sábado, 28 de diciembre de 2013

RESCATE


Hasta no hace mucho vivíamos instalados en una cultura del usar y tirar, pero los últimos acontecimientos que nos están tocando vivir a todos, llamémosle crisis, nos ha hecho cambiar algunas concepciones de la vida y volver a ver las cosas con otros ojos. Hemos hablado en el blog de conceptos como la «obsolescencia programada» que convendría ir revisando si queremos preocuparnos un poco por el futuro.

El objetivo que puede verse en la imagen, un ultra gran angular de 17 mm fue adquirido por mí en un viaje realizado a Suiza en 1983, hace ahora treinta años, a un precio tan estratosférico que cuando lo recuerdo me da vergüenza confesarlo. A lo largo de muchos años he disfrutado de sus prestaciones que me han permitido obtener muchas fotografías que me han resultado interesantes para alimentar mi afición.

Desde hace varios años y debido a la informática, todo lo que es susceptible de digitalización acaba transformándose a «0’s» y «1’s», lo que representa enormes ventajas con respecto a las versiones «analógicas» a la hora de su tamaño, almacenaje, copia o transmisión electrónica. Disciplinas como la música, el cine, la fotografía y otras, como los libros, han sufrido una profunda transformación y de su estado inicial en discos, de vinilo o CD, de película o de papel han pasado en los últimos años al formato digital y a compartir espacio en los discos duros, primero de los ordenadores y ahora de cualquier aparato, pues últimamente todos ellos van incorporando progresivamente este sistema de almacenamiento electrónico.

Tras muchos años realizando fotografías de las de carrete, con sus procesos de revelado mediante químicos, me pasé a la fotografía digital en 2003, cuando a mi juicio ya había alcanzado un grado de calidad suficiente. En aquellos años seguía la discursión entre lo digital y lo analógico, pero creo que ahora nadie tendría ninguna duda y aunque siempre está la añoranza del pasado, pocas personas siguen tomando sus fotos en celuloide, amén de que el mercado de cámaras para ese tipo de fotografía se nutre exclusivamente de lo antiguo sin existir renovación alguna en la industria.

Como digo, en 2003 guardé en una caja todo mi equipo analógico, compuesto por varias cámaras y varios objetivos, amén de otros muchos accesorios que había ido acumulando a lo largo de una treintena de años de aficionado, y entré en el mundo digital. Mis archivos de negativos y diapositivas acaban en esa fecha y desde entonces las fotografías se alojan en un disco duro, con la enorme ventaja de que puedo acceder a todas ellas y visualizarlas en la pantalla del ordenador con tan solo unos golpes de ratón. Un proceso que debería acometer, como ya han hecho algunos amigos, es digitalizar mis negativos y diapositivas, pero es un proceso enormemente costoso, que requiere mucho tiempo y que voy dejando para más adelante, aunque lo hago de vez en cuando para disponer de alguna fotografía concreta de mi archivo. Son más de veinte mil diapositivas, doce mil negativos en blanco y negro y ocho mil en color que requerirían un tiempo y una dedicación enorme para ser pasados por el escáner y convertidos en digitales.

Instalados en la cultura del usar y tirar, el paso a lo digital supuso el abandono del equipo fotográfico anterior, que perdió todo su valor. Siempre he añorado mi objetivo Canon de 17 mm, el de la imagen, con el que tantas y tan buenas fotografías he tomado a lo largo de muchos años. La solución está en comprarse uno nuevo, moderno, utilizable en la cámara digital, ya que la industria se ha preocupado muy mucho de cambiar las bayonetas para que no sirvan los antiguos. Bueno, esto no es del todo cierto, ya que en la otra marca puntera de fotografía, Nikon, sus cámaras digitales admiten los objetivos analógicos sin problemas.

Buscando por internet, donde todo puede existir, encontré que existían anillos conversores para utilizar objetivos clásicos analógicos en las modernas cámaras digitales, incluso para usar objetivos de unas marcas en cuerpos de otras. La cosa no es tan sencilla como parece pues evidentemente tendremos que renunciar a muchos de los automatismos que presentan las modernas, uno de los cuales y que es un gran logro es el autoenfoque, vital para muchos pues siempre fue un problema y causa de muchas fotografías malogradas por desenfocadas. Evidentemente, los viejos objetivos, que no estaban motorizados, no permiten enfocar de forma automática. Hay otras cosillas como el modo de disparo que tiene que pasar a trabajar en la modalidad de «prioridad a la abertura» y otras consideraciones que hacen que el uso de objetivos con adaptadores sea para alimentar más la nostalgia que un modo efectivo y práctico para la toma de fotografías.

Debe de ser cosa de la edad, pero a mí me gusta alimentar la nostalgia y por el coste de ese anillo conversor, unos treinta euros, no he podido resistir la tentación de sacar mi viejo y querido objetivo del cajón, limpiarle el polvo y montarle en mi moderna cámara digital. El pasado y el presente juntos, trabajando, una gozada. Las fotos tomadas con este equipo tienen sus «cosillas» pero ahí están. Con el tiempo procuraré hacerme con un objetivo moderno de esas características, pues los precios no son tan prohibitivos como en la época, pero el placer de poner en marcha «una vieja gloria» no me lo quita nadie.

domingo, 22 de diciembre de 2013

VISIÓN


Rescato para mis propósitos el conocido refrán popular que dice aquello de «nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena». Aunque las explicaciones y el sentido de esta frase son más de una y de dos, todos tenemos claro que se refiere al hecho de ir dejando de hacer las cosas, de procrastinarlas, de forma que llega un día en que el asunto pasa a mayores y en ese momento tomamos conciencia aunque tarde.

El paso de los años conlleva un deterioro en nuestra estructura, física o mental, que dependerá de muchos factores, algunos de los cuales podemos controlar pero otros no. En todo caso, hay una serie de pautas que son fundamentales para el cuidado de la mente y del cuerpo que es bueno sistematizar y ejecutar todos los días, en pequeñas pero acertadas dosis, de forma que nos sirva para amortiguar o cuando menos retrasar los achaques el máximo posible en el tiempo.

He referido historias en este blog que hablan de ello, como por ejemplo DOS AMIGOS, en la que se hablaba de la importancia de la actividad física en la vida de las personas. Hace unos días falleció el segundo de los amigos que ha llegado a los noventa y cinco años en un estado de forma física envidiable para personas treinta años menores. Otra actividad muy conveniente de cara a combatir o retrasar los efectos de enfermedades degenerativas tales como el Alzheimer o el Parkinson es tener a diario una buena sesión de lectura. Parece que lectura y paseo son muy convenientes de realizar a diario para tener unas buenas bases de cara a los últimos años de nuestra vida.

En estas últimas semanas he tenido un problema en uno de mis dos ojos, concretamente en el izquierdo. Veía unas telarañas flotantes, esas que cuando intentas perseguirlas con la vista siempre se escapan. En alguna otra ocasión han sido manchas o «moscas» pero había sido un fenómeno que había desaparecido a los pocos días. En esta ocasión han persistido, lo que me obligó a acudir al oftalmólogo que reconozco que me asustó, pues me reprendió por haber tardado más de una semana en acudir cuando lo que podía estar sufriendo era una «DR», si, lo que parece, un desprendimiento de retina, lo que podría derivar en ceguera si no se trata a tiempo.

Me mandó a toda prisa a un servicio de urgencias donde en todo momento se despreocuparon por las telarañas o moscas flotantes y se preocuparon de una deformación de la retina que en un punto cercano a la mácula se había abombado y podía ser peligrosa. Huyo de todo lenguaje técnico y médico, del que me he puesto muy al día en estas dos últimas semanas, pero que no creo conveniente reproducir aquí. El problema podía llevar ahí varios años, pero había quedado descubierto y requería ser arreglado mediante una sencilla, aunque dolorosa y desconcertante, operación a base de laser que se hace en un cuarto de hora, en la propia consulta y sin ningún tipo de preparación.

Ahora que todo ha pasado, sigo viendo las telarañas pero no me preocupan, como le pasaba a aquel paciente. Resulta que se hacía «pis» en la cama y eso que andaba en la cuarentena. Muy preocupado por los hechos se lo contó a un amigo que le recomendó ir a ver a un psicólogo. Al cabo del tiempo se encontró de nuevo con el amigo que le preguntó cómo iba la cosa. Muy bien, respondió, me sigo orinando en la cama por las noches… pero ya no me preocupo.

En mi caso, la vista es un motivo de preocupación. De vez en cuando uno se pone a pensar que cosas son importantes y serían las últimas que uno desearía perder, no solo en lo material que tenemos y nos rodea sino en nuestras propias capacidades físicas y mentales. No tengo ninguna duda de que tras mantener en buen estado las neuronas de mi cerebro, la función más importante es la vista. La primera prescripción que recibí del especialista es que tenía que estar un período de tres días en absoluto reposo, tanto físico como visual, en una habitación en penumbra. Se me cayó el mundo encima, nada de lectura, nada de ordenador, nada de televisión…

Cada persona tiene sus preferencias y sus aficiones. Procuro hacer ejercicio físico a diario con mayor o menor intensidad, del que disfruto y además considero como una inversión para el futuro tal y como he comentado. Pero actividades fundamentales para mí en estos momentos de la vida son la lectura y el ordenador, actividades que llevo practicando toda mi vida y que de alguna forma habrán castigado mi visión y mis ojos. Renunciar a ellas sería casi como morir en vida. En esos días de vacaciones forzosas lectoras intenté hacer uso de la tecnología para escuchar en vez de leer el libro que tenía entre manos. Una voz conseguida de señorita o caballero me iba leyendo el libro en mi teléfono móvil, con buen acento y entonación, pero … no es lo mismo y además me quedaba dormido.

