domingo, 18 de abril de 2021

AUTONOMÍ...yaestábien


No hay nada como tensionar un asunto para comprobar y darse cuenta de sus fortalezas y debilidades. Mientras nadamos en las teorías todo marcha (razonablemente) bien. Lo difícil es pasar a la acción y comprobar en vivo y en directo si las soluciones previstas y las herramientas disponibles nos sacan del atolladero.

Empleado como fui durante muchos años de grandes centros bancarios de cálculo informático, uno de los aspectos clave eran los sistemas de copias y de contingencias que pudieran solucionar cualquier eventualidad que surgiera y poder seguir prestando servicio en unas condiciones mínimas aceptables. Recuerdo en una reunión hace ya muchos años que le dije al director de informática que lo que tenía que hacer para de verdad comprobar la fiabilidad de los planes era, simplificando para que nos entendamos, ir al cuadro de la luz, «bajar los plomos» e irse a su despacho a esperar llamadas derivadas de la situación. ¿Creen Vds. que lo hizo? Nunca.

Hace años, nuestros gobiernos e instituciones se las daban diciendo que teníamos una de las mejores «bancas» del mundo; no vamos a contar aquí lo que ha pasado en ese sector en España en los últimos años con miles de millones «extraviados» y teniendo que ser rescatados algunos bancos con dinero de todos que nunca devolverán. También teníamos una de las mejores «sanidades», pero cuando en el último año fueron puestas a prueba por la pandemia de la COVID… ni trajes de seguridad teníamos para nuestros médicos y enfermeras por no hablar de respiradores y otros elementos.

Hace no tanto si tenemos en cuenta los años que la Tierra lleva dando vueltas o los humanos llamados «sapiens» la habitamos, vivíamos en pequeños grupos con una economía de cazadores-recolectores. De un sitio para otro con lo puesto, con lo que pudiéramos llevar encima, una cosa teníamos clara: el que no trabajaba no comía. Los hombres cazando, las mujeres recolectando frutos o plantas, había que esforzarse para tener alimento que llevarse a la boca día tras día. Insisto, sin trabajar no se podía vivir.

Con el tiempo, hace unos doce mil años, descubrimos la agricultura y la ganadería como una forma mucho más sencilla de asegurarnos el alimento. Eso nos ataba a la tierra y permitía que los grupos fueran mucho mayores, pues la alimentación estaba en mayor o menor medida asegurada. Pero con este cambio de modalidad de vida vinieron nuevos conflictos, ya que había que defender las posesiones de las incursiones enemigas (se necesitaba un sistema de seguridad), había que organizar la vida (se necesitaban personas encargadas de ello), se empezaba a fomentar la religiosidad y otros asuntos que necesitaban personas dedicadas a ello. ¿Trabajaban? Es una forma de denominarlo. Lo que estaba claro es que habían nacido profesiones que laboraban de aquella manera y que tenían para comer y por lo general bien.

Si mi memoria no me traiciona, a mediados del siglo XX la política no podía considerarse una profesión en toda regla en España. No digo que no hubiera personal que viviera del cuento en instituciones, pero lo que no había en un Ayuntamiento de pueblo era un alcalde y unos cuantos concejales, con despacho y dedicación absoluta cobrando un sueldo mensual —no vamos a entrar en sus cuantías— por el desarrollo de su profesión: político. Una profesión para que la no se exige ninguna formación, ninguna titulación y que se puede alcanzar con un curriculum vitae más blanco que la nieve recién caída.

Y a esto viene la imagen que ilustra esta portada. Antaño muchos eran los que tiraban de un carro, normalito, en el que iban subidos unos pocos que se encargaban de tareas supuestamente comunes y necesarias. Hogaño, cada vez menos tiran de un carro engalanado al que se está subiendo demasiada gente. La tensión es cada vez mayor. Por poner un ejemplo, algunos de los que tiraban del carro hace pocos años, criticaban a la «casta» que iba montada y ahora se han subido en asiento preferente. Somos unos desmemoriados.

El aumento del gasto público, con su deuda correspondiente, ya estaba disparado a comienzos de 2020. Con la pandemia se habrá hecho ya estratosférico. El estado se ocupa de demasiadas cosas, gestionando asuntos que podrían no ser de su incumbencia y encima gestionándolos de forma algo deficiente cuando no desastrosa. Y como no teníamos bastante con «1» Estado, ahora tenemos en España, además, «17+2» estaditos subidos al carro con toda su parafernalia que hay que mantener. Y eso por no pensar en otros «carros» como Diputaciones, Ayuntamientos, Organismos dependientes, Unión Económica Europea… Cada vez nos van quedando menos fuerzas… Ya se expresaba en algún slogan con otras palabras «no hay tiradores  para carros tan repletos».

Lo que me admira, con la que está cayendo en el último año, es que nadie se cuestione una de las raíces de nuestros problemas actuales: la (mera) existencia de las AUTONOMÍAS ESPAÑOLAS. Nos cuestan un dinero que no tenemos y nos meten en unos follones que no son de recibo. Puedo admitir que mi vida diaria sea diferente de la de un francés o un húngaro, pero que yo como madrileño y en comparación con un segoviano tengamos diferencias abismales en nuestro devenir diario…

Atendemos más a los jueguecitos emocionales en los que nos meten nuestros líderes y no nos preocupamos de lo importante, porque parece que está asegurado y no es así. Vivienda, trabajo, educación, transporte, sanidad… esos pilares de un llamado estado del bienestar que cada vez se desmorona más y más son los que realmente deberían preocuparnos. Y cuando esos estén solucionados de verdad, ya nos haremos del Sevilla o del Betis, o del Madrid o del Barcelona. Nos dejamos llevar por los cantos de sirena y así nos va yendo.