domingo, 30 de septiembre de 2018

CLAVADA




En las cercanías de mi casa, en un radio de menos de quinientos metros tengo tres estancos y cinco farmacias, establecimientos a los que puedo ir andando a comprar sus productos. Es evidente que, si me dirijo a uno de los estancos a comprar un paquete de tabaco de una marca determinada, cuando me despachen el producto solicitado, tanto el paquete como el precio serán idénticos a los de otro estanco. Otra cosa sería si compro una pipa, un mechero o una postal donde ya la cosa puede variar.


En el caso de las farmacias debería ser lo mismo. El año pasado no lo tenía tan claro, pero este año parece que es así en cuanto a medicamentos se refiere. Antes de seguir leyendo esta entrada, me permitiría recomendar la lectura de esta otra, «MEDICAMENTOS», publicada en este mismo blog en marzo de 2017. Algunas de las cosas que en ella se decían han cambiado y por la maravilla que supone esta escritura —que mi buen amigo y profesor Antonio Rodríguez de las Heras califica como «blanda»— he podido actualizar con las novedades que ahora he encontrado.


Voy a reconocer que el título de esta entrada es un poco exagerado, pero así es como me sentí al salir de la farmacia, insisto, una de las cinco que tengo a mano en un reducido radio de mi casa. No diré nombres para no hacer propaganda negativa, pero en mi caso ya tiene la cruz puesta y no creo que el futuro traspase más sus umbrales para comprar nada. Y ya que estamos de referencias voy a aludir a otra entrada de este blog, «CONFIANZA», de marzo del presente año 2018, en la que se aludía a los asuntos de tener figuras de referencia en las que confiar. ¿Podría yo ahora considerar a la boticaria, que era la farmacéutica titular de la farmacia, como una persona digna de confianza y seguir a pies juntillas sus indicaciones? Lo de «consulte a su farmacéutico» de los anuncios me huele un poco a chamusquina. Todo tiene varias lecturas y voy a invocar el beneficio de la duda acerca de la información que me dio y en qué medida ella desconocía otros puntos y me quiso vender la «moto».

Recuerdo perfectamente que cuando entré en la farmacia mi petición fue esta: «Quería ZOVIRAX o algún medicamento genérico similar». Lo de genérico no debió o no quiso escucharlo y directamente me trajo el ZOVICREM que aparece en la parte inferior de la imagen que acompaña esta entrada: 6,49 euros. «Es lo mismo que el ZOVIRAX», me dijo. Una clavada, ¡vaya precio que tienen los medicamentos!

No había comprobado nada con anterioridad así que cuando llegué a casa me puse manos a la obra accediendo a esa herramienta maravillosa que es internet. Vademécum al canto, donde pude comprobar varias cosas, entre ellas una que me sorprendió porque la última vez que accedí no figuraba: el precio de los medicamentos. Algo hemos avanzado. También vi que había DOS Zovirax, el que me vendió y otro —mismo producto, misma cantidad, mismo laboratorio... mucha «mismeza» que puede confundir— al precio de 4,29 euros, un 51,28% más barato. ¡No es moco de pavo un 50% de diferencia en el precio, sean dos euros o dos mil! También se puede comprobar el precio en esta otra páginaweb del Servicio Madrileño de Salud. No sé si otras autonomías tendrán el suyo.

Volviendo a Vademécum pude comprobar el principio activo del Zovirax: Aciclovir. Y de paso unos cuantos genéricos con este principio y el mismo contenido, pero con precios sensiblemente menores como el KERN (3,06€), PENSA (3,20€), MYLAN (3,43€) o SANDOZ (4,00€) entre otros más. Así que, de todas las posibilidades que podemos encontrar en una farmacia, salí llevando en el bolsillo la de coste más alto.

Volví por la tarde, hablé con la misma farmacéutica y le manifesté mi intención de que me cambiara el producto. Puesto que yo había pedido Zovirax, indiqué que me diera la versión más barata, obviando toda alusión a los genéricos. La contestación fue rápida e inmediata, sin mirar nada, de memoria que se dice: «Ya no se fabrica; Zovirax, el único que hay disponible, es el que yo le he dado esta mañana». 

No tenía ganas de bronca ni de contar todo lo que había averiguado en mi consulta en la red. Pero me fui a otra de las farmacias cercanas, pedí de nuevo el Zovirax y entonces sí. La dependienta, que no es la titular, me informó de que había dos exactamente iguales en contenido y tamaño, del mismo laboratorio, con el envase similar —como puede verse en la fotografía— y que la diferencia estaba en el envase; el «barato» era el tubo de pomada de toda la vida con el que hay que tener cuidado de no apretar mucho y el «caro» era un nuevo sistema con «bomba dosificadora» que resultaba más cómodo al no tener que tener cuidado al apretar. Como hemos visto, esta comodidad supone un coste de 2,20€. Para gustos hay colores. Pedí el barato, pagué, di las gracias por las indicaciones y me largué con viento fresco.

Debería haber vuelto a la farmacia anterior y contar mi experiencia y pedir explicaciones. Pero… para qué. ¡Que les den! Me quedo con la duda de si actuó a sabiendas y con buena intención o lo otro, eso de más dinero para el cajón. Por cierto, y ya que estamos, en el diccionario uno de los significados de clavada es, en sentido coloquial, «engañar a alguien perjudicándolo», o también coloquialmente, «perjudicar a alguien cobrándole más dinero de lo justo». Claro, todo esto me pasa por preocuparme de las cosas. Si no lo hiciera, en la ignorancia, sería más feliz…