No sé si habrá alguna forma de ejercitar la vista. Los músculos y la mente se ejercitan usándolos, pero ¿la vista? ¿se ejercita viendo? Me preocuparé de esto en los próximos tiempos. El oftálmologo, ante mi pregunta acerca de posibles cambios en mis actividades visuales, se encogió de hombros y no me rcomendó ningún ejercicio o actividad a realizar para prevenir problemas en la vista. Supongo que leer menos y estar menos tiempo delante de la pantalla del ordenador será bueno pero ¿hasta que punto y en que cuantía?


domingo, 15 de diciembre de 2013

SELLOS


Lo que hace no muchos años era una cosa común en nuestras vidas ha desaparecido de las mismas sin casi darnos cuenta. Las cartas postales siguen llegando a nuestras casas pero sin un elemento muy carácterístico de ellas: los sellos. Multitud de frases como «envío pagado», «con autorización xxxxxx» o similares aparecen en la parte superior derecha de los envíos que recibimos, lugar donde antaño venían pegados los correspondientes sellos.

Mi padre, ya fallecido y cartero urbano durante toda su vida fue un gran aficionado a los sellos. Aparte de los usados, que pedía sin recato a los destinatarios cuando entregaba alguna carta que llevara adherido alguno que le resultara interesante, estuvo durante muchos años suscrito al servicio de publicaciones de Correos, que puntualmente le enviaba los sellos nuevos que iban saliendo al mercado. A lo largo de muchos años consiguió reunir una formidable colección. Siempre estuvo convencido de que era un ahorro para el futuro, pues las colecciones de sellos no paraban de incrementar su valor. Con todo aquello que ocurrió hace unos años del «affaire» de Afinsa, los precios han caído en picado y la herencia que nos ha dejado son un montón de carpetas y clasificadores, muy bien colocaditos, muy monos, pero que deben de valer al peso dos euros y medio como mucho. Mis hermanos y yo hablamos de intentar hacer algo con ellos, supongo que venderlos, pero el tiempo pasa y ahí siguen, en un armario, acumulando años y polvo.

No sé si seguirán los mercadillos de sellos y monedas que se colocaban los domingos en los soportales de la Plaza Mayor de Madrid, donde acudí en alguna ocasión hace ya muchos años con mi padre a ver si encontraba alguna cosa y charlar con algunos conocidos aunque realmente lo que buscaba era conocer el valor de su colección.

Independientemente de lo que valgan o se pueda sacar por ellos, hay que reconocer que ciertos sellos son preciosos. Recuerdo una serie de trajes regionales españoles por provincias, de la que me mi padre adquirió cuatro colecciones completas pues tenía la intuición de que iban a revalorizarse mucho y así siempre podría vender alguna para continuar sufragando el gasto que suponía atender una tras una todas las publicaciones periódicas que Correos emitía. Supongo que lo seguirá haciendo pero mi padre ya canceló la suscripción hace muchos años, con lo que su hermosa colección quedó detenida en el tiempo, en un determinado año que no conozco.

Las compras por internet y por portales como «ebay» han devuelto a los envíos postales un cierto protagonismo al recibir paquetes como el que se puede ver en la imagen procedentes de países asiáticos, donde los sellos deben de seguir vigentes y en algunos casos son verdaderamente bonitos como los que podemos ver en la fotografía. Lástima que el matasellos no haya dejado una huella legible que nos permitiese conocer el lugar de procedencia y la fecha, dato que podría dar más valor a la fotografía.

Supongo que tendré que empezar a ocuparme del asunto y adquirir un catálogo donde se pueda atisbar la valoración posible de esa colección para tomar una determinación con ella. Ninguno de los hermanos la queremos para nada y no parece que con el paso del tiempo vaya a aumentar de valor sino todo lo contrario. Y encima se puede quemar la casa del que la tiene guardada y nos quedamos con el humo y sin nada. Lo que será difícil es encontrar un comprador en los tiempos que estamos, pero el mundo de internet y las ventas de segunda mano quizá permitan sondear un poco el mercado por lo menos para hacerse una idea de como están las cosas.


domingo, 8 de diciembre de 2013

BACK-UP


No siempre los términos informáticos admiten una traducción al castellano que refleje de forma directa e inequívoca la operación o proceso del que estamos hablando. He asistido a muchas disputas acerca de la conveniencia o no de «españolizar» todos o la gran mayoría de los términos, pero no siempre es factible o siquiera conveniente. El utilizado como titulo de esta entrada es perfectamente entendido por personas relacionadas con el mundillo de la informática pero puede no serlo tanto para el resto. Una traducción aproximada sería «copia de seguridad» o «copia de respaldo» de los datos.

En mayor o menor medida, en ordenadores, teléfonos o tabletas, todos estamos inmersos en el mundillo de la informática. Y me da la impresión de que no dedicamos el tiempo suficiente a preocuparnos de sacar copia de nuestra información. Solo aquellos que hayan sufrido algún desastre en sus tarjetas, discos duros o cualquier otro dispositivo de almacenamiento de datos sabrán, en carnes propias, de lo que estoy hablando.

Simplificando, podríamos hacer una división de los ficheros o datos que manejamos en nuestros ordenadores en dos grandes grupos: «recuperables» y «no recuperables». Me explico. Los ordenadores o dispositivos de proceso están gobernados por un sistema operativo (Windows, Linux, Unix, Android, Ios …) que controla su funcionamiento, más una serie de programas o aplicaciones adicionales para realizar cometidos específicos y que nos permiten interaccionar para conseguir los resultados que queremos y, por lo general, almacenarlos. Pues bien, ese sistema operativo y esos programas podrían ser recuperados pues son comunes a todo el mundo y bastaría con obtenerlos de nuevo, mediante compra o descarga según de lo que se trate. Por simplificar, un disco comercial de música o una película siempre será posible volver a tenerlos disponibles porque son los mismos para todo el mundo. Este tipo de información o datos son los que se etiquetarían como «recuperables» aunque a nadie se le oculta que la dificultad o coste de esta recuperación estará en función de lo previsores que hayamos sido a la hora de tener guardados y controlados los programas que vamos instalando en nuestros ordenadores o dispositivos.

Pero el verdadero problema viene con los datos que he denominado como «no recuperables». Unos ejemplos: esa foto que tomamos en el viaje de vaciones de verano, un trabajo que hemos hecho para el colegio o la relación de los libros o discos que tenemos en nuestra biblioteca. Si perdemos estos datos, nadie nos los podrá restituir porque son únicos y salvo que hayamos pasado una copia a alguien se habrán perdido para siempre.

Sobre este tipo de datos «no recuperables» son los que deberemos extremar el cuidado de tener una o varias copias para poder recuperar la información en caso de catástrofe. Y a pesar de la fiabilidad de los ordenadores y los dispositivos, las pérdidas se producen: los «pendrives» se pierden, los discos duros se estropean con el tiempo, los ordenadores portátiles dejan de funcionar o nos los roban…

Deberíamos estar mucho más preocupados, si es que tenemos interés en su conservación, de obtener un «back-up» de nuestros datos no recuperables con asiduidad, la que determinemos, y llevar con precisión y pulcritud espartana el hacerlo y no procrastinarlo. En mi caso, la secuencia de copias es quincenal y de dos tipos. Una de ellas a un disco externo que guardo en mi casa alejado de la zona donde está el ordenador y otra a otro disco que es el que puede verse e la imagen que acompaña a esta entrada, que alojo en un maletín chapucero relleno de goma espuma para su traslado fuera de casa a otra ubicación. De esta forma y con estas dos secuencias, dispongo de dos copias quincenales que me permitirían recuperar la información en gran medida en caso de ocurrir una desgracia, que puede ser por rotura o fallo, por robo o incluso porque al vecino de arriba se le salga el agua de la bañera y me ponga la casa perdida y afecte a mis equipos informáticos.

Pero la acción de sacar copias no es sencilla, ¿Cómo se hace? Estaremos de acuerdo en que la forma manual es muy imprecisa y laboriosa, pues es imposible acordarnos de las modificaciones, altas o bajas que hemos realizado desde la última copia obtenida. Para hacerlo bien y con garantías será necesario elegir un método y apoyarnos en un programa que nos haga lo que se ha dado en llamar desde hace tiempo «gestión del almacenamiento». Hay muchos y variados, gratuitos o de pago, que se encargan de revisar nuestro disco duro y obtener una copia de lo que se haya modificado desde la última vez. Esto de la gestión del espacio es un mundo y quién se haya dedicado a ello profesionalmente, como mi amigo Miguel Angel, sabe que no es un tema baladí. Se pueden sacar copias completas, incrementales, sincronizadas, en un sentido o en los dos… Resumiendo y no por no extenderme, es un asunto al que hay que dedicarle tiempo y que empieza por tener una buena estructura de niveles de carpetas y ficheros que nos permita acometer las tareas de guardado con garantías.

En mi caso y tras mucho deambular por este mundillo, hace años tomé la decisión de confiar estas tareas a un programa profesional que adquirí religiosamente por un precio irrisorio en comparación con lo que me aporta, lo bien y rápido que funciona y las prestaciones que me brinda, además de que sus desarrolladores lo mantienen en constante mejora y sin «pesetear» con la licencia, pues me lo han actualizado en varias ocasiones, la última no hace ni un mes, sin reclamar pago alguno. Tiene un pequeño o gran inconveniente: no hay versión en español. Esta maravilla, para mí, de programa se llama VICEVERSA PRO. Estoy seguro que no le saco todo el partido que tiene, pero tengo generados una veintena de perfiles diferentes que me permiten manejar mis datos de una forma automatizada. Una de las acciones que realizo con él es sincronizar los datos más ligeros entre el PC fijo de sobremesa y los portátiles mío y de mi mujer. Una forma de copia más que considerar a las dos quincenales que he comentado.

