Retomo, y finalizo, el relato iniciado la semana anterior al que puede accederse haciendo clic en este enlace.
De vuelta de nuevo el lunes a la oficina, la tensión continuaba pues se desconocían las causas de lo ocurrido hacía ya más de una semana, y ello a pesar de los esfuerzos de todos los técnicos propios más algunos muy expertos llegados de otras empresas y de IBM. Podía volver a ocurrir de nuevo. Y ocurrió. A la misma hora , las doce en punto y esta vez en lunes, tuvo lugar: se «colgaron» los sistemas, se detuvo toda actividad informática, y con ello sobrevino de nuevo el colapso de la empresa en todos sus centros. Lo de apagar y encender era la única solución en estos casos y así se hizo, recuperando de nuevo en poco más de una hora la actividad. La cosa era grave, los gritos, carreras e incluso malos modos por parte de la alta dirección del departamento, esa que le tenía a él relegado y de qué manera, no se hicieron esperar. Desde su rincón disfrutaba del espectáculo con placidez y calma interior.
Al día siguiente, martes, su jefe directo se acercó y le dijo que le invitaba a comer, no en el comedor de la empresa, sino en un restaurante. En principio pensó en negarse, pero su jefe directo siempre se había portado de forma educada con él y decidió acceder a la propuesta. Sentados en un buen restaurante, uno de los mejores de la zona, donde él, todo un proscrito, se iba a dar el gustazo de una comilona pagada por la empresa que le estaba haciendo la vida imposible, la cuestión no se hizo esperar. Su jefe directo fue al grano.
— Supongo que estás al corriente de los últimos acontecimientos…
— Bueno, desde mi atalaya veo y oigo algunas cosas, pero como tú bien sabes no solo no estoy implicado sino completamente apartado.
— Quiero que sepas que no comparto ni apruebo tu situación en el departamento. Sé de buena tinta de tu valía y tu capacidad profesionales, pues tengo amigos entre los directivos de tu antigua empresa con los que he hablado y comentado la situación y no se lo explican, no logran entenderlo.
— Ya sabes que no hay soluciones técnicas a problemas políticos. Yo soy un técnico y, perdona la inmodestia, de los buenos. Lo he demostrado en varias empresas en los casi treinta años que llevo en la profesión, pero algo anida en la cabeza de tu jefe superior contra mi persona que no sé lo que es y que le ha hecho tomar la decisión de arrinconarme hasta anularme por completo como si fuera un cero a la izquierda.
— Yo tampoco lo entiendo y quiero que sepas que se lo he preguntado más de una vez sin obtener ninguna respuesta por su parte. Asunto cerrado y punto. Que me limite a obedecer y seguir sus consignas si no quiero dejar el departamento.
— Pues ya somos dos a no saber lo que pasa. Como digo, cuestiones políticas. De todas formas, y perdón de nuevo por la confianza, supongo que alcanzas a ver que todos mis compañeros, perdón, coincidentes laborales, unos más y otros menos, son unos patanes en conocimientos técnicos profundos y se limitan a capear superficialmente los asuntos y echárselos a otros a la menor ocasión.
— No te quepa ninguna duda. No soy tonto y aunque mis conocimientos técnicos son escasos, las labores de dirección y conocimiento de las personas no me son ajenos y sé perfectamente en el terreno en el que me muevo. Pero tengo las manos atadas y cualquier propuesta que hago de cambio es fulminantemente rechazada y además con amenazas veladas de que no siga por ese camino, que me podría costar un disgusto— contestó su jefe inmediato.
— No sé cómo aguantas esa situación insostenible en el día a día. Yo, desde luego, teniendo personas por debajo a mi cargo le mandaría a tomar vientos sin ninguna duda, pero tendrás tus motivos y no quiero inmiscuirme en ellos. Siento este derrotero en la conversación al que estamos llegando, pero quiero que sepas que todos en esta empresa, incluso tú, habéis perdido la capacidad de saber mis pensamientos, porque ya me cuido mucho de no comunicároslos, tanto los profesionales como, faltaría más, los personales. Y eso no es bueno para nadie.
— Pero al menos los profesionales si estás obligado a comunicarlos, forma parte de tu trabajo y de tu sueldo.
— Estoy de acuerdo, siempre lo he hecho así, pero cuando planteas iniciativas y ves como tu jefe inmediato se inhibe y todos los coincidentes laborales, sin tener idea del alcance, se dedican a criticarlas ferozmente… Y no solo las ideas sino a la propia persona. He aprendido, tengo muchas heridas cicatrizadas en estos años y obro en consecuencia para poder sobrevivir.
— No es una situación agradable esta en la que te encuentras.
— Perdona que te rectifique, en la que nos encontramos. Yo no tengo ningún problema. Tardé unos meses en darme cuenta de lo que estaba pasando. No se trata de entrar en ello, pero incluso afectaron a mi vida personal y te diré que en algún momento llegué a pensar en el suicidio.
— No me lo puedo creer. ¿En suicidarte?
— Pues sí. Pero afortunadamente aquello pasó, tomé conciencia de la situación, tomé la decisión de quedarme en la empresa, no podía hacer nada salvo lo que hago. Sentarme en mi mesa, hacer todo lo que tú me encargas a diario, y dedicar el tiempo libre a estudiar y probar cosas de mi profesión para mejorar mis conocimientos; precisamente en estos días estoy mejorando un monitor de recursos que he programado y que sería muy interesante para ahorrar consumos y unos euros cuantiosos en la facturación, pero no creo que a nadie de la empresa le interese y… ¡por favor!, yo no te he dicho nada.
— Pero esto que me cuentas es increíble.
— Es muy fácil ver si me estoy tirando un farol o es verdad lo que te digo. No tienes más que preguntarme, como jefe mío directo que eres, si hay posibilidades de hacer un monitor de recursos… Pero si no me preguntas, yo no te voy a decir nada. Pero quiero que sepas que está funcionando en dos empresas amigas, una de Zaragoza y otra del País Vasco donde están encantados con él. Dudo, estoy seguro, que aquí llegue a ponerse en marcha alguna vez.
— Estudiaremos ese asunto con más calma.
— Cuando quieras, estoy a tu servicio y al de la empresa para lo que gustéis disponer dentro de mis cometidos profesionales. Y quiero aprovechar para agradecerte que no me hayas cortado los accesos al correo y a los sistemas, cuestión que me es de gran ayuda para poder estudiar y probar cosas, eso sí, con mucho cuidado de no afectar a nada y de que pasen desapercibidas.
— Volviendo al asunto que nos ha traído aquí… Estoy convencido de que tú sabes lo ocurrido ayer y también aquel viernes que hizo caer todos los sistemas ¿Estoy en lo cierto?
— Ya que estamos sincerándonos y aunque no debiera confirmar tus pensamientos y negaré haber mantenido esta conversación… Sí, claro, a los diez minutos de restaurarse los sistemas aquel viernes sabía perfectamente lo ocurrido y su remedio para que no volviera a ocurrir. Te recuerdo que me dijiste que podía marcharme tranquilo, porque no se contaba conmigo en todo el entramado que se estaba preparando. Nadie me preguntó nada…
Esa misma tarde, al regresar de la comida, su jefe directo, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, le echó arrestos y le envió un correo electrónico, con copia a sus subordinados y al comité investigador, para encargarle que se ocupara de solucionar el asunto. Como era de esperar, no pudo hacerlo, pues inmediatamente las altas esferas llamaron a capítulo. Refirió a su jefe inmediato de forma sucinta el problema y la solución que él habría adoptado y volvió a su rincón a seguir… ¡arrinconado!