domingo, 18 de septiembre de 2016

BANCOLCHÓN




La pregunta es muy sencilla y muy directa: ¿Qué sentido tiene hoy en día tener depositado en un banco nuestro dinero? Me refiero al poco dinero del que dispone el común de los mortales para hacer frente a su vida diaria.

Si hacemos un poco de historia y es algo que recordaran bien los de mi generación que ya empezamos a peinar canas, a finales de los años setenta del siglo pasado fue cuando se produjo el boom de las operativas bancarias fomentado en buena medida por la irrupción de las tarjetas de plástico y la informatización masiva de las operaciones en potentes ordenadores y terminales en las oficinas bancarias. Comencé mi andadura en 1972 como administrativo de una oficina de una caja de ahorros madrileña que ya no existe en la que todas las operaciones se hacían a mano, anotándose en las famosas libretas de ahorro o en las fichas de las cuentas y calculando los intereses devengados de forma unitaria operación a operación. Todo iba al día registrado puntual y manualmente, sin intervención ninguna de los ordenadores, solo el bolígrafo y la calculadora auxiliar para hacer las operaciones. Recordemos que esto ocurría en este caso concreto en 1972.

Por aquellos años, las operaciones de las personas normales eran de ahorro; las nóminas se cobraban en billetes, se preservaban en las casas para el gasto diario y se ahorraba un poco en la cartilla. Por cierto, en aquellos días además de ser una forma de ahorro, los depósitos estaban remunerados con un 2,50% de interés quincenalmente calculado si la memoria no me falla. Las cuentas corrientes, más destinadas a empresarios, estaban remuneradas con el 0,75% de interés diariamente calculado y tenían lógicamente más movilidad por aquello de los talones y las letras de cambio muy al uso en aquella época y que hoy en día prácticamente han desaparecido.

Con muchos pocos de aquellos dineros depositados, el banco o la caja reunía un capital que era la base de su negocio, su razón de existir, y que bien trabajado y colocado en inversiones y préstamos le procuraba unos beneficios parte de los cuales revertía a los propios depositantes mediante el interés que hemos comentado. No se pagaban, o muy pocos, recibos de consumos por el banco ya que para eso estaban los cobradores, básicamente del agua, la luz y pocos de teléfono, que pasaban por las casas personalmente a efectuar los cobros.

¡Cómo ha cambiado la situación hoy en día! Los cobradores han desaparecido y las empresas nos fuerzan literalmente a domiciliar y pagar los recibos de consumo de decenas de cosas por banco: no solo consumos básicos de los domicilios sino colegios, suscripciones a periódicos y revistas, el gimnasio o la peña de amigos. Las operaciones en las cuentas bancarias de las personas corrientes se cuentan hoy en día por decenas y no es raro que al cabo de un año hayamos alcanzado entre retiradas de dinero en efectivo, pagos en comercios y recibos varios centenares de operaciones al cabo del año en nuestras cuentas bancarias.

Con esto, los bancos han reinventado su cometido y no solo no nos dan ningún interés por nuestros depósitos sino que en muchas ocasiones y con las temidas comisiones que van y vienen nos cobran por sus «servicios», unos servicios a los que nos hemos visto obligados por ellos y por las empresas. Siguen teniendo nuestros ahorros, funcionan con ellos como base de su existencia pero ahora nos cobran por ello. Estamos refiriéndonos a las cuentas normales del día a día del común de los mortales, no a grandes capitales e inversiones que son tratados de otra manera con tejemanejes que en muchos casos bordean la legalidad o que tienen una letra pequeña que al cabo del tiempo se transforma en engaños o fraudes como el caso de las preferentes que todavía colea por ahí.

Tras todos estos devaneos, repito la pregunta: ¿merece la pena tener nuestro dinero en un banco? Evidentemente nos vemos obligados a tener algo que nos permita afrontar los nuevos modos de vida en domiciliaciones de recibos o uso de tarjetas, pero… ¿también esos ahorrillos los debemos tener ahí si no nos reportan un interés por ellos y nos fríen a comisiones? Con periodicidad los empleados de bancos acosan a esos clientes que mantienen unos ahorrillos sustanciosos con ofertas de inversiones que siempre habrá que valorar con cuidado y con una cierta desconfianza viendo lo ocurrido y sobre todo leyendo la letra pequeña dos y tres veces.

El asunto es que teniendo el dinero en el banco quedamos controlados por bancos y por organismos oficiales que de alguna forma indirecta saben nuestra capacidad y pueden utilizarla para diferentes fines. La alternativa es el famoso banco privado personal de toda la vida: «bancolchón», donde el dinero nos va a rentar lo mismo que el banco pero como hacía el tío Gilito podemos contarlo y verlo siempre que queramos, solo sabremos nosotros lo que tenemos y estaremos a salvo de algún «corralito» o «idea mágica» que se le ocurra al político o banquero de turno. El único y verdadero problema y es el que nos hace a muchos no utilizar ese banco privado personal es la seguridad ante los robos y asaltos a los domicilios, donde se demuestra que es mejor no tener nada de valor en casa y menos dinero. Algunos optan por las cajas fuertes, pero tampoco es una solución si nos encontramos en el domicilio cuando llegan los ladrones y nos obligan a abrirla de forma coercitiva. Otra alternativa son las cajas de seguridad de las que disponen algunas oficinas bancarias pero por el momento es un sistema de poco alcance y reservado para ciertos clientes, no para que el común de los mortales guarde allí sus ahorrillosa salvo de miradas indiscretas.

Seguiremos sin utilizar el «bancolchón personal» por el momento, pero bien harían los bancos en diseñar alguna alternativa porque el sistema no se mantiene por sus bondades sino a pesar de sus inconvenientes.