¿Cómo lleva Vd. sus sistemas de copia y respaldo de datos?


sábado, 30 de noviembre de 2013

COCINILLA


La primera vez que salí de España fue en diciembre de 1980, en el puente que se producía tras aprobar y celebrar la fiesta de la Constitución Española el día ocho tan cerca de la tradicional de La Inmaculada el día seis. A pesar de los años transcurridos, lo recuerdo perfecta y nítidamente como si fuera ayer, con muchos de los sucedidos entre los que es de destacar el asesinato de John Lenon, ocurrido en Nueva York. Pero lo que viene a cuento de este asunto no es
otra cosa que el tamaño del papel de los periódicos ingleses que nos dieron en el avión y que una vez desdoblados eran enormes, casi inmanejables para su lectura pero que a mi me vinieron bien para otra cosa. Hice todo el acopio que pude de ellos con lo que a mi vuelta parecía que fuera un chatarrero que se dedicaba al cartón y al papel.

He buscado la palabra cocinilla en el diccionario y reza así: «Hombre que se entromete en cosas, especialmente domésticas, que no son de su incumbencia». Ahora que estamos de revisiones y más concretamente entre ellas de los contenidos machistas que aún pueden detectarse entre líneas, este parece que va un poco de lo mismo aunque no queda claro cuáles son las cuestiones domésticas que no son incumbencia del varón, que no la mujer, y que gracias a Dios parece que van cambiando con los tiempos, pues se puede percibir que cada vez más las tareas hogareñas son cosa de dos, sin contabilidades, haciendo cada uno lo que pueda y sepa.

Yo ya hacía por aquel entonces mis pinitos en la cocina y una de las obsesiones, que todavía mantengo, era el tema de las manchas, sobre todo las de grasa que invariablemente se producen cada vez que se pone aceite a calentar en una sartén para freir algo. Por mucha tapa que se utilice, al final las salpicaduras son inevitables y hacen que al terminar el espectáculo sea dantesco y haya que emplearse a fondo con el estropajo y el jabón. Por ello, de siempre, yo he utilizado todo el papel de periódico que me ha sido posible por los alrededores, horizontales y verticales, de la sartén, de forma que al terminar gran parte de la grasa salpicada fuera directamente a la basura con solo arrugar las hojas de periódico.

Como se habrá podido deducir, el tamaño de aquellos periódicos ingleses era maravilloso, pues con una sola hoja, con el agujerito correspondiente al fuego, se solucionaba el tema. Hay que decir que había que estar pendiente y tener buen cuidado pues los fuegos de gas con llama eran peligrosos y requerían estar muy atento y pendiente para evitar que se incendiara el asunto y fuera peor el remedio que la enfermedad. El acopio de tabloides duró un tiempo y luego hubo que volver a los españoles, más reduciditos ellos pero todo era cuestión de poner varios.

Como se puede ver en las imágenes que acompañan a esta entrada, la información de buzoneo de los últimos días de una conocida cadena comercial cuyo nombre omito para no hacerles propaganda pero que todos conocen de sobra, es de un tamaño considerable que me ha recordado al de aquellos periódicos. Manos a la obra, un compás, una plantilla de cartón, unas tijeras y en un momento se fabrica un «come-grasas» que viene como anillo al dedo para las fritangas. En este caso ha sido una tortilla, pero ya tengo preparadas unas cuantas más para futuras incursiones en la cocina con una información que hace su servicio después de haberla echado un vistazo pàra enterarse de los precios y las cosas que se venden. Además, ahora los fuegos de gas se han sustituido por un placa vitrocerámica que hace casi inexistente la posibilidad de fuego, aunque no hay que descuidarse por si acaso.

En la imagen al final de esta entrada, se puede ver una descripción gráfica del proceso: el antes, con todo limpito y reluciente, el intermedio con el material en pleno proceso y el final, donde se aprecian las manchas de grasa que han quedado en el papel y que nos harán la limpieza mucho más liviana y llevadera. En mi caso, me merece muy mucho la pena el perder un poco de tiempo en montar el tinglado de forma previa por la satisfacción en la reducción de la limpieza final. Ahí queda la idea.


sábado, 23 de noviembre de 2013

RELIGIÓN


Ahora que se está poniendo de moda usar a todas horas el término «absolutamente» me voy a apuntar al carro al expresar algunas opiniones sobre este tema «absolutamente» tabú. Y para que la cosa quede clara desde un primer momento, dos premisas. La primera es que profeso la religión católica por convencimiento en estos momentos aunque en mi infancia y adolescencia lo fue por obligación, no solo paterna sino también colegial, pues misas o rosarios eran de un obligado cumplimiento con pase de lista y castigo en caso de detectarse ausencia. La segunda es que este es un tema que no conviene ni tocar, pues las discusiones o conversaciones sobre el mismo acaban, sí o sí, como el «rosario de la Aurora» y eso sin ánimo de malmeter.

Un par de hechos ocurridos esta semana me impelen a meterme en este charco, del que sé que no voy a salir indemne, pero…quién dijo miedo. El primero ha sido la lectura de un buen libro recién publicado, «El médico hereje», de Jose Luis Corral, que trata sobre la vida y desventuras de Miguel Servet, que acabó sus días en la hoguera en 1553 no tanto por sus ideas reformistas sino porque estas no coincidieran con las de otros, pues no en vano todos nos creemos en posesión de la verdad y, lo que es peor, tratamos de imponersela a los demás recurriendo incluso al uso de la fuerza. Una frase rescatada de este libro dice que «Cuatro siglos y medio después de la muerte de Servet, algunos europeos no habían aprendido nada del extraordinario mensaje del médico aragonés. Y creo que seguimos sumidos, al menos en ese sentido, en una peligrosa ignorancia» (la negrita es mía). El segundo hecho ha sido una magistral clase de la asignatura «Historia de los Derechos Humanos» impartida por el profesor Javier Dorado Porras, de la Universidad Carlos III de Madrid, al que doy desde aquí las gracias por aportarme información que o bien me era desconocida o bien no había reflexionado nunca sobre ella con detenimiento.

Hasta los los albores del siglo XVI, las religiones han detentado un poder que en muchas ocasiones ha estado por encima de los estados y sus dirigentes, reyes, emires o como queramos llamarlos. En esa época se empezaron a cuestionar ciertos estatus y comenzaron en Europa las denominadas «guerras de religión» donde unos intentaban imponer a otros sus ideas en esa materia y que fueron más o menos violentas entre católicos y protestantes hasta mediados del siglo XVII, cuando en 1648 se dio por finalizada la denominada «Guerra de los 30 años», quedando millones de muertos por el camino. Y fuera de contiendas armadas, más de uno y más de dos fueron expulsados de sus hogares o quemados en la hoguera al intentar imponerles ideas religiosas contrarias a las suyas o simplemente utilizando eso como excusa para desahacerse de ellos, quitarles de en medio y apropiarse de sus bienes. Muchas zonas oscuras en lo tocante a «religión» en esas épocas donde muchos de sus representantes no se caracterizaban precisamente por su religiosidad y observancia de lo mismo que predicaban y forzaban a hacer a los demás.

La religión pertenece, debe pertenecer, a la esfera de lo privado de cada persona, de lo estrictamente privado. Es una cuestión personal a la que cada uno se adscribirá, de forma voluntaria, en función de lo que perciba como provechoso para su espíritu en la observancia de una determinada creencia. Imponer ideas por la fuerza no es de recibo en ningún estamento y mucho menos desde los poderes del Estado, que se deben a mejorar y cuidar la vida de sus CIUDADANOS en cuanto tales, para que estos en su faceta de CREYENTES pueden optar por la religión que deseen sin presiones ni discriminaciones de ningún tipo por ello. Tomás Moro, en una época eminentemente religiosa, abogaba por una neutralidad del estado y estaba convencido de que era en interés del propio Estado el fomentar la libertad de culto. Recomiendo el visionado de la película, ya antigua pero plenamente actual en su mensaje «Un hombre para la eternidad».

Y en este sentido, es muy conveniente distinguir claramente entre DELITO y PECADO, que muchas veces se confunden. El uso de la fuerza contra una persona por parte de los poderes legitimados para ello solo está justificada cuando esta ha producido daño a terceros. Y esto es independiente, absolutamente independiente, de si esa acción es, además, pecado. Matar a una persona es, probablemente, delito y pecado al mismo tiempo, pero solo por el primero intervendrán los poderes públicos de forma activa. Otro ejemplo, intercambiar fluidos de forma consentida, discreta y libre entre dos o más ciudadanos o ciudadanas, podrá ser o no pecado según la religión de cada uno, que no tiene por que ser la misma, pero en ningún caso constituirá un delito.

Insistiendo, las CREENCIAS en si mismas no producen daños a terceros, por lo que podrán ser constitutivas de pecado pero en ningún caso de delito. El forzar las conciencias solo producirá ciudadanos fingidores que seguiran pensando para sus adentros lo que les dé la gana aunque actúen con disimulo de cara a la galería. Recordemos aquellos judíos conversos en la Edad Media que en realidad seguían siendo fieles a su religión en su intimidad. Lo que decimos, ciudadanos hipócritas.

Así pues, los Estados y sus Gobiernos deberían de perseguir, en aras del bien común, la tolerancia efectiva en materia religiosa, garantizando nuestros derechos como ciudadanos y evitando toda discriminación por este concepto. Si somos consecuentes con nuestras creencias, contribuiremos con nuestras acciones y nuestro ejemplo a su difusión, e incluso con nuestro dinero a su mantenimiento. Igual que por las tardes vamos o mandamos a nuestros hijos a clases de pintura, cocina, gimnasia rítmica o voleibol, podríamos mandarles a las de religión, que no deberían estar incluídas en la formación escolar determinada e impuesta por un Estado.

domingo, 17 de noviembre de 2013

RENTA


Después de la entrada de hace unos días titulada «Cuarenta» nada mejor que hacer lo que últimamente es la moda: recortar. Si le quitamos el prefijo "cua" nos quedamos en el título utilizado para esta entrada "RENTA". Una casualidad, pues llevaba un tiempo dándole vueltas a este asunto, un tanto delicado y que se ha vuelto un caballo de batalla nada agradable por la insistencia de nuestros descerebrados dirigentes en hacer un nefasto uso de los datos que todos los españoles estamos obligados a facilitar anualmente a la Agencia Tributaria para regularizarnos en lo que se llama el «Impuesto de la Renta».En estos días en que estamos, invernales, cobra fuerza un dicho que reza que «todo cerdo tiene su sanmartín» pero hay algunos a los que no les llega y a pesar de sus desmanes y tropelías eluden día tras día el contacto con el matarife. Aclaremos que el día de San Martín en el calendario es el once de noviembre.

