domingo, 31 de enero de 2010

JUBILACIONES

Llevan mucho tiempo diciendo que no es necesaria ninguna reforma laboral. Llevan mucho tiempo diciendo que el sistema de pensiones está garantizado hasta no sé qué año y que goza de buena salud. La gran cantidad de nuevas afiliaciones de trabajadores de los últimos años han conllevado unos sustanciosos ingresos a sus arcas. Pero es lo de siempre, “donde dije digo Diego”. En los últimos días se han descolgado con una propuesta, solo es una propuesta pero que peligro tiene, que aboga por alargar la fecha de jubilación dos años, pasando de los sesenta y cinco de toda la vida a sesenta y siete.

Tras mucho tiempo sin reunirse ni establecer “peoras”, que es lo único que al parecer saben hacer, los agentes sociales están a punto de iniciar nuevas reuniones para decidir el futuro de los trabajadores, en un clima pretendido de consenso y entendimiento. Difícil es esto si lo único que se pone de forma básica encima de la mesa de negociación es que es necesario el despido libre. Huele a falta de imaginación y para distraer el ambiente desde el propio Gobierno, que tiene sus ideas, se lanza la cortina de humo del retraso en la edad de jubilación. Una corta conversación con mi buen amigo José María saca a colación mucha enjundia tras estas decisiones. Solo a modo de documentación, por si no lo hemos pensado, los trabajadores estamos representados por los sindicatos, que se desvelan por nosotros.

Parece que la sociedad se dedica a cultivar los contrasentidos. En unos momentos en que el paro avanza a marchas forzadas, que las relaciones laborales modernas deterioran la convivencia y endurecen las condiciones de trabajo, que el ritmo de vida ha colocado a los trabajadores a muchos minutos de distancia entre su residencia y su puesto laboral, que el empleo se precariza por empresarios aprovechados de la situación ofreciendo salarios propios de una esclavitud, que surgen nuevas formas de acoso laboral para conseguir fines de forma ilícita, que muchas empresas están prejubilando a sus trabajadores con poco más de cincuenta años e incluso menos, que existe poca ilusión por el trabajo bien hecho y con vistas al futuro, que mucho ordenador pero las cosas no van mejor que antes, que …., que …., que…. van y se nos descuelgan, nada menos, con retrasar dos años la edad de jubilación.

Cada cual pensará como le afecta o le puede afectar esta medida si es que tiene suficientes conocimientos para ello. Por de pronto la jugada, básicamente, es perfecta. Retraso dos años el inicio del pago de pensiones para un montón de personas y a la vez estas mismas personas me están ingresando las cuotas. Repito, jugada perfecta. Luego está la realidad de los estudios que dicen que la edad de jubilación efectiva, sin contar las prejubilaciones, está en torno a los 63 años. Claro, es que desde los sesenta podemos optar a la jubilación anticipada, eso sí, con una merma importante en la pensión que nos va a quedar. Pero muchos trabajadores están tan desesperados por las condiciones personales y laborales en su ambiente de trabajo que prefieren dejarlo aún a riesgo de ver disminuidos sus ingresos en lo que les queda de vida.

Las muestras de apoyo de los de la “voz de su amo” argumentan cuestiones tan peregrinas como que la esperanza de vida se ha prolongado muchos años, como queriendo dejar a entender que no es justo que estemos cobrando tantos años la pensión después de jubilarnos. Pero no dicen cosas como que antiguamente muchas personas empezaban a cotizar con catorce años y se daba el caso de jubilarse a los sesenta y cinco con más de cincuenta de cotización. Hoy día la edad de acceso al mercado laboral está muy por encima de esa cifra y no es frecuente una cotización continuada y constante en el tiempo, ya que las formas de trabajo han cambiado. Pero seguimos en la injusticia de que lo que computa para el cálculo de la pensión son los quince últimos años cotizados. Con esto hay personas que manejan bien este extremo y parece que solo han trabajado desde los cincuenta a los sesenta y cinco. Pero también en estos últimos tiempos, esas edades son en las que los trabajadores encuentran más problemas para mantener el empleo y la cotización. Triquiñuelas de todo tipo, como por ejemplo los E.R.E.’s a los que muchas empresas se apuntan aprovechando la coyuntura, están minando la cotización de muchas personas, eliminándola o reduciéndola. ¿De qué sirve haber estado cotizando por la base máxima toda la vida si en los últimos quince años no hemos podido mantener este nivel?

