domingo, 14 de marzo de 2021

RE...

 

Hay ciertos charcos en los que no es recomendable meterse. Los niveles de tolerancia en las conversaciones entre personas son cada vez más reducidos y el hablar de ciertos temas puede llevar a un encontronazo que trascienda a niveles insospechados y que marque un antes y un después en las relaciones de las personas. Concretando, no es conveniente hablar según con quién de los consabidos temas de política o religión…

 «𝑬𝒍 𝒄𝒂𝒎𝒊𝒏𝒐 𝒂𝒍 𝒇𝒖𝒕𝒖𝒓𝒐 𝒆𝒔𝒕𝒂́ 𝒊𝒍𝒖𝒎𝒊𝒏𝒂𝒅𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒆𝒍 𝒄𝒐𝒏𝒐𝒄𝒊𝒎𝒊𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒅𝒆𝒍 𝒑𝒂𝒔𝒂𝒅𝒐», frase del japonés fundador de Toyota Sakichi Toyoda. Y con humildad añadiría yo «𝒚 𝒏𝒐 𝒅𝒆𝒃𝒆𝒓𝒊́𝒂 𝒆𝒔𝒕𝒂𝒓 𝒄𝒐𝒏𝒅𝒊𝒄𝒊𝒐𝒏𝒂𝒅𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒆́𝒍».

Lo de esta semana en la política española, en la política autonómica, ha sido de traca, de «mear y no echar gota» que decía tantas veces mi abuela. Tras contrastar ideas con un amigo de esos con los que se puede hablar de todo, Manolo, cruzábamos algunos correos y en uno de ellos Manolo me trazaba unas líneas que reproduzco aquí con su anuencia. La máxima debería ser que … «Todo se puede arreglar con la negociación y buscando el bien común».

— El problema reside en las personas.

— En Murcia tres personas cambian de criterio en dos días.

— Únicamente para garantizarse el futuro personal.

— No han tenido en cuenta la imagen pública que daría su cambio de criterio.

— No han tenido en cuenta a su partido al que han traicionado en dos días.

— No han tenido en cuenta a los otros partidos con los que habían llegado a acuerdos.

— No han tenido en cuenta a los ciudadanos de su autonomía.

— Solo han tenido en cuenta su pequeño mundo.

En mi pequeño mundo en esta última etapa de mi vida he optado por acercarme a la Historia, con mayúsculas. En mi época de bachillerato en los años 60 del siglo pasado, solo tuvimos asignatura de historia en cuarto de bachillerato y recuerdo perfectamente unas clases horrorosas impartidas por el profesor —cuyo nombre recuerdo perfectamente pero no mencionaré— en las que llegamos a duras penas a la Revolución Francesa de 1789. De los siglos XIX y XX nada se habló, ni a nivel mundial ni local, se quedaron en el tintero.

Las tardes de los lunes de estas últimas semanas y los venideros hasta junio de 2021 estoy asistiendo a un magnífico e ilustrativo curso monográfico titulado «La deconstrucción del Estado Español», impartido de forma telemática y magistral por el profesor Eduardo Juárez Valero de la Universidad Carlos III de Madrid. Centrado en esos dos siglos que he mencionado, en historia española con sus correspondientes guiños internacionales cuando son necesarios y complementarios, el profesor está desgranando las claves que nos van a permitir entender —estamos empezando en los albores del siglo XIX— cómo y porqué hemos llegado a dónde estamos y los episodios que han tenido lugar en España esta semana son una consecuencia, lógica apostillaría yo, de la mediocridad en la que nos hemos venido instalando desde hace 200 años.

