domingo, 28 de febrero de 2010

BANCOS


Hay ciertas vivencias de la infancia y adolescencia que se quedan grabadas para siempre en la memoria. Una de ellas es la conversación que tuve con un compañero de colegio, Salva, acerca de la importancia de un pueblo. El era natural de Turégano, un pueblo de Segovia, y me dijo que su pueblo era muy importante porque tenía doce bancos en la plaza. Mentalmente me puse a contar los bancos que había en mi pueblo por aquella época y si no recuerdo
mal eran tres más una caja de ahorros, y no estaban todos en la plaza, por lo que reconocí que su pueblo era más importante que el mío. Con una amplia sonrisa me dio una palmadita en el hombro y me aclaró que en la plaza de su pueblo había doce bancos ….. para sentarse. Se había estudiado ese día las palabras polisémicas en la clase de lengua.

Bromas aparte y refiriéndonos a los “bancos” de verdad, esas entidades o empresas que ocupan un amplio espacio en nuestras vidas actuales, ha cambiado mucho su función desde aquellos pasados años de mediados del siglo XX. Otra vivencia que recuerdo, anterior a la referida, es el día que mi padre apareció por casa con una hucha transparente de color ámbar y base metálica que le habían dado en la caja de ahorros al abrirme una libreta, destinada a que empezara a ahorrar de la exigua paga que recibía los domingos, que era de veintidós pesetas, dos de las cuales empleaba en comprar el tebeo de “Roberto Alcázar y Pedrín”. Esa hucha tenía un rejilla de pestañas en su boca que permitía el paso de las monedas pero no su extracción, operación que solo podían hacer en la caja de ahorros con una llave especial para ingresar el dinero en la cartilla.
En aquellos años y para los particulares, los bancos eran meros depositarios del dinero e incluso te daban un interés por él. Las operaciones básicas de la gente corriente eran las imposiciones y los reintegros, aquellas bienvenidas y con poco control y estas no tan bien vistas y con mucho control. No vendían vajillas ni cuberterías, no anunciaban viajes, no hacían seguros, no daban entradas para el fútbol y no necesitaban de anuncios en la televisión. Lo más que te regalaban a fin de año, y eso solo algunos, era un calendario para la pared de la cocina salvo que fueras un cliente muy importante y con ello quizás una agenda del ama de casa.

Con ello me viene a la memoria otra anécdota, esta ya de más mayor siendo empleado de una oficina, cuando recibimos seis agendas para obsequiar a los clientes. El director de la oficina estableció el criterio de que se entregaran a los seis clientes con mayor saldo al 31 de Diciembre en sus cuentas. Una de las personas seleccionadas fue el arquitecto de la localidad haciéndose la entrega de la agenda a su mujer que era la que iba por la oficina, con el ruego de que “no se lo dijera a nadie” porque no había suficientes agendas para todos. La señora, ni corta ni perezosa, se fue a la peluquería y mientras se hacía la permanente sacó la agenda y se puso a hojearla. Al poco rato teníamos la oficina llena de señoras a pedir “su” agenda.

Anécdotas aparte, la intención es hacer una reflexión sobre cómo ha cambiado nuestra relación con los bancos. Hoy en día es prácticamente imposible no tener una cuenta bancaria, que además de tener nuestro dinero sirve para recibir nuestra nómina o pensión y como vehículo de pago a los recibos, multitud de ellos que pagamos por los servicios personales y de nuestros domicilios. ¿Ha contado Vd. cuantos recibos paga al año a través de su cuenta o cuentas bancarias? Una enormidad. Salvo casos muy especiales, es imposible contratar muchos de esos servicios sin dar una cuenta para el cargo de los recibos. Aunque al parecer la ley no obliga a domiciliar los recibos en una cuenta bancaria, la práctica ha hecho que no lleguemos ni siquiera pensar en contemplar esa posibilidad. La figura del cobrador de recibos que aparecía por casa mes a mes hace años que quedó eliminada, una profesión como otras sobre las que también se podía reflexionar un poco.

Poco a poco van consiguiendo que cada vez un número mayor de sus clientes no aparezcan por las oficinas, con el consiguiente ahorro para ellos, que no traducen en beneficio para el cliente. ¿Hay mayor beneficio en algo para un cliente que no recibe correspondencia física por haberse suscrito a la electrónica que para un cliente que sigue recibiendo sus comunicaciones en papel? La gasolina cuesta lo mismo en las gasolineras en las que te la pones tú que en las, pocas, en las que te lo pone un empleado. Pues eso, lo mismo en los bancos. A través de los servicios telefónicos y de internet, los clientes cada vez más realizamos nuestras operaciones con nuestro teléfono, nuestro ordenador, nuestro internet, nuestro tiempo…. en aras a una mayor comodidad por nuestra parte, pero que les ahorra unos gastos, que no revierten en nosotros, sino todo lo contrario, ya que hemos pasado de recibir algo de interés a ser saeteados por comisiones de todo tipo.

Recuerdo en el año 1978 cuando una entidad empezó a promocionar las tarjetas tan comunes hoy en día para utilizar en los cajeros electrónicos, que ya no nos acordamos empezaban en España por aquella época. En una primera tirada se mandaron cerca de dos millones de tarjetas a los clientes, sin que estos la solicitaran, gratis. Ahora que ya han conseguido que no podamos vivir sin ellas….. ¿son gratis? Ahora incluso te pueden mandar a casa una tarjeta sin que tú la hayas solicitado, gratis o no durante un tiempo, obligándote a hacer trámites no deseados si quieres darla de baja. Igualmente recuerdo cuando empezaban a promocionar los servicios por internet, todo eran facilidades, se empezaban a poner de moda las transferencias y estas eran gratis por internet. Duró poco esto, al poco tiempo tenían su comisión.

Podíamos seguir mencionando cambios en los usos, pero no se trata de ser exhaustivo. Lo que sí que me parece, a modo de reflexión personal, es que las entidades de crédito, bancos y similares, han pasado con el paso de los años a ser unos compañeros tan necesarios como incómodos en nuestro devenir diario y que cada vez más van a la pura relación económica sin importarles un ápice su imagen. Buscamos al final trabajar con los menos malos porque buenos no hay.