Como toda historia sirve para explicar, aunque no justificar, hechos, me voy a retrotraer a una ocurrida hace ya más de veinte años, que se ha estado repitiendo hasta hace poco, y que ilustra el mal e inadecuado uso que puede hacerse de estos datos económicos si no se tiene claro su sentido, o aunque se tenga claro, se olvide el mismo. Mi mujer era funcionaria y ejercía de secretaria de un instituto de enseñanza media. El sr. secretario en aquellas fechas, profesor de matemáticas que no ejercía su función de profesor y se dedicaba a ejercitarse como podía en la administración de la secretaría, era un innovador y estaba enfrascado en mecanizar la reserva de plazas a base de hacer algunos programas de ordenador que le ayudaran en esa función. Me ofrecí a colaborar con él, de forma desinteresada y anduve inmerso en todo el proceso. A lo que vamos, una de las variables que se utilizaban al asignar los puntos para la obtención de plazas era, precisamente, el nivel de ingresos familiares derivados de la declaración de la Renta. Aquí estaba el truco perverso: hijos de obreros conseguían menos puntos que los hijos de su propio patrón. ¿Porqué ocurría esto? Es bien sencillo y todos lo sabemos: los emolumentos de los asalariados eran puntualmente declarados hasta el último céntimo y se daba la paradoja de que los «posibles» ingresos de su propio empleador eran inferiores a los suyos.

En un pueblo todos nos conocemos y se te caía el alma a los pies al tener en la mano la copia de la declaración de la renta de un patrono y ver los ingresos declarados, que no se correspondían con los signos externos y su modo de vida y además, insisto, eran inferiores a los de sus propios empleados. ¿Cúal es el truco? No declarar a Hacienda todo lo que se ganaba, así de sencillo. No hace tanto me tocó a mí sufrir el mismo desaguisado, en una época en la que los pillos hacían declaraciones erróneas, para presentarlas, y luego las complementarias para arreglarlo. Picaresca qe no falte.

A lo que vamos, en mi opinión NO ES DE RECIBO que se utilicen datos económicos de la declaración de la Renta parta distinguir entre «ricos» y «pobres» y mucho menos que se esgriman a la hora de fijar otros impuestos. Para ello, tendríamos que ser todos honrados al declarar nuestros ingresos y nuestra Agencia Tributaria debería ser ejemplar a la hora de localizar a los olvidadizos, pero todos sabemos que ni una cosa ni otra ocurre. Los empleados se ven obligados a declarar todos sus ingresos porque ya lo hacen sus patronos y no hay escapatoria, aunque últimamente se han descubierto empresarios sin escrúpulos, incluso dirigentes de organizaciones empresariales que deberían de servir de ejemplo, que pagan parte del salario en «negro» a sus empleados y ahí siguen tan campantes. No hacen falta nombres.

Por ello, una vez que cada españolito ha pagado los impuestos fijados para su nivel económico, insisto, a partir de ese momento, es igual a los demás a la hora de transitar por el Estado utilizando los servicios públicos que estén disponibles para todos por igual. Pero esto es una utopía, porque aún así ya se sabe que quién tiene padrinos se bautiza, y no podemos esperar la misma atención en un hospital público para nosotros o nuestros familiares que para el rey o cualquier político de nombre.

En estos días se ha nombrado una comisión de «expertos» que van a «remodelar» el sistema de impuestos en España. No dudo de su «expertía» pero me gustaría ver en esas comisiones gente normal, que sin ser «doctores en …» aporten sus puntos de vista acerca de como se deben enfocar las cosas. No todo es ciencia en este mundo sino que un poquito de experiencia también viene bien junto con aquella.

Todo esto se ha disparado por la última vuelta de tuerca de nuestros políticos en el tema del precio de los medicamentos. Cada uno de nosotros estamos etiquetados en un nivel de capacidad económica por los datos de nuestra renta del año pasado. Pero se puede dar la circunstancia de que el año pasado estabamos tabajando con un salario alto y ahora, ahora mismo, estamos en el paro. Así que en la actualidad, que no tenemos un duro, pagamos nuestros medicamentos a un precio alto porque hace un año teníamos una renta alta. Pero los medicamentos los estamos comprando ahora, con nuestro nivel de ahora, no con el que teníamos antes.

La cosa no tiene ni pies ni cabeza, como otras tantas muchas a las que asistimos esperando que el «sanmartín» que no alcanza a quienes tiene que alcanzar nos alcance a nosotros. Estamos apañados.


martes, 12 de noviembre de 2013

CUARENTA


He procrastinado deliberadamente mi voluntario encuentro semanal con el blog para hacer coincidir la fecha de esta entrada con el día concreto de hoy, doce de noviembre de dos mil trece, en el que se cumplen cuarenta años desde que comencé a desempeñar tareas de programador informático en lo que en aquellos años se conocía como el Equipo Electrónico de una Entidad modelo y puntera en el panorama nacional: la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, convertida ahora en no sé qué «cosa» con otro nombre. En la imagen pueden verse las «herramientas» que me asignaron a mi llegada y la ficha perforada en la que empecé a desarrollar mis primeros programas. Yo ya había aprobado mi oposición, en aquella época existían las oposiciones libres y legales, a auxiliar administrativo de esa empresa y prestaba mis servicios de cara al público en una oficina de pueblo desde hacía algo más de un año cuando se convocaron plazas internas de programador a las que me presenté. Un primer test-criba realizado a más de setecientos inscritos dejó en treinta y seis los aspirantes a las nueve plazas de programador, comenzando una oposición formativa que constaba de varios exámenes intermedios, eliminatorios, hasta concretar las personas seleccionadas, entre las que tuve la fortuna de encontrarme como premio a mi esfuerzo.

¿Qué era eso de la informática? La informática no era conocida en aquella época salvo en universidades o grandes empresas que, ayudadas por IBM, recurrían a un concepto muy bello y que hoy prácticamente y por desgracia se ha olvidado: la formación interna, la transmisión de conocimiento de unos empleados a otros, de verdaderos compañeros, para crecer todos, sin trampas, sin tapujos, de una forma noble y constructiva. Mis profesores más directos, pozos de ciencia, fueron un chileno empleado de IBM cuyo nombre no rememoro y Antonio, al que recuerdo perfectamente y con el que sigo teniendo contacto de forma esporádica.

Antes de meterme en estos derroteros laborales, yo ya había intentado contactar con la informática intentando asistir a clases en el Instituto Americano, que me rechazó en un examen de ingreso por «no reunir las condiciones que debe reunir un informático», condiciones que nunca me dijeron y que hoy, cuarenta años después, sigo sin conocer aunque presumo que podían estar algo equivocados si nos remitimos a los hechos.

Desde los primeros momentos participé en la confección de programas dirigidos a mejorar y mecanizar los diferentes departamentos de la Caja: oficinas, personal, préstamos y al cabo de dos años, valores, donde me encaminaba irremediablemente a perder el contacto con la máquina y ser promovido a tareas de gestión, que no me gustaban, por lo que en un nueva oposición interna me hice con un hueco en el departamento de sistemas donde he transitado hasta la actualidad, si bien no en esa empresa sino en otras varias de parecido calado bancario.

En los años ochenta, con la aparición del PC de IBM y los ordenadores caseros como el «Spectrum», «Commodore» o «Amstrad» entre otros todo cambió, y la informática que estaba reservada a unos pocos fue abriéndose camino en los entornos de las pequeñas empresas y domiciliarios, hasta lo que conocemos hoy, donde en un teléfono que llevamos en el bolsillo disponemos de más potencia de cálculo y más almacenamiento que ordenadores que en los años setenta ocupaban una sala no precisamente pequeña.

Suelo decir a mis amigos cuando me preguntan por mis conocimientos informáticos que «informáticas hay muchas» y que yo soy «mecánico de aviones» y por tanto incapaz de arreglar «bicicletas», entendiendo por estas los ordenadores que casi todos tenemos en casa y por aquellos los grandes sistemas informáticos que siguen siendo vitales y dando servicio a grandes empresas que necesitan enormes capacidades de proceso.

Un jefe mío de no muy grato recuerdo, Vicente, al que perdí de vista voluntariamente cambiándome de empresa, me dijo que me había equivocado al rechazar dejar la programación y el contacto con la máquina, pues en pocos años me iba a «quemar» y tendría que cambiar de profesión. Parece que el tiempo, que da y quita razones, no le ha dado la razón a este hombre y aquí seguimos, cuarenta años después, trabajando y feliz en lo que me ha gustado siempre y me sigue gustando. Los tiempos han cambiado mucho y hoy las empresas no quieren especialistas, por no depender de ellos dicen, y prefieren los generalistas que son más de «quita y pon» y «prescindibles», lo que prima por encima de un trabajo bien hecho y profesional.

