domingo, 6 de mayo de 2018

PERSISTENCIA



Ángel Jiménez de Luis es un periodista especializado en tecnología que lleva desde 2001 colaborando de forma habitual con el diario «El Mundo». Procuro leer sus artículos de forma regular como una forma de mantener activo mi espíritu «GEEK» y mantenerme un poco al tanto de estos asuntos tecnológicos que avanzan hoy en día a velocidad de vértigo y que a los que ya vamos siendo un poco mayores nos cuesta asimilar. Una frase del mencionado artículo...

 Incluso los usuarios que se hartaron hace tiempo de Facebook saben que tienen que permanecer si quieren participar en ciertas dinámicas sociales de amigos y familiares. Facebook es un agujero negro, un ente tan masivo que ejerce una atracción desmedida y atrapa incluso a muchos de los que quieren escapar.


Me he tomado la licencia de modificar el titular del artículo aparecido en el diario citado el pasado 26 de abril de 2018, sustituyendo el original Facebook por XXXX, en el sentido de que lo que se comenta es válido para otras empresas que gestionan lo que se denomina en la actualidad Redes Sociales o proveedores de servicios de Internet.

De entrada, no soy un usuario activo de Facebook, ni espero serlo, aunque tengo que confesar que he tenido la necesidad en el pasado. Hace años me di de alta para consultar el muro de un amigo que publicaba convocatorias de un tema que me interesaba. Con el tiempo conseguí, tras ímprobos esfuerzos darme de baja, aunque ya se sabe que nunca se olvidan de tus datos. El año pasado, durante el curso escolar y por motivos de la sección deportiva en la que participaba mi hija, tuve que volver a darme de alta, pero esta vez fui más precavido y me doté de un usuario fantasma especial para ello. Sigo en esa red con ese usuario fantasma, porque no quiero pasar por el esfuerzo de darme de baja, pero ni lo uso, ni me conecto, ni nada de nada. No lo necesito, además de no tener tiempo para ello.

Facebook no solo ha reconocido una metedura de pata monumental en los últimos días al ceder sus datos, los datos de los usuarios, a una empresa privada, por lo que su director ha tenido incluso que comparecer ante el Senado de los Estados Unidos y pedir perdón. Pero no ha pasado ni un mes cuando ya se anuncia que su política de captura y almacenamiento de datos de los usuarios no solo va a continuar, sino que se intensificará con datos de actividades sexuales, médicos y quién sabe cuáles más. El ansia es infinita y todo lo que pueda capturarse, e incluso deducirse, se incorporará a sus —que no nuestras— bases de datos que incluso no borrarán incluso aunque lo solicitemos y nos demos de baja.

Sabemos todo esto, sospechamos mucho más y aun así seguimos utilizando este y otros servicios supuestamente «gratuitos» que nos hacen la vida más cómoda y nos permiten estar en contacto casi permanente con la información que nos interesa, aunque sea a cambio de un alto precio: nuestra intimidad y nuestra vida. 

El mes pasado, abril de 2018, escribía la entrada «RASTREADOS» en este blog donde se referían prácticas similares por otra empresa, Google, si bien en el apartado de correos electrónicos, agendas y calendarios entre otros. Google sabe que el próximo fin de semana me voy a ir de excursión con unos amigos y a poco que sincronice mi agenda con la de ellos, mis correos electrónicos con los suyos, conoce perfectamente donde hemos quedado para hacer una visita y también en el restaurante que vamos a comer e incluso la hora. ¡Maravilloso! Llegará el día en que mande un comercial a la puerta del restaurante a recibirnos para ofrecernos toda clase de productos. Y el comercial dispondrá, además de nuestras fotos, de un detallado informe sobre nuestros gustos, nuestras preferencias, nuestras inclinaciones y nuestra vida familiar, laboral y social. Vamos, que lo tendrá a huevo; como dice el refrán, así se las ponían a Felipe II.

Y es que los humanos somos así. Cuando algo nos interesa buscamos toda clase de excusas para seguir en ello, aunque la realidad nos intente convencer de lo contrario. Y al mismo tiempo buscamos y encontramos numerosas razones para descalificar lo que no queremos hacer. «Los usuarios parecemos dispuestos a perdonarlo todo» según reza en el citado artículo. El conocimiento de los hechos y las suposiciones más que fundadas sobre más y más de lo mismo deberían llevar a los usuarios a abandonar Facebook…y todos los demás. ¿Pero podemos hacerlo?

Yo me estoy pensando seriamente en intentarlo. Al menos en lo que concierne a todo lo que rodea el teléfono inteligente que nos atenaza sobremanera hasta dominar nuestras vidas. Lo primero sería contratar un número nuevo y abandonar el nuestro... jajaja. Pero poco a poco ese nuevo número de teléfono entraría a formar parte, relacionado con nuestro nombre, foto, dirección y demás datos, de las agenas de contactos de nuestras amistades: pillados de nuevo. Los que transitamos por el mundo Android sabemos que es necesaria una cuenta de Gmail. Podemos crearnos una duplicada, solo destinada a dar soporte al teléfono. Bien. Pero… ¿Ponemos nuestros contactos en esta cuenta? ¿Ponemos nuestra agenda en esta cuenta? Cosas tan básicas son necesarias, imprescindibles diría yo, para un normal desenvolvimiento. Si lo hacemos, ya estamos pillados. Y luego en el siguiente paso habría que contar a las amistades que no tenemos WhatsApp ni similares, que los correos electrónicos ya no los veremos de forma inmediata en el teléfono y otro montón de «inmediateces» que no podremos utilizar si llevamos hasta las últimas consecuencias aquello de… que paren este mundo (tecnológico) que me bajo.

Y ya para finalizar, no me resisto a expandir esta actitud de los humanos a otras áreas. ¿Seguimos con el mismo banco a pesar de las trastadas que nos hacen? ¿Con la misma compañía de seguros? Y no quiero entrar en temas políticos… ¿seguimos votando a los mismos que una y otra vez nos toman el pelo? Cada uno tendrá su respuesta que apoyará o matizará con mil y una razones. Pero yo me quedo con la frase anteriormente referida: «Los usuarios parecemos dispuestos a perdonarlo todo». Así nos va.