Voy a comenzar esta entrada con la reproducción del cuento de Gibrán Jalil Gibrán titulado «El rey sabio».
Había una vez, en la lejana ciudad de Wirani, un rey que gobernaba a sus súbditos con tanto poder como sabiduría. Y le temían por su poder, y lo amaban por su sabiduría.
Había también en el corazón de esa ciudad un pozo de agua fresca y cristalina, del que bebían todos los habitantes; incluso el rey y sus cortesanos, pues era el único pozo de la ciudad.
Una noche, cuando todo estaba en calma, una bruja entró en la ciudad y vertió siete gotas de un misterioso líquido en el pozo, al tiempo que decía:
—Desde este momento, quien beba de esta agua se volverá loco.
A la mañana siguiente, todos los habitantes del reino, excepto el rey y su gran chambelán, bebieron del pozo y enloquecieron, tal como había predicho la bruja.
Y aquel día, en las callejuelas y en el mercado, la gente no hacía sino cuchichear:
—El rey está loco. Nuestro rey y su gran chambelán perdieron la razón. No podemos permitir que nos gobierne un rey loco; debemos destronarlo.
Aquella noche, el rey ordenó que llenaran con agua del pozo una gran copa de oro. Y cuando se la llevaron, el soberano ávidamente bebió y pasó la copa a su gran chambelán, para que también bebiera.
Y hubo un gran regocijo en la lejana ciudad de Wirani, porque el rey y el gran chambelán habían recobrado la razón.Por recomendación hace ya muchos años de mi maestro y amigo Antonio Rodríguez de las Heras, fallecido hace ya cinco años por COVID, estoy suscrito de forma gratuita a THE CONVERSATION ( https://theconversation.com ), lo que supone recibir a diario en mi correo electrónico una serie de artículos seleccionados de actualidad. En uno de los días de esta semana he recibido uno que me ha dado pie a esta entrada.
Como en el cuento del rey sabio, todo en esta vida es muy relativo. Muchas veces me surge la pregunta de ¿comparado con quién o con qué? El concepto de loco aplicado a una persona indica que realiza acciones que, comparadas con una persona normal, difieren de lo que se pudiera considerar normalidad. Pero en el cuento, todos los habitantes del reino, todos menos el rey y el chambelán, seguían con sus vidas de forma normal, iban, venían, trabajaban, hablaban… Se pudiera colegir que los dos cuerdos eran los que realmente estaban fuera de lugar en el reino.
Me encuentro últimamente con gente que elige no conocer, no saber. Es una manera de alcanzar una cierta felicidad: «ojos que no ven, corazón que no siente»: no dejar que situaciones no confirmadas en experiencias propias nos amarguen la vida, aunque siempre hay quién da una vuelta de tuerca al dicho transformándolo en «ojos que no ven, tortazo que te pegas».
La ignorancia es, pues, una forma de protección personal. Evita posicionarse ante situaciones desconocidas sobre las que no tenemos ninguna información. Podríamos preguntar a otros, indagar en libros, revistas o medios, en la red… pero es mejor no ponerse a ello por si acaso, no vaya a ser que tengamos que ocuparnos de solventar la situación. Si no me entero de los problemas que me rodean… vivo feliz.
El artículo de The Conversation, en español y para personas interesadas, se titula «Ignorancia y nesciencia: lo que no sabemos y lo que no podemos permitirnos no saber» y está accesible en este enlace.
Ya he comentado muchas veces a lo largo de estos años en este blog que soy un forofo de la curiosidad, un verdadero antídoto contra la vejez. Intentar saber o conocer, especialmente sobre temas que te afectan, puede llevarte a una mejor organización de tu vida en todos los aspectos, aunque, claro, suponga tener que enfrentarte a algunos problemas.
Ignorancia y conocimiento están enfrentados. Es mucho más placentero ver series en televisión que escuchar podcasts sobre temas de actualidad, leer artículos o indagar sobre temas en aras a buscar un conocimiento sobre asuntos que desconocemos o sobre los que queremos profundizar para conocer más. Es como relacionarse con amigos en el bar para hablar de fútbol o asistir a conferencias interesantes. Buscar refugio en la ignorancia para ser felices.
Yo elijo conocer. Me mantiene activo, me permite tomar decisiones sobre muchos aspectos con mayor criterio, aunque también ese conocimiento puede provocar sentimientos encontrados y llevarme a tener que realizar acciones tendentes a reordenar mis pensamientos y mi vida.
Ignorancia es no saber. Es natural, incluso inevitable. No todos sabemos de astronomía, derecho romano, física cuántica o historia del arte. Nadie nos lo exige. Un capitán de la marina mercante puede no saber recitar un poema de memoria y no pasa nada. Pero si ese mismo capitán desconoce los protocolos de seguridad en caso de una avería crítica en alta mar, estamos ante un problema grave: eso ya no es ignorancia, es nesciencia. No saber lo que uno debería saber dadas sus funciones y responsabilidades.Y es que nesciencia, según el diccionario es «ignorancia, necedad, falta de ciencia».