Ayer por la mañana y dentro de la Semana de la Ciencia giré una visita al Museo de Informática de la universidad Complutense. Bueno, llamar «museo» a unas cuantas piezas, algunas pocas valiosas y entrañables, expuestas en unos pasillos es algo pretencioso. Pero cuando he visto la IBM 029, perforadora de tarjetas como la que puede verse en la imagen, que usábamos en los setenta cuando eso de las pantallas era cosa de ciencia ficción, me ha removido las entrañas y me ha traído recuerdos muy agradables, así como las unidades de disco IBM 3350, las últimas que podían apagarse y encenderse a voluntad y que tantos quebraderos de cabeza nos trajeron cuando desaparecieron y fueron sustituidas por otras, las 3375 y/o 3380 que no podían apagarse y tenían que estar siempre accesibles. Pero de aquella adversidad surgió uno de los más entrañables logros que recuerdo en mi carrera: el des-ensamblaje del núcleo del sistema y su modificación para nuestros intereses. Creía que era imposible, pero me puse a ello y con alguna ayuda de compañeros como un par de Miguel Ángeles lo conseguimos. Eso sí, no se enteraron nuestros jefes porque aunque era un logro nos lo hubieran prohibido llevar a cabo…

Parece mentira y en todo caso el mérito hay que atribuírselo a IBM: varios programas realizados por mí en aquellos años siguen funcionando hoy en día sin modificación. Uno de los más antiguos, llamado «MDPOACC» fue creado en 1978, hace 35 años, y sigue activo en varias instalaciones, entre ellas en la subsidiaria de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, Bankia en la actualidad, en la que un jefecillo de tres al cuarto, desalmado y sin escrúpulos, Luis Miguel, tuvo poco tiempo tras mi marcha para cambiarlo de nombre y eliminar el nombre del autor y toda referencia a mi persona. Mezquinos y mezquindades hay en todas partes, aunque a lo mejor, como hacían los nazis, sólo ejecutaba «órdenes de más arriba».



sábado, 2 de noviembre de 2013

LATÍN


Latín, una de las lenguas madre por excelencia, a partir de la que se derivaron muchas otras, entre ellas la nuestra, el español. Recuerdo penosamente el haberla estudiado durante un curso de bachillerato y sufrir sobre todo con sus famosas declinaciones, aquello de «rosa, rosa, rosam, rosae, rosae, rosa» para los nominativo, vocativo, acusativo, genitivo, dativo y ablativo y sus plurales y demás.

Me retrotraigo a mi infancia, aquella en la que contaba siete años, en la que una de las tareas con las que había que cumplir como contrapartida por asistir a la escuela era la de actuar de monaguillo en las misas parroquiales. No había escuela pública en el pueblo, tan solo algunos maestros particulares que daban las clases en sus casas, cuando el párroco, dn. Antonio, removió Roma con Santiago para hacerse con un par de maestros venidos de Madrid que impartieran enseñanza a la chavalería en unos locales parroquiales. A la entrada del «colegio» estaba colgado un tablón de anuncios que había que revisar a diario como primera providencia, para saber los turnos en los que tocaba ayudar a misa, incluso dejando de asistir a clase según los horarios, que incluían también tardes y domingos. Omito lo del sábado porque en aquellos tiempos este era un día más, había clase en los colegios, abrían bancos y tiendas y se trabajaba como cualquier otro día de la semana. El fin de semana no existía como tal y se limitaba al domingo, que eso sí, era bastante observado lo de fiesta de guardar y no trabajar.

Dn Antonio, el párroco, era un cura bonachón absolutamente entregado a los problemas de sus feligreses. Y no solo a sus problemas religiosos, sino también a los personales, lo que queda patente por la creación de la escuela y otras muchas actuaciones en el pueblo donde nadie se libraba de las peticiones y sugerencias del párroco que andaba atento a todo lo divino y lo humano en aras de conseguir mejorar la calidad de vida de sus feligreses. Otra de las actuaciones que recuerdo es liar como profesor al cajero del Banesto, Ramón Villamayor, y a diversos empresarios para colaborar en la formación de una rondalla en la que nos integramos una treintena de chavales y, sin tener que pagar un duro, aprendimos música y una cincuentena de piezas musicales para bandurria, guitarra y laúd, algunas de las cuales recuerdo de memoria y eso que hace cincuenta años que las aprendí.

Había que estar en la sacristía de la parroquia con veinte minutos de antelación a la celebración de la misa, para preparar y revisar todas las cosas como encender velas, rellenar vinajeras con agua y vino, reponer las hostias en el sagrario, tocar las campanas, abrir las puertas del templo y una retahíla de cosas muy bien detalladas que había que aprenderse de cabo a rabo. Como sobraba tiempo, el bueno de dn. Antonio aprovechaba para intercambiar alguna opinión, darnos alguna consigna, echarnos alguna regañina e incluso… intentar enseñarnos oraciones en latín. Hay que recordar que el Concilio Vaticano II se estaba celebrando y hasta su término no se permitió la utilización de lenguas vernáculas en el culto, por lo que los rezos y el cuerpo de las misas se decía en latín.

Mis compañeros monaguillos prestaban poca atención a esto y se enfrascaban más en aquellas letanías curiosas que decían cosas del estilo «susum corda, mírala que gorda» o «oremus… ya la cogeremus» en alusión a una rata gorda que había sido vista por la iglesia. Yo sin embargo, atento a todo lo que se movía, aprendí buena parte de las oraciones en latín, y entre ellas la oración por excelencia: el «Padrenuestro». Supongo que debido a la temprana edad en la que lo aprendí, nunca se me ha olvidado, aunque la verdad es que hay pocas ocasiones de utilizarlo en público.

Una de ellas ocurrió en el verano de 2010 durante una estancia de tres días en el Monasterio de Santo Domingo de Silos que reflejé en la entrada «INEFABLE» en este blog. La participación conjunta con los monjes en los rezos diarios daba la ocasión de recitar el «Padrenuestro» en latín varias veces al día. Y era particularmente gratificante el poderlo hacer sin tener que leer el texto en un papel, lo que llamó la atención del padre Julián, que se mostró extrañado por el hecho y quedó muy contento cuando le conté esta misma historia ante su pregunta.

Otra ocasión ha tenido lugar este verano, mientras pasábamos unos días en la costa gerundense. En la zona donde estábamos, a seis kilómetros de la iglesia del pueblo más cercano, se decía una misa los domingos por la tarde en una sala polivalente de un centro cultural. Ante el temor de que la misa fuera en catalán, preguntamos por el idioma en que sería dicha y la contestación fue escueta: «internacional». Luego resultó ser un popurrí de todo: español, catalán, inglés, francés, italiano, alemán… y latín. Nos habían entregado unas hojas para poder seguir los rezos en diferentes idiomas pero el «padrenuestro» estaba escrito en todas ellas en latín, y así se rezó en la misa. Nuevamente tuve la oportunidad de poderlo hacer de memoria, sin tener que mirar a los papeles.

Es curioso como ciertas cosas aprendidas en la infancia se quedan allí para siempre, como si estuvieran grabadas a sangre y fuego. Y esto choca con las teorías modernas de que los niños tienen que aprender las cosas en su momento, generalmente muy tarde para lo que nos parece a los que ya contamos algunos años. Recuerdo que en mi clase aprendimos a multiplicar con cinco años, lo que yo aproveché a mi vez para pedir a mi padre que me enseñara a dividir. ¿A qué edad aprenden los niños a multiplicar «de varias cifras»?.

domingo, 27 de octubre de 2013

PROFUNDA



Más que profunda, honda y oscura. Ya hace años que se acuñó el término de «La España profunda» para designar no solo hechos sino lugares que parecían detenidos en el tiempo y que por mucho que el resto avanzase, lentamente, hacia un poco de modernidad, se resistían contra viento y marea. Estamos ya bien entrados en el siglo XXI y uno se hace de cruces cuando encuentra, en los sitios más insospechados, situaciones que parecía que estaban erradicadas desde hace años.

Con periodicidad anual, un grupo de cinco amigos hacemos una excursión con nuestras mujeres a pasar el día en alguna localidad que esté a tiro de coche de Madrid y nos permita hacer la ida y la vuelta en una sola jornada. Buscamos algún atractivo turístico visitable, dar una vuelta, tomar el aperitivo y, como ocurre siempre con toda reunión de españolitos que se precie, almorzar. Parece que lo más esperado del día es la comida donde alrededor de una mesa se pueden intercambiar opiniones, chistes y chascarrillos que hacen la jornada más agradable.

A lo largo de estos últimos años hemos visitado iglesias, castillos, conventos, bodegas, museos y localidades. Uno de nosotros se encarga de preparar el viaje y lo hace a conciencia, preocupándose con mucha antelación de investigar los sitios, ver las posibilidades, establecer la ruta y los horarios, hablar por teléfono con oficinas de turismo e incluso señoras de la limpieza de los ayuntamientos, sin olvidar por supuesto el rey de la información en nuestros días: internet. Pero no siempre toda esta concienzuda preparación es sinónimo de éxito.

Ayer nos dirigimos a una localidad turística por excelencia y conocida desde hace varias décadas: Candeleda, en la vecina provincia de Ávila. Yo tengo que decir que ya la había visitado en varias ocasiones, la primera en la década de los setenta del siglo pasado y como me viene ocurriendo últimamente con muchas localidades, la comparación de lo que son en la actualidad con los recuerdos que yo tengo no se sostiene. Vamos, que no me gustó nada de nada ni pude encontrar el saborcillo y regusto que recordaba de mis primeras visitas. Los pueblos crecen, adelantan, se modernizan, se «coca-colizan», las casas viejas son sustituidas por nuevas y no siempre conservando realmente el sabor de las antiguas. No seré yo quien diga que no tienen que progresar, pero el progreso, si no se cuida en extremo, lleva muchos cambios que pueden alterar el sabor de un pueblo o ciudad.

El caso es que debo estar gafado, porque en la última vista que realicé, un fin de semana de hace unos quince años, tuvimos que salir del pueblo escoltados por la Guardia Civil por haber pedido en el hostal donde los alojamos, con exquisita educación, las hojas de reclamaciones para expresar de forma educada y siguiendo las normas, un desacuerdo con la factura del hospedaje. Y ayer no llegamos a eso porque no nos pusimos en nuestro lugar, pero podría habernos ocurrido.

En la imagen que acompaña a esta entrada se puede ver la nota del restaurante donde comimos ayer. A poco que nos fijemos veremos que los precios no son precisamente de una tasca: dieciocho euros por las carnes tipo solomillo o chuletón no es mucho pero tampoco es baladí. No voy a entrar en pormenores y detalles, pero de los tres entrantes que pedimos para compartir, dos de ellos se quedaron casi íntegros en los platos, salvo la cantidad mínima para probarlos por parte de diez personas, si es que llegaron a probarlos todos ante los comentarios unánimes de los demás.De los segundos, que llegaban casi fríos a la mesa, uno fue devuelto directamente y de dos se solicitó que fueran pasados por estar casi cruda la carne. El camarero, amable y atento, no sabía ya que decirnos ante nuestras preguntas y comentarios, con lo que al final optó casi por ni venir a la mesa. En los postres pretendíamos refugiarnos en productos envasados, como helados por ejemplo. Pues no, no tenían helados, nos argumentaron que en invierno no se los servían. Sin comentarios. Aun así cuatro de nosotros se atrevieron con postres caseros.

