domingo, 20 de junio de 2021

FIRMA


Esta semana ha finalizado un magnífico curso monográfico realizado de forma telemática en la Universidad Carlos III de Madrid bajo el título «La deconstrucción del Estado Español». 45 horas de deleite disfrutando del magnífico profesor Eduardo Juárez Valero en el que se ha desgranado la historia de España en los últimos siglos, focalizando en el XIX, y que sirve para entender las turbulencias en temas de gobierno, quizá hubiera que utilizar desgobierno, que hemos arrastrado a lo largo del siglo XX y todavía siguen lastrando nuestra actualidad.

Como parte del curso, el profesor nos obsequiaba semanalmente con lo que él denominaba «joyas», documentos especiales complementarios al tema tratado. Revisando y archivando informáticamente los documentos del curso, he reparado en algunos de ellos pertenecientes a distinguidos personajes de la época, y especialmente en sus firmas. En la imagen la firma de Ramón María Narváez.

La firma es un asunto que en los últimos tiempos ha caído en gran desuso. La ausencialidad en la gran mayoría de actos que otrora eran presenciales, ha relegado al olvido la firma y la ha sustituido por certificados electrónicos u otros medios. He intentado recordar en que momento firmé algún documento con mi firma y, si la memoria no me falla, me tengo que retrotraer varios años a un asunto notarial.

Pero antaño la firma era un asunto importante y vital. El diccionario la define en sus dos primeras acepciones como «Nombre y apellidos escritos por una persona de su propia mano en un documento, con o sin rúbrica, para darle autenticidad o mostrar la aprobación de su contenido» y «Rasgo o conjunto de rasgos, realizados siempre de la misma manera, que identifican a una persona y sustituyen a su nombre y apellidos para aprobar o dar autenticidad a un documento».

Todas las personas se enfrentan, cada vez más tarde, a la necesidad de disponer de una firma con la que signar ciertos documentos como por ejemplo el DNI o el pasaporte, pero llegan a ellos sin una firma clara y asentada, a la que a mi modo de ver no le dan demasiada importancia. Mi hija, por ejemplo, ha tenido tres documentos nacionales de identidad y la firma en cada uno de ellos es distinta.

En mi caso, la historia fue más perentoria. A los 13 años empecé a laborar como administrativo en una oficina de una empresa de construcción. Desde el primer día la firma era necesaria para autentificar documentos —a pesar de mi edad era considerado un administrativo más de la oficina—. Se necesitaba una firma consistente y que fuera suficientemente compleja. Pasé varios días entrenando la que hoy en día, más de cincuenta años después, sigo teniendo. La cosa se complicaba, porque además era necesaria una segunda firma, con denominación de visé, palabra que no he encontrado en el diccionario y consistía en un garabato más sencillo que me identificara y que tenía que poner en ciertos documentos internos, por ejemplo albaranes o notas, para dejar claro quién los había revisado. Me hice con una firma y un visé en unos días a requerimiento del jefe de la oficina.

Hubo una anécdota curiosa más. Los sábados, día laborable antaño, era el día de pago semanal a los operarios de la empresa. Se preparaban las nóminas y los sobres el viernes por la tarde de forma que yo me acercaba al banco a primera hora del sábado a retirar el dinero, que repartía en los sobres y llevaba en mi bicicleta a los tajos para entregárselo a los obreros previa firma de la nómina correspondiente. Insisto en lo de semanalmente. La anécdota es que, de acuerdo con mi jefe, yo llegué a imitar perfectamente su firma, de forma que, al llegar al banco, el director perfectamente conchabado con mi jefe, me daba un talón de ventanilla que firmaba en su despacho como si fuera mi jefe. ¡Qué cosas! Esto tenía una razón para hacerse así: mi jefe no siempre estaba en la oficina a última hora del viernes por la tarde para firmar personalmente el talón bancario.

Hogaño no se firman talones, instancias, solicitudes, peticiones… Muchas de las actuaciones se hacen de forma electrónica mediante certificados digitales o algunas aplicaciones especiales o, simplemente, no se firman. La evolución de los medios telemáticos ha llevado a dejar la firma personal en un asunto secundario al que los jóvenes, lo veo por mis hijos, no dan la mínima importancia, por no decir ninguna. Lógico, pues lo que no se utiliza cae en desuso. Por más que les insisto en que dediquen un tiempo a disponer de una firma personalizada, no hay manera.