Luego hay otras grandes diferencias entre empresarios, autónomos y asalariados a la hora de manejar estas contingencias. Un asalariado no tiene ningún control, ya que su empleador decide una base y abona su importe. Un autónomo puede decidir, por ejemplo, cotizar por la mínima, poco más de 250 euros de cuota, y los aproximadamente 700 euros más que necesitaría para alcanzar la cuota máxima manejarlos a su antojo, invirtiendo, guardándolos en el colchón o lo que sea, pero en todo caso teniendo un control personal sobre su dinero y no dejándolo en manos de gestores que nos pueden sorprender con cualquier decisión a la vuelta de un telediario.

Me he enrolladlo un poco y no me queda espacio para tratar lo que iba a ser fundamental, y es respecto de las prejubilaciones. Los trabajadores en este estado han firmado un contrato de suspensión de empleo con su empresa por la que esta se compromete a unos pagos hasta…. ¿Cuándo?. Lo suyo es que en esos contratos figurara como fecha final el momento de la jubilación, fuera la que fuera. ¿Es esto así?. Parece ser que no. Si lo sabían o no lo sabían las empresas cuando prejubilaban a sus trabajadores no es la cuestión, pero muchos de ellos tienen como fecha de final el día en que cumplen sesenta y tres o sesenta y cinco años. ¿Es Vd. prejubilado? ¿Cuándo finaliza su contrato? Seguramente en una fecha concreta que será su cumpleaños, y en la que teóricamente Vd. debería dirigirse a tramitar el pase a pensionista y empezar a cobrar su pensión. Si esta “propuesta” sigue adelante, ese día dejará de cobrar lo que su antigua empresa le pagaba, no se podrá jubilar, y lo que es peor, tendrá que seguir afrontando un tiempo de su propio peculio las cuotas de la Seguridad Social, para no menoscabar el importe por aquello de los últimos años cotizados. Vamos, que toca empezar a ahorrar para esta nueva contingencia o “mejora” que nos ha llovido del cielo.

domingo, 24 de enero de 2010

BANDOLEROS

Ya no saltean por los caminos ni hace falta ir a Sierra Morena para verlos de cerca. Están en los despachos, salen por la televisión y hacen y deshacen a su antojo. Se mueven por sus endogámicos parámetros y sin hacer caso a lo que ocurre en la calle y a quienes afectan en sus decisiones. En la sociedad actual, individualista cada vez más y sojuzgada por unos laberintos económicos en los que todos, queriendo o sin querer, nos vemos atrapados en mayor o menor medida, las protestas son mínimas, simbólicas y a los que van dirigidas les resbalan, como el agua de la ducha por la piel. Es como una tela de la araña en la que hemos caído y que cuanto más nos revolvamos más aprisionados estaremos mientras la araña nos contempla con paciencia, esperando a que estemos maduritos.

Para muestra bien valen dos botones. Uno de ellos es la desproporcionada subida que la Comunidad de Madrid ha aplicado desde primeros de años al transporte colectivo. Haciendo caso al famoso “divide y vencerás”, ha aplicado el rejonazo solo a una parte de los usuarios, concretamente a aquellos que utilizamos el bono de diez viajes para metro y autobús, con una subida superior al veinte por ciento lejos de toda lógica y de todos los índices económicos que el pasado año de 2009 nos ha dejado como rastro. Y este tipo de actuaciones arbitrarias, que dividen en este caso a los viajeros en dos grupos, no son nuevas y llueven sobre mojado. Si leyó una entrada en este blog titulada “Precios” publicada en Enero de 2009 caerá en la cuenta de que estos bandoleros no son facinerosos, malencarados, malhablados o malvestidos sino todo lo contrario y ni siquiera tienen que mirarnos a la cara para hurgarnos en nuestros bolsillos muchas veces a lo largo del año. Hagamos lo que hagamos no nos escapamos pues de sobra saben ellos, por sus estudios y asesores, donde meter la mano. Es lo mismo de siempre, subiendo incluso mucho los impuestos al rey de este país, que solo hay uno, poco botín podríamos conseguir, así que dejemos al rey tranquilo y apliquemos el torniquete donde más y a más podamos exprimir.

