domingo, 13 de mayo de 2018

PERTENENCIAS



Parece que son muchos años, pero en la historia de la Tierra, la presencia humana es apenas un suspiro. Hay muchas comparaciones, pero quizá la más acertada es que si la historia de la Tierra fuera un año, los humanos hubiéramos aparecido cuando faltaran diez segundos para finalizar el mismo. Si nos retrotraemos antes de unos doce mil años a la actualidad, cuando éramos cazadores recolectores, las pertenencias quedaban reducidas a lo imprescindible para la subsistencia, pues la vida era un constante movimiento y no se podía ir de un sitio para otro con cargas pesadas.

Cuando hace unos doce mil años empezamos a asentarnos y nos convertimos en agricultores, pudimos empezar a desarrollar levemente nuestro afán de poseer cosas, ya que disponíamos de sitio donde almacenarlas, aunque eso conllevó la preocupación de defenderlas de los enemigos que podían venir a apropiárselas.

Con el tiempo, ya en nuestros días y en las sociedades occidentales, se nos caen las casas encima de trastos y cachivaches que muchas veces hasta ni nos acordamos que tenemos. Sería una buena cuestión el ponerse como rutina el vaciar cajones y armarios cada cierto tiempo, no tanto para tirar lo que ya no nos sirve sino incluso para saber lo que tenemos y no recordábamos. Y no digamos ya si tenemos trastero: estará lleno hasta los topes, tanto que casi ni podremos entrar.

Desde mediados del siglo pasado, la posibilidad de acumular cosas se ha disparado. Entre otras cosas, las casas se llenan de libros, discos, vídeos, ropa, herramientas, archiperres deportivos… un sinfín de cosas que nos agobian. Y está claro, por norma general, que cuanto más grande sea nuestra casa, cuantos más armarios tengamos, más almacenaremos. Cuando decidamos que no queremos más algo, podemos utilizar los nuevos canales de venta de segunda mano para deshacernos de ello sin tener que tirarlo, aunque el precio que pidamos. Pongo un ejemplo: tengo en mi trastero un laboratorio completo de fotografía de los tiempos en que las fotos se revelaban en papel y que hoy en día no sirve para nada, salvo para un museo o alguna asociación nostálgica que siga impartiendo cursillos de cómo era la fotografía no hace tanto tiempo. Pero me da pena tirarlo, con lo que ahí sigue año tras año. Y como este, cada cual puede tener múltiples ejemplos.

Pero desde hace algunos años la tendencia puede invertirse, al menos en algunas cosas. Ya en 2010 y en el libro de Enrique Dans «Todo va a cambiar» del que me hice eco en la entrada «VERTIGINOSOS» de este blog, nos introducía en la separación entre continente y contenido. Esto nos ha permitido el disponer de, por ejemplo, películas, música, fotografías o libros en formato digital almacenados en discos duros que caben en la palma de la mano, aunque necesitemos un dispositivo para disfrutar de ellas. Yo hace años que no tengo CD’s musicales o DVD’s. Queda algún álbum de fotos antiguas, porque están pendientes todavía de digitalizar, y libros hay unos cuántos, pero ya van entrando con cuentagotas; solo cuando el continente merece la pena o no están disponibles todavía en versión digital.

Hay un asunto que se escapa a nuestro control: nuestras pertenencias virtuales, lo que tengamos almacenado en la red, que muchas veces como vamos sabiendo y comprobando nos parece que es nuestro, aunque no tengamos ningún control sobre ello. Las pertenencias tangibles serán repartidas entre nuestros herederos que o bien se harán cargo de ellas, las regalarán a una ONG o las llevarán directamente al punto limpio. Tarde o temprano alguien las dará boleta, como se suele decir en el argot popular.

No sé cómo reaccionaría un notario si le hablamos a la hora de hacer nuestro testamento de nuestras pertenencias digitales en la nube o ubicaciones similares. Supongo que le sonarán a chino, además de que serán muy difíciles de inventariar y/o controlar por estar sometidas a un continuo cambio. Tampoco le vamos a facilitar al notario nuestras contraseñas de acceso, que quedarían reflejadas de forma pública en el testamento y que además podrían ser inválidas al día siguiente si las cambiamos. Sería necesario un testamento virtual donde iríamos inventariando nuestras pertenencias digitales, Quizá con el tiempo.

Mi padre era del mundo analógico, todas estas cosas de la «internés» y los ordenadores le llegó tarde. Cuando murió, hace ya una decena de años, había dejado un sobre cerrado con el título de «Abrir cuando yo falte» donde contaba una serie de cuestiones acerca de la casa, de cómo hacer determinadas cosas o donde tenía guardadas las escrituras, su testamento y algunas cosas que para él eran interesantes, aunque para nosotros no lo fueran tanto. Sería la versión escrita de un testamento virtual. Con el tiempo todo se andará, pero por ahora parce que la «memoria» de la red es infinita y eterna, por lo que muchas cosas nuestras se quedarán por años cuando nosotros hayamos abandonado este mundo.