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domingo, 13 de abril de 2025

CABLES

 
Supongo que el refrán ese tan conocido de «mal de muchos, consuelo de tontos» es de aplicación generalizada hoy en día al asunto de los cables, cargadores y transformadores asociados a los cachivaches electrónicos que abundan cada vez más en nuestros hogares u oficinas. Ya hace años que las autoridades europeas legislaron algo acerca de los cargadores telefónicos y de ordenadores para evitar la proliferación, pero por el momento parece que no se hace efectivo.
 
De forma cíclica hago una revisión de varios cajones llenos de cables para llevar al punto limpio una montonera de ellos que ya se han quedado anticuados. Al mismo tiempo, cada vez que llega un aparato nuevo al domicilio hay que hacer revisión y por lo general no hay cable disponible y hay que comprar alguno nuevo. Esta semana mi hija ha comprado un ordenador nuevo para reemplazar el suyo antiguo que data de 2013 —bastante ha aguantado— y la primera en la frente: el cable que utilizaba para conectar su disco duro de copias de seguridad no lo puede utilizar. El formato ha cambiado y el nuevo ordenador necesita un USB-C en lugar del USB-A que tenía anteriormente. No puede restaurar sus ficheros al ordenador nuevo hasta no comprar un cable nuevo que, sí, solo cuesta unos siete euros, pero que engrosa el cajón de los cables. Antes era un USB Micro B a USB tipo A y ahora necesita un USB Micro B a USB tipo C. Además, el ordenador nuevo solamente dispone de dos entradas USB tipo-C con lo que es necesario sí o sí hacerse con un HUB o un DOCK que facilite la conexión de antiguos dispositivos. 
 
Es todo un mundo. Cualquiera que se asome a un comercio de venta de cables puede apreciar una locura de ellos: alargadores, extensores, convertidores, cargadores, HUB's DOCK's. HDMI's, lectores de tarjetas, switches… Pero es que puede haberlos de varias generaciones o niveles, por ejemplo, al comprar un USB deberemos fijarnos que la pestaña interior sea AZUL para asegurarnos que estamos comprando uno de la generación 3.x y por tanto con mayor velocidad de transmisión. No tiene sentido hoy en día comprar los antiguos, negros o blancos, con generación 2.x o inferior salvo que queramos eternizarnos cada vez que copiamos algún dato voluminoso.
 
¿Quién se acuerda de los euroconectores? Todavía me queda alguno por ahí funcionando para asuntos de sonido, pero seguro que los vertederos están llenos hasta arriba de ellos debido a la evolución de la tecnología que va arrinconando estos conectores y cables.
 
Si ponemos «Cable USB» en ese conocido almacén de venta por internet recibiremos más de 60.000 resultados en estos días. Será necesaria una búsqueda más concienzuda y sistemática para encontrar lo que buscamos, teniendo en cuenta que muchos de ellos son de diferentes empresas y con diferentes calidades. Poco a poco y con el paso del tiempo iremos tomando nota de nuestras compras anteriores y de las opiniones de los usuarios para decidirnos por apostar a lo seguro a pesar de algunos euros más de carestía. La siguiente fotografía corresponde a mi «botiquín informático» que procuro tener siempre a mano por si las moscas…
Y hablando de cables, a la cama no te irás sin saber una cosa más. Ese almacén al que antes he aludido está lleno de cables compatibles de las más variopintas marcas. Por precaución, es conveniente tener más de un cable de un tipo determinado por aquello de los viajes y las pérdidas. Uno muy específico es el cable cargador que puede verse en la imagen que encabeza esta entrada. El aparato es un reloj GARMIN Venu 2 que ya cuenta con unos añitos. El cable para cargar la batería del reloj es muy específico de esa marca y reloj. Como puede apreciarse en la fotografía, consta de 4 pinchos retráctiles que encajan en el reloj cediendo a la presión para hacer el contacto. Ni que decir tiene que cuando compramos el reloj o el aparato que sea no nos fijamos en estos accesorios, que descubrimos al llegar a casa y ponerlos en marcha.
 
Pues bien, uno de los pinchitos del cable se ha quedado encajado y por ello no hace contacto, con lo cual no se puede cargar el reloj. He tratado de extraerlo con unas pinzas para ver si volvía a la vida, pero no ha habido manera. Se imponía comprar uno nuevo. Pedido uno en ese gran comercio por internet, he tenido que devolverlo porque no cargaba el reloj, cosa verdaderamente extraña. Mirando por internet, he podido leer avisos a navegantes con varios comentarios indicando que hay que extremar el cuidado con este cable y comprar el original, porque se han dado casos de relojes dañados, sobrecalentados y que han quedado inservibles por mor de utilizar cables no adecuados. ¿Metiendo miedo al consumidor?
 
El caso es que he tomado la decisión de comprar uno original. ¡Maremía! ¡Caramba con el cablecito! Ni que tuviera música. Al no encontrarlo en ninguna tienda física no me quedó otro remedio que comprarlo en la tienda virtual de la propia casa, lo que implica unos costes de envío. Vean en la siguiente imagen la factura con el costo
 
 
Más de 30 euros. Y el cable no sirve para otra cosa más para cargar el relojito de marras. Y en buena lógica, para cubrirme un posible fallo futuro y por lo que hemos hablado, debería haber comprado dos. Por el momento me apañaré con este, tendré (muchísimo) cuidado y lo guardaré como oro en paño.

