Es imposible retraerse a hacer algún comentario en relación a los luctuosos sucesos ocurridos hace unas semanas en Valencia el pasado mes de octubre de 2024. Y en menor medida en otras provincias de esta España de nuestras entretelas. Unas imágenes sobrecogedoras que encogen el espíritu, que han dejado más de dos centenares de muertos y que han truncado muchas ilusiones de personas y empresas amén de cuantiosos daños materiales. Sucesos recientes que tardarán mucho tiempo en solucionarse y que muchos nunca olvidarán.
Cuando yo era joven, con un ánimo cierto de participar en la vida deportiva de mi pueblo, andaba junto con algunos amigos muy cerca del concejal de deportes del ayuntamiento. Sí, época franquista, ya felizmente superada. Un pleno municipal, restringido y deliberativo, se celebraba regularmente los martes por la tarde. A él asistían el alcalde y los concejales y los diferentes encargados, profesionales, de los servicios municipales. Estos, conocedores de los entresijos de la población, informaban al equipo municipal de los diferentes asuntos que conformaban la vida del municipio, proponiendo soluciones. Tras una deliberación, los políticos optaban por una solución de las propuestas y… cada uno a su casa, que al día siguiente había que trabajar. Diré que el alcalde ejercía de médico y el concejal de deportes laboraba de pinchaculos, perdón, de practicante.
Yo asistí a algunas reuniones de aquellas porque en alguna ocasión el concejal correspondiente cedía la palabra a alguno de los habitantes del pueblo que mejores detalles podían aportar a alguno de los temas que se debatían y ayudar de alguna manera en la toma de decisiones.
Han pasado diez años desde que el diario «El Mundo» publicara la viñeta que ilustra esta entrada del blog. Es verdad que alguno de los jinetes ya no está entre nosotros y el resto está, no todos, fuera de la política. Pero la esencia de lo que quería transmitir la imagen se mantiene. Aquí, como decía la frase, cuyo autor no he podido determinar, «todo el mundo va a lo suyo, menos yo que voy a lo mío».
Pasadas ya más de dos semanas, unos y otros siguen tirándose los trastos a la cabeza para eludir sus responsabilidades y echar la culpa, al contrario. Y mientras tanto, la gente sigue esperando unas soluciones que no llegan y, lo que es peor, con la desesperanza de que finalmente vayan a llegar en tiempo y forma. No hace falta tener mucha memoria para recordar los sucesos del terremoto de Lorca (2011) y el volcán de La Palma (2021).
Lo realmente extraño es que nadie se enfoque a la raíz del problema. Se pueden increpar unos a otros, Comunidad Autonómica al Estado y viceversa, básicamente porque existen ambas instituciones. Si una de ellas no existiera, claramente aquí la Comunidad Autónoma, todos tendríamos claro de quién era la competencia de las actuaciones y quién o quiénes hubieran tenido la culpa de lo hecho o lo por dejado de hacer.
Ha resultado, y sigue resultando, particularmente patético asistir a las declaraciones de los políticos en relación con este asunto. Un presidente de la Comunidad que no estaba, una consejera que no conocía que existía la posibilidad de los avisos a través de los móviles, un consejo agarrotado que no toma decisiones… Los presidentes y consejeros van y vienen y por ello, los que deberían estar al frente de estas cosas deberían ser profesionales, con continuidad, formación y competencia en sus cargos que a lo largo de los años fueran formando equipos con capacidad para intervenir cuando se les requiera. El protagonismo que han adquirido los políticos en los últimos años no es de recibo, convirtiéndose en verdaderos profesionales de todo lo que se menea pero que en realidad no entienden de nada. Eso sí, con un ejército de asesores y asesores de los asesores a los que en muchas ocