Ayer precisamente asistí a una interesante conferencia titulada «Fernando e Isabel: los protagonistas de la primera nación moderna del mundo». Esos Fernando e Isabel no son otros, como el lector habrá imaginado, que nuestros Reyes Católicos. También en las clases de historia en la Universidad salen a relucir con cierta frecuencia por diferentes motivos. Una cuestión que siempre llama la atención es la conexión —no declarada— de Fernando el Católico, todo un pájaro como diría coloquialmente un presidente de gobierno actual, con el protagonista de la famosa obra titulada «El Príncipe» de Nicolás Maquiavelo.
No es la intención en esta entrada de hablar de Niccolò di Bernardo dei Machiavelli, conocido como Nicolás Maquiavelo, un diplomático, filósofo y político del Renacimiento italiano nacido en Florencia en 1469 y fallecido en 1527. Se le considera el padre de la filosofía política moderna y de la ciencia política. Se ha acuñado la expresión «ser un Maquiavelo» para designar a los que, inspirados en sus ideas, adoptan una perspectiva pragmática y estratégica en asuntos de la política o de la vida diaria.
«Nací pobre, y aprendí primero a luchar que a disfrutar»Siempre me ha gustado el asunto de la fraseología, esas sentencias que incitan a reflexionar personalmente. Hace algunos años, en la entrada de este blog titulada «FRASEOLOGÍA» accesible desde este enlace daba cuenta de mi debilidad confesa por este asunto. En esta ocasión me ha dado por asomarme a las muchas frases con enjundia que brotaron de la mente de este filósofo que hoy nos ocupa y que quiero dejar aquí para constancia y que puedan servirme de reflexión personal o de aquellos que puedan estar interesados. Tiene muchas frases perfectamente reflejadas en numerosos sitios en la web a poco que utilicemos el buscador. Al parecer, se le atribuye erróneamente una frase que sería el resumen de su pensamiento: «el fin justifica los medios». He aquí unas cuantas:
Cuanta más arena ha escapado del reloj de arena de nuestra vida, más claramente deberíamos ver a través de él.
Un príncipe nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas.
Es doblemente placentero mentir al impostor.
La promesa dada fue una necesidad del pasado; la palabra rota es una necesidad del presente.
Un signo de inteligencia es la conciencia de la propia ignorancia.
No hay otra forma de protegerte a ti mismo de la adulación, que hacer entender a los demás qué decirte la verdad no te ofenderá.
Nunca intentes ganar por la fuerza lo que se puede ganar mediante el engaño.
Nada grandioso fue jamás conseguido sin peligro.
Si hay que hacer un daño a un hombre, debe ser tan grave que no haya que temer su venganza.
Los hombres ofenden más a quién aman que a quién temen.
El líder debe saber entrar en el mal cuando la necesidad lo ordena.
Una batalla que ganas anula todos tus errores.
Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira.
Es mejor actuar y arrepentirse que no actuar y arrepentirse.
El sabio hace enseguida lo que el necio hace al final.
A la gente hay que acariciarla o aplastarla. Si les haces un daño menor, se vengarán; pero si les dejas lisiados, no podrán hacer nada.
Si necesitas herir a alguien, hazlo de forma que no tengas que temer su venganza.Unas más acertadas que otras según el juicio de cada uno, pero todas ellas dan para pensar. Y hasta algunas son de rabiosa actualidad para entender el presente.
El hombre olvida antes la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio.
Deseo ir al Infierno y no al Cielo. En el primero gozaré de la compañía de papas, reyes y príncipes, mientras que en el segundo sólo hay mendigos, monjes y apóstoles...
El odio se gana tanto por las buenas obras como por las malas.
No estoy interesado en preservar el status quo; quiero derrocarlo.
Ante todo, ármate.
Un cambio siempre deja el camino abierto para el establecimiento de otros.
Los hombres son tan simples, y tan inclinados a obedecer las necesidades del momento, que quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar.
No hay nada más importante que aparentar ser religioso.
La habilidad y la constancia son las armas de la debilidad.
Los hombres rara vez tienen el valor suficiente para ser, o extremadamente buenos, o extremadamente malos.