El otro botón al que voy a referirme es al organismo o lo que sea oficial de Correos de España, con muchos años de funcionamiento que no de mejora. Hace más de treinta años me hice con un apartado de correos, ya se sabe, esos buzones que se encuentran ubicados en la propia oficina postal y que son utilizados en general por empresas y organismos que reciben mucha o voluminosa correspondencia, como a mí me ocurría por aquellos años en que recibía revistas, fotografías, libros y paquetes en general. El beneficio era mutuo, por un lado el cartero se evitaba de ir cargado con todo hasta mi domicilio y por otro lado no se quedaban las cosas muchas veces fuera de los buzones que existen en los portales pensados exclusivamente para cartas y no muy grandes. Es común ver las revistas o propaganda que recibimos en esos buzones sobresaliendo de los mismos, dobladas o contraídas cuando no directamente encima, dispuestas para ser sustraídas por algún vecino o repartidor que pase por allí.

Por aquel entonces, el precio anual del alquiler del apartado era simbólico. No lo recuerdo porque lo abonaba directamente mi padre y no me lo cobraba siquiera. Con el paso del tiempo, el precio ha sido subiendo “para adecuarse a los tiempos actuales” hasta los cincuenta y tres euros con treinta y seis céntimos que es la cuota a abonar para el presente año de dos mil diez. Un gasto más a añadir a los que tenemos las familias aunque en este caso es por un servicio voluntario. Parece que ya no le interesa a Correos que sus funcionarios se eviten cargar con cartas y paquetes y ha cambiado el chip pasando a entender los apartados como un gran servicio que requieren los clientes y que hay que cobrar. Bueno, hasta ahí de acuerdo, pero hay que ser masoquista para, pudiendo recibir las cartas en casa cómodamente, pagar por un servicio para que no te las lleven y tengas que ir tú a por ellas. Para que todo no sea negativo hay que decir que desde hace unos años las oficinas de correos abren por las tardes lo que nos permite a vaciar el apartado hasta las veinte treinta, por lo menos en la oficina en la que yo tengo alquilado, por el momento, mi agujerito.

Sin entrar en si este precio es mucho o poco, este año han dado una vuelta de tuerca más. A algún bandolero de despacho le habrá parecido que se saca poco por este concepto y que hay que sacar más. En mi caso recibíamos la correspondencia los miembros de mi familia en número de tres. Poco a poco hemos ido dirigiendo la correspondencia en papel que no hemos podido eliminar a ese apartado al que nos acercamos de vez en cuando dando un paseo ya que está cerca de casa. Siempre que he podido, por ecología y comodidad, he renunciado con las empresas que lo ofrecen a recibir correspondencia en papel, sustituyéndola por electrónica, con el consiguiente ahorro de papel y costes, que no siempre, es decir, nunca, nos suponen una rebaja en los precios. A lo que vamos, que nos estamos desviando, los bandoleros del organismo han decidido, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, que no es suficiente con disponer del apartado, que para poder recibir la correspondencia es necesario hacerse “suscriptor” del mismo y con un máximo de cinco por apartado. Hasta ahí ningún problema si no fuera porque cada suscripción cuesta…. cincuenta y tres con treinta y seis euros.