Tras todas estas referencias y sucedidos, nos traen la cuenta que pueden ver en la imagen y nos dicen que la abonemos en la barra del bar. Ni una sola referencia al establecimiento, ni C.I.F., ni I.V.A. que por supuesto estaba incluido en los precios según figuraba en la carta… nada de nada. Discutimos entre nosotros sí solicitar una factura en condiciones pero ante la posibilidad de follones y mis recuerdos de la vez anterior, optamos por abonar religiosamente y largarnos de allí con viento fresco y lo más deprisa posible, por si las moscas.

Un día que se prometía agradable, que nos costó una «pasta» entre la entrada al museo, aperitivos, gasolina de los coches y restaurante, acabó como el «Rosario de la Aurora» por culpa de un restaurante que no debía de estar ni abierto al público y que ni siquiera me molesto en mencionar para no herir susceptibilidades. Resumiendo, «La España profunda» sigue vigente a la vuelta de la esquina.

domingo, 20 de octubre de 2013

HORA







Aquellos que hayan seguido las entradas anotadas en este blog con cierta regularidad habrán podido entrever una cierta fijación personal con los temas referidos a los horarios. Una de las primeras entradas, hace casi seis años, se titulaba «PUNTUALIDAD» y hacía referencia a lo poco dados que somos todos a acudir a los sitios con la suficiente antelación. No solo a reuniones de amigos, que lo pueden llegar a aguantar todo, sino a lugares más o menos oficiales como puede ser una misa, un concierto o una corrida de toros. Pongamos el ejemplo de un teatro que tuviera mil localidades numeradas. En caso de un lleno completo… ¿Qué ocurriría si los mil asistentes apareciéramos en la puerta de entrada cinco minutos antes de la hora fijada para el comienzo? A esto me refiero con lo de «acudir con la suficiente antelación», si bien esto admite muchas interpretaciones según de la persona que se trate, pues el «tenemos tiempo de sobra» es una de las contestaciones más en boga en las personas que son sistemáticamente impuntuales o les importa un comino el asunto.

Para acudir con puntualidad es preciso conocer la hora en la que vivimos. Lo más normal es llevar el clásico reloj de pulsera aunque ahora con la moda de llevar todos encima un teléfono móvil, se empieza a prescindir del clásico reloj en la muñeca. Los móviles suelen llevar la hora muy exacta si nos hemos preocupado de activarles la pestañita para que lo hagan y también algunos de los relojes de pulsera tienen la posibilidad de conectarse a los satélites y ponerse en hora exacta de forma automática.

Los relojes actuales, por aquello de ser de cuarzo, suelen ser bastante precisos, pero sin exagerar mucho. Pienso que hace unos años eran más exactos pero ahora no lo son tanto, aunque esto lo digo por propia experiencia. Yo realizaba la puesta en hora a base de los famosos pitidos de Radio Nacional de España que escuchaba en el coche camino del trabajo. Como conduciendo es muy difícil poner en hora un reloj, lo que hacía era fijarme en el desfase de segundos entre mi reloj y los sonidos y al llegar, más tranquilamente, lo ajustaba.

Ahora utilizo otro procedimiento que es el que quiero compartir aquí. Los ordenadores necesitan también llevar la hora y en algunos sitios oficiales con puntualidad exquisita, aunque se puede comprobar que no siempre cuidan hasta el último segundo sus horarios. Aparte de los satélites, disponemos de los llamados «servidores de tiempo», que admiten obtener una hora exacta a través de una conexión de internet. Hay muchos en activo en todo el mundo, pero por aquello de ser español, yo prefiero por el momento el que se ha dado en llamar «hora roa». Tecleando en el buscador estas dos palabras nos llevará a esta página web donde podremos observar una imagen como la que acompaña a esta entrada en la que se nos muestran dos horas: la oficial conocida como «UTC» y la que tenemos en nuestro ordenador. Para aclarar un poco las siglas diremos que «UTC» es el acrónimo en inglés de «universal time coordinated» que antiguamente conocíamos como «GMT» cuyo significado era «Greenwich Mean Time». Por otro lado, «ROA» no tiene nada que ver con horarios y es el «Real Observatorio de la Armada» española que suministra un tiempo exacto para todos aquellos organismos y particulares que quieren disponer de él. Hay que tener en cuenta, ya se avisa, de las posibles demoras que las conexiones de que dispongamos a internet pueden desviar el horario, pero suelen ser de milisegundos, por lo que para un particular pueden ser perfectamente asumibles.

Así que ahora, cuando quiero poner mi reloj en hora exacta, me conecto a internet, preparo mi segundero y cuando la hora «ROA» llega a «00» aprieto mi botoncito y lo dejo listo. Lo malo es que para ir bien tengo que hacer esto casi a diario pues mi flamante reloj Casio que funciona con la luz solar y sin pilas se atrasa un segundo diario. Todos pensarán que un segundo no es nada pero eso depende de lo maniático que sea cada cual. A mí me gusta ir en hora, lo más puntual posible.

sábado, 12 de octubre de 2013

BLASdeLEZO



«Si hablan mal de Inglaterra, será un francés, si hablan mal de Francia, será un alemán...Si hablan mal de España, será un español» reza el dicho popular que incluso ha servido como título de un libro del siempre controvertido Fernando Sánchez Dragó.

En una reunión familiar el pasado fin semana salió en la conversación el nombre de Blas de Lezo, que yo no había oído en mi vida, como uno de los ejemplos más fehacientes de lo que podíamos llamar «el héroe olvidado». El motivo había sido la visita que este familiar había girado al Museo Naval de Madrid donde hay dos salas dedicadas de forma temporal a glosar la figura de este personaje del siglo XVIII como forma de rescatarle del olvido. La cosa hubiera quedado ahí si no hubiera ocurrido que el pasado miércoles recibiera el aviso de la disponibilidad, de forma legal y por un día, de un libro gratuito titulado «El paisano de Jamaica, el espía de Blas de Lezo» de Javier Romero Valentín. ¿Coincidencia?

Un poco de investigación en la red me permitió comprobar la existencia de varios libros sobre este personaje y sus andanzas, amén de verificar que el mencionado libro aparecía como recomendable por recrear la última batalla que libró don Blas y por la que hubiera merecido, además de por toda su trayectoria, un reconocimiento a su figura que hubiera traspasado los siglos y hubiera llegado hasta nuestros días. Dicho y hecho, descargué el libro y me puse a su lectura, encontrándole interesante aunque de gran volumen con sus casi doscientos cuarenta mil vocablos.

Don Blas de Lezo y Olavarría nació en la guipuzcoana villa de Pasajes de San Pedro en 1689 y a los catorce años se embarcó como guardiamarina. En su primera escaramuza en Vélez-Málaga contra la escuadra anglo-holandesa perdió una pierna. Contaba quince años tan solo y ya era conocido como «patapalo». Lejos de cesar en sus intenciones militares, siguió en la brecha, perdiendo posteriormente un ojo en Tolón y finalmente un brazo en Barcelona. Ascendido a capitán de navío con veintitrés años, a los veinticinco era cojo, tuerto y manco, de ahí el sobrenombre de «Mediohombre» por el que fue conocido. Siempre venció en sus enfrentamientos con los ingleses, especialmente en la última batalla en Cartagena de Indias, en 1741, donde con tres mil hombres y seis barcos hizo frente y «mojó la oreja» al pretencioso ejército inglés con sus ciento sesenta barcos y veinticinco mil hombres comandado por el presuntuoso Edward Vernon, que soñaba un día sí y otro también con Blas de Lezo. Los ingleses estaban tan seguros de su victoria que llegaron a acuñar monedas conmemorativas de la misma, vendiendo la piel del oso antes de cazarlo. Blas de Lezo demostró una capacidad sin igual, teniendo que luchar incluso contra su propio virrey, un pazguato que llevaba sistemáticamente la contraria a sus indicaciones de defensa.

Denostado por el rey Felipe V y con una malísima relación con el virrey Sebastián Eslava, Blas de Lezo murió en Cartagena de Indias en septiembre de 1741 a consecuencia de las heridas recibidas en los combates, siendo enterrado en un emplazamiento desconocido y sin ningún honor. Por el contrario, si visitamos la estatua de Edward Vernon en la zona londinense de Portobelo o su tumba en la abadía de Westminster podremos contraponer el modo vergonzoso en que el vencedor en aquella batalla tan desigual fue olvidado con la forma en que fue ensalzado el perdedor.

Como anécdota que podemos convertir en significativa, el Museo Naval de Madrid ha solicitado a Inglaterra un retrato de Edward Vernon para complementar la exposición sobre Blas de Lezo que ha sido negado por los ingleses con razones poco menos que esperpénticas. En su lugar hay una fotografía. El Museo Naval es visitable de martes a domingo de forma gratuita, con la posibilidad de visitas guiadas asimismo gratuitas. Una visita más que recomendable por la gran cantidad de objetos y de historia de España contenidos en sus salas, amén de la exposición sobre este insigne y olvidado marino español, que estará hasta el 13 de enero de 2014.

