domingo, 16 de julio de 2017

VOLAR



Recibí mi bautismo de vuelo en avión en los primeros años de la década de los setenta del siglo pasado. En la empresa para la que trabajaba adquirieron un programa informático complejo para tratar los por entonces cupones de las acciones y me enviaron a Barcelona a estudiarlo junto con otro compañero del departamento de valores durante cuatro semanas. El conocido como «Puente Aéreo Madrid Barcelona» estaba, creo recordar, recién inaugurado en aquellas fechas y con ello hice seis vuelos, tres de ida y tres de vuelta porque uno de los fines de semana me quedé allí y aproveché para acercarme a Andorra, el paraíso de las compras por aquel entonces en que la diferencia de precios con España era muy significativa, especialmente en aparatos electrónicos y fotográficos, siempre y cuando pasaras la aduana sin declararlo y sin que te lo pillaran.

Recuerdo aquellos vuelos como algo distintivo. Aparte de la novedad que suponía para mí en mi juventud, todavía no había cumplido los veinte, la atmósfera que rodeaba aquellos trayectos era un poco especial, pues te hacía sentirte como una persona cuidada  y bien tratada. Aunque se trataba de un trayecto muy corto, la bebida o tentempié que te ofrecían y una serie de detalles con los pasajeros te hacían notar que aquello de viajar en avión era una cosa especial.

Desde entonces he subido de forma esporádica a un avión y me han ocurrido algunas incidencias típicas, tales como retrasos, cambios de aeropuerto o cancelaciones de vuelos. Nada que no ocurra ahora solo que en aquellas épocas eran menos frecuentes y sobre todo, y aquí es donde quiero hacer hincapié en esta entrada, era muy diferente la forma de ser tratados por las compañías. Un ejemplo que contrasta con el actual que referiré más tarde. Primeros de enero de 1984, volábamos desde Moscú a Madrid con escala en Viena, con la compañía Austrian Airlines, una de las que mejores recuerdos tengo. Éramos casi todos españoles en un viaje organizado y en el trayecto Moscú-Viena el piloto nos anuncia que Madrid Barajas está cerrado por inclemencias y que la alternativa sería ir a Alicante más un autobús hasta Madrid o hacer noche en Viena y continuar el vuelo a primera hora del día siguiente. Optamos por esta segunda alternativa y esto es lo significativo: al aterrizar en Viena nos estaba esperando personal de la aerolínea que nos trasladó a un hotel en el mismo aeropuerto, con cena y desayuno incluido y nos dio las instrucciones claras y precisas para el vuelo del día siguiente. Chapó. Un trato exquisito.

Desde entonces he tenido algunas incidencias en algunos vuelos; las incidencias pueden surgir pero me parece que actualmente son demasiado frecuentes por la dejadez en general de las compañías o por la saturación de viajeros y lo problemático no es que esas incidencias ocurran, sino el trato que se recibe cuando te ves inmerso en una de ellas. Hace unos cinco años, volando desde Londres con la archiconocida Ryanair, la cosa fue esperpéntica. No voy a relatar aquí lo sucedido pero tras aquello he dicho que muy forzado me tengo que ver para volver a volar con esa compañía. Si no tengo dinero para costearme los billetes en otra, me aguantaré y me quedaré en casita o buscaré alguna forma alternativa.

Hace unas semanas, volábamos de Atlanta a Madrid. Cuando habían transcurrido dos horas y media de vuelo, el piloto nos informa que hay una avería en uno de los baños y que no podemos cruzar el Atlántico con ella, volveríamos a Nueva York, con un tiempo estimado de reparación de una hora y proseguiríamos viaje. Bueno, que le vamos a hacer. Como se puede ver en la imagen y sin más avisos, vemos que el avión ha sobrepasado Nueva York y sigue su trayecto. Nos informan ante las protestas del pasaje que estamos volviendo a origen a Atlanta, base de operaciones de la compañía DELTA, porque no han recibido permiso de aterrizaje en Nueva York. Tras cinco horas de vuelo aterrizábamos en Atlanta cerca de las doce de la noche. Cuando llegamos a la terminal, nadie había allí para informarnos y eso que habían tenido unas horas desde la incidencia del vuelo. A las dos horas, cerca de las dos de la mañana, apreció por allí una azafata de tierra que no puedo más que poner buena cara a los más de dos centenares de pasajeros que estábamos allí sin información alguna. Trajeron agua y algunas chucherías comestibles y ya a eso de casi las cuatro de la mañana empezamos a saber que el vuelo estaba cancelado porque aunque el avión estaba reparado no tenían tripulación disponible ya que la que nos había llevado habría sobrepasado sus horarios. Como digo, vuelo cancelado y el nuevo vuelo, otro distinto, a las tres de la tarde del día siguiente. Con la boca pequeña a los pocos que quedábamos allí nos ofrecieron unos vales de taxi y hotel. Por no entrar en más detalles, los trayectos en taxi de ida y vuelta al hotel, a media hora de coche del aeropuerto, nos los tuvimos que abonar nosotros. Conservo los tickets de recuerdo que en teoría podría reclamar a la compañía pero no me quedan ganas de hacerlo, y eso que son cerca de 70$ porque como he dicho el hotel no estaba precisamente cerca del aeropuerto.

Insisto, las incidencias se pueden producir, pero la diferencia está en el manejo de las mismas y el trato ofrecido por la compañía a los pasajeros. En este caso, DELTA me ha ofrecido muchas, muchísimas, disculpas y un «regalo», envenenado por lo demás, de 175$ para comprar billetes en esa compañía durante el próximo año. No creo que los haga efectivos, porque tengo que decir que un año antes, esa misma compañía en un vuelo interno dentro de EE.UU dejó a mi hija tirada en el aeropuerto de La Guardia de Nueva York, de un día para otro, teniendo que dormir en el aeropuerto, con un vale de 15$ para comprar comida en las tiendas del aeropuerto y una hora gratuita de conexión a internet.

El problema es que estos casos no son puntuales, sino que mucho me temo son bastante generalizados. El mismo día que sufríamos los problemas en Atlanta con DELTA, viajeros de IBERIA en Nueva York echaban las muelas por el trato recibido por la compañía en problemas similares. La saturación de pasajeros, la pelea por los precios, la competencia entre las compañías y cuestiones similares están poniendo el sistema al borde del colapso y entre tanto es el sufrido pasajero el que paga religiosamente en febrero por un vuelo que va a realizar en verano y se queda con la mosca tras de la oreja por si cuando llegue el día no habrá alguna «incidencia», porque no hemos hablado del «overbooking», otro concepto que las compañías manejan a su antojo y que en fechas recientes ha motivado en más de una ocasión que pasajeros sean desalojados del avión a golpes y empujones cuando tenían su billete pagado y confirmado.

Volviendo a la reflexión del principio, en los años setenta del siglo pasado, los pasajeros éramos personas a cuidar y ahora somos poco menos que ganado a manejar sin ningún cuidado ni conmiseración.