Si nos aproximamos al diccionario oficial de la Real Academia de la Lengua Española buscando la entrada «pluma», accederemos a un sinfín de descripciones, hasta diecinueve en estas fechas de junio de dos mil dieciséis, algunas de ellas ciertamente curiosas por desconocidas, como por ejemplo «cada una de las virutas que se sacan al tornear», «pieza del cerdo posterior a la presa» o «ventosidad, pedo». Una de ellas, aclarada posteriormente es la de «pluma estilográfica» que se describe como «pluma de escribir que lleva incorporado un depósito recargable o un cartucho para la tinta». En lo de cartucho se ve que el diccionario está puesto al día…
Una de las cosas que recuerdo de mi infancia es la escritura de mi padre, que era preferentemente con estilográfica. Tanto en casa como en la oficina en la que trabajaba por las tardes, la herramienta de escritura preferida era la pluma. Esto escribía hace años en otra entrada de este blog
Escribía siempre con pluma y con una letra antigua y preciosa. La gustaba mucho escribir, con lo que en casa hay montones de papeles con notas, cuentas y anécdotas. En plena época de las máquinas de escribir, con motivo de tener que redactar alguna instancia o documento oficial, le requería para que me la escribiera, para presentarla con todo orgullo en el registro oficial donde sorprendía por el hecho de que fuera escrita a mano y además con esa letra tan característica.
Cuando ya contaba con algunos años, le pedía que me la prestara para escribir parte de mis deberes y con lo que recuerdo que disfrutaba sobremanera era con la operación de carga desde el tintero. Accionar el émbolo de goma, varias veces, con lo que se cargaba y descargaba, era como un juego con el que disfrutaba mucho y que en alguna ocasión me ocasionó alguna reprimenda porque, ya se sabe, «con las cosas de escribir no se juega». En la oficina en la que coincidí con él entre mis trece y mis diecisiete años también yo tomé la costumbre de utilizar la pluma, aunque mis cometidos eran más de realizar con la máquina de escribir. Desde entonces la pluma estilográfica ha sido un objeto lejano para mí y mucho más en los últimos tiempos en que lo que se escribe se teclea directamente en el ordenador. De hecho yo creo que gran parte de los adultos hemos perdido la costumbre de escribir a mano, ya que el correo postal ha caído en desuso al ser sustituido por dispositivos electrónicos que facilitan la rapidez y la inmediatez. Y más ahora donde ya no se teclea sino que se habla directamente para que la máquina lo escriba, con algunos errores, pero poco a poco los sistemas se van perfeccionando de forma sorprendente.
En algunas clases a las que asisto en los últimos años gusto de tomar apuntes a la antigua usanza, aunque por comodidad lo hago con bolígrafos de esos de gel modernos que permiten una fluidez espectacular. En la última clase recuerdo que llené 13 caras de notas, hecho que me sirve de base para el comentario central de esta entrada. Hay alumnos que toman las notas directamente en tabletas u ordenadores, lo que les permite una mayor velocidad, amén de que cuando acaba la clase ya lo tienen todo archivado en el ordenador de forma electrónica. Yo en cuanto llego a casa lo paso por el escáner y lo guardo pero en formato imagen lo que no permite su modificación para ampliar conceptos. Otra práctica realizada por algunos y que yo también he probado aunque no me gusta, es grabar la disertación del profesor en el teléfono móvil y luego en casa ir transcribiendo al ordenador, con la posibilidad de parar la charla si no nos da tiempo a tomar todas las notas que deseamos: la tecnología a nuestros pies y a nuestro servicio.
En mi pasado cumpleaños mi mujer me regaló una pluma estilográfica, grabada con mi nombre y mi fecha de nacimiento, preciosa, sencilla, agradable al tacto y con la que sobreviene un cierto placer en su utilización. Pero… en casa yo no tengo nada que escribir con lo que su uso es muy esporádico y casi forzado. Este modelo es de las de cartucho y coincidió que puse un cartucho nuevo antes de la última clase. La carga de ese cartucho me duró exactamente las trece caras de apuntes tamaño A-4 que tomé en la clase. Menos mal, porque no llevaba otro de repuesto pensando que duraría más, nunca había escrito tanto y tan seguido en los últimos tiempos. De vuelta a casa verifiqué que solo me quedaba un cartucho de la caja de cinco que venían en el embalaje original del regalo.
Se imponía la adquisición de respuestos, para lo que me dirigí a una papelería de la localidad donde me informaron debidamente que esa marca utiliza únicamente repuestos originales, que hasta donde ellos sabían no había compatibles y que el precio de la cajita conteniendo cinco cartuchos era de 3,40 euros. Aunque me parecía una enormidad, adquirí uno e inmediatamente, uno que es así, deduje que la toma de apuntes, las doce más una caras de A-4 me habían costado en el apartado de tinta la friolera de 0,70 euros, que parece una nimiedad pero…«si mi padre levantara la cabeza con sus pesetas…»
He indagado en otras papelerías locales y en superficies más grandes y el precio oscila entre 3,40 y 3,70 euros. Por internet he llegado a descender hasta 2,99 euros pero hay que añadir los costes de envío si solo vamos a pedir eso. Me resisto a este consumismo de desechables por la comodidad a un precio exorbitado. Indagando en foros y empresas de papelería, he visto que existe la posibilidad de utilizar cartuchos recargables de la marca, con su émbolo o pistón que no queda claro, de forma que pueda volver al clásico tintero y retomar las operaciones que tanto me divertían cuando era pequeño, amén de ahorrarme unos eurillos para retomar el placer de escribir con estilográfica.