Cuando hace unos días el funcionario me informó de que tenía que formalizar la suscripción de las personas que recibían correspondencia en el apartado, mi mujer y mi hijo, so pena de que las cartas fueran devueltas, y pasó a indicarme el precio, no sé si mi estado de cabreo me permitió enterarme bien y esos casi ciento sesenta euros de suscriptores son además del precio del apartado o no. Tengo que volver para enterarme y para dejar libre el apartado que supongo que es lo que van buscando. En todo caso y por lo menos, la subida es de más del doscientos por cien para el mismo uso que estábamos haciendo el año pasado. Lo que yo digo, bandoleros, palabra hasta musical y bonita, por no emplear otras que me vienen a la mente, bastante menos educadas y bastante más malsonantes.

En los próximos días hay que contactar con las empresas y personas que nos mandan correspondencia al apartado para modificar la dirección no vaya a ser que nos empiecen a devolver nuestras cartas y comunicados. Alguna caerá. Y mientras tanto el cartero que reparte a domicilio verá como un buzón que rara vez recibía cartas comienza a usarse.

sábado, 23 de enero de 2010

MOVILES

Aunque últimamente se ha generalizado su uso como sustantivo, la palabra móvil es un adjetivo que en una de sus más amplias acepciones significa “que puede moverse o se mueve por sí mismo”. El uso actual al que me refiero es la abreviatura aplicada a un dispositivo que cada día de forma más frecuente nos acompaña a todos y a todas incluso en los momentos más íntimos y delicados. No en vano ha habido alguna indicación atribuida a operadores de centros de atención al cliente de que las personas tengan a bien no atender el teléfono cuando están en el excusado, ya que los “ruidos” se escuchan también a través de los sofisticados micrófonos de que están dotados estos aparatos y no son nada agradables como fondo de una conversación.

Así pues cuando decimos “móvil” estamos ahorrando saliva evitando decir “teléfono móvil” o aparato portátil de un sistema de telefonía móvil. También podríamos decir CAU o CAC cuando nos referimos a un centro de atención a clientes o usuarios pero esto está menos generalizado.

De siempre he sido alérgico al aparatito ese. Me he resistido todo lo que he podido a portar uno de forma permanente pero los nuevos usos y costumbres y además un cambio en mi actividad profesional me han casi forzado a llevar uno acoplado al cinturón de forma permanente. En sí el trasto no es malo, como tampoco es mala una pistola, estribando el problema en el uso que le demos según en qué circunstancias o contextos. Reconozco que brinda al usuario unas posibilidades enormes de hablar y conectarse con el mundo pero a la vez brinda a los demás la posibilidad de “disponer” de mí en cualquier momento y lo que es peor, en cualquier lugar como ya he comentado anteriormente. ¿O es Vd. de los que deja el móvil encima de la mesa cuando va al servicio? Si se lo lleva al servicio o sitio similar, ya sabe que según la conocida ley de Murphy será en el momento exacto en el que suene.

Suelo utilizarlo con toda la mesura que puedo, tanto cuando llamo yo como cuando me llaman a mí. Más que nada por las exorbitadas y guadianesas tarifas que han marcado las operadoras. Sin embargo hay situaciones en las que he caído en la trampa. No siempre se puede atender el teléfono en cualquier momento, ya que hay algunos en los que la educación para con los que te estás relacionando exige no prestarle atención. El otro día sin ir más lejos estaba en una reunión cuando recibí la llamada de un cliente. Me enteré por la vibración, que listos son con esto de la vibración pues en otro caso estaría apagado, pero no pude y no quise prestarle la más mera atención, así que vibró y vibró hasta que el interlocutor de otro lado se cansó o comprendió que no podía atenderle. Esto es un poco frustrante y tendemos a pensar que nuestro destinatario ha identificado la llamada y simplemente no quiere cogerlo.

Pero ya se encarga de recordarte que “hay una llamada perdida” de tal o cual número y o persona. Así que al salir de la reunión llamé y tuve que estar, con todo el dolor de mi corazón, más de veinticuatro minutos hablando, lo que supondrá unos cuantos euros en la factura de fin de mes, factura que la gente paga alegremente sin protestar y sin hacer nada en pos de una rebaja en unas tarifas a todas luces abusivas y desorbitadas.

