domingo, 26 de mayo de 2019

LISTAS




Por segunda vez en menos de un mes estamos inmersos en elecciones. Esta vez tocan temas más cercanos como es el caso de ayuntamientos y autonomías y más lejanos como el Parlamento Europeo. Procuro huir de estos asuntos en el blog, pero hay cuestiones que me reconcomen y viene bien reflexionar un poco sobre ellas. Ya entré un poco al trapo, en clave nacional, en la entrada «BARAHÚNDA» de abril de este mismo año 2019.

Tras muchos años de un bipartidismo generalizado, hemos entrado en los últimos años en un desmenuzamiento que en mi opinión está complicando la gobernabilidad de las instituciones. No es lo mismo a nivel nacional que en ámbitos más reducidos, pero en todos los casos lleva a unas negociaciones y unos pactos que mucho me temo se guían más por intereses partidistas cuando no particulares que están muy lejos de los intereses generales de los ciudadanos gobernados.

Al menos en esta ocasión no hay circunscripciones, aunque no recuerdo bien si en alguna Autonomía llegaron a implantarse. Los políticos son muy listos y saben que manejando bien las listas cerradas y las circunscripciones se puede sacar más petróleo que utilizando circunscripciones únicas. En todo caso, hoy me voy a quedar en el ámbito local donde las circunscripciones no existen y por lo menos podemos estar seguros de que los votos de todos los ciudadanos valen lo mismo: un ciudadano un voto, sin tejemanejes ni «cocinas» posteriores.

A la puerta del colegio electoral en las pasadas generales fui abordado por un amigo con una planilla de firmas que quería presentarse a estas locales por libre. Los partidos políticos constituidos lo tienen relativamente fácil pues tienen el camino allanado, solo confeccionar la lista con el número de personas necesario en función del número máximo de concejales elegibles más algún suplente por si acaso. Aclaremos que estamos funcionando con listas cerradas, esto es, el voto se otorga al partido político con la lista completa, sin distinciones internas ni orden alguno. Pero… ¿Qué ocurre cuando se quiere presentar alguien por libre?

Aquí surgen lo que se llaman coaliciones o alianzas electorales: un grupo de vecinos se reúne para confeccionar una lista y presentarse a las elecciones. Los municipios de menos de 250 habitantes tienen otras modalidades, pero los de más, es decir de 250 al infinito, van con listas cerradas, de partidos o de coaliciones. Con ello, un ciudadano individual no se puede presentar a ser elegido por sus vecinos si no reúne una lista de tantas personas como puestos de concejales haya y sigue una serie de requisitos para concurrir a las elecciones. Uno de los requisitos es presentar un número de avales de residentes en el municipio, con su firma, y fotocopia del DNI para ser verificados en la oficina electoral del consistorio. Lo de firmar una lista y poner tu DNI ya tiene su aquel, pero que encima te hagan una fotografía —necesaria— con el teléfono a tu DNI ya echa un poco para atrás.

Establecer límites siempre es un problema. Pero en ciertos ayuntamientos de pueblos pequeños yo abogaría por las listas completamente abiertas, con la relación de ciudadanos que optan al puesto de concejal y que sus convecinos decidan. Los que quieran incluirse en la lista como representantes de un partido pueden hacerlo indicando a la derecha las siglas del mismo. Este sistema tendría ventajas e inconvenientes respecto al sistema actual de las listas cerradas.

Un inconveniente es fijar el número de vecinos máximo que permitiera optar por este sistema. En ciudades grandes esto sería inviable pues tendríamos listas enormes de personas desconocidas. Puestos a poner una cifra… aventuremos una, por ejemplo, 20.000. ¿En un pueblo con 20.000 almas censadas se conocen entre sí los vecinos? Probablemente no todos, pero una gran mayoría sí. Y para eso están las dos semanas de precampaña, para darse a conocer. Otro inconveniente sería el escrutinio y eso bien lo saben los presidentes, secretarios y vocales de las mesas electorales en el caso del Senado: el conteo es más tedioso y complicado.

Pero las ventajas, ya digo en pueblos pequeños una vez soslayada la fijación del límite, sería enorme. Cualquier vecino censado se podría presentar como candidato. Los votos serían asignados por los electores a las personas, no a las siglas y no a unas listas cerradas, donde a mí me cae bien el quinto de la lista, pero no puedo ni ver al primero o a la segunda. Y eso sí, el concejal que más votos saque, al menos en la constitución inicial del consistorio, alcalde o alcaldesa de forma automática.

Entonces empezarían los problemas de gobernabilidad. Lo mejor es tener controlada una mayoría absoluta y saber de antemano que todo lo que se proponga al pleno va a ser aprobado, lo que no ocurre cuando los concejales son un popurrí de personas y opiniones y cada propuesta tiene que ser negociada y votada atendiendo a criterios de ser interesante para los vecinos y no tanto para las personas o los partidos.

Cualquier cambio conlleva la oportunidad de explorar nuevas formas de hacer las cosas. Las que tenemos en la actualidad llevan cuarenta años y quizá necesiten darse una vuelta. Quizá también, en los pueblos de un cierto tamaño, sería interesante volver a la desprofesionalización de los políticos, a esas reuniones de los martes por la tarde para dar las directrices a los profesionales de los ayuntamientos y cada cual a su tarea.

En todo caso, vayamos a votar. Es bueno para el común y también para nosotros. Pero si no se vota por una opción concreta, ojo a diferenciar el voto en blanco del voto nulo. La frontera en las locales está en el 5%, es decir los que no alcancen un 5% de los votos válidos emitidos no entran al proceso de asignación de concejales. Los votos nulos no cuentan: dan fe de vecinos que cumplen con su obligación de ir a votar, no se decantan por ninguna opción y no castigan a los partidos o coaliciones pequeñas.