En el siglo XVIII varios países completaron su Revolución correspondiente, su borrón y cuenta nueva con el pasado y un empezar a andar «de otra manera» de cara al futuro. Los principales y conocidos son Francia, Inglaterra y Estados Unidos. España, siempre con sus retrasillos, tuvo su oportunidad en los albores del siglo XIX, allá por 1808, cuando Napoleón y los franceses empezaron a tocarnos las narices y el pueblo se levantó contra ellos y le mandó a su casa con una patada en el trasero. Era el momento clave de haber acometido nuestra Revolución correspondiente, pero no se hizo, nos conformamos con una Constitución, la de 1812, que en realidad era una Re…

Sí, seguimos teniendo pendiente nuestra revolución. Como se dice y se deduce en el curso, llevamos en España 200 años de Reformas, «reformitas», que no son sino lavados de cara que tratan de mantener a todos contentos y que siguen trasladando al futuro —han llegado hasta nuestros días— los problemas que arrastramos desde hace exactamente quinientos años cuando la primera reina de (toda) España, Juana I de Castilla, prestó oídos sordos en 1521 a la que podía haber sido nuestra primera gran revolución: La Revolución de los Comuneros.

En 1931, con el advenimiento de la II República, parecía que había otra oportunidad de empezar a hacer las cosas de otra manera. No fue posible y en 1936 añadimos un nuevo Golpe de Estado a nuestra cuenta ya de por si amplia que nos hace ser los campeones mundiales en Golpes de Estado, empatados con un país suramericano. Otro montón de años para atrás hasta… 1978.

La frase «Café para todos» se gestó en la llamada Transición de 1978, nuestra última «Reformita». Para contentar a unos —vascos y catalanes entre otros— y seguir arrastrando los mismos problemas que una y otra vez sobrevienen de forma cíclica, aparecieron las Autonomías, algunas de ellas uniprovinciales e incluso uniciudades, que no tienen, a mi entender y más con lo que estamos viendo en este último año y en estos últimos días, ningún sentido, por lo menos práctico. Y es que se supone que las Autonomías se crearon para estar cerca y mejorar la vida de sus ciudadanos… ¡y un jamón! Bueno, de algunos ciudadanos sí que la mejoran y por ello se ven las luchas por el poder.

No acierto a comprender como en estos últimos tiempos nadie ha cuestionado la existencia de las Autonomías Españolas, al menos tal y como están concebidas. Es una opinión personal y seguro desafortunada que no se puede generalizar, pero representan un foco de corrupción y generación de encontronazos entre los ciudadanos con consecuencias perniciosas muy destructivas. Mis planteamientos ante las Autonomías Españolas han quedado claros en las pocas entradas en este blog en las que me he metido en el charco. Citaré un par de ellas por si algún lector se quiere asomar a su contenido: « AUTONOMÍ…suyas» y «AUTONOMÍ…desemejanza», que datan de 2014.

Me atrevo a aventurar que los ciudadanos no tenemos claras ciertas cosas. Quizá sea repetitivo, pero lo digo de nuevo. Cuando yo tenga resueltas las cosas fundamentales de mi vida diaria y la de mi familia, trabajo, vivienda, educación, sanidad, convivencia… entonces y solo entonces miraré de hacerme del Madrid o del Betis, cristiano, musulmán o budista y del partido tal o del partido cual. No tenemos nuestras necesidades básicas cubiertas y nos dejamos llevar por las emociones, que tan bien saben manejar los políticos y los medios de comunicación. No tenemos para comer, pero los símbolos y las banderitas nos «ponen» y nos dejamos arrastrar por ellos perdiendo el verdadero norte que debiera guiar nuestras actuaciones. Así nos va.

No veo llegado el momento de que tomemos conciencia de que así no vamos a ningún lado. Gastamos nuestros esfuerzos en asuntos colaterales y no ponemos toda la carne el asador en lo que realmente condiciona nuestra vida diaria. Ha quedado demostrado esta semana que es más importante un sillón que la pandemia, simplificando mucho la cuestión.

Para no hacer larga esta entrada, esbozaría algunas cosillas a dejar en el aire para mirar por el futuro: reforma de la ley electoral, la política no es una profesión (un máximo de 8 años en cargos políticos de cualquier índole), los diputados del congreso como consecuencia de un ciudadano un voto, a las elecciones generales solo concurrirían dos grupos «A» y «B» —que se pongan de acuerdo antes y al día siguiente a las elecciones a trabajar—, las autonomías como meros órganos consultivos de acciones a desarrollar en sus territorios que se llevarían a cabo por el Estado y sus Organismos Técnicos…

Temas utópicos cuando no distópicos. Seguiré soñando, que es gratis.