Estos “paratos” se han colado en todos lados. Es relativamente frecuente estar asistiendo a los oficios religiosos del domingo o a una conferencia o incluso en el cine y ver como la gente se levanta y se sale comenzando la conversación antes incluso de abandonar el recinto, eso cuando no hablan sin moverse. Es de suponer que son llamadas urgentes, ineludibles e inexcusables y que les va la vida en ello. Yo me pregunto cómo se hacía antes cuando uno se iba al cine y disfrutaba de la película de principio a fin sin que nadie tuviera la posibilidad de interrumpirle, ni siquiera mediante una sugestiva vibración. Yo simplemente apago el aparato cuando me veo en situaciones como las comentadas y otras que surgen como estar dando clase durante varias horas o estar en procesos de terapia de grupos donde no parece ni medio educado atender una vibración o una llamada, ni siquiera para ver quién llama.

Me gusta aprovechar mi desplazamiento diario en el transporte público para dedicarme a mi afición favorita: la lectura. Pero cada vez es más difícil, pues la gente aprovecha para darle a la lengua, generalmente en tonos de voz más altos de lo normal, y contar sus interioridades para que todo el mundo las oiga y a mí me distraiga de mi lectura. Antes esto solo ocurría en el autobús, pero las empresas se han debido dar cuenta de que la gente se aburre en los transportes públicos y ha dotado al metro también de cobertura por lo que tampoco en este medio se puede leer con tranquilidad. Suele ser frecuente la llamada inicial a la persona con la que se quiere contactar diciendo que acaba de iniciar el viaje y que le devuelva la llamada. ¿Quién paga estas llamadas? Me temo que no siempre los que hablan y hablan minutos y minutos.

Otra de las cosas a las que asocio el aparatito este es la improvisación. A modo de ejemplo, cuando antiguamente en mi trabajo había que preparar cosas con antelación para que las llevaran a cabo otros, la minuciosidad y el detalle si se quería que todo funcionase rayaba en lo espartano. Con la llegada de los teléfonos móviles y la posibilidad de estar localizado en cualquier momento y lugar, la improvisación ha llegado: si ocurre algo no previsto se llama y se soluciona en el momento.

Para las citas ocurre lo mismo, “quedamos en el móvil” o “cuando llegue te hago una perdida” son frases de lo más corriente en lugar de establecer una hora y un lugar como se hacía antaño. En esto hemos….. ¿mejorado?

Y luego está todo el negocio alrededor de ellos: servicios, ofertas, posibilidad de comprar y pagar, etc.etc. Yo llevo varios días recibiendo un mensaje diciendo que tengo disponible un mensaje MMS que no puedo recibir porque no tengo activo el servicio, por lo que debo de mandar yo uno de ese tipo para activarlo. Van listos, se van a gastar un tiempo y un dinero en seguir mandándome el mensajito, pues yo ni sé lo que es un mensaje MMS ni, lo que es peor, quiero saberlo, por lo que me extraña mucho que intente mandar uno. Pero reconozco que soy un espécimen raro en este asunto y que fomento mi alergia hasta límites que se vuelven en contra mía al no “disfrutar” de las posibilidades que me ofrecen estos “paratos” y que van mucho más allá de la pura telefonía y que yo me empeño en rechazar.

domingo, 10 de enero de 2010

SEGUROS

“Pleitos tengas y los ganes”, reza un dicho popular, que es más bien una maldición, atribuido a la etnia gitana. Dios nos libre todo lo posible de tenernos que pasar por algún litigio en los tribunales, pues aunque obtengamos sentencia a nuestro favor, habremos perdido.

