domingo, 16 de julio de 2023

RETRECHEROS


Llevo varias semanas procrastinando el meterme en este avispero, pero… ¡ahora o nunca! Ya se sabe que no se debe hablar ni de política ni de religión entre otros temas, so pena de que las picaduras (de las avispas) sean importantes. Pero dentro de una semana estaremos inmersos en una cita electoral y de eso va la cosa.

Durante muchos años estuve enfrentado con el bipartidismo imperante en España tras la llamada Transición de los años 70 del siglo pasado. Recordaba mis estudios de los primeros años del siglo XX en España donde la alternancia de unos y otros en el poder era cíclica y como no aprendemos de la Historia, estamos condenados a repetirla. Bien unos, bien otros, elecciones tras elecciones nos engañaban sin que se les cayera la cara de vergüenza; la oposición se ponía de parte del colectivo XXX en contra del Gobierno apoyando sus reivindicaciones para olvidarse del asunto nada más alcanzado el poder. Ejemplos… a patadas.

Hace unos años parecía que íbamos a alcanzar la felicidad y que el bipartidismo en España tenía los días contados. Pero a la luz de los últimos acontecimientos vuelvo a abogar por el bipartidismo y confieso sentir envidia de otros países donde este bipartidismo es llevado hasta las últimas consecuencias como por ejemplo en EE.UU. Republicanos y Demócratas, llámense «A» o «B», el votante estadounidense sabe a qué atenerse cuando acude a votar: unos u otros, no hay más donde elegir. Y al día siguiente (allí pueden ser varios días), cuando se proclama el ganador, todo está claro: ¡a trabajar, señores!

Ahondando en lo anterior, tenemos ahora y aquí varios casos sangrantes. Ganar las elecciones no es sinónimo de gobernar —Extremadura, Canarias— porque varios de los no-ganadores se pueden conchabar y hacerse con el puesto. Bueno, es la ley que tenemos y nos hemos dado: mientras no se cambie no queda otra que acatarla, aunque nos pasaremos semana tras semana levantando la voz contra la injusticia que supone.

Pero hay cosas mucho peores en el panorama patrio actual. Cuando tras unas elecciones el popurrí de electos es notable, puede ocurrir lo que en Murcia. Nos acercamos a TRES meses desde las elecciones, no se ponen de acuerdo y tienen hasta septiembre para hacerlo. ¡Más de cuatro meses! Y si no llegan al final a un acuerdo… ¡repetición de las elecciones! ¡Toma ya! Y mientras tanto, la gobernanza afectada del ayuntamiento, región o país… ¡en funciones! Sinónimo de parón o casi.

El mes pasado me ha llamado la atención los devaneos, idas y venidas de una formación que concurre a las elecciones el próximo domingo y que no nombraré porque da lo mismo. La ley electoral que tenemos sigue haciendo gala de sus «oscuridades» en el tema de que un ciudadano no es igual a un voto por aquello de las circunscripciones. A ver si de una vez por todas nos enteramos que la Ley D'Hont no tiene nada que ver con que un diputado en Soria —o en Cataluña o en el País Vasco— cueste menos votos que en otras zonas. El problema no es la ley, son las circunscripciones.

Con idas y venidas, dimes y diretes, esa formación aludida HA TENIDO QUE PONER DE ACUERDO a un conglomerado de pequeños partidos y formaciones en orden a presentarse de forma conjunta a las elecciones. Ha habido allí de todo, con lo que incluso alguna figura y alguna formación hasta estos momentos con cierta importancia ha quedado fuera de juego.

Volviendo al bipartidismo y con base al ejemplo anterior, sería muy bueno para los electores enfrentarse en el momento de la votación a dos únicas papeletas: la «A» y la «B». Aquí, como tenemos fijación las llamaríamos «I» y «D» por aquello de las consabidas izquierdas y derechas. Ello implicaría que antes de las elecciones, forzosamente, todo quisque se pusiera de acuerdo y se encuadrara en la «A» o en la «B». El votante no tendría que devanarse los sesos y jugar a ser adivino de lo que puedan hacer o pactar los candidatos electos —sus partidos que no ellos—. Y lo que decimos, al día siguiente —aquí sí— a trabajar, no a esperar semanas o meses —como en Murcia— gastando tiempo y dineros que se detraen del verdadero y necesario cometido para lo que son elegidos.

