sábado, 27 de mayo de 2017

MOROSOS



¿Soy moroso? No sabría responder con exactitud a esta pregunta porque lo que yo suponía que significaba este vocablo en realidad no es así. La escritura de entradas en este blog supone una oportunidad, una necesidad, de consultar el diccionario, una práctica que me resulta enriquecedora. Resulta que «moroso» significa «que incurre en, denota o implica morosidad», por lo que hay que buscar «morosidad» que a su vez significa «lentitud, dilación, demora, falta de actividad o puntualidad». Con esto, llamar a alguien moroso es incorrecto según los planteamientos anteriormente conocidos por mí y lo que habría que utilizar realmente es deudor moroso.

Repitiéndome la pregunta inicial esta vez bien formulada, ¿soy un deudor moroso?, no sabría contestar con exactitud. Yo no tengo conciencia de deber nada a nadie pero esto no significa que otras personas, o mejor entidades, me consideren una persona cabal y cumplidora en esto de los créditos, porque como veremos a continuación, este mundillo se las trae. Un marasmo de ficheros, informaciones, entidades, y aprovechados pululan alrededor de este asunto que suele ser desconocido para el ciudadano de a pie hasta que se ve inmerso en algo que ni entiende ni comprende. Ese ha sido mi caso esta semana.

Con motivo del alquiler de un coche para las vacaciones, la empresa que me alquila el automóvil me informa que puedo pagar los importes con una tarjeta bancaria de débito, pero adicionalmente es necesaria otra tarjeta bancaria, esta vez de crédito, para cubrir los posibles gastos adicionales que pudieran producirse durante el alquiler, tales como multas o similares. Durante toda mi vida, hipotecas aparte, he tenido la suerte de poder huir de los créditos, ya que he seguido las enseñanzas de mi padre de no meterme en charcos dinerarios si previamente no tenía el dinero ahorrado para afrontarlos, aunque esto signifique que soy un rara avis en el panorama actual, donde estar endeudado hasta las cejas es o que se lleva y te permite disfrutar aquí y ahora de cosas que pagarás en el futuro o ya veremos.

Con uno de los dos bancos con los que trabajo actualmente tengo una relación positiva y sin problemas desde hace más de quince años. En sus inicios me concedieron dos tarjetas, una de débito que es la que utilizo normalmente, y otra de crédito, de esas conocidas como «oro» que tenía un importe máximo, si mal no recuerdo, de cinco mil euros. Dado que no la he utilizado nunca, en algún momento hace años decidí por mi cuenta rebajar el máximo de crédito de cinco mil a seiscientos euros, por si acaso. La verdad es que la empresa de alquiler de coches no especifica cuanto importe máximo de crédito debe tener la tarjeta, pero pensé que podría venir bien el aprovechar la ocasión para subir un poco el crédito hasta mil quinientos o dos mil euros.

Hoy día todo se hace por internet, y más en ese banco al que me estoy refiriendo, INGdirect. Intento la operación por internet y… denegada. La intento por teléfono y… denegada. Me persono en una de las pocas oficinas que este banco tiene abiertas al público y la situación deviene en kafkiana. Mira que voy poco o nada por una oficina bancaria, las tengo pavor. El empleado que me atiende me informa igualmente que… denegada. Le hago ver mi trayectoria como cliente, mi saldo medio a lo largo de los años, mi operativa mensual, etc. etc., pero que si quieres arroz Catalina. No es posible. Fuerzo un poco la situación y le hago ver que esa respuesta me lleva, según mis planteamientos, a cortar de cuajo mi relación con ese banco, no me queda otra alternativa, no me puedo ir con un no por respuesta cuando creo honradamente que mis características de cliente me otorgan la capacidad de elevar el crédito a la cantidad que estoy solicitando. Al final consigo que el empleado, que me ve firme en mis planteamientos, vaya a consultar el tema a su superior, que viene a la mesa e interacciona mediante cuchicheos con el empleado que me atiende. Después de un rato de consultas en la pantalla que yo no veo, me dicen ambos que no, que no es posible, y la causa es que la política del banco no lo autoriza. ¿Quién es el banco? ¿Qué política es esa? Era como hablar a una pared, una pared muy amable eso sí, pero un verdadero frontón. Al final, cuando ya me marchaba, me dice como una confidencia que lo más probable en estos casos es que esté incluido en un fichero de morosos, lo que me deja estupefacto.

