domingo, 18 de julio de 2021

FUERAdeCARTA

Dicen que no hay dos sin tres y parece que al final siempre se cumple el dicho. Se puede tener la guardia bien alta para determinadas situaciones, pero puede ocurrir algún hecho que la baje y volvamos a caer. Después de muchos años, me ha ocurrido de nuevo.

La primera ocurrió hace muchos años en un pueblo de las provincias vascongadas. Íbamos dos matrimonios de viaje y paramos a comer en un restaurante que nos pareció bien a simple vista. Corría 1981 y eso de la internet y los tripadvisor y similares no se había inventado todavía. Lo que se solía hacer es llegar con un poco de antelación, dar una vuelta y preguntar a algún lugareño por un sitio recomendable para comer en la localidad. Alguno te contestaba que no sabía porque él comía siempre en su casa, pero al final con dos o tres preguntas te podías hacer una idea.

Entrados en el restaurante y mientras consultábamos la carta, el camarero nos asaltó con aquello que está incluso hoy muy de moda de «… y fuera de carta tenemos…» ofreciéndonos bacalao. Nos fiamos y dos de los comensales pedimos el bacalao ofertado. La verdad es que no era cosa del otro mundo y quizá lo que querían era darlo salida más que levantar el nivel de restaurante ante unos viajeros que casi con toda probabilidad no volverían nunca por allí. El problema vino al revisar la cuenta y apreciar la «clavada» que nos metieron por el bacalao. No recuerdo las cantidades exactas, en pesetas, pero si recuerdo que se trataba de una cantidad para los dos platos que acababa acaba en 15. Supongamos 615 pesetas. La cosa era un poco mosqueante porque ello supondría que cada plato costaría 307,50. Eso de los céntimos no se llevaba en los restaurantes que ajustaban a duro o dos duros por lo general todos los platos. Poco hubo que hacer, más que pagar y tomar nota de lo sucedido.

Algunos años más tarde, hacia 1985, me volvió a ocurrir, esta vez en un restaurante del bello pueblo turolense de Albarracín. Sí habíamos paseado y preguntado por un restaurante adecuado a nuestras querencias, pero el maître volvió a decir a aquello de «…y fuera de carta tenemos…». Esta vez se trataba de cordero asado que pedimos para mí y para mi mujer. Otra vez habíamos picado y bien que lo comprobamos al revisar la cuenta y tomar nota del tremendo trancazo que se daba a nuestro bolsillo con el precio del cordero, exorbitado a todas luces, pero poco o nada podíamos hacer.

Esta vez sí aprendí: desde entonces, cada vez que me ofrecen algo fuera de la carta y estoy interesado en ello, lo primero que hago es preguntar el precio. Los camareros o maîtres en algunas ocasiones se ofenden, pero no les queda otra que ir a preguntar para enterarse y volver con la información. Y es que lo de fuera de carta sigue en pie, bien de viva voz bien en tarjetitas sujetas con un clip a la carta convencional. En algunas ocasiones aparecen los precios de los platos, pero son las menos.

Y esta semana me ha vuelto a ocurrir. No ha sido exactamente una oferta de «fuera de carta» y por ello he picado. Estábamos consultando la carta en un chiringuito ─literalmente un chiringuito─ de playa cuando pasó a nuestro lado el camarero con un plato para otra mesa que nos llamó a todos poderosamente la atención. ¿Qué era eso? Cuando regresaba el camarero le preguntamos y nos dijo que calamar a la plancha, un plato exquisito. Y añadió, nunca sabremos si era verdad, que solamente quedaba otro, que se los habían traído hoy de forma especial y que casi nunca había. Le dijimos que nos fuera haciendo ese que quedaba para nosotros. Por el desarrollo de los hechos, obviamente, no preguntamos el precio, craso error, porque nos quedábamos expuestos a una nueva clavada ante la que poco podríamos hacer.

La verdad es que el calamar estaba exquisito, amén de ser un ejemplar de considerable tamaño que hizo las delicias de los tres comensales que éramos. Solo o algunas piezas con una salsa alioli especial, estaba de rechupete. Antes de ser engullido presentaba el aspecto que pueden ver en la imagen que acompaña a esta entrada. Nunca sabré si el precio que nos cobraron era mucho o poco por este ejemplar: 30 euros. Sí que llamaba la atención que para una cuenta total de 70 euros por la comida de los tres, 30 euros fueran de un solo plato.

Realmente no se trató de un «fuera de carta», sino que esta vez fue un «salto a la vista», pero lo de degustar un plato sin saber su precio volvió a ocurrir.