sábado, 14 de mayo de 2016

DUPLICADOS




Cada vez con más frecuencia estamos asistiendo a una digitalización galopante de todo lo que nos rodea, lo que implica hacer todo lo posible por convertirlo en una secuencia de ceros y unos, los llamados «bits», que permiten su almacenamiento en dispositivos electrónicos, léase «pendrives» o discos duros de nuestros ordenadores o más últimamente en la llamada «nube», donde estarán disponibles para nosotros en cualquier momento y lugar con la condición de tener disponible un aparato y disponibilidad de acceso a la RED para recuperarlos.

No hace mucho tiempo, la fotografía era analógica y en su decurso no había llegado al mundo digital, con lo que era necesario hacer las tomas con el correspondiente carrete o rollo fotográfico, llevarlo a revelar y obtener los negativos y sus copias en papel o en su caso las diapositivas que permitían su proyección. En interés de lo que estamos tratando en este tema, decir que era complicadillo obtener duplicados de los negativos y diapositivas aunque si se podían obtener en papel. Digamos con esto que los laboratorios fotográficos o alguno de sus operarios siempre podían copiar de alguna forma esa foto especial que les gustase por las razones que fueran.

Hoy en día, lo analógico en el mundo de la fotografía y la imagen en general es bastante residual. Todavía quedan personas que siguen con sus carretes pero cada vez es más difícil encontrar laboratorios industriales que te los revelen y te hagan las copias a papel e incluso el obtener los líquidos y aparatos para el hágaselo Vd. mismo en casa es bastante complicado, pues pocas tiendas comercializan lo necesario al ser una actividad prácticamente inexistente. Queda la posibilidad, que yo utilicé muchas veces en mis tiempos, de comprar los productos químicos en la droguería y con báscula y paciencia fabricárselos artesanalmente.

El hecho de que acudamos con nuestro «pendrive» a la tienda o incluso enviemos vía «ftp» a través de la RED nuestras fotografías al laboratorio implica que no son en su formato base más que unos archivos digitales que, para el tema que nos ocupa, permiten su copiado varias veces sin dejar rastro. Por ello, no tenemos ninguna garantía de que la tienda o laboratorio, ellos o algún empleado desalmado, se quede con copias de nuestras fotos, repito que sin dejar rastro; unas copias que por ser digitales son exactamente iguales, idénticas, sin ninguna diferencia entre original y copia. Hay medios de encriptar en las fotos marcas de copyright pero salvo que lo hagamos de una forma particular, también hay formas de quitarlas, está todo inventado.

Este ejemplo comentado con el mundo de la fotografía o la imagen, se hace extensible a otros muchos aspectos que han pasado a la digitalización, como la música, el cine, los libros, etc. etc., lo que implica un cierto descontrol en su circulación y distribución. Mientras tengamos nuestros archivos en el disco duro interno de nuestro ordenador o en un disco externo debidamente controlado, incluso cifrado, no hay peligro de que caigan en manos ajenas salvo que un espía o agente capacitado asalte nuestro domicilio y haga eso que no es tan sencillo pero parece fácil tal y como todos habremos visto alguna película o serie en las que alguien se cuela en el ordenador de otro y copia sus datos.

Cada vez más los datos están en la «nube», que es tanto como decir alojados en algún sitio desconocido y fuera de nuestro control. Cuando ponemos algún archivo nuestro en la «nube» estamos aceptando que puede ser copiado sin que nos enteremos y aparecer en donde menos se espere. Los llamados «hackers» están a la orden del día y si no que se lo digan, es un ejemplo, a los de Mossack Fonseca que deben estar pensando como más de once millones de sus archivos han sido puestos esta semana a consulta pública.

Para ilustrar un poco el tema, relato un hecho que me ha sucedido personalmente con un archivo que tengo alojado en la «nube» y mucho me temo que si ha ocurrido con ese será una práctica generalizada. Se trata de una nube de esas de empresas grandes como Microsoft, Dropbox, Google, SugarSync, Box… Hay muchas y aunque el hecho me ha ocurrido en una de ellas, que no concreto, lo más probable es que sea generalizado y si no lo es bien pudiera serlo. Todos los archivos en la nube tienen una especie de matrícula, una clave de identificación como por ejemplo «6eb482f5f898.6EA712F9EC8!10244» que permite a los ordenadores referirse a él de forma más precisa que utilizando su nombre. Pues bien, hace unas semanas borré un fichero, incluso de la papelera asumiendo y mostrando expresamente mi conformidad con la imposibilidad de su recuperación. Si intento acceder al fichero por el nombre me dice con toda lógica que no existe pero, ¡oh maravilla!, si intento acceder por su matrícula me lo recupera perfectamente, y eso que se supone que ya no existía.

Por seguir indagando en este tema, procedo a borrar el fichero por su nombre, a lo cual obtengo la respuesta, lógica, de que el fichero no existe, pero, ¡otra vez oh maravilla!, cuando lo intento borrar por su matrícula me dice, toma castaña, que ese fichero no es mío y que no tengo autoridad para borrarlo. La deducción es lógica y meridiana: el fichero realmente no ha sido borrado, sigue existiendo en algún lugar pero ya fuera de mi control, con lo que aunque yo crea que no existe esto no es cierto, una copia o más del mismo siguen estando «por ahí». El fallo gordo está en que el propietario de la «nube» siga dejando acceder por la matrícula a un archivo teóricamente borrado pero que sigue vivito y coleando con sus ceros y unos en algún lugar fuera de mi control.

De esto se deduce que mucho ojo con los ceros y unos que ponemos fuera de nuestro ordenador, subiéndolos a una «nube» o enviándolos por correo, «ftp» o cualquier otro medio electrónico. Es como el dicho aquel, que reza que «serás dueño de tus silencios y esclavo de tus palabras». Una vez que la piedra ha salido de nuestra mano hemos perdido el control sobre ella y la RED, cada vez más últimamente, nos está demostrando que su memoria es casi infinita y sus tentáculos muy largos.


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