A base de consultar en internet he llegado a algunas conclusiones. Ficheros de morosos en España hay varios, controlados por empresas o entidades no precisamente oficiales. En teoría, «desde el momento en el que una persona es incluida en uno de los ficheros de morosos, la empresa que gestiona el fichero que recoge los datos tiene un plazo de 30 días para informar a la persona de su inclusión, a fin de que esta ejerza su derecho de acceso, modificación, rectificación o cancelación de datos». A mí nadie me ha avisado de nada, pero eso no significa que no esté incluido porque ya sabemos cómo «cumplen las obligaciones» las empresas. En teoría también, tengo derecho de acceso para ser informado de si mis datos están incluidos en alguno de esos ficheros. Pero eso, ¿Cómo se hace?, ¿Cuántos ficheros hay?, ¿Qué empresas los gestionan?

Ya estamos en la dinámica de siempre, el oscurantismo total y el proceloso mundo de los derechos y la forma de ejercerlos, que en muchos casos pasa por pasar por taquilla contratando los servicios de un despacho de abogados. De los ficheros a los que mi paciencia me ha llegado a atisbar, diré en justicia que solo a uno de ellos he podido llegar: ASNEF. Siguiendo el protocolo que he podido encontrar en internet, he realizado la consulta y me han respondido que no estoy incluido, pero con unos datos adicionales reveladores: las empresas y fechas que en los últimos meses han consultado mis datos, no estando ING en esa lista, por lo que deduzco que el rechazo al aumento del crédito no ha venido por mi inclusión en ASNEF, pero todavía quedan varios ficheros más, siendo uno de ellos el famoso RAI.

Reconozco que he empleado mucho tiempo sin conseguir una vía de acceso posible al resto de ficheros. Probablemente no haya tenido el suficiente tesón y no haya consultado los sitios pertinentes donde se cuenta cómo hacerlo, si es que existen, que ya empiezo a dudarlo. Lo que sí que se encuentran son numerosas páginas, algunas con apariencia de «oficiales» donde se ofrecen a hacer la consulta y posterior anulación de los registros en los diferentes ficheros si se demuestra que el apunte ha caducado o la deuda está extinta, porque, según comentan, las empresas se «olvidan» con frecuencia de anular el apunte entre otras cosas porque dicha anulación las cuesta dinero, con lo que el apunte permanece los seis años que en teoría tiene como tope para seguir figurando en el fichero. Pero… nada es gratis, con toda lógica.

Aparte de los costes, hay que hacer constar que te piden TODOS tus datos, incluida una fotocopia o imagen del DNI, y no siempre las pasarelas de envío aparecen como seguras o confiables, por lo que se te encienden las alarmas a la hora de facilitar TODOS tus datos, entre ellos los sensibles como el DNI o la cuenta de cargo del recibo. Algunas optan por funcionar a base de teléfonos de pago tipo 807, otras con tarjeta de crédito, PayPal, etc. etc.

Al final he seleccionado un sitio del que he decidido fiarme. He hablado por teléfono con ellos, me han dado confianza, aunque esto puede equivaler a que «me he dejado convencer o engañar» y he iniciado el proceso de consulta con ellos. El coste inicial de la consulta es de 25 euros y me han pedido disculpas por aceptar la imagen de mi DNI a través del correo electrónico, un medio totalmente inseguro, pero nadie, hasta ahora, les había planteado ningún reparo a sus procedimientos. Continuará…