domingo, 25 de abril de 2021

PROVOCADORES

 

Conozco a Manuel Rodríguez desde hace cincuenta años, cuando coincidimos en el mismo departamento de la ya triste y completamente desaparecida Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, luego Bankia y ahora… nada, fagocitada por otra entidad de cuyo nombre no quiero acordarme. Veinte años más tarde, nuestros destinos laborales divergieron, pero nunca perdimos el contacto, telefónico, electrónico, presencial e incluso ahora «ausencial». Manuel, persona social y culturalmente comprometida y activa, aporta y mucho a nuestra relación, lo que es muy de agradecer en estos días.

En una reciente reunión telemática con más personas, afloraron algunas divergencias que acabaron con un «me levanto y me voy».  A raíz de ello, surgió el tema de los «revienta reuniones», conscientes o inconscientes, algo que se ha puesto lamentablemente de moda —después— esta semana en el ambiente político.

Manuel me hizo llegar unas reflexiones sobre el asunto que, con su permiso y haciendo coincidir su título con el de esta entrada, procedo a transcribir aquí:

 

En estos tiempos de pandemia y de encerramiento parece que están aumentando unos personajes que en los foros virtuales o en los encuentros personales con conocidos o no, demuestran que hemos perdido la tranquilidad y el placer de conversar, de intercambiar opiniones sobre los asuntos más dispares.

El ser humano siempre ha tenido disparidad de opiniones sobre cualquier tema simple o trascendente y el intercambio de opiniones nos sirve para conocer los puntos de vista de otras personas, que esas personas conozcan los nuestros y además nos permitan reflexionar en viva voz sobre nuestros juicios correctos y erróneos.

En estos momentos las discrepancias están a flor de piel y hacen que cualquier conversación se convierta poco a poco en un enfrentamiento inesperado.

En este ambiente aparecen esas personas que siempre tienen la última palabra sobre el tema que estemos tratando y además su opinión es la correcta, la única. No admiten discrepancia. Se sitúan en un nivel superior a los demás y como resultado, el resto de la concurrencia llega a tener una sensación de desprecio o de rechazo inexplicable.

Dado cualquier tema y a lo largo del encuentro de intercambio de opiniones, nuestro amigo siempre tiene algo que decir y además en oposición a todos los demás o centrándose en alguno de ellos en particular. Comienza su cruzada de oposición y va aumentando el nivel de crispación poco a poco. Lo hace con la intención de que el debate sea enriquecedor y que se oriente a lo que considera el correcto planteamiento de lo que se esté tratando.

Ante esa situación tenemos dos posibles actitudes: primera, no hacer caso y seguir nuestra conversación sin entrar al enfrentamiento directo y segunda, sentirnos aludidos y responder en el mismo tono de nuestro oponente. Cualquiera de estas dos actitudes no hará que nuestro amigo se dé cuenta de su constante impertinencia y seguirá con sus intervenciones, confirmándose a sí mismo que está en el camino correcto.

Si en un momento dado, los asistentes al encuentro determinan llamar la atención a nuestro personaje, se ofenderá y dirá a todos que le estamos impidiendo su libertad de opinión y reforzará sus intentos de hacernos comprender que está siendo marginado.

La situación a partir de ese momento es (muy) delicada. ¿Qué podemos hacer? Terminar definitivamente el intercambio de opiniones con lo que nuestro amigo constatará que nos hemos unido todos contra él o bien dejar para otro momento la continuación de nuestra charla.

En ambos casos, ese personaje nos llamará controladores y manipuladores de nuestros encuentros. Se sentirá ofendido ya que él no tiene intención de destruir nada, todo lo contrario, quiere hacer que el diálogo sea más enriquecedor con sus correctas aportaciones.

En estos casos y según crece el malestar del grupo de colegas se planteará en un momento dejar los encuentros.

Llegados a este punto es cuando denomino a ese amigo con el título de «provocador» ya que poco a poco ha hecho que todos sintamos malestar al continuar por ese camino, lo que dará término a los diálogos enriquecedores entre las personas.

Conclusión: El «provocador» es inconsciente de su actitud y además la considera totalmente respetable, pero el resultado es que ha acabado con algo colectivo que merecía la pena.

La diferencia entre un «provocador inconsciente» y un «boicoteador» es que este segundo tiene como objetivo incorporarse a un grupo con la intención manifiesta de romper el grupo.

El primero, consigue lo mismo, pero inconscientemente.

Parodiando el dicho atribuido a Einstein: «Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez del provocador. Y del Universo no estoy seguro.»

 

Quedo infinitamente agradecido a Manuel por estas sesudas reflexiones que suscribo y de las que podemos aprender todos. Seguiremos conversando…