domingo, 23 de septiembre de 2018

autoEXCLUSIÓN




Cuando decido un vocablo para el título de cada entrada, operación a veces difícil a medida que avanza el tiempo, procuro echar un vistazo al diccionario y en internet a ver que se cuece sobre el asunto en cuestión. Algunas veces hay sorpresas, como en este caso en el que el concepto existe para otros asuntos y no para el que yo le quiero emplear. Concretamente, la acepción más encontrada responde a la operación que pueden hacer de forma voluntaria los jugadores compulsivos para registrarse en el RGIAJ —Registro General de Interdicciones de Acceso al Juego— y evitar seguir gastándose los dineros. 


En un viaje en coche realizado esta semana, en el plazo de hora y media que duró el mismo, mi cuñada recibió dos llamadas en el teléfono móvil de operadores que querían vender algo. Tienen sus técnicas y salvo que seas un desconsiderado y cuelgues el teléfono a la voz de ya, cuesta un poco quitarse de en medio y hacerles ver que además de no estar interesado en nada de lo que puedan ofrecerte estás siendo molestado. Muchos insisten e insisten hasta que no te queda más remedio que ser maleducado. Por lo general este tipo de llamadas se producen por las tardes con lo que más de una siesta han fastidiado cuando no en medio de una cena cerca de las diez de la noche.


Los tiempos cambian y las técnicas se adaptan a ellos. Han desaparecido las comunicaciones directas al correo postal, ha disminuido mucho el buzoneo masivo de propaganda, son casi inexistentes los papeles en los parabrisas de los coches, pero parece que prolifera el uso de los medios electrónicos: llamadas y correos. Los llamados correos SPAM siguen en activo pero las propias empresas de servicio de internet los detectan y ponen en cuarentena o los propios usuarios pueden marcarlos como «no deseados» y dejar de recibirlos, aunque también proliferan las técnicas de utilizar nombres de emisores variables que soslayan la detección y eliminación.


Pero en el caso de la llamada telefónica es más difícil escaparse. Yo tengo la costumbre de no coger llamadas cuyo interlocutor no esté en mi agenda. Esto me obliga a ser escrupuloso en el mantenimiento de la misma y registrar aquellos números de los que pueda esperar recibir una llamada para no rechazarla. Hay inconvenientes con este asunto como el caso del repartidor de mensajería que no te encuentra en casa y te llama por teléfono para gestionar la entrega: cómo su número es desconocido para ti, no lo coges. Lo suyo es que intente dejar un mensaje en el buzón de voz, que no tengo, o en el más socorrido WhatsApp y ya decidirás tú si le llamas o no. Y me viene al recuerdo cuando recibías alguna llamada de este tipo y estabas en el extranjero, antes cuando había todavía roaming; encima te costaba dinero a ti y te seguirá costando en según qué países en la actualidad.


En el diario ABC del viernes de esta semana se ha podido leer el siguiente titular respecto de la ciudad de Madrid capital: «Multas de hasta 1.500 euros por repartir publicidad por la calle. La nueva ordenanza obliga a los comercios a apagar sus pantallas a las 22 horas y no permite que emitan sonidos». Estaría bien que se esto se generalizara a las llamadas telefónicas y se pusiera en valor el concepto de «publicidad no deseada». Las empresas deberían de promover sus propios mecanismos para emitir su publicidad en medios o enviársela personalizada a quién haya notificado su predisposición a ello. Aquellos tiempos del coche lanzando papelinas o con unos potentes altavoces comunicando algo ya han pasado a la historia.


Y ahora al grano. Yo y mi familia hace mucho tiempo que no recibimos llamadas de este tipo. Supongo que será por lo que a continuación voy a comentar, pero no podría asegurarlo, aunque el hecho es incontestable: casi ninguna llamada. Alguna perdida alguna vez, pero son excepción. Hace años me hablaron de la «Lista Robinson», accesible en este enlace. La cuestión es apuntarte en ella… «de forma fácil y gratuita, para evitar publicidad de empresas de las que no seas cliente o a las que no hayas facilitado tu consentimiento. Funciona para publicidad por teléfono, correo postal, correo electrónico y SMS/MMS». Hay que registrarse y facilitar algunos datos, pero el proceso de inclusión, modificación o baja es sencillo.


Cuando estemos hasta las narices de las «llamaditas», probar a darse de alta en esta lista no cuesta mucho y parece efectiva. También es verdad que nos podemos perder alguna oferta interesante, pero ese es el riesgo. Como muchas de estas actividades que circulan por internet, la fiabilidad es nula, ya que no se comprueban los datos facilitados: nos podemos dar de alta con un DNI. que no sea el nuestro y consignar el correo electrónico y el teléfono de nuestro mayor enemigo para dejarle sin publicidad. A lo mejor hasta nos lo agradece.