A la entrada de la exposición pueden leerse en un panel los siguientes adjetivos: valiente, orgulloso, fuerte, leal, independiente, estratega, astuto, tenaz, patriota, genuino, apasionado, líder, luchador, capaz, audaz, trabajador, previsor, sereno, inteligente, honesto, prudente, justo, altanero, exigente, eficiente, previsor, respetuoso, persuasivo, responsable, enérgico, firme, convincente. Sobra decir a quién son aplicables y por extensión a quién o quienes no lo son. ¡Cuanto me gustaría que algún político de los que nos han tocado en suerte, no quiero señalar a ninguno, fuera merecedor siquiera de alguno de estos calificativos!


domingo, 6 de octubre de 2013

LECTURAS


Para que no se olvide si lo dejo para el final, empezaré dando las gracias a mi buen amigo Jose Luis por su fotografía que ilustra esta entrada tomada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Una preciosidad con todos esos libros «voladores» descendiendo o ascendiendo por el hueco de la bellísima escalera.

Los tiempos cambian a una velocidad de vértigo. Algunas cosas para mejor y otras para peor, pero eso siempre dependerá de los parámetros de cada cual. Repasaba las entradas escritas en este blog sobre el tema de los libros y la lectura y yo mismo me sorprendía al releerlas. En julio de 2.008 escribía la entrada «LIBROS» cuando todavía no había pasado por mi cabeza la posibilidad de lectura electrónica, aunque ya existía desde hacía años. Posteriormente, en octubre de 2010 en la entrada «e-BOOK» contaba mi experiencia tras nueves meses de lectura electrónica y unos cuantos libros devorados con este «nuevo» sistema. A fecha de hoy son ciento setenta libros leídos desde enero de 2010, cuarenta y nueve de los cuales han sido en papel y el resto, ciento veintiuno, en electrónico.

Hoy día, tan solo tres años después, el panorama está patas arriba. Las publicaciones electrónicas de libros están a la orden del día, sin bien todavía en un maremágnum de precios que parece lejos de aclararse. Por otro lado, la existencia de numerosas páginas webs, públicas y privadas, que contienen miles y miles de libros accesibles por el usuario a coste cero son la guinda de este pastel cada día más grande y que nos estamos comiendo cada uno según su conciencia y posibilidades.

Se lee, o se puede leer, en cualquier dispositivo electrónico. He visto ya a varias personas y yo incluso lo hago a veces, leyendo en los teléfonos móviles. Es de hacer notar que muchos de ellos presentan pantallas de cierto tamaño donde la lectura es más que posible, si bien teniendo en cuenta que sus pantallas retro iluminadas no son lo más adecuado, pero a todo se acostumbra uno. Las tabletas disponen de estas pantallas y ya hay muchas personas que leen en ellas. Yo sigo prefiriendo mi «e-reader» de tinta electrónica donde me puedo pasar horas y horas sin problemas de reflejos ni de baterías.

Como digo, la oferta de libros está disparada. En estos últimos días ha aparecido en el mercado la posibilidad de contratar el acceso libre e ilimitado a una biblioteca de títulos por nueve euros al mes. Como todo, tiene sus limitaciones pues es necesario disponer de su propio y particular «e-reader» o en caso contrario leer en tabletas o teléfonos. Por esta causa, es decir, al no poder leer los libros en mi «e-reader», no podré ni siquiera pensar si me merece la pena la oferta aunque me he dado de alta y en el mes de prueba que ofrecen estoy probando su funcionamiento. Hay que estar un poco enterados de todo. Para quién pueda estar interesado, la plataforma es «NUBICO».

Y hablando de ofertas no es de desdeñar la cantidad de libros gratuitos que hay legalmente disponibles a cualquiera que se moleste un poco en buscarlos. La gran compañía de ventas de libros y otras cosas, Amazon, tiene multitud de libros a coste cero y bajo un prisma interesante a mencionar: muchos de ellos son libros de los denominados clásicos, pero otros son de autores noveles y no tan noveles que los ofrecen a los lectores sin coste alguno. No permanecen gratuitos toda la vida pero luego contaremos, tras el ejemplo, una forma posible de estar «al loro» para detectar esta posibilidad y «comprar» el libro a cero euros. Sin desmerecer a otros, pongo el ejemplo de un autor, Albert Salvadó, con unos cuantos libros publicados que hoy, al menos hoy y no sé durante cuanto tiempo, nos ofrece gratis en formato digital y a través de esta compañía su libro "Un voto por la esperanza". Sus otros muchos libros están disponibles en esta plataforma a diferentes precios rondando los tres euros. Decenas de autores ofrecen gratis sus libros y en esto puede pasar con en el mundo de la pintura: autores noveles desconocidos con el paso del tiempo pueden llegar a ser grandes. Ahora tienen la posibilidad de hacernos llegar sus obras, en formato electrónico, de una forma fácil y cómoda. Mencionaremos otro punto de acceso a libros gratuitos y legales «Gutenberg».

Como hemos dicho, en este mundo hay de todo. Una plataforma se ofrece de forma gratuita a informarnos con un correo electrónico cuasi diario de los libros gratuitos. Se añaden cientos casi a diario. Lo malo es recibir el correo y tener que refrenar las ganas de «comprarlos» todos. El sitio web donde podemos suscribirnos es «FREEBOOKSIFTER» pero si no lo hacemos ahí también disponemos de una clasificación por categorías para buscar lo que nos interese.

sábado, 28 de septiembre de 2013

0,241678


En esta semana mi coche, un Citröen C4 HDI 110, ha cumplido doscientos mil kilómetros. No es el primero de los que he tenido a lo largo de mi vida que alcanza esa cantidad pero si es el que más años ha estado a mi servicio: ocho años y medio en estos momentos…y lo que le queda si no ocurre alguna avería o accidente que lo deje fuera de la circulación. El coche está bien, con los achaques típicos de su edad, pero todavía puede prestar un buen servicio con el mantenimiento correspondiente, que cada día que pasa va siendo más exigente. Y es que los tiempos no están para bromas y aunque proporcionalmente los coches están más baratos que nunca, hay que condurarlos todo lo que se pueda.

El coche es uno de esos logros individuales que hemos ido alcanzando y que nos ha permitido disfrutar de una libertad que nuestros antepasados tenían vedada. No es que no se viajara en la antigüedad, que se hacía, pero no tanto ni tan deprisa. Recuerdo con el primer coche que tuve, un Seat 127, con el que empecé a recorrer la geografía española, como se tardaba prácticamente un día en alcanzar la costa desde el centro de España. Ahora, en pocas horas podemos desplazarnos un montón de kilómetros por autopistas y autovías y en media jornada alcanzar cualquier punto de la costa desde el centro.

Muchas veces he oído que es más barato coger un taxi cada vez que necesitemos desplazarnos que utilizar un coche propio. Quizá sea cierto pero la independencia que te otorga el tener tu coche a tu disposición no admite posible comparación con el uso de un taxi o del servicio público. Mis correrías por Europa hace ya algunos añitos, en las que alcancé en mi coche ciudades como Atenas, Budapest, Portree o Bodo, entre otras, no hubieran sido posible a base de taxi, con independencia de su coste.

Desde que me compré este último coche tomé la resolución de ir anotando todos los pormenores crematísticos que tuvieran lugar. Una tarea ardua y mantenida que he ido realizando y que me ha llevado a disponer hoy en día de unos datos que en la mayoría de los casos es mejor no conocer. Hay un dicho que reza como «ojos que no ven, corazón que no siente» que es muy aplicable a este asunto que nos ocupa hoy. Es mejor no saber lo que nos cuesta nuestro coche porque lo vamos a seguir intentando mantener de todas formas. Y es que hay cosas, como algunos caprichos, en los que no hay que reparar en gastos porque no podemos valorar el placer que nos reportan con independencia de su coste.

El título de esta entrada responde a lo que realmente me ha costado cada kilómetro de esos doscientos mil recorridos, incluyendo todos los gastos habidos y que he ido registrando en setecientos catorce apuntes. Hay que tener en cuenta que muchos de ellos son variables y dependen de la suerte o de otros factores sobre los que tenemos poco o ningún control. Un ejemplo son las multas, que pueden ser cuantiosas. Hacía muchos años que no sufría una, pero hace poco me despisté en una carretera local abulense y ahí estaba el coche camuflado de la Guardia Civil que me registró a 71 km hora en un sitio en el que estaba permitido circular a 50 Km. Receta correspondiente de 150 euros, por buenas composturas y abono veloz, que pasa a engrosar los gastos provocados por el vehículo. Otros gastos detallados son los lavados, que han ascendido a poco más de ochenta euros, las averías, que se acercado a los quinientos euros o el más doloroso de todos, aparcamientos, O.R.A. y conceptos afines, como los peajes, que arrojan la significativa cifra de casi mil quinientos euros.

Como digo, es mejor no saber que cada kilómetro que recorro con mi coche me cuesta, en términos reales, casi veinticinco céntimos de euro por redondear. Cuando valoramos el coste de un viaje que proyectamos hacer, corremos el peligro de considerar solo el coste del combustible. Pongamos un ejemplo: en un viaje de 200 kilómetros, el coste del combustible, en mi coche, sería de 12,12 litros, unos 16,50 euros al precio actual, pero yo sé que realmente serían 50 euros según todo lo que estamos comentando. De 16,50 a 50 va un gran trecho. No solo es combustible. Aunque, insisto, es mejor no saberlo y no pensar en ello.

sábado, 21 de septiembre de 2013

COMILLAS


Hay un bonito pueblo en la costa Cantábrica con este nombre y al que me une una relación muy especial, pero no es de eso de lo que vamos a tratar. Esta semana, con motivo de revisar y efectuar unas correcciones en un texto escaneado de un libro antiguo, me he topado con un signo de puntuación que andaba por ahí bastante olvidado: las llamadas comillas latinas o españolas. Aunque es tangencial, el libro se titula «Un reinado en la sombra» y es parte de mi reciente y desmedido interés por la figura de su autor, don Pedro Sainz Rodríguez, al que le dediqué una entrada en este blog hace unos meses que puede consultarse aquí. En la época en que está escrito el libro, cuando todavía no se manejaban con tanta profusión los ordenadores personales y los procesadores de textos, me imagino que el autor le daría a la pluma o la máquina de escribir, ese elemento que ha desaparecido de la faz de la tierra.

