domingo, 6 de diciembre de 2020

ARRINCONADO (1de2)

 

Ya lo hice el año pasado 2019 y me apetece hacerlo de nuevo: dejar volar la imaginación un poco no viene mal en estos tiempos tan ajetreados en los que la realidad supera a la ficción. En dos entregas, el relato «La llave» se publicó en octubre de 2019 y puede leerse haciendo clic en este enlace y en este otro.

Como en aquella ocasión, en dos semanas, esta y la siguiente, estrujaré un poco el magín y por ello es obligado dejar constancia de que cualquier parecido con la realidad es una pura coincidencia, aunque está basado en un hecho real ocurrido en el pasado. Ya hice mención el año pasado al acertado comentario de José María del Val en los inicios de su novela «Llegará tarde a Hendaya», premio Planeta 1981… «resulta innecesario señalar que cuanto aquí se narra es fruto de la imaginación, y que difícilmente habría podido suceder… Se han incluido, además, varias imprecisiones y errores poco significativos que no desvirtúan, sin embargo, la veracidad de algunos hechos de primer orden reflejados en este relato…».

 

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Llevaba ya casi dos años en la misma situación en aquella oficina para él siniestra desde la fusión de su antigua empresa con la actual. Su jefe superior del departamento, con la ayuda de casi todos sus coincidentes laborales, le había ido condenando poco a poco al ostracismo, no solo en sus cometidos que eran ya prácticamente inexistentes sino en su puesto de trabajo, una mesa ubicada en un rincón donde casi ni se le veía y pasaba desapercibido. Pero, tras algunos problemas médico-somáticos en el pasado, había decidido firmemente sobreponerse a la situación y seguir adelante, lo que crispaba más el entorno, pues pasaban los días y el incremento del nerviosismo en el ambiente era notable al no hacer mella en su ánimo todas las bajezas a las que era sometido, no solo en lo profesional sino también en lo personal.

Aquel viernes era un día especial, pues dispondría de un fin de semana con el lunes añadido en el que se trasladaría con su familia a Sevilla para visitar unos amigos. Solo había que esperar a que dieran las dos de la tarde para coger el coche, salir pitando y enfilar la autopista hacia el sur. Se las prometía muy felices cuando algo grave ocurrió a las doce en punto. Él no estaba en la pomada de los asuntos del departamento, pero su experiencia le había dotado de un fino olfato para detectar cualquier incidencia. Los ordenadores de producción de la empresa, todos, se habían «caído» y toda la operativa estaba detenida. Los teléfonos sonaban sin parar y la crispación se palpaba en el ambiente. Una de las ventajas de estar fuera de la circulación era poder contemplar el guirigay desde la distancia con una cierta satisfacción interior al no estar involucrado.

Pasada una hora se restauró todo y las cosas volvieron a funcionar, pero la parada había sido muy grave: en un viernes fin de mes, esa parada general costaría muy cara a la empresa, poniendo en tela de juicio la capacidad tantas veces cacareada por la dirección de disponer de uno de los mejores centros de cálculo del… mundo. El estar fuera de los asuntos no había minado su capacidad de trabajo y como no le habían cortado ni el correo ni ningún acceso a los sistemas, desde la tranquilidad de su rincón trató de averiguar cuál había sido la causa determinante. En diez minutos lo tenía todo claro dado que lo ocurrido no era sino la repetición de un caso similar sucedido años antes en su antigua empresa. En su día se había puesto remedio activando unos puntos de control para avisar y evitar que se produjera de nuevo, remedio que claramente no estaba activo en el momento del desastre.

Por un momento pensó que el hecho podría comprometer su esperado desplazamiento a Sevilla. Quedaban cuarenta minutos para su hora de salida cuando en su departamento todo eran reuniones para ver cómo se afrontaba el fin de semana en previsión de que se reprodujese el problema y sobre todo estableciendo turnos de guardia presenciales o en los domicilios. Por suerte, a eso de la una y media, su jefe directo se acercó y le dijo que podía irse tranquilo y disfrutar de su asueto porque no contaban con él en todo el entramado que se estaba diseñando. Su jefe directo era educado y correcto con él, consciente de la situación en la que se encontraba y que él no compartía, pero poco podía hacer para evitar las órdenes de un estamento superior si bien procuraba minimizar sus efectos en la medida de lo posible en lugar de aumentarlos.

A las dos en punto, cerrado su ordenador y limpia la mesa como la patena, se levantó y se despidió con un irónico «que paséis un buen fin de semana, hasta el martes» al que nadie salvo su jefe directo contestó, como era de esperar. Comenzaban unos días de un enorme barullo que sin duda se montaría en su departamento y él se iba sabiendo lo que había ocurrido y la solución, sin que nadie le preguntara por ello. Había aprendido a ver, oír y callar, hacer lo que le mandasen —no le mandaban nada— y contestar únicamente a lo que le preguntasen —tampoco le preguntaban nada—.

Los días pasaron rápido y cuando el martes regresó de nuevo a la oficina todo seguía igual. Había mucha gente nueva de otras empresas consultoras y técnicos especialistas de IBM y su jefe directo le informó de forma escueta que habían estado trabajando a fondo y sin desmayo desde el viernes, pero sin averiguar nada, por lo que seguían instalados en un despiste general sobre el problema y, lo que es peor, con el miedo de que pudiera ocurrir de nuevo. Nada le preguntó y por ello él nada respondió sobre el asunto.

Pasaron los días, llegó de nuevo el viernes y él, con cara seria por fuera pero con una enorme satisfacción por dentro, veía como se acercaban las doce del mediodía y los nervios iban in crescendo, con incluso gritos por parte de los mandos superiores que veían como había pasado una semana, se acercaba de nuevo el momento de un posible problema, y estaban in albis sobre el asunto. Tuvieron la fortuna de que nada ocurrió y todos respiraron aliviados. Pero la espada de Damocles seguía pendiendo sobre sus cabezas. A las dos en punto, su hora de salida, preguntó a su jefe directo si era necesario su concurso de alguna manera y con una respuesta negativa se marchó a su casa a disfrutar de un fin de semana tranquilo con los suyos.

 

Continuará y finalizará la semana siguiente… (accesible desde este enlace)