El león no puede protegerse de las trampas y el zorro no puede defenderse de los lobos. Uno debe ser por tanto un zorro para reconocer trampas y león para asustar a los lobos.
La naturaleza crea pocos hombres valientes; la industria y el entrenamiento hacen muchos.
Nada grandioso fue jamás conseguido sin peligro.
Los hombres que no obran bien siempre andan temiendo que otros les respondan con aquellas acciones que las suyas se merecen.
De los seres humanos en general, se puede decir que son hipócritas y codiciosos.
El vulgo se deja seducir siempre por la apariencia y el éxito.
No puede haber grandes dificultades donde abunda la buena voluntad.
En todas las cosas humanas, cuando se examinan de cerca, se demuestra que no pueden apartarse los obstáculos sin que de ellos surjan otros.
El príncipe prudente debe preferir rodearse de hombres de buen juicio a los que dará la libertad de decirle la verdad.
Guerra justa es aquella que es necesaria.
Los hombres en general juzgan más por las apariencias que por la realidad. Todos los hombres tienen ojos, pero pocos tienen el don de la penetración.
No son los títulos los que honran a los hombres, sino que los hombres honran a los títulos.
Los pueblos rara vez, si acaso alguna vez, se rebelan por causas razonables.
Todo el mundo ve lo que aparentas ser, pero pocas personas saben lo que realmente eres.
Las minorías no tienen sitio cuando la mayoría tiene donde apoyarse.
Las injusticias se deben hacer todas a la vez a fin de que, por probarlas menos, hagan menos daño, mientras que los favores deben hacerse poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor.
Dios no quiere hacerlo todo, para no quitarnos el libre albedrío y aquella parte de la gloria que nos corresponde.
Los hombres que no obran bien siempre andan temiendo que otros les respondan con aquellas acciones que las suyas se merecen.
Los hombres intrínsecamente no confían en nuevas cosas que no han experimentado por sí mismos.
Quien desee éxito constante debe cambiar su conducta con los tiempos.
La naturaleza de los pueblos es muy poco constante: resulta fácil convencerles de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos.
Los hombres van de una ambición a otra: primero, buscan asegurarse contra el ataque y luego, atacan a otros.
La clemencia mal empleada es más dañina que la severidad bien empleada.
No se puede evitar que un enemigo intente ofenderte, pero sí puedes asegurarte de que no lo consiga.
Si quien gobierna no reconoce los males hasta que los tiene encima, no es realmente sabio.
Es un fallo común en los hombres no preocuparse por la tormenta durante la bonanza
Un hombre que quiere ser bueno entre tanta gente que no lo es, acabará provocando su propia ruina.
No hay nada más difícil de gestionar, de éxito más dudoso o más incierto, que el gestionar personas.
Si no puedes ser ambas cosas a la vez, es mejor ser temido que ser amado.
La sabiduría consiste en saber distinguir la naturaleza del problema y elegir el mal menor.
Las leyes no deben mirar hacia cosa ya pasada, sino proveer para las futuras.
Un ejército de ovejas dirigido por un león es más formidable que un ejército de leones dirigido por una oveja.
La política no tiene nada que ver con la moral.
En asuntos de Estado, cuando hay que tomar una decisión, nunca está todo en claro; quien espera a despejar todas las dudas, actúa demasiado tarde.
Los hombres se conducen principalmente por dos impulsos; o por amor o por miedo.
La prudencia consiste en saber reconocer la calidad de los inconvenientes, y escoger el menor.
Hay tres clases de cerebros: el primero discierne por sí, el segundo entiende lo que los otros disciernen y el tercero no entiende ni discierne lo que los otros disciernen. El primero es excelente, el segundo bueno y el tercero inútil.
Los hombres son desagradecidos, inconstantes, fingen lo que no son y ocultan lo que son.
El hombre prudente no lamenta las cosas que no puede cambiar, sino que se esfuerza por mejorar las que sí puede.
La virtud es lo que hace que un hombre sea amado y respetado por otros y la astucia es lo que hace que un hombre sea temido y respetado.
El que desea ser obedecido debe saber cómo mandar.
La habilidad y la constancia son las armas de la debilidad.
La experiencia siempre ha demostrado que jamás suceden bien las cosas cuando dependen de muchos.