Este tema daría para mucho, pero hasta aquí he llegado. Un par de consideraciones más.

Antonio Muñoz Molina es un escritor reputado que publica sus sesudas reflexiones en el diario «El País» desde hace más de cuarenta años (desde 1980). Tengo todas recopiladas y voy leyendo poco a poco las antiguas, pero las actuales lo hago a medida que van apareciendo. Ayer sábado 15 de julio de 2023 publicó una, que no tiene el más mínimo desperdicio titulada «La era de la vileza» y que debería ser de obligada lectura en este período preelectoral en el que estamos. Este es el enlace a ella aunque por aquello de las suscripciones y los accesos de pago no sé si estará disponible para el público en general, pero seguro que se puede buscar por ahí en alguna biblioteca o publicación. Algunas frases entresacadas del artículo:

Las redes sociales han universalizado la antigua grosería de la barra de bar y el muro del retrete. La rima cruel, la gracia, la consigna, ahora la repiten en público personas que ocupan cargos públicos y que están seguras de poseer una educación exquisita.

Un rasgo de la edad de la vileza es la repetición metódica del abuso, la injuria y la mentira. Al volverse habituales no pierden su veneno, pero cada vez provocan menos escándalo. 

Los residuos de vilezas pasadas los olvida todo el mundo, salvo los que las sufrieron.

Numerosos ejemplos de vilezas pudieron contemplarse por millones de personas el pasado lunes 10 de julio de 2023 en el «Cara a Cara» televisivo de dos personas que a todas luces y por lo que parece regirán —uno u otro— nuestros destinos los próximos cuatro años. Lamentable. Interrupciones constantes, soflamas, mentiras, datos falsos o engañosos, hipérboles interesadas, crispación en lugar de discrepancia, incluso insultos —agresiones verbales—, asociaciones personales indebidas —Txapote—, un día se afirma una cosa y al día siguiente la contraria con total rotundidad y uso profuso del adverbio «absolutamente»…

«Campaña electoral» viene a ser sinónimo de guerra de palabras. Y, ya se sabe, la primera víctima en una guerra es la verdad. No hay discurso más devaluado que el de una promesa electoral. Pero el ser humano es olvidadizo y tropieza con frecuencia en la misma piedra.

…y ya no sé qué España es más cierta, si la de la tele o la de los periódicos o la de la calle, porque unas niegan a las otras.

Es muy conveniente saber distinguir las emociones de los hechos. Repito una frase que ya he utilizado en anteriores entradas de este blog: «Solamente cuando uno tiene el estómago lleno, un lugar digno donde vivir, una sanidad aceptable que vele por su salud, una buena educación pública y otras cosas básicas puede empezar a pensar en si se hace seguidor activo del Betis, del Málaga o del Rayo Vallecano. Y todos estos asuntos, materiales, los tiene que percibir la persona en propias carnes, no vale con que se lo cuenten porque cada uno sabrá por su propia experiencia si está siendo engañado. Los anuncios del tren son muy bonitos porque los hacen empresas expertas en hacer anuncios, pero los ciudadanos que realmente utilicen el tren todos los días sabrán si la cosa va bien o menos bien, por no decir mal.

En mi modo de ver, estamos inmersos en un irrespirable clima social, inundado de una mediocridad exasperante y numerosos efluvios de vileza a los que alude Antonio Muñoz Molina, que lo hacen tóxico y destructivo para la vida civil. Y como es costumbre en mis entradas, aclaro que «retrechero» es aquella persona que «con artificios disimulados y mañosos trata de eludir la confesión de la verdad o el cumplimiento de lo debido». Además, las personas retrecheras «tienen mucho atractivo».