domingo, 5 de junio de 2016

VEJEZ




Cuando uno ha superado ciertas fronteras vitales y quemado, casi, la etapa laboral tal y como se entiende actualmente, es bueno poner el magín a dilucidar qué hacer en el futuro, donde en teoría el tiempo libre se incrementará de manera significativa, eso sí, acompañado de una merma en los ingresos que pueden condicionar las decisiones, aunque también existen en este momento, aunque peligran de cara al futuro, ciertas facilidades para los mayores en lo que se ha dado en llamar el estado del bienestar en temas como asistencia a museos, viajes, excursiones, vacaciones, obras de teatro, etc. etc.

Los cambios vertiginosos a los que no estamos acostumbrados pero que se producen de un día para otro están cambiando de forma profunda los usos sociales. Hasta no hace muchos años, incluso ahora, la educación en nuestra época de adolescentes y jóvenes se preocupaba principalmente de dotarnos de herramientas y conocimientos para incorporarnos al mundo laboral. Para nada esta educación contemplaba la inevitable fase posterior, tras la jubilación, que bien es verdad y por lo general en caso de los hombres solía durar muy poco, pues las expectativas de vida no eran como ahora y la percepción de habernos convertido en ciudadanos inservibles, «abuelos», aceleraba nuestro abandono de este mundo.

Según estadísticas, los españoles tenemos en estos momentos una media de dieciocho años de vida tras nuestro retiro. Son muchos años para estar mano sobre mano, por lo que ya que no nos llenaron la mochila en nuestra época de estudiantes para afrontar con garantías esta etapa, bien haremos en procurarnos por nosotros mismos entretenimientos y actividades en las que emplearnos que nos permitan transitar por esta etapa de la vida con suficientes mimbres para mantener un interés y una curiosidad que alejen de nosotros la monotonía y el aburrimiento.

Siempre se aprende de la historia. Y en este asunto lo mejor es observar a los que nos rodean o han rodeado de nuestras propias familias y amigos para ir tomando nota de, sobre todo, lo que no debemos de hacer. Por otro lado, y teniendo en cuenta como se negocian por parte de nuestros políticos los montantes dedicados a nuestras coberturas futuras, léase pensiones, más vale que nos planteemos ciertas cuestiones con la suficiente antelación para no tener que sufrir situaciones adversas cuando ya no tengamos capacidad de reacción. Cada vez se habla más de una «vejez activa y productiva» que permita llevar una vida placentera siempre que la salud nos lo permita.

Conozco varios ancianos que pasan el día somnolientos o, como dicen ellos, despiertos con los ojos cerrados, sin nada que hacer. Bien en sus casas o en residencias, sus aficiones y su vida no les han dotado de entretenimientos que les permitan desarrollar actividades gratificantes, con lo que toda actividad es una televisión emitiendo imágenes y sonidos a la que no prestan atención pero no apagan. Cuando tienen la oportunidad de hablar con alguien, familiares o amigos, su comunicación es reiterativa hasta la saciedad, repitiendo una y otra vez los mismos hechos, muy pocos hechos, que por lo general versan sobre lo mal que está el mundo, lo que han sufrido en sus tiempos y sus problemas físicos y los de los que le rodean. Y esto lo digo por experiencia propia, pues aunque he reiterado hasta la saciedad a mi madre que no me hable de historias y problemas de gente que no conozco, su conversación trata únicamente de estos temas, los mismos, una y otra vez. Es mi madre y no me queda más remedio que estar con ella en las visitas y lidiar como puedo con sus mensajes.

Nuevamente me tengo que referir al extraordinario curso sobre los Desafíos y Retos del Siglo XXI que estamos a punto de finalizar bajo las extensas explicaciones del profesor Antonio Rodríguez de las Heras. Nos comentó una de sus metáforas que son de lo más acertadas. Nos mostró una serie de anuncios de los años 50-60 del siglo pasado en España, donde se podía ver siempre a la mujer en un entorno hogareño en su papel de casada y eficiente compañera del marido, en actitudes a todas luces que hoy en día están pasadas de moda. La mujer en aquella época era considerada como era considerada y más si recordamos que en España hasta los años treinta no podía ejercer su derecho al voto y hasta bien entrados los setenta necesitaba el permiso de su marido para abrir una cuenta bancaria. Las mujeres de aquella época estaban en «estado de exclusión social». Pues bien, ahora, los ancianos, viejos, abuelos, tercera, cuarta o quinta edad, son considerados de similar manera, personas que están entre nosotros pero que… estorban. Se obvian sus papeles de consumidores como los que más, de cuidadores, de hacedores de recados y solo se pone el foco en que ya han cumplido su papel y, como se hacía antes en las sociedades de cazadores recolectores, lo que deberían hacer es retirarse al bosque para finalizar sus días. De forma parecida ahora, los mayores están en «riesgo de exclusión social».

Cuando pueden llegar tiempos en que la movilidad de las personas se vea reducida y comprometida, hay que recordar que se puede escribir un blog, leer un libro, se puede conversar por Skype o similares, se pueden realizar cursos MOOC por internet… entre otras actividades enriquecedoras que permitirán al mayor seguir teniendo un proyecto de vida con ilusiones por seguir en este mundo el máximo tiempo posible. Pero como todo, se necesita una educación y entrenamiento para esta etapa que la sociedad hoy por hoy no proporciona ni fomenta y que habrá de buscarse cada uno por su cuenta. Y ¡ay! de aquellos que no lo hagan.

El número de personas mayores va en aumento en sociedades que no les valoran y que no pueden o no quieren invertir en ellas. Ante esto solo queda apelar a la imaginación y evolucionar adaptándonos a los tiempos: como estemos esperando que otros, incluso nuestros familiares, se preocupen y ocupen de nosotros, estamos listos.