Podríamos acuñar otra frase de corte parecido, que desconozco si existe ya, que dijera algo así como “Seguros tengas, pagues y no utilices” y cuyo significado es autoexplicativo. Las compañías de seguros son una constante en nuestras vidas ya que de forma obligatoria, si tenemos un vehículo, estamos obligados a contratar un seguro y además es muy corriente tener algún tipo de seguro más, entre los que podemos citar de vida, médicos privados, de pago de hipoteca, de nuestra vivienda, y últimamente alguno de corte más moderno como el sufragado para disponer de un bufete de abogados.

Alguno más y que va servir de referencia a estas líneas: el seguro de deceso o de fallecimiento, que cubre los gastos, que son cuantiosos, derivados del fallecimiento de una persona. Es un seguro que se paga mes a mes, de una cuantía no desdeñable, y que tiene la fundamental justificación de liberar a la familia de los numerosos pasos que tiene que dar a la muerte de un finado, desde la preparación del entierro o incineración hasta los trámites legales en el Registro Civil, Padrón Municipal, Seguridad Social, Hacienda y demás organismos oficiales y privados con los que la persona fallecida pudiera tener alguna relación, obligatoria o voluntaria. Resulta evidente que al que deja este mundo le preocupan poco estas cosas, aunque el hecho de tener contratada una póliza de este tipo dice mucho en su favor por no dejar, o al menos aliviar, problemas a sus seres queridos en momentos tan delicados.

Yo no tengo seguro de este tipo. Lo tuve allá por los años 80 y tras estar pagando un par de años una cantidad nada desdeñable caí en la cuenta de que el seguir con este tipo de seguros era gastar una gran cantidad que podría acumular yo mismo si tuviera la constancia de guardar aparte el importe de los recibos. Por supuesto nunca lo hice y eso supone que el día que fallezca mi familia tendrá que afrontar los gastos. Estos gastos dependen de muchas cosas, una de ellas y fundamental es la localidad donde se vaya a “residir” para la posteridad. No es lo mismo ser enterrado o incinerado en Bollullos del Condado que en Aldea de Calatrava por citar dos pueblos que me vienen en este momento a la cabeza y de los que desconozco sus entresijos enterratorios. Depende muy mucho de la voracidad recaudatoria de curas y alcaldes que suelen controlar los cementerios, municipales o parroquiales, en caso de enterramiento clásico o los tanatorios en caso de las más modernas incineraciones. También es un problema añadido si el fallecimiento se produce en una localidad distinta, ya que en este caso hay que añadir todos los problemas y gastos del traslado del cadáver, que no son baladíes. En otra ocasión referiré los problemas acaecidos en el entierro de mi abuela, hace más de treinta años, derivados de competencias entre forenses y del mal trazado del camino a recorrer por la comitiva fúnebre ya que en aquella época, no sé ahora, se pagaba un tanto a cada iglesia de los pueblos por los que debía de pasar el cadáver camino de su destino final. Parece sacado de la España profunda, pero así era.

El caso es que el pueblo donde resido es uno de los más caros en costes de defunción. Según me han comentado en la compañía de Seguros, alrededor de los 3000 euros cuesta morirse aquí, un poco menos si te incineras y un poco más si te entierras. La semana pasada falleció mi padre. Tenía contratada una póliza de este tipo con la compañía Santa Lucía, cuyo nombre menciono pero no precisamente para hacer propaganda, sino todo lo contrario. Hasta donde recordemos sus familiares, mi padre estuvo pagando está póliza, en la que estaba incluida mi madre y tres hijos, desde que se casó, a mediados del siglo pasado. A efectos de dato documentario, el coste mensual de esta póliza es en estos momentos de 47 euros y eso porque “era la barata”, del tipo I-T. Yo nunca hubiera sabido lo que significaba I-T pero ahora me he enterado bien, pero que muy bien.

