domingo, 28 de febrero de 2021

DONDEQUIERA


El debate y la controversia entre las sesiones presenciales o «ausenciales» está servido. En octubre del pasado año 2020 escribía en este blog la entrada «AUSENCIALMENTE» en la que exponía algunas opiniones y reflexiones sobre este nuevo fenómeno que nos ha deparado la pandemia: los actos, clases o conferencias a distancia utilizando internet y medios telemáticos. En ella mencionaba las enormes posibilidades que se abren ante las personas con la posibilidad de poder asistir a eventos que se están produciendo en cualquier parte —dondequiera— sin tener que desplazarse. Evidentemente se pierde el contacto humano, pero se gana en otras cuestiones que darían para un intenso debate entre pros y contras.

Tras un año de experiencia yo me decanto por un sistema mixto, presencial y «ausencial», realizado en tiempo real. Otra cuestión secundaria es que, al ser transmitidas, las sesiones quedan grabadas y pueden ser vistas en diferido, lo que representa una ventaja adicional para las personas que no puedan asistir en el horario previsto por cualquier razón: coincidencia de horario entre dos sesiones o realización de actividades incompatibles. Y este último punto es el objeto y razón de mis reflexiones en esta entrada.

Una de las clases regulares a las que estoy apuntando semanalmente desde hace tres años tiene lugar los viernes por la tarde. Es un horario extraño, pero supongo que el profesor tendrá obligaciones a las que atender para procurarse su sustento y esta actividad la realiza casi como por amor al arte. No es que sea gratis, pero la pandemia ha obligado a trasladar el formato a sesiones virtuales telemáticas y el descenso de alumnos ha sido drástico. De tener overbooking con un tope de 40 alumnos en las presenciales a ser diez alumnos en este curso, lo que desde luego parece que no compensa en dineros el esfuerzo del profesor por preparar las clases. Al menos esa es mi opinión, por lo que desde aquí le agradezco el enorme esfuerzo que supone mantener el «tipo» y obsequiarnos viernes tras viernes con unas clases magistrales de historia que a mí me saben a gloria, por lo que como de justicia es ser agradecidos, desde aquí mi reconocimiento al profesor, José Luis, por su esfuerzo y dedicación.

Y hago propaganda desde aquí porque se la merece. La clase versa sobre un tema muy concreto: Historia del Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial, Madrid, con información accesible desde este enlace. Como es lógico, cuando las clases eran presenciales, los cuarenta alumnos que habían tenido la suerte de poderse matricular tenían que residir en los escoriales o en las cercanías para poder asistir. La «ausencialidad» ha disuadido —no lo logro entender— a los interesados, que se han visto reducidos, como digo, a una decena en este curso 2020-2021.

Los viernes es un día complicado, y el horario de tarde acrecienta la complicación. Aunque actualmente en los fines de semana no nos prodigamos en escapadas o actividades como hacíamos antes de la pandemia, siempre puede surgir alguna reunión con amigos o familia que dificulte o incluso impida atender la maravillosa clase de historia. La semana pasada me surgió el contratiempo.

A la hora de la clase estaba realizando un viaje en coche. Me hubiera sido imposible asistir a la clase presencial, clase que me hubiera perdido y que resultó tremendamente interesante, como todas las demás. La tecnología hizo su milagro y pude atender la clase desde el coche. Conduciendo mi mujer, conectado el audio del teléfono a los altavoces del coche mediante bluetooth y a través de las ondas de internet vía satélite, pude escuchar la clase (casi) completa y ver las imágenes del powerpoint que proyectaba el profesor en la pantalla del teléfono. Un poco pequeñas, eso sí, pero nada me hubiera impedido llevarme el ordenador portátil y verlas como en casa a través de la conexión del teléfono. Hubo, hay que reconocerlo todo, unas pequeñas interrupciones…

La conexión funcionó correctamente y de forma estable a lo largo de las dos horas de clase más otra media hora deliciosa adicional que el profesor nos regala a los asistentes para hacer comentarios, preguntas e intercambiar impresiones. Sin embargo, me perdí algunos instantes puntuales porque… no todo puede ser perfecto, hubimos de transitar por algunos túneles que no disponían de repetición de señales como si existe en otros o en el Metro de Madrid, por ejemplo.

Con esta experiencia, una más, mi voto por la «ausencialidad» es más que significativo. Lo de la grabación de las clases o conferencias para poder disfrutar de ellas en diferido es harina de otro costal, porque entramos en temas de costes y de gratuidades que inundan la controversia hasta límites increíbles. Si lo puedo ver en diferido grabado a lo mejor no me compensa matricularme y pagar.

En todo caso y de forma personal, hay que saber que todos los ordenadores —mucho más sencillo si tienen Windows 10— pueden realizar una grabación automática y silenciosa de lo que está siendo mostrado en ellos. En algún caso he avisado al profesor de que no podía asistir a parte de la clase e iba a dejar el ordenador grabando, por lo que, aunque parecía que «estaba», realmente «no estaba».

Como muy bien decía mi querido profesor Antonio Rodríguez de las Heras, que en paz descanse, los «lugares» del mundo han adquirido otra dimensión con la llegada de internet y sus enormes posibilidades. Ya no hace falta estar en la «plaza» para escuchar el discurso pronunciado desde el balcón. Podemos estar dondequiera, en el coche incluso, escuchando una disertación, eso sí, siempre que dispongamos de una buena conexión a internet. El problema está en conjugar en positivo estas enormes posibilidades que se nos ofrecen.