domingo, 12 de noviembre de 2023

COMPETICIONES

Hay muchos tipos de competiciones, eventos en los que pueden intervenir dos o más contendientes —también puede ser uno solo cuando se trata de establecer algún récord—, siempre bajo unas reglas pactadas de antemano y generalmente bajo la vigilancia de árbitros o jueces que velan por el cumplimiento de las normas por parte de todos. Es verdad que hay lances en los que la intervención del juez o árbitro puede estar sesgada, intencionadamente o no, con lo que se desvirtúa la leal competencia entre los participantes.

Dicho lo cual y a grandes rasgos, plantearía una división muy básica entre las competiciones: objetivas y subjetivas. Me explico.

Objetivas serían aquellas en las que la determinación del ganador queda fijada de una forma indiscutible. Por ejemplo, en el atletismo, en una carrera, el atleta que llega antes a la meta —siempre que no haya hecho trampas— es el ganador. No hay discusión posible. O en otras pruebas el que salta más alto o más lejos o lanza la jabalina un número mayor de metros que el resto de los competidores.

En este tipo de pruebas, los avances en tecnología van ayudando cada vez más a los controles humanos para evitar errores, intencionados o no. Por ejemplo, en tenis, otro de los deportes que me entusiasma además del atletismo, los jueces de línea —humanos— están desapareciendo paulatinamente de las grandes competiciones siendo sustituidos por controles electrónicos sumamente precisos. Cámaras y tecnología detectan de forma inmediata si la bola ha entrado o ha ido fuera y muestran con imágenes el bote preciso: no hay discusión. Con estos medios, los jugadores tienen unas garantías extraordinarias de que el resultado es limpio y será ganador el que más puntos consiga.

Pero hay otras muchas pruebas, o competiciones, o concursos, o premios que no se pueden considerar objetivos, sino más bien subjetivos. Cuando era joven y andaba muy metido en el mundo de la fotografía, llegué a participar en concursos nacionales de fotografía en blanco y negro. Enviaba mis fotografías cumpliendo las normas de la convocatoria y junto con todas las recibidas eran examinadas por un jurado compuesto por supuestamente entendidos en la fotografía que daba su veredicto. ¿Cómo se decide que una fotografía es mejor que otra? No hay criterios objetivos y depende del jurado. Con otro jurado diferente, el premio hubiera recaído seguramente en otra obra. Tengo que decir que en algunas ocasiones yo mismo fui jurado de concursos y este asunto siempre flotaba en el ambiente. Porque cada uno tenemos nuestros gustos y tendencias.

Y esto reza igualmente para pintura, escultura o… literatura. En esta semana han llegado a las librerías los libros ganador y finalista del Premio Planeta 2023 en su 72ª edición. «Desde la 70ª edición, el Premio Planeta es el de mayor dotación económica en el mundo, superando al Premio Nobel. La novela ganadora es premiada con un millón de euros y la finalista con doscientos mil». En la presente edición de 2023… «se ha batido el récord de participación con un total de 1.129 obras originales aspirantes al premio, 461 más que 2022».

Como este es un tipo de concurso subjetivo, hace falta un jurado. En esta ocasión…  «ha estado compuesto por José Manuel Blecua, Fernando Delgado, Juan Eslava Galán, Pere Gimferrer, Carmen Posadas, Rosa Regàs y Belén López», personalidades de reconocido prestigio en el mundo de la literatura. Pero…

 De lo que no se sabe a ciencia cierta uno puede hacer conjeturas y opinar a riesgo de equivocarse. Los siete miembros del jurado… ¿se han leído una por una todas las obras presentadas? Evidentemente no, pues serían materialmente necesarios algunos años para hacerlo. Se impone que haya algún tipo de selección previa… ¿son tenidos en cuenta los nombres de los autores incluso aunque sean seudónimos? ¿Hay un ejército de lectores entrenados filtrando y seleccionando las obras? ¿Qué criterios? En fin, los entresijos y mecanismos de escoger las diez obras finales que optan al premio y que son publicitadas días antes serán conocidos por unos pocos y tendrán sus luces y sus sombras.

Desde hace varios años, los ganadores son por lo general grandes figuras conocidas de la literatura patria. Lógico, si son buenos escritores también tienen capacidad para ganar el premio y el mismo derecho que los demás. Citemos algunos ganadores de los últimos años: Lorenzo Silva, Javier Cercas, Dolores Redondo, Javier Sierra, Santiago Posteguillo, Javier Moro, Eduardo Mendoza, Luz Gabás, Eva García Sáenz de Urturi…

Parece como si… ahí lo dejo. El Premio Planeta tiene —o debería tener— el suficiente prestigio como para que los lectores se tiraran a devorar el libro premiado, aunque su autor fuera un perfecto desconocido. Si el jurado le ha dado el premio es porque el libro lo merece. Pero, claro, si además de ser un buen libro, su autor es conocido, el asunto tiene mucho más tirón. Económico, sobre todo. Es una mera conjetura mía, pero que me parece que está bastante extendida por los círculos literarios.

Por ello, también es curioso que el segundo, el finalista, sea muchas veces un autor prácticamente desconocido, como ha ocurrido este año: Alfonso Goizueta Alfaro, un joven de 23 años con algunos libros ya publicados. Citemos nombres de algunos finalistas que no obtuvieron el «premio gordo»:   Sandra Barneda, Paloma Sánchez-Garnica, Ayanta Barilli, Cristina Campos, Cristina López-Barrio, Marcos Chicot, Daniel Sánchez Arévalo…

Por mi parte, lo que suelo hacer en los últimos años es leer (casi) siempre el finalista y no siempre el ganador. Y por lo general los finalistas no-ganadores no me defraudan y me hacen quedarme con la duda de si no hubieran sido los ganadores en caso de que los nombres de los autores no pesaran tanto, que es lo que al menos lo que —a mí— me da la impresión.

En una crítica aparecida ayer 11 de noviembre de 2023 en el diario «El País» y firmada por Jordi Gracia, se tacha al libro ganador de «fallido folletín» y se le considera la «autoinmolación del premio Planeta». Una crítica mortífera con frases como «A alguien se le ha ido la pinza para llegar a premiar una redacción escolar de turbadora tosquedad» o «El problema sistémico es la dejación de funciones de los siete miembros del jurado y de la editorial, fraude tan masivo que vuelve a traicionar la confianza de una mayoría de españoles con ganas de leer historias entretenidas sin que naveguen necesariamente en la indigencia moral y literaria». Demoledor.