domingo, 2 de junio de 2019

FICHAR



Tengo que empezar pidiendo disculpas por la utilización de la imagen que está recogida de un diario hace unos meses en que mis antenas detectaron que la noticia podría ser objeto de comentario en este blog. El diario posiblemente fuera El País, al que cito en un intento de lavar mis culpas por mi falta de previsión.

Hace ya unos meses el Gobierno se descolgó con una normativa para atajar el problema de los horarios de los trabajadores en las empresas. Se oye con mucha frecuencia aquello de que uno sabe cuándo entra, pero nunca cuando va a poder a salir, especialmente en empresas que no tengan establecidos turnos. La idea del Gobierno es muy buena, pero los comentarios sobre su implementación en las diferentes empresas solo dejan lugar a la hilaridad, al oportunismo y a comprobar una vez más como se desarrolla la picaresca a marchas forzadas. La idea es «proteger» al trabajador de los abusos de las empresas y contabilizar esa montonera de horas de más que se hacen en muchas empresas que no se abonan, por las que no se cotiza a la Seguridad Social y que además, y esto es lo grave, podrían suponer puestos de trabajo adicionales que de esta forma quedan subsumidos.

Retirado ya de la vida laboral, he realizado un repaso a los diferentes sistemas de fichaje por los que he transitado a lo largo de mi vida desde que en un lejano 1973 comenzara a prestar mis servicios en un centro de trabajo en el que estaban implantados sistemas de control de los trabajadores. Empezaré por decir que a lo largo de toda mi vida he intentado cumplir mi horario laboral con exactitud, llegando antes de mi hora y marchándome a la hora convenida siempre que he podido. Los horarios están para ser cumplidos por todas las partes implicadas en su establecimiento y control.

El primero en aquel año de 1973 era una hoja de firmas, que estaba todas las mañanas en la mesa del jefe del departamento. Llegabas, el jefe ponía la hora y tu firmabas. Eso sí, tras los diez minutos de cortesía que había para la entrada, la hoja era retirada y enviada al departamento de personal, con lo que los retrasados no podían estampar su firma ni su hora de llegada. He de decir que no se registraba la hora de salida. 

Con el tiempo se pasó a los relojes de fichaje, mecánicos, en los que a la llegada insertabas una ficha y la hora quedaba estampada en el día correspondiente. Aquí se utilizaba la picaresca, muchas veces avalada por el visto bueno de los propios jefes, de forma que el primero que llegara al departamento cogía todas las fichas una por una y «como si hubieran llegado todos». He de decir que yo nunca lo hice, ocupándome de la mía y pidiendo que si algún día no llegaba no me ficharan. Como anécdota referiré que un compañero tuvo un accidente de tráfico en su desplazamiento al trabajo que motivó su ingreso en un hospital. ¿Cómo era que estaba estampado el fichaje de ese compañero ese día?

Este tema del reloj, más o menos sofisticado, se mantuvo en varias empresas por las que fui pasando hasta 1993, en que aparecieron los tornos de acceso en los que era necesario introducir una tarjeta magnética que registraba todas las entradas y salidas del edificio. Hubo una conmoción en este sistema cuando llegó la prohibición de fumar en los centros de trabajo, lo que motivaba entradas y salidas frecuentes que colapsaron el sistema informático, con lo que tuvieron que habilitar una zona en la terraza del edificio para poder ir a fumar sin tener que salir y entrar por los tornos y con ello se evitaba el fichaje y el registro.

En todos estos formatos electrónicos, el asunto es que el trabajador se queda sin un registro fehaciente con el que poder demostrar ante quién proceda las horas reales de entrada y salida. Recuerdo en una de las empresas en las que el horario oficial era de 08:15 a 15:00. Entraras a la hora que entraras antes de las 08:15 el fichaje quedaba establecido a las 08:15 y salieras a la hora que salieras se consignaban las 15:00. Además, todos estos registros son electrónicos, acaban en una base de datos que es modificable y que no supone ninguna garantía ni para el trabajador, ni para la empresa y mucho menos ante una posible inspección.

El sistema de los tornos sigue funcionando en muchas empresas, especialmente las de un cierto tamaño. En algunas se ha implementado el uso de la huella digital e incluso el reconocimiento del iris, lo que hace al sistema fiable en cuanto que ya no vale dejarle nuestra tarjeta a otro; tendríamos que cortarnos un dedo o insertar nuestro ojo en un bolígrafo para que otra persona accediera a un centro como si fuéramos nosotros. Y no quiero dar ideas …

Y llegamos a la actualidad en la que por ley TODAS las empresas tienen que tener habilitados sistemas de fichaje de entradas y salidas bajo amenaza de multa si se recibe la visita de la inspección de trabajo y no están disponibles los registros. Para las grandes empresas que llevan muchos años con sistemas de control no ha supuesto un problema; si acaso alguna adaptación. Pero las empresas pequeñas, aquellas en las que la relación de confianza entre empresa y trabajador imperaba por encima de otras consideraciones, han tenido que dar una pensada para tener disponibles unos justificantes que ofrecer al inspector si se acerca por sus dependencias.

El magín ha empezado a funcionar y con ello la picaresca. Desde listados de firmas en papel que los trabajadores firman «cuando se acuerdan» hasta aplicaciones en los teléfonos móviles para controlar a trabajadores sin un centro de trabajo fijo o que se desplazan por diversos lugares como puede ser el caso de personas de servicio técnico de reparación de electrodomésticos. Una de las que he visto en el móvil es muy curiosa y demuestra hasta donde se puede llegar. Lo primero es que el trabajador tiene que tener móvil, esto es una nueva obligación en el caso de que sea personal y no facilitado por la empresa. Cuando se llega al centro de trabajo y se arranca la aplicación, el GPS debe estar conectado para indicar el sitio donde estamos, no se nos vaya a ocurrir fichar desde la cama. En empresas donde utilizan esto en el centro de trabajo, el truco es dejar un móvil allí y el primero que llegue que fiche por todos, un sistema que ya hemos comentado que se hacía con las tarjetas y los relojes mecánicos. En este caso la aplicación envía también junto a la identificación del trabajador el número de serie del teléfono con lo que ya no vale tener un teléfono compartido. 

Pero todo lo que es electrónico es…modificable. Han nacido aplicaciones que «engañan» al GPS del teléfono. No son para esto, pero son aplicables para que pueda parecer que estamos en un sitio cuando en realidad estamos en otro. Y aplicaciones que cambian el número de serie, y que dicen que es de noche cuando es de día… Todo lo electrónico es programable y todo lo programable es susceptible de ser «convenientemente instruido» para que haga lo que queramos que haga.

A este paso vamos a tener que llevar el teléfono soldado a nuestra piel y rezar para que no se estropee o se quede sin batería. Ahora, en muchos casos, sin teléfono no vamos a poder fichar nuestra entrada al trabajo. Estamos apañados.