 




 

domingo, 6 de abril de 2025

DÍDIMOS

Y así todos los días, siete días por semana, trescientos sesenta y cinco días por año (cuando no es bisiesto, que serían trescientos sesenta y seis). Es inaguantable, insoportable, fastidioso, impertinente…. Menos mal que los algoritmos de detección de los proveedores detectan cada vez más fielmente los correos basura y los mandan a una carpeta especial. Pero eso no evita el recibirlos con el consiguiente gasto de megas y espacio, además de tener que revisarlos con cuidado porque hay veces que los algoritmos fallan y mandan a esa carpeta de correos indeseados alguno que es bueno y que no deberíamos perder.

Uno de los logros, por decirlo de alguna manera, conseguidos en el mundo de las comunicaciones es que los correos electrónicos sean gratuitos. Ya sabemos que nada es gratuito y que de alguna forma directa o indirecta lo pagamos con alguna contraprestación, conocida o no. También las llamadas telefónicas ahora son «gratuitas» por estar incluidas en tarifas planas. Con ello, tenemos la tormenta perfecta: nos asedian con llamadas y correos electrónicos no deseados para vendernos cosas cuando no robarnos descaradamente a poco que nos descuidemos.

Aunque me resisto a emplear anglicanismos innecesarios al decir de la FUNDEU, estoy hablando del correo electrónico por todos conocido como spam. Ya he manifestado con anterioridad mi opinión acerca de que los correos electrónicos deberían tener un coste para evitar que se mandaran tan alegremente, pero llegaríamos a las tarifas planas y no serviría de nada. Es verdad que en muchos de los correos aparecen escondidos y en letra muy pequeña enlaces con la posibilidad de darse de baja de la lista de distribución. No sirve de nada, al menos en mi experiencia, además de que hay que tener un cuidado exquisito en no hacer clic en esos enlaces por lo que pudiera pasar: no siempre es lo que parece.

Y es que, en mi caso, estoy hablando de cuarenta o cincuenta correos diarios —diarios, sí, diarios— de este tipo, no deseados, no queridos, no solicitados por mí y que me hacen perder tiempo en recibirlos, revisarlos y borrarlos. Una lacra a soportar a diario en cinco cuentas de correo que utilizo para diversas funcionalidades.

El concepto spam es más general pues se aplica a cualquier tipo de comunicación. ¿Recibe Vd. llamadas telefónicas inapropiadas con intenciones de venta o engaño? A las horas más intempestivas nos «asaltan» con llamadas en las que es imposible mantener un mínimo de educación para no colgar directamente en cuanto se detectan las intenciones del llamante. En este asunto de las llamadas hay leyes que nos protegen, en teoría, pero que no deben conocer o respetar los que llaman. También desde hace años está activa la conocida como LISTA ROBINSON en la que podemos darnos de alta gratuitamente para «… indicar por qué medios no quieres recibir publicidad: teléfono, correo postal, correo electrónico o SMS/MMS». Las empresas que realizan campañas publicitarias están legalmente obligadas a consultar esta lista… jajaja.

Cuando una cosa no funciona, lo suyo sería poner todos los medios para hacerla funcionar, pero… quia, es mejor abandonarla a su suerte y abrir nuevas vías que nos mantengan entretenidos hasta que vuelva a pasar lo mismo y así hasta el infinito y más allá. Y es que muchas veces uno nunca sabe si darse de alta en estas listas sirve para lo contrario, esto es, para facilitar tus datos.

Brujuleando por la red he encontrado una nueva lista denominada «Stop Publicidad» que se anuncia con la pomposa intención de «poner fin al monopolio de la Lista Robinson, prometiendo luchar contra el spam en mensajería y redes sociales». Ahí es nada, como la Lista Robinson, según ellos, es un monopolio, pues allá que vamos nosotros a ver si nos hacemos nosotros con ese teórico monopolio…

El monopolio en el sector de los sistemas de exclusión publicitaria que ha disfrutado la Lista Robinson desde hace más de 15 años toca su fin con la aparición de la primera lista antispam alternativa que cuenta con el visto bueno de la Agencia Española de Protección de Datos.

Según sus promotores, su propuesta tiene varias diferencias. La más notable es que permite indicar cuentas y perfiles en redes sociales y aplicaciones de mensajería donde no queremos recibir spam. También permite el registro de personas fallecidas mediante representación. El dardo a la competencia llega al destacar que la lista no está impulsada «desde una asociación de empresarios con intereses económicos en la realización de sus acciones comerciales y publicitarias».

Excusatio non petita, accusatio manifesta. La página de esta segunda lista está ella misma literalmente cosida a anuncios publicitarios. Según manifiestan, las empresas que organicen campañas «tendrán la obligación de consultar las dos listas antes de lanzar una campaña» ¿Tendrán? ¿Cuándo?

Veremos cómo se desarrollan las cosas, pero por el momento no me avengo a facilitar mis datos a esta lista, bendecida por lo que parece por una agencia gubernamental —AEPD— pero dependiente de una asociación denominada «Asociación Española para la Privacidad Digital» con sede en Orihuela, Alicante.

Y con todo esto, vamos, que estoy hasta los dídimos de tanta intromisión no deseada en mis espacios personales. Digamos que es una forma más educada de utilizar esa expresión tan española aludiendo a uno de los vocablos con más posibilidades de uso como ya se contaba en la entrada «COJONES» de este blog de febrero de 2011.