domingo, 17 de junio de 2018

CRÉDITOS




«En la enseñanza universitaria, unidad de valoración de una asignatura o un curso, equivalente a un determinado número de horas lectivas» es la definición que figura en el diccionario relativa al tema que me interesa comentar hoy. No debe de llevar muchos años implantado porque cuando finalicé mis estudios universitarios en 2004, ya mayorcito, no se utilizaba este sistema sino el clásico de ir aprobando asignaturas a base de exámenes. De hecho y según he podido leer, algunas universidades dan este sistema por agotado y están estudiando formas alternativas.

De vez en cuando asisto a charlas y cursos en los que se otorgan créditos. Es un asunto al que no presto atención pues en mi caso concreto no me sirven para nada y me ahorro ciertos inconvenientes en los registros de asistencia por los que tienen que pasar los interesados. Y es que, en mi opinión, que puede estar equivocada, algunos asistentes están interesados únicamente en los créditos y no tanto o nada en el asunto sobre el que verse la charla, seminario o conferencia.

En las últimas semanas me he topado con dos casos claros. Uno de ellos consistía en una conferencia con ponentes internacionales en la universidad que dirigía un catedrático. El tema era un poco tangencial, aunque interesante, pero me sorprendió al asistir los dos días en que se desarrollaba que prácticamente todos los asistentes eran estudiantes, más preocupados por sus móviles salvo honrosas excepciones que en atender a lo que los ponentes exponían, por cierto, en inglés, con lo cual había que hacer un ejercicio extra de atención, aunque se supone que los estudiantes actuales esto del inglés lo tienen superado. Como digo, lo importante era a la salida, que no a la entrada, registrarse en la hoja de firmas para conseguir los créditos. Las entradas iniciales o tras los descansos y la actitud durante la charla no parecían ser controladas por nadie, con lo que los créditos obtenidos tendrían poca o nula relación con lo aprendido. Pero servían para la obtención del título.

La semana pasada me topé con otro caso claro de estas cosas de la vida moderna. La imagen que acompaña a esta entrada corresponde al apartado de los créditos en este «seminario» de dos días celebrado en una de las universidades públicas madrileñas. Como se puede ver, se ofertaba un crédito optativo, entiendo que para cualquier carrera. O más específicamente en humanidades. Para ello se requería asistir al 100% de las clases y la realización de un proyecto final. Las horas lectivas eran de cinco cada día, diez en total. Asistimos unos quince alumnos, de los cuales catorce eran estudiantes que en la presentación inicial manifestaron estar cursando ADE, economía, derecho o carreras similares. De entrada, hay que decir que el tema versaba sobre nutrición, un asunto que poco o nada tienen que ver con los estudios de los asistentes y al que yo asistí por mera curiosidad.

Para resumir de forma rápida, de las diez horas previstas se realizaron siete escasas y eso contando algún descanso. El segundo día, ya con más confianza, y a pesar de que la clase empezó con retraso, algún alumno, sin cortarse un pelo, llegó casi una hora tarde. El desarrollo de la charla fue dinámico y estuvo interesante, motivándonos bastante el ponente y consiguiendo la participación activa dado que el tema es de interés general. Al final, la realización del proyecto necesaria para obtener el crédito consistía en enviar un correo electrónico al profesor contestando a cuatro preguntas en un par de líneas. Crédito obtenido.

El curso me pareció interesante y pude tomar algunas notas que me fueron de utilidad y me sirvieron para investigar algo posteriormente. Algún día confeccionaré una entrada con las experiencias sobre alimentación que pueden ser interesantes, al menos a mí para reflejarlas en un escrito al que acudir de vez en cuando. El precio también era razonable para las diez horas ofertadas, aunque al quedarse en siete ya la cosa se encarecía. Pero me quedó claro que se trataba simplemente de cumplir el expediente y obtener el crédito por parte de los estudiantes. Lo de cumplir el horario y el temario estaba bien sobre el papel, pero el llevarlo estrictamente a la práctica ya era harina de otro costal.

Otro ejemplo pudiera ser un curso que realizo de forma mensual a través de internet. Consiste en leerse un tema y luego realizar online un cuestionario de 20 preguntas tipo test para el que se dispone de una hora. También está disponible de forma simultánea el documento electrónico en PDF, con lo que mientras estás haciendo el test puedes utilizar el buscador de forma paralela: como antaño hacer el examen con el libro delante, pero a lo moderno. Leer el documento y hacer el examen me lleva dos horas más o menos. Al acabar, el título electrónicamente expedido informa que «Este curso cuenta con 2 créditos (20 horas) y es válido para…»

Yo supongo que cuando una clase se suspende o se acorta, los estudiantes jóvenes se alegran, salvo honrosas excepciones, porque supone un tiempo libre extra en el que tumbarse en la pradera exterior o ir a la cafetería a charlar. Pero a los estudiantes mayores, es mi caso, la suspensión o acortamiento de una clase nos causa una profunda desilusión porque asistimos por convicción, con ganas de formación y de aprender.