Las convicciones religiosas de mi padre le impedían comprender el hecho de la incineración que ahora está tan de moda y que es utilizado cada vez más. Nunca tuvo casa propia, ni coche ni otro seguro que esta póliza de deceso, pero si se preocupó muy mucho de tener su plaza propia, a perpetuidad que se dice, tanto para él como para mi madre, en el cementerio parroquial de la localidad así como la póliza que cubría todos los gastos. En el fragor de los momentos iniciales tras el fallecimiento, contactamos con la empresa funeraria de servicios que nos atendió muy bien y en todo momento y que se puso en contacto con Santa Lucía para ocuparse de todo lo relativo al hecho, que no voy a citar aquí, pero que son una serie muy variada de cuestiones que yo antes solo acertaba atisbar. Al poco tiempo, y estando mi madre y mis hermanos presentes, el empleado de la funeraria viene y nos dice que hay un pequeño inconveniente, que la póliza que tenemos es una póliza I-T. ¿Y qué narices significa eso? Pues que es una póliza de incineración y no de enterramiento. A mi madre se le cayó el alma a los pies y tuvimos que quitarle de en medio mientras el cabreo iba subiendo de tono en nosotros.

Por lo comentado es imposible que mi padre tuviera suscrita de forma consciente una póliza I-T y dado que, en los tiempos inmemoriales en los que mi padre suscribió la póliza no existía la modalidad de incineración, la póliza debería haber sido cambiada a posterioridad. Se pudo arreglar con buenas composturas el entierro en lugar de la incineración, aunque hemos tenido que aportar al final una pequeña cantidad de dinero superior a los 200 euros. No es mucho, pero con todo lo que mi padre había pagado a lo largo de su vida no se merecía esto sino un entierro con corceles negros y banda de música. Seguros, pólizas y modalidades.

Buscando datos en los archivos de mi padre, hemos encontrado como fecha más antigua de la póliza demostrable el año 1976, aunque tenemos la convicción de que es más antigua. Pero hete aquí que en el año 2006 de produjo el cambio a la modalidad I-T y además está firmado por mi padre. ¿Leyó mi padre la letra pequeña de la nueva póliza que le presentaban? ¿Sabía mi padre lo que era la modalidad I-T? ¿Le engañó algún agente avispado? ¿Le sugirieron este cambio desde la compañía para abaratar el coste y no se dio cuenta? Nunca lo sabremos pero lo que si podemos aseverar sin ningún género de duda es que NO, que mi padre no hubiera firmado de forma consciente un cambio a incineración de ninguna manera, ya digo, por sus propias convicciones religiosas y por disponer de su plaza, a perpetuidad, en el cementerio.

La compañía no nos puede, porque no la tiene o porque no quiere, aportar información sobre el cambio. Está firmado y realizado y en estos momentos poco importa ya. Lo que si hemos tenido que hacer es cambiar la póliza a la modalidad SP-T, sepelio y traslado, para mi madre y dar de baja a los hijos que tendrán que buscarse la vida por su cuenta. Si usted que está leyendo estas líneas tiene una póliza de este tipo contratada, o de cualquier otro tipo, le sugiero que se lea la letra pequeña de pé a pá, para no encontrarse, en el momento de necesitarlo, con sorpresas desagradables.

“Seguros tengas, pagues y no utilices”

domingo, 3 de enero de 2010

ANASTASIO



“Madre no hay más que una” reza el dicho popular. No sé si de aquí se puede deducir que padres puede haber muchos aunque todos sabemos que también solo hay uno. El primer día del año, recién estrenado el 2010, a las siete de la mañana, Anastasio, mi padre, nos dijo adiós para ir con toda seguridad al cielo y descansar para siempre. Sus 88 años de vida le permitieron conocer y vivir los numerosos cambios que se han producido en el ya pasado siglo XX y los albores de este.