Supongo también que el bueno de don Pedro o el cajista de la imprenta que compuso los textos no se encontró con el problema con el que me he encontrado yo. Una tontería, sí, pero que me llevó unas horas el hincarle el diente hasta encontrar una solución, no muy satisfactoria la verdad, pero con la que me puedo apañar. Para ir entrando en materia, una pregunta: en el procesador de textos «Word»… ¿se pueden escribir las comillas latinas o españolas? ¿En qué tecla están?

Parece una simpleza, pero no lo es. Si hacemos un poco de memoria en los textos que leemos, incluso en los que escribimos en los que debemos utilizar las comillas para indicar referencias, vemos que las comillas que se utilizan son las inglesas, bien rectas o bien itálicas o cursivas, que sí están en el teclado de los ordenadores encima del guarismo «2». Pueden ser así inclinadas [ “ ” ] o rectas [ " " ] según tengamos configurado nuestro procesador en el apartado de OPCIONES-REVISIÓN-OPCIONES DE AUTOCORRECCIÓN. Pero lo que es imposible, en un primer momento, es encontrar en el teclado una tecla que nos permita generar en nuestro documento las que vamos buscando [ « » ].

No nos hemos dado cuenta y estamos haciendo las cosas quizá mal, llevados por la tecnología global, de fuerte componente inglés o americano, donde ciertas peculiaridades van siendo asumidas y aceptadas en aras a no complicarnos la vida. Muy poca gente se acuerda de los inicios de la informática personal allá a comienzos de los ochenta del siglo pasado, e incluso de la profesional a comienzos de los sesenta. ¿Qué pasaba con nuestra querida letra «eñe»? ¿Y con los acentos? No quiero entrar en ello pero en otra entrada del blog de hace casi cuatro años titulada «Ñ» se comenta el asunto, que aún hoy en día no está resuelto del todo.

Si uno busca en internet por comillas angulares, españolas, latinas, e incluso francesas, obtendrá un aluvión de información que es imposible de digerir. Lo que sí parece es que las normas, o recomendaciones, de la Real Academia de la Lengua indican que debemos usar estas en nuestros escritos y no las rectas o inglesas. Mi muy querido Diccionario Panhispánico de Dudas también lo indica así. Pero las limitaciones se imponen y a nadie hoy en día, o a casi nadie, se le ocurre utilizarlas simplemente porque no están fácilmente disponibles en el teclado, con lo cual se ha aceptado internacionalmente el uso de las rectas o inglesas.

Hace unos días no tenía ni idea de este asunto. Debo agradecer póstumamente a don Pedro el haberme metido en él al intentar pasar el corrector ortográfico del procesador de textos a algún texto seleccionado de su libro y verme incapaz de arreglarlo. En un primer momento recurrí el clásico «corta y pega» pero la cosa tiene mucho más alcance si se quiere dedicar un tiempo a su investigación.

Textos se escriben en un ordenador en muchos lugares. De hecho es lo que se hace, escribir. En los correos electrónicos, en hojas de cálculo incluso en programas de procesadores de imágenes cuando queremos poner el título a nuestra fotografía preferida que vamos a mandar a los amigos. ¿Dónde están las dichosas comillas angulares?

Como norma general, cualquier carácter de la tabla de doscientos cincuenta y seis del código ASCII que gobierna nuestros ordenadores caseros se puede obtener a base de mantener pulsada la tecla ALT mientras tecleamos el número correspondiente. Así las comillas angulares de apertura [ « ] se obtienen manteniendo pulsada ALT mientras tecleamos 174, mientras que las de cierre [ » ] se obtienen con 175. Esto como norma general que teóricamente sirve para cualquier programa.

Este texto está escrito en el procesador más generalizado hoy en día cual es «Word». Lo de «ALT+174» o «ALT+175» funciona pero con una cierta peculiaridad, que me ha hecho emplear un buen tiempo hasta que la he podido descubrir «googleando» por la red: como hay dos teclas «ALT» en el teclado, hay que usar la que está a la izquierda de la barra espaciadora y los números, 174 o 175, hay que teclearlos, obligatoriamente, en el teclado numérico de la derecha, no sirviendo los que están en la parte superior, encima de las letras. Y además debemos tener cuidado de vigilar como tenemos configurado el teclado numérico, pues puede haber por ahí una lucecita encendida que no nos permita hacer esto.

Pero para cualquiera que esté escribiendo sus textos a toda velocidad el andar con «ALT» y números es cuando menos engorroso. En el caso de «Word» podemos utilizar una característica del sistema de autocorrección mientras vamos escribiendo, indicando al programa que cada vez que se encuentre dos signos de «menor» seguidos los sustituya por " « " y dos signos de «mayor» por " » ". Se trata de entrar en ARCHIVO – OPCIONES – REVISIÓN - OPCIONES DE AUTOCORRECCIÓN – AUTOCORRECCIÓN, activar «reemplazar texto mientras se escribe» y definir esta nueva conversión.


Pero lo mejor para no complicarse la vida, y que es lo seguirá haciendo el público en general, es dejarse llevar y seguir utilizando, como hasta ahora, las comillas inglesas. ¡Viva la globalización!

sábado, 14 de septiembre de 2013

DESCONOCIMIENTO



Somos poco aficionados a lo que se ha denominado “la letra pequeña” y si no que se lo digan, por ejemplo, a los compradores de las famosas preferentes por tocar un tema de actualidad. El “firme aquí” es una orden tan imperativa que nos hace descuidar la lectura detenida de lo que estamos firmando, obligándonos a confiar en ciertas personas y empresas que día tras día van demostrando que hay que tener mucho cuidado con ellas. Me viene a la memoria aquel refrán que dice algo parecido a “de mis amigos cuídeme Dios que de mis enemigos ya me cuido yo”.

Cierto es que la letra pequeña nos invade por todos lados y no siempre en contra nuestra: algunas veces es a favor, pero nuestra costumbre de no leerla nos hace muchas veces y por desconocimiento renunciar a cosas a las que tenemos derecho o por el contrario podríamos disfrutar. ¿Quién no tiene un sinfín de aparatos y cachivaches en casa, de los que no se ha leído de forma completa y detenida el folleto, y por ello ni conoce si disfruta de muchas de sus funciones y características? A modo de ejemplo, recuerdo hace un tiempo que se me encendía en el panel de mandos del coche la luz de “puerta abierta” estando todas ellas cerradas y bien cerradas. Fallo en algún sensor, pensé, pero cuando llevé el coche al taller para que me arreglaran la dichosa lucecita y se lo conté al mecánico, su cara dibujó una sonrisa al tiempo que me pedía el mando de apertura a distancia. Le abrió, le cambio la pila y me dijo: “ya está arreglada la avería de la lucecita” y añadió no sin cierta sorna “hay que leerse el libro de instrucciones que dan con el coche”. Efectivamente figuraba allí que en caso de encenderse la luz de puerta abierta estando todas cerradas era indicativo de que había que cambiar la pila del mando a distancia.

Este verano realicé un viaje en tren para el que compré el correspondiente billete con la suficiente antelación, que hay crisis pero en ciertos sitios no se nota. Lo que normalmente leemos del billete son las estaciones de origen y destino y las fechas y horas para verificar que es correcto y luego más tarde, cuando accedemos al tren, el coche y número de asiento para ubicarnos correctamente. Y poco más. Sin embargo, dos cosas perfectamente especificadas en el billete no habían suscitado mi atención, y no hubiera disfrutado de ellas si mi hijo no me hubiera advertido convenientemente. A saber si habrá más.

La primera figura arriba a la izquierda del billete. Es un texto que reza así: “Combinado FEVE/CERC: LE46M”. Los billetes de largo recorrido incluyen la posibilidad de viajar en la red de cercanías del origen y del destino sin coste alguno. Tan sólo hay que dirigirse a las máquinas automáticas o a la ventanilla de billetes y mostrar el código, en este caso “LE46M” para obtener un billete gratuito que nos permita desplazarnos hasta la estación de origen, pudiendo utilizar el mismo código para desplazarnos hasta donde deseemos desde nuestra estación de llegada. La expresión “CERC” significa “CERCANÍAS” mientras “FEVE” significa “FERROCARRIL DE VIA ESTRECHA” para aquellos núcleos que dispongan de ella, como por ejemplo Santander o Bilbao. Gracias al aviso de mi hijo pude ahorrarme más de cuatro euros en el trayecto en origen si bien luego en destino no lo utilicé ya que me fueron a buscar en coche. ¿Sabía Vd. esto? ¿Cuántos viajeros pagaron su trayecto de cercanías o no lo utilizaron por no saberlo?

Y la segunda ya es mucho más sibilina. Esta vez sí en “letra pequeña” figura el siguiente texto: “Renfe tiene establecidos diferentes compromisos de puntualidad y calidad en todos sus trenes. En caso de incumplimiento de estos, tendrá derecho a la indemnización correspondiente”. El tren salió con retraso, tuvo muchas paradas y al final llegó a la estación de destino cerca de media hora después de la hora establecida. Iba lleno hasta los topes, calculo que más de doscientas personas. Al día siguiente, mi hijo me pidió el billete, se conectó a internet, tecleó el localizador y… ¡magia potagia! Teníamos derecho a un reintegro de doce euros por el retraso, que fueron abonados en el momento en la tarjeta bancaria con la que fue adquirido el billete. Si se hubiera comprado en taquilla hubiera sido necesario pasar por la misma para cobrar. Ventajas de las transacciones electrónicas. Yo no sabía nada y no se me hubiera ocurrido reclamar importe alguno por el retraso, por lo que me hago las siguientes preguntas: ¿cuántos pasajeros de aquel tren sabían que podían reclamar una devolución por el retraso? ¿Cuántos la reclamaron al final? Para este caso concreto solo Renfe lo sabrá pero me atrevo a apostar que pocos reclamamos, lo que supuso un dinero de ahorro considerable para la compañía. Lo podían destinar a obras sociales, pero no creo que lo hagan, así que lo mejor es que vayamos aprendiendo, todos, nuestros derechos y los ejercitemos para que las cosas vayan mejorando.