En estos últimos tiempos me ha tocado junto a mis hermanos vaciar la casa en la que vivieron mis padres toda su vida, desde su boda allá por 1954 hasta la muerte de mi madre ocurrida poco más de hace dos años, en 2022. Durante todos esos años, la acumulación de cachivaches y archiperres ha sido constante, alcanzando unas desproporciones tales que nos ha costado (mucho) trabajo decidir lo que conservar o lo que tirar al punto limpio. Cuando las barbas de tu vecino veas pelar… Esta diatriba nos alcanza a nosotros porque a nuestros descendientes les ocurrirá lo mismo.
Y es que, lo que a nosotros nos parece oportuno conservar probablemente a nuestros hijos no les sirva para nada. Es verdad que hoy en día muchas de las cosas están digitalizadas —pongamos por ejemplo fotos o vídeos— y ocupan apenas un pequeño espacio en los discos duros o en las nubes informáticas, pero sigue existiendo mucha documentación tangible que llena a rebosar las estanterías y armarios de nuestras casas. Por ejemplo, en mi casa no tengo ningún CD o DVD ya que todo ello está guardado en un disco duro, pero… en el trastero hay dos cajas enormes llenas de estos discos musicales o películas originales, amén de algún vinilo, casete o cinta de vídeo. ¿Qué hacer con ello? ¿Dejarlo en el trastero? ¿Tirarlo, ya, al punto limpio? ¿Venderlo por Wallapop? ¿Cederlo a algún museo? Pero el tiempo pasa y el polvo se va acumulando encima sin llegar a tomar ninguna decisión.
Muchas veces uno echa de menos esa filosofía que se ha dado en llamar americana de tener en propiedad lo que físicamente quepa en una furgoneta, de forma que sea sencillo el cambiarse de casa las veces que haga falta. Esto, además, tiene la ventaja de conocer a ciencia cierta lo que uno tiene, porque mucho me temo que en esas estanterías o armarios haya cosas olvidadas, que ni nosotros mismos sabemos que están ahí.
Hace muchos años, en 1980, conocí en un viaje a una pareja muy peculiar. Para aportar un dato diré que era la quinta vez en su vida que viajaban a Bulgaria. Él era un alto cargo del Ministerio de Sanidad y ella una inspectora de Hacienda. Vivían en un apartamento mínimo, no tenían hijos, no tenían coche, no tenían máquina fotográfica, no tenían … Toda su ilusión en la vida era disponer de tiempo libre para poder viajar. La lista de viajes y países visitados era inabarcable. En su mínima casa, lo que único que tenían personal era una vitrina en la que acumulaban objetos, lo más pequeños posible, pero de gran valor monetario y sentimental que compraban como recuerdo de sus viajes. En este viaje a Bulgaria y Turquía, en Estambul, adquirieron un diamante.
Como diría un clásico, ni tanto ni tan calvo. Lo de esta pareja era la filosofía americana llevada al extremo. Pero hay que reconocer que sus apegos materiales eran más bien exiguos: esa única vitrina, fácilmente revisable para evocar sus recuerdos y sobre todo fácilmente trasladable en caso de cambio de residencia. Los que hayan pasado por un cambio de casa recordarán los sufrimientos padecidos, tanto si la han realizado por sus propios medios a base de viajes y viajes o contratando una empresa de mudanzas.
Y estamos hablando de estanterías y armarios en una casa. O incluso en más de una si tenemos alguna propiedad en la playa o en la montaña, que muchas veces también se usan para acumular cosas. Pero hay una estancia que es fuente de dolores: ¿Tiene Vd. trastero? Tanto si se tiene en propiedad como si se alquila es también una fuente de dolores de cabeza. Yo tengo y aunque trato de mantenerle a raya, es completamente imposible, teniendo que tirar la toalla. «Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio» es una máxima imposible de cumplir. Tras soberanas palizas intentando poner orden, no transcurre una semana en que el amontonamiento y desorden vuelva a tener lugar. Todo es temporal, pero acaban entrando más cosas de las que deberían. El guardar cosas «por si acaso» es una fuente de acumulación, el conocido como síndrome de Diógenes, aunque sea controlado. Y pasa el tiempo y nunca llega la ocasión de utilizar las cosas guardadas.
Desempolvar tiene una segunda acepción en el diccionario que es «recuperar algo del olvido o de la falta de actividad o uso». Si no removemos estanterías, armarios o trastero con una cierta frecuencia, si no desempolvamos, haremos que, con el tiempo, muchas cosas caigan en el olvido.