domingo, 12 de agosto de 2018

TURISMO




Coincidiendo con la tremenda ola de calor de la semana pasada de primeros de agosto de 2018, hemos disfrutado de unas pequeñas vacaciones en las provincias de Gerona y Barcelona, ambas catalanas, y españolas, europeas y del mundo, al menos por el momento. Aunque existieron momentos de playa, necesarios por lo demás por las altas temperaturas, el propósito era conocer los puntos más destacados de la geografía gerundense en general y de la ciudad de Barcelona en particular. Nosotros la habíamos visitado cinco años atrás, pero la compañía de nuestros amigos Manolo y Maribel nos hizo rememorar y disfrutar, a toda prisa eso sí y en una atmósfera asfixiante, de unos enclaves, unos paisajes y unas personas magníficas.

No se trata de hacer una reseña turística de los sitios visitados sino focalizar en un tema que me parecen importante hoy en día: la masificación en los puntos de interés de ciudades y pueblos. En estos últimos tiempos, prácticamente todo el año, pero especialmente en los momentos generalizados de vacaciones, la masificación de personas deambulando por ciudades y pueblos lleva prácticamente a la exasperación, además de generar dificultades, y costes, para acceder a los sitios.

Recuerdo la primera vez que visité la Alhambra de Granada, allá por los años setenta del siglo pasado, en que llegué a la puerta, saqué mi entrada y la visité pausada y tranquilamente, disfrutando de su atmósfera, haciendo fotografías y casi sin gente, sin turistas alocados que hoy en día van corriendo a todos lados, viendo el monumento a través de sus cámaras y teléfonos y no disfrutando; parece que lo único que quieren es contar que han estado allí a sus amigos o compañeros de trabajo y nada más. Unas pocas fotos compartidas por wasap y luego todas a dormir en el fondo de un disco duro para no volverlas a ver nunca. A nadie se le puede ocurrir hoy en día ir a visitar la alhambra sin haber reservado previamente la visita con varios días o semanas de antelación.

No pretendo disponer de los lugares y monumentos para disfrutarlos solo, aunque espero con ansia tener la posibilidad de visitar los sitios en los meses de noviembre o febrero cuando la afluencia de personas es claramente inferior. Por ahora, seguiremos yendo «cuando va todo el mundo» y sufriendo los inconvenientes, de los cuales quiero destacar dos.

Uno de ellos es el aparcamiento. En la actualidad, el coche es fuente de problemas para muchos, pero también el foco de las acciones recaudatorias desmesuradas. Dicen que es para regular las afluencias, pero al final vamos todos, cueste lo que cueste, y nos sangran el bolsillo de qué manera. Detenerse en un pueblo como Playa de Aro a comer dos horas y sin pasarse un minuto supone un desembolso de seis euros de aparcamiento porque no hay manera de dejar el coche en ningún lado. Los aparcamientos en la playa de Sa Riera están pintados desde bastante antes de la arena con unas rayas azules que ya sabemos todos lo que significan: pasar por la maquinita y clink, clink, clink. Si queremos visitar las ruinas de Ampurias, más de lo mismo en un aparcamiento con una concesión privada, y si queremos ir al museo de Dalí en Figueras, salvo que dejemos el coche a una cierta distancia o nos hinchemos a dar vueltas, lo mejor es poner el Waze al parking más cercano, cerrar los ojos y aflojar lo que nos pidan.

Hay que reconocer, es justo, que quedan algunos enclaves donde (todavía) no cobran por aparcar. Por citar algunos, El Faro de Creus, el bellísimo pueblo medieval de Besalú o, sorprendentemente, la capital, Gerona, que dispone de varios y enormes aparcamientos gratuitos desde los que se puede llegar andando al centro histórico en menos de diez minutos. No he llevado la cuenta, pero los euros invertidos en aparcamientos a lo largo de la semana han sido unos cuantos. 

El otro asunto es el precio de las visitas culturales. De acuerdo que los sitios hay que mantenerlos, pero si me imagino a una familia normal de dos hijos y pienso los euros diarios que necesitan para las visitas, se me hace imposible. Un ejemplo, catedral de Gerona con su claustro, una belleza, cuatro entradas son 24 o 28 euros, no lo recuerdo. Y en una hora, y más con niños o jóvenes, despachada. Vamos a los baños árabes, cuatro entradas, ocho euros, quince minutos y a otra cosa. No es un asunto baladí y se necesita un bolsillo bien preparado para ver lo que hay que ver sin dejarse nada.

Pero la que se lleva la palma es la Sagrada Familia de Barcelona. Como la Alhambra, no se le ocurra a nadie ir sin reservar la entrada con mucha antelación. Hay varias modalidades, pero la estándar de visita guiada, en esta época de agosto de 2018 y que no llega a la hora de duración, es a 24 euros por cabeza, con lo que la familia ejemplo que tenemos necesita 96 euros y ¡cómo no se va a visitar la Sagrada Familia! No te dejan entrar hasta quince minutos antes de la hora o sea que no sirve de nada llegar con mucha antelación, porque habrá que conformarse con mirarla por fuera. La visita guiada estuvo bien, pero a los pocos días me cogí un enorme cabreo cuando intercambiamos las fotos del viaje con nuestros amigos y vi las tres fotos que acompañan esta entrada: Pero, ¿dónde demonios estaban esas magníficas luces?

En los cinco minutos anteriores al comienzo de la visita guiada, teniendo que esperar fuera, mi amigo entró un momento e hizo las fotografías. Como hago siempre, durante la visita guiada, me pego como una lapa al guía y no me pierdo una palabra de lo que dice. Pues nada, de ese efecto magnífico de luz que generan las vidrieras en las bóvedas ni me enteré ni vi nada. Mi mujer tampoco. Dicen que la finalización de las obras está prevista en el 2026, centenario del nacimiento de Gaudí. Habrá que volver para entonces, en noviembre, y pensar en desembolsar los euros que cueste la entrada en ese año, pero a lo mejor está nublado ese día y nos quedamos con las ganas. Y como hay que sacar las entradas con antelación… Vamos a tener que mirar el tiempo hasta para planificar las visitas.

Menos mal que por la tarde fuimos a la otra catedral, más recoleta pero no menos preciosa y emblemática, la de Santa María, la Catedral del Mar. Aquí la visita, también de poco menos de una hora cuesta 10 euros, con lo que otros cuarenta menos para el bolsillo de la familia. Por lo menos haces ejercicio, porque te hinchas a subir y bajar escaleras, aunque la vista de Barcelona desde los tejados merece la pena.

Un día, dos catedrales, dos horas, 136 euros de entradas. Un imposible para muchas familias. Pero es cultura, hay que hacer lo imposible.