo y principios de abril de 2016, la operativa a través de internet de ese banco naranja ha estado parada por… «un problema técnico». No sabremos nunca la verdad ni conoceremos con detalle cual ha sido ese problema técnico y si pudiera haberse evitado con ciertas prácticas que se deben seguir en asuntos informáticos y que cada vez están más relajadas o no se realizan con la profesionalidad adecuada, y lo digo por experiencia. Lo «único» que no ha funcionado es la operativa a través de internet, pues los movimientos han seguido fluyendo y no ha habido problemas en cargos de recibos, abonos de transferencias o nóminas y extracciones de dinero en efectivo a través de los cajeros, operaciones estas que son las más básicas en el común de los clientes. Todo muy bien, pero… ¿y en otro tipo de operaciones?

Hay que reconocer que la entidad ha pedido disculpas por activa y por pasiva, en todos los medios y redes sociales e incluso a través de un correo electrónico personalizado. Pero cuando ya parece que no pasa nada y que debemos esperar a la próxima, sin entrar en disquisiciones profundas, se me ocurren un par de temas sobre los que había que reflexionar.

Uno de ellos es acerca de que ocurre con asuntos que hayan tenido consecuencias derivadas de esta falta de operatividad. Por ejemplo, personas que hayan tenido que hacer una transferencia para afrontar pagos en otras entidades, reservar una casa o un viaje, comprar acciones o abonar el colegio de sus hijos y que de alguna manera hayan sufrido algún tipo de pérdida o penalización por no poder realizar el pago a tiempo. ¿Tienen derecho a algún tipo de indemnización? ¿Es automática? ¿Hay que denunciar y meterse en asunto de abogados? Con la iglesia hemos topado, Sancho.

Y el otro asunto es un poco más sibilino y sin consecuencias inmediatas. Dado que gran parte de nosotros realizamos la operativa a través de internet, no tenemos ningún justificante o resguardo —documento acreditativo de haber realizado determinada gestión, pago o entrega— con el que poder demostrar nuestro saldo. Suponga por un momento que su entidad bancaria, la que sea, sufre una catástrofe en su centro de proceso de datos y cuando al cabo de un tiempo «x» recupere la información si es que lo consigue, esta está incompleta o tiene fallos o faltas. O sin llegar a estos extremos, suponga que Vd. que revisa cuasi a diario sus movimientos, se acostó ayer sabiendo que tenía en la cuenta algo más de tres mil euros y hoy cuando se ha levantado figuraban trescientos. ¿Qué hace? ¿Cómo reclama? ¿Qué documentos tiene que avalen su demanda?

Desconozco si las entidades bancarias tienen la obligación de comunicar a algún estamento oficial como la Hacienda Tributaria o el Banco de España los saldos detallados de sus clientes y en caso afirmativo con qué periodicidad. A nivel individual poco podemos hacer; yo guardo en mi disco duro los extractos mensuales, algo es algo, y en algunas ocasiones aunque confieso que no siempre, un pantallazo de lo que estoy viendo, repito que algo es algo. Otra solución peligrosa es ceder a la tentación de, total para los intereses que nos renta, mantener en las cuentas el saldo imprescindible para atender los pagos y los ahorros y el dinero del día a día llevarlo a otra entidad más personal, «Bankcolchón», pero como digo esto no es recomendable por numerosas razones que todos conocemos.

En una entrada antigua rotulada «RESGUARDOS» hablaba de estos temas pero en resumen y como dice mi buen amigo Miguel Ángel, «ajo, agua y resina», sigamos «perocontentos» y rezando para que no pasé «».