La guerra civil española, esa de la que los algo más jóvenes hemos oído hablar pero no llegamos más que a hacernos una idea, le sorprendió
con quince años y tuvo que pasarla lejos de su casa y de su familia, en Alaquàs, un pueblo de Valencia que siempre recordó con cariño. La vuelta a casa supuso un cambio radical en su vida, ya que su padre quedó para siempre descansando en tierras valencianas y nunca volvió a su hogar. La recuperación y puesta en marcha de nuevo del negocio familiar, una sastrería, ocupó sus primeros años juveniles, aunque pronto se dio cuenta de que no era bueno trabajar en asuntos familiares y de forma autodidacta y sin haber ido casi a la escuela, sacó sus oposiciones de cartero urbano. Todavía de muy mayor recitaba de corrido y con cantinela los pueblos que componían los distritos postales de cada una de las provincias españolas. No obstante nunca olvidó su profesión de sastre y daba gusto ver como de vez en cuando, para la familia e incluso para algunos amigos como dn. Ricardo, el médico del pueblo, metía las mangas de algunas chaquetas, los bajos de algunos pantalones o recomponía las hechuras de algún abrigo.

Como la familia aumentaba y el sueldo de cartero llegaba a fin de mes con muchos apuros, dedicó a las tardes a trabajar como administrativo de empresas, primero en una de jardinería y viveros y finalmente hasta su retiro en una de construcción. Con ello no llegaba a casa hasta más allá de las diez de la noche, con lo que sus hijos le veíamos en la comida familiar y los domingos. Eso sí era trabajar de sol a sol. Desde mis trece a mis diecisiete años estuve trabajando con él en esa empresa de construcción, donde aprendí muchas cosas aunque fue duro tener a tu padre como tu encargado, ya que me regañaba y me corregía, por mi bien, mucho más que el propio jefe de la empresa. Uno de sus compañeros de esta empresa, Miguel, el chófer el camión, le apodó como “cabalito”, un mote que no le gustaba nada, peo que reflejaba el cuidado y pulcritud en su forma de hacer las cosas.

Ya con más de cincuenta años estudió y aprobó una plaza para cajero en la Caja de Ahorros. Cuando le llegó el nombramiento y tenía que pedir la baja en el cuerpo de Correos, se lo pensó dos veces y renunció a una plaza calentita en una oficina bancaria para seguir bregando con sus cartas, su reparto diario y su contacto con la gente.

Escribía siempre con pluma y con una letra antigua y preciosa. La gustaba mucho escribir, con lo que en casa hay montones de papeles con notas, cuentas y anécdotas. En plena época de las máquinas de escribir, con motivo de tener que redactar alguna instancia o documento oficial, le requería para que me la escribiera, para presentarla con todo orgullo en el registro oficial donde sorprendía por el hecho de que fuera escrita a mano y además con esa letra tan característica.

Hace un par de años escribía una entrada en este blog titulada “Dos amigos”
( http://sensacionesinciertas.blogspot.com/2008/01/dos-amigos.html ) donde relataba como en los últimos años, tras una caída se fueron agravando sus problemas físicos hasta quedar en una silla de ruedas. Julián, el otro protagonista de esta historia sigue hecho un chaval y asistió al sepelio muy compungido. Anastasio fue un hombre activo, de hacer recados, de salir y entrar, que se llevaba bien con todo el mundo y era muy apreciado en el pueblo, empezó a decaer al no tener actividad y dejar de tener ganas de estar entre nosotros. Poco a poco se ha ido apagando hasta que se nos ha marchado.

Fue un hombre muy querido por sus paisanos. La masiva afluencia a la misa funeral celebrada antes de su entierro y las numerosas muestras de cariño que recibimos sus hijos y familiares así lo atestiguan. Desde ayer sus restos reposan en el camposanto muy cerca de su querido Cristo de la Buena Muerte que preside la capilla del cementerio. La parte final de la oración, obra de Josá María Pemán, que como responso se rezó antes de su inhumación, fue especialmente emotiva. Dice así

Señor, aunque no merezco
que tu escuches mi quejido,
por la muerte que has sufrido,
escucha lo que te ofrezco
y escucha lo que te pido.
A ofrecerte, Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegría, mi dolor;
cuanto puedo y cuanto tengo;
cuanto me has dado, Señor.
Y a cambio de esta alma llena
de amor que vengo a ofrecerte,
dame una vida serena
y una muerte santa y buena.
¡Cristo de la Buena Muerte¡

Descanse en Paz.