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domingo, 24 de noviembre de 2024

REDES

La polémica está servida. Y no es de ahora, lleva mucho tiempo siendo cocinada en el ambiente y en algún momento tendría que estallar. Las denominadas «redes sociales» son un peligro para ciertos sectores que no pueden consentir que la gente se exprese libremente y que acceda a información directa no controlada. Como ocurre con todo, la libertad puede llevar como accesorio indeseado el libertinaje, una deshonestidad que puede hacernos dudar de todos y de todo. Ese es el peligro, que no es nuevo, y siempre ha estado ahí.

No soy de redes sociales, pero tengo que reconocer que en muchas ocasiones la información está en ellas. La mala, sí, pero también la buena. Soy consciente de que no me entero de muchas cosas por, por ejemplo, no tener Facebook, como no tengo otras como Instagram, TikTok o similares.

Los últimos dos años han sido sin duda turbulentos para los usuarios de la red social anteriormente conocida como Twitter. La llegada de Musk y sus erráticos movimientos al frente han cambiado por completo la experiencia de usar la red social, que cuenta aproximadamente con unos 300 millones de usuarios activos.

Ángel Jiménez de Luis, El Mundo, 23-nov-2024

Pero hay ocasiones en que te ves obligado. Un ejemplo. Hace unos años mi hija cursó un año de estudios en EE.UU. Toda la información con la school a la que asistía estaba debidamente reglamentada a través de la página web y de los correos electrónicos. Pero había un detalle que se escapaba. El deporte es una faceta muy importante allí y mi hija se encuadró en el equipo de vóley del colegio. No pensemos que allí las cosas son como aquí; la competición en la que participaban era importante, con desplazamientos en bus algunas veces de dos horas y partidos interesantes en una liga estudiantil. No había otra forma de conocer las vicisitudes de estos eventos, clasificaciones, resultados, vídeos de los partidos… que hacerse de Facebook. O eso o nada. Así que tuve que hacerme una cuenta de Facebook para estar al loro de todo lo que se cocía en esta faceta deportiva de mi hija. Cuando volvió, me borré de Facebook, no sin un cierto esfuerzo, todo sea dicho de paso.

Por añadir un dato, hace unos años me tuve que volver a meter en Facebook. Un grupo de compañeros de la extinta Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid utilizó esta red en una zona privada con acceso controlado para generar información de cara a un evento que nunca llegó a cuajar. No me he molestado en darme de baja, pero no hago ningún caso: cómo si no estuviera.

Hay empresas de solvencia que incluso teniendo una página web propia optan por dejarla descafeinada y volcar todos sus avisos y actos en redes como Facebook sobre las que no tienen ningún control ni derecho. Si por algún motivo la red escogida, Facebook o la que sea, opta por echarles de ella se quedan a dos velas. Por no hablar de otras que basan las interacciones con sus clientes en mensajes de WhatsApp o correos electrónicos de Gmail o Hotmail sin asumir, yo creo que no lo asumen, que esas vías pueden desaparecer en cualquier momento sin tener ningún derecho a reclamación. Mientras funcionan, son fáciles de usar y mantener y miel sobre hojuelas.

Un ejemplo es este blog. Contiene cerca de 900 entradas escritas semanalmente desde un lejano 2007 que no me pertenecen a mí, no tengo ningún control sobre ellas y el todopoderoso Google puede decidir, de un día para otro, hacerlo desaparecer, dejándome con cara de haba.

La única red en la que participo de una forma principalmente pasiva pero con algunas entradas es Twitter. Sí, ahora se llama «X» desde que el magnate Elon Musk metió sus zarpas en ella, pero me niego a dejar de utilizar el antiguo nombre. Me encuadré en ella en un lejano marzo de 2011 y desde entonces he escrito 7.739 entradas de las que espero no arrepentirme en algún momento, que en la red todo se queda, incluso aunque lo borres.

Dedico poco tiempo al día al ver los mensajes de unas pocas personas o entidades seleccionadas entre las que sigo, en una lista muy restrictiva para no asistir a todo lo que se cuece por ahí. Desde hace un tiempo, Twitter se ha enfangado, por utilizar la palabra que se ha puesto de moda. Sus mensajes son en muchos casos detritus de personajes sin la menor etiqueta ni educación que lo que buscan es la confrontación y la desinformación tendenciosa. Y a eso hay que añadir los tejemanejes que el propio Elon ha ido implementando para gobernar en la sombra ciertas tendencias que hacen de esa red, a mi entender, un lugar poco recomendable. Una lástima el tener que estar en permanente guardia cuando se accede a ella, teniendo que tener mucho cuidado en creerse lo que se lee o ve allí.

Ahora se está poniendo de moda una alternativa: BlueSky. Red muy similar en su funcionamiento con unos planteamientos de base que pretenden corregir los desaguisados que se han venido observando en Twitter y otras. Soy un optimista con experiencia y por ello dudo mucho que lo consigan. Veamos.

Decidí esta semana darme de alta en BlueSky, pero con un planteamiento cerrado y drástico: seguir solamente los mensajes de diez cuentas, las principales de las que tenía en Twitter y que también han aparecido en BlueSky. Pero…

Una de ellas es la cuenta de mi admirado Rafael Nadal, retirado del tenis profesional esta semana. Selecciono el seguimiento de la cuenta de Rafa y recibo los siguientes mensajes

 

Huelen a chamusquina que apestan. El propio Rafa Nadal… ¿Se ha molestado en contestarme? Ojalá, pero es un asunto casi imposible. Solo con leer el texto del primer mensaje, que acaba con un ¿qué tal estás?, ya tengo claro que es una cuenta falsa. Opto por contestar al mensaje con uno aséptico y recibo una nueva contestación que no voy a comentar y cuyo texto tienen en la imagen superior. Inmediatamente dejo de seguir esta cuenta, falsa a todas luces y que vaya Vd. a saber con qué fines se ha creado, pero desde luego buenos y honestos no serán, lo tengo por seguro.

¿Es WhatsApp (o Telegram) una red social? Considerada como un  sistema principalmente de mensajería en sus inicios, las continuas mejoras y adiciones pudieran hacer que sea considerada una red social. Uno de sus aspectos que temo más que a un nublado son los grupos, de los que procuro huir como alma que lleva el diablo. Pero esta semana, por no estar en un grupo del que me salí, no me he enterado de un asunto interesante que me hubiera gustado atender. ¿Qué hacer?

Estamos en la era de la sobre-des-información. Una era que parece la nueva «normalidad» como se dice ahora. El lodazal en que se están convirtiendo las redes a pasos agigantados obliga a estar siempre alerta y, aun así, no estás exento de que no te la cuelen.




 

sábado, 16 de noviembre de 2024

INEPTITUD

Es imposible retraerse a hacer algún comentario en relación a los luctuosos sucesos ocurridos hace unas semanas en Valencia el pasado mes de octubre de 2024. Y en menor medida en otras provincias de esta España de nuestras entretelas. Unas imágenes sobrecogedoras que encogen el espíritu, que han dejado más de dos centenares de muertos y que han truncado muchas ilusiones de personas y empresas amén de cuantiosos daños materiales. Sucesos recientes que tardarán mucho tiempo en solucionarse y que muchos nunca olvidarán.

Cuando yo era joven, con un ánimo cierto de participar en la vida deportiva de mi pueblo, andaba junto con algunos amigos muy cerca del concejal de deportes del ayuntamiento. Sí, época franquista, ya felizmente superada. Un pleno municipal, restringido y deliberativo, se celebraba regularmente los martes por la tarde. A él asistían el alcalde y los concejales y los diferentes encargados, profesionales, de los servicios municipales. Estos, conocedores de los entresijos de la población, informaban al equipo municipal de los diferentes asuntos que conformaban la vida del municipio, proponiendo soluciones. Tras una deliberación, los políticos optaban por una solución de las propuestas y… cada uno a su casa, que al día siguiente había que trabajar. Diré que el alcalde ejercía de médico y el concejal de deportes laboraba de pinchaculos, perdón, de practicante.

Yo asistí a algunas reuniones de aquellas porque en alguna ocasión el concejal correspondiente cedía la palabra a alguno de los habitantes del pueblo que mejores detalles podían aportar a alguno de los temas que se debatían y ayudar de alguna manera en la toma de decisiones.

Han pasado diez años desde que el diario «El Mundo» publicara la viñeta que ilustra esta entrada del blog. Es verdad que alguno de los jinetes ya no está entre nosotros y el resto está, no todos, fuera de la política. Pero la esencia de lo que quería transmitir la imagen se mantiene. Aquí, como decía la frase, cuyo autor no he podido determinar, «todo el mundo va a lo suyo, menos yo que voy a lo mío».

Pasadas ya más de dos semanas, unos y otros siguen tirándose los trastos a la cabeza para eludir sus responsabilidades y echar la culpa, al contrario. Y mientras tanto, la gente sigue esperando unas soluciones que no llegan y, lo que es peor, con la desesperanza de que finalmente vayan a llegar en tiempo y forma. No hace falta tener mucha memoria para recordar los sucesos del terremoto de Lorca (2011) y el volcán de La Palma (2021).

Lo realmente extraño es que nadie se enfoque a la raíz del problema. Se pueden increpar unos a otros, Comunidad Autonómica al Estado y viceversa, básicamente porque existen ambas instituciones. Si una de ellas no existiera, claramente aquí la Comunidad Autónoma, todos tendríamos claro de quién era la competencia de las actuaciones y quién o quiénes hubieran tenido la culpa de lo hecho o lo por dejado de hacer.

Ha resultado, y sigue resultando, particularmente patético asistir a las declaraciones de los políticos en relación con este asunto. Un presidente de la Comunidad que no estaba, una consejera que no conocía que existía la posibilidad de los avisos a través de los móviles, un consejo agarrotado que no toma decisiones… Los presidentes y consejeros van y vienen y por ello, los que deberían estar al frente de estas cosas deberían ser profesionales, con continuidad, formación y competencia en sus cargos que a lo largo de los años fueran formando equipos con capacidad para intervenir cuando se les requiera. El protagonismo que han adquirido los políticos en los últimos años no es de recibo, convirtiéndose en verdaderos profesionales de todo lo que se menea pero que en realidad no entienden de nada. Eso sí, con un ejército de asesores y asesores de los asesores a los que en muchas ocasiones ni siquiera hacen caso porque son amiguetes puestos a dedo que tampoco conocen mucho el tema.

Los excesos siempre son malos. O cuando menos no buenos. Excesos, duplicidades o triplicidades, tanto monta, monta tanto. Exceso de legislaciones, de órganos (in)competentes, de personas que no saben de la misa la media, de profesionales (in)competentes… en suma, un exceso de burocracia que en estos casos de urgencia máxima desorganiza más que organizar y, lo que es peor, paraliza más que agilizar.

Pero tranquilos. No aprenderemos y seguiremos insistiendo machaconamente en mantener unas Autonomías que, en mi modesta y seguramente errada opinión, no hacen mejor la vida al ciudadano sino todo lo contrario, amén de costarnos nuestros buenos euros para mantener este ejército de ineptos.

Se habla, incluso desde posiciones gubernamentales, de un estado federal. Asunto delicado al decir de profesionales y académicos que entienden. Una Federación es la unión de Estados previamente existentes. Las autonomías, mal que nos pese, no son estados, sino simples Reinos de Taifas con reyezuelos que van y vienen a su antojo y que, en algunas ocasiones, como estamos viendo, reman contra corriente del Estado. Quizá una solución sería convertir esas Autonomías en consejos consultivos —aquello de mi ayuntamiento de los años 70— que decidieran si hacer una carretera o construir un colegio acá o acullá, pero sin ser ellos los que lo construyeran.

El tema de las Autonomías y su incompetencia efectiva es recurrente en este blog. Hay varias entradas relativas a este asunto pero voy a recomendar la relectura de una escrita en un lejano octubre de 2014, algo extensa, titulada «AUTONOMÍ…suyas» en la que reproducía un extracto de un trabajo universitario realizado ex aequo con dos compañeras de clase. No tiene desperdicio y se pone cada vez más de vigente actualidad a medida que pasa el tiempo.

Nadie duda hoy en día que las Comunidades Autónomas españolas son 17 (+2) burocracias insostenibles desde al menos el punto de vista económico y que en términos de bienestar solo son positivas para los políticos y sus adláteres.

¿Qué tenemos? Enfrentamientos, controversias, despilfarro, corrupción, multiplicidad de disposiciones y leyes, hipertrofia de cargos y asesores, endeudamientos (declarados y ocultos), agujeros económicos, prebendas, negociaciones que rayan lo ilegal o cuando menos lo inaudito, actos violentos, actuaciones judiciales incomprensibles… En suma, un descontrol descomunal que hace que el ciudadano de a pie, el que se levanta y trabaja a diario para mantener a su familia, desconfíe de tantas promesas ilusorias y pocos hechos tangibles.

Pero, eso sí, estamos en democracia, dicen, y «decidimos» cada cuatro años en estos, por el momento, cuatro estamentos que dirigen nuestros destinos: Comunidad Europea, Gobierno Español, Autonomías y Ayuntamientos.

Nos salen muy, pero que muy, caros. Y lo que es mucho peor, son muy, pero que muy, ineptos.