El
quince de noviembre de dos mil nueve escribía la entrada titulada «
DIARIO» en
este blog. Hace ya seis años de aquellas reflexiones en las que se incluía el
siguiente párrafo que reproduzco:
El más completo de todos que
recuerdo es el que realicé día a día durante todos los días de mi servicio
militar, contando con pelos y señales todas mis vivencias en aquel año largo de
secuestro legal. En muchas ocasiones pensé que si algún día me pillaban me iba
a costar una buena reprimenda y quizá algo más, ya que lo escribía según lo
sentía y lo veía. Y en el servicio militar, al menos en “mi” servicio militar
había muchas cosas que no me gustaban.
Son
ya muchos años en las espaldas y he sido un poco hormiguita en guardar cosas,
tantas que muchas veces no sé ni lo que tengo ni dónde lo tengo. Buscando otros
papeles, esta semana he dado con ese diario que estaba perdido. Ha sido una
gran alegría y a la vez un trabajo nuevo, pues está escrito parte a mano y
parte a máquina de escribir, en papeles, servilletas y donde pillaba. Nunca
supe si el correo que me llegaba al cuartel estaba intervenido de alguna forma
por los mandos, pero lo que sí que parece es que los servicios oficiales de
Correos eran fieles a sus deberes y el correo de salida no lo estaba; por ello tenía
mucho cuidado de depositar mis reflexiones en sobres como el que acompaña esta
entrada e introducirlos directa y personalmente por la boca del león del buzón
oficial en la central de correos. Iban dirigidos a la entonces mi novia que los
fue guardando celosa y ordenadamente hasta mi vuelta.
Ahora
toca el trabajo de escaneo, revisión y paso de toda la información a un
documento electrónico. No sé si para otras personas sería interesante, pero sí
lo es para mí, no sólo por recordar otros tiempos sino por tomar conciencia en la
distancia de las peripecias y sinsabores que tuve que soportar durante esos catorce
meses de, lo pongo en mayúsculas y negrita, SECUESTRO LEGAL que supuso para mí perder materialmente ese tiempo
de mi vida para «servir» a la Patria y de paso a algunos militares
«profesionales». En el diario se relata todo lo que pasó en aquel cuartel
perdido en tierras españolas en África. Para que luego nos vengan contando
monsergas, menos mal que la mili se acabó porque no creo que hoy en día los
jóvenes soportaran tamaño desatino, al menos tal y como estaba concebido en
aquellos tiempos.
He
empezado la recuperación; reproduzco a continuación los primeros escritos de
ese diario, empezando por lo que titulé el «Diario del Recluta» que luego tuvo
continuación en el «Diario del Soldado», todo ello dentro del rimbombante título
general de «Mi querido servicio militar».
DIARIO DEL RECLUTA.
Día 10 de octubre de 1.976.
Hoy
es domingo. Rondando las seis de la mañana, los reclutas vamos llegando al
cuartel de zapadores ferroviarios en la zona de Aluche-Campamento de Madrid.
—- ¡No
os queda mili ni ná, pelusos! ¡No me queda mili ni pá regalar, reclutas! Los veteranos
se lo pasan en grande con nosotros.
—- ¡Entrar
y poneros en fila allí!
Me
acerco a un sargento y le digo:
—- Oye,
en que fila nos ponemos los de Melilla.
—- En
aquella y… ¡oiga! Que te vayas enterando.
Se
ha recibido el primer corte de novato. Nos llevan andando por la vía unos dos
kilómetros y nos meten en un tren. Previamente nos han dado unas bolsas con la
cena y el desayuno.
Al
cabo de dos horas el tren se pone en marcha y está arrancando y parando cada
cinco o diez minutos. Vamos ocho en cada compartimento. De los ocho, si me quito
yo, quedan siete, de los cuales hay dos que no me gustan nada. Esos dos se
dedican a romper ceniceros, espejos, a tirar las sobras por la ventana y a
beber vino.
Intentan
soplar a todo el departamento y cuando seis están tajados, se empiezan a meter
con el otro y conmigo, hasta que le pegué un empujón a uno y le dejé sentado.
Parece que deciden estarse quietos y dormirse. Son las cuatro de la mañana.
Pasan
unos cuantos días sin que pueda escribir algo en mi recién empezado diario,
otro día con más tiempo seguiré.
Día 15 de octubre de 1.976.
Después
de la diana y de ir a desayunar, llega el momento de la limpieza: me destinan a
recoger colillas, y eso que yo no fumo. Todos los días le digo al Alcalá y al San
Fernando que no tiren las colillas al suelo y que eso debían de hacer todos,
pero desde entonces cada vez que tienen algo en la mano y lo van a tirar me
avisan para que lo vea. Recién limpio todo nos dan un chusco y dos quesitos. La
gente quita el papel de los quesitos y lo tira al suelo. Por supuesto después
hay bronca y nos mandan recogerlos.
—-¡Compañía,
a formar!
—-Fulano,
mengano, que pasen a la oficina que los quiere ver el alférez. Los demás a
hacer la instrucción.
Por
esta vez me he escapado de la instrucción, pero no me hace mucha gracia.
Después de comer se está en la compañía y luego a pasear. Hoy a San Fernando le
ha tocado cocina, así que vamos tres: Coslada, Alcalá y yo. Nos hicimos una
foto.
Después
de cenar se forma la compañía y sale en primera fila Lérida.
—- Los
veteranos forman delante.
—- Joder,
siempre estamos igual, este cabo los tiene subidos.
En
la formación se empiezan a escuchar pedos, eructos, rebuznos y toda clase de ruidos.
De pronto Lérida se pone a "mear" y precisamente al lado de un cabo
veterano con ocho meses de mili. Y naturalmente se arma.
—- Por
de pronto mañana cocina, y luego ya veremos.
El
cabo está de mal humor, y al entrar dentro dice a voz en cuello:
—- Al
que hable me lo follo y se le van a caer los huevos al suelo.
La
gente no se calla, y de pronto se ve a tres haciendo firmes en calzoncillos.
Silencio
absoluto.
Día 16 de octubre de 1.976.
Hoy
amanece mal día, pues tocan las famosas y temidas vacunas. Después de diana y
desayuno me emplean en la limpieza del suelo de colillas hasta que nos forman y
nos conduce un cabo primero hasta el botiquín. Según vamos llegando se divisa a
la gente que «ya ha pasado por la piedra» de otras compañías, mareada, tumbada en
el suelo, y algunos llevados por otros a hombros, como si hubiera pasado algo
fuerte. De pronto, después de pasar lista, te ves en una fila, desnudo de
cintura para arriba, yodo en un brazo, en otro pinchazo por la izquierda,
pinchazo por la derecha, sales y te empieza a doler, con lo que te pones a
boxear en el aire, para que se te distribuya por la sangre y no te haga
demasiado efecto.
Después
se toma el bocadillo y se espera «galbaneando» la hora de comer. Después de
comer, se hace alguna cosilla en la oficina y a las cinco el cabo de cuartel me
destina a limpieza de lavabos.
—- Esta
fila, quiero ver, primero yo y después el alférez, los lavabos brillantes, más
limpios que el jaspe.
A
fregar los lavabos.
Llega
la hora de recibir cartas con todo el mundo, o casi todo el mundo sentado en el
centro de la compañía y el cabo va cantando nombres:
—- Fulano
de tal.
—- Aquí.
Algunos
reciben varias cartas y uno dice:
—- Qué
pasa, «paisas», que os escriben por capítulos o qué.
—- Cubalibre
debéis, los de tres pá arriba.
Se
da una vueltecilla por el campamento y después de cenar un «poquejo», a la piltra.
Día 17 de octubre de 1.976.
—--¡COMPAÑÍA…,
DIANA… TODOS A FORMAR CORRIENDO!
Antes
de esto, la gente se viste como puede encima de la cama, pues está prohibido
bajarse, e incluso algunos llegan a hacer la cama estando encima. ¡Vaya
hechuras de camas!
Siempre
existe el clásico remolón que tiene a toda la compañía con el brazo izquierdo
levantado en la formación, y eso que ayer hubo vacuna y está dolorido el brazo.
—--Tienen
tres minutos para lavarse y vestirse correctamente. A formar se puede salir
sólo con el cinto y la gorra. Lávense y a formar nuevamente para ir a
desayunar, rompan filas.
—- ¡A
la orden!
La
gente entra en tropel en la compañía con la mano en la cabeza cubriendo la
gorra, por si acaso se la levantan y desaparece.
Hago
mi cama, me visto y salgo a formar, pues no me queda tiempo para lavarme.
Después de desayunar me «enchufan»" en la oficina, venga y venga a hacer
fichas y fichas con una máquina de escribir antigua y desvencijada; no levanto
la cabeza hasta la hora de comer.
Después
de comer, un potaje de garbanzos, huevos fritos con papas y chorizo frito,
ensalada y manzanas, que se dejaban comer bastante bien, me enchufo de nuevo en
la oficina con la máquina, robando algunos ratillos para escribir a la novia y acabando
a las siete de la tarde.
Me
da tiempo a dar una vuelta y escribir un rato antes de cenar y a acostarme.