domingo, 3 de diciembre de 2017

MARGINALIA



Pido perdón por la licencia de utilizar como título de esta entrada una palabra que no figura en el diccionario, pero la que pretendía usar originalmente, anotación, queda un poco más diluida. Ya sabemos que la Wikipedia no es de fiar, pero en ella aparece una entrada para marginalia que la define como «el término general para designar las notas, glosas y comentarios editoriales hechos en el margen de un libro. El término también se usa para describir dibujos y manuscritos ilustrados medievales. No se deben confundir las marginalia con signos, marcas (por ejemplo estrellas, cruces, entre otros) o garabatos hechos por el lector en los libros». Añade que anotación es la manera formal de designar el agregado de notas descriptivas a un documento. Por ahondar un poco más en una cuestión que me ha llamado la atención y que puede resultar curiosa: marginalia es un plurale tantum y de ahí de hablar de las marginalia, en plural y no en singular.

Empecé como lector empedernido en mis diez años de edad, con aquellos libros de la editorial Bruguera de la colección Historias Selección en los que la guinda estaba en que cada cierto número de páginas normales —rellenas solo de letras— se incluía una gráfica de tipo comic; yo hacía primero una lectura completa del libro por sus ilustraciones —eran 250 según rezaba en las portadas—, con lo que me hacía un idea del contenido, para a continuación proceder con la lectura completa. Conservo algún ejemplar de estos libros que ya tienen más de cincuenta años porque muchos de ellos los intercambiaba por una modesta cantidad en pesetas en el puesto del tío Juanito, que hacía esto con estos libros y con las famosas novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía y otros.

No tenía costumbre en aquella época en tomar notas de mis lecturas, como tampoco lo hice hasta mi primera gran interrupción lectora, que tuvo lugar cuando comencé a estudiar una carrera universitaria a distancia en la UNED. Transcurrieron once años sin acercarme a ningún libro que no fuera relacionado con los estudios que simultaneaba con mi trabajo y mi familia. Finalizada esta, recuperé inmediatamente mi voracidad lectora y ahí empecé con la costumbre de tomar algunas notas y copiar algunas frases para hacer un pequeño resumen que ponía en una hoja informática excel donde registraba —lo sigo haciendo— cada libro que leía. Así pues, desde septiembre de 2004 tengo registrados en mi particular bitácora de lecturas la cantidad de setecientos setenta y nueve libros con algunas notas y/o frases, registro que me hace un buen servicio para recordar si he leído o no un determinado libro, y un pequeño resumen o detalles relevantes. En alguna ocasión me ha ocurrido el comenzar la lectura de un libro y parecerme que me sonaba el tema. Una consulta a mis registros me permite aclarar el hecho. El último con el que me ha ocurrido ha sido con «Intemperie» de Jesús Carrasco, que leí de nuevo para un club de lectura.

Las notas las tomaba en alguna hoja de papel suelta que andaba entre las páginas y que alguna vez he llegado a perder, dado que mis lecturas tenían lugar principalmente en el transporte público. Allá por dos mil nueve mi buen amigo Miguel Ángel me introdujo de lleno en el mundo de los lectores electrónicos, en los que es muy sencillo tomar notas y añadir comentarios según vas leyendo, que luego pueden ser transferidos directamente al ordenador. En ellos tomar notas o copiar párrafos es un juego de niños. Desde entonces, procuro leer todo en formato digital por su mayor comodidad y por las facilidades añadidas como la comentada y otra que también suelo practicar como es acudir al diccionario de forma automática cuando dudo del significado de algún término, otra operación que en el lector electrónico es cómoda y directa.

Pero no todos los libros en los que focalizo mi interés están disponibles en formato digital. De hecho, según mi bitácora, el primer libro leído en formato digital fue «Juliano el apóstata», de Gore Vidal, que venía cargado en el lector que recibí como regalo el día de Reyes de 2010. Desde entonces he leído cuatrocientos ochenta y cinco, de los cuales tan solo cincuenta y uno lo han sido en papel.

Acostumbrado desde hace años a tomar mis notas digitalmente, volver a hacer esta operación cuando me enfrento a un libro en papel deviene en una verdadera incomodidad; no hay nada como dejar viejas costumbres que resultaban engorrosas y tenerlas que retomar. Hay que tener en cuenta que salvo muy contados casos en los que el continente merece la pena, no compro libros en papel ya que si lo hago, al finalizar su lectura los tengo que regalar porque tengo cuasi prohibida su entrada en casa dado que no hay sitio material donde colocarlos.

Muchos de los que leo en papel son prestados por amigos u obtenidos en bibliotecas, lo que me lleva según mi código de conducta a tratarlos de forma exquisita para poderlos devolver en el mismo estado en que han llegado a mis manos. Por ello, procedo a forrarlos con papel y en esta operación, quién me lo iba a decir, he encontrado la solución a la toma de notas. Para ello añado un pequeño cordón que me sirve de marca páginas y aprovecho para colocar en su extremo un lápiz de los de Ikea —hago la propaganda a cambio del lápiz—. Cuando quiero tomar una nota la escribo directamente en el forro del libro que ya procuro que sea en papel blanco para este menester y si se trata de un párrafo anoto la página y hago una pequeña marca con el lápiz en el lateral que luego puede ser borrada fácilmente. Al finalizar la lectura y antes de devolver el libro recupero el forro con las notas, el cordón y el lápiz  para la siguiente ocasión y reviso las páginas anotadas para copiar algún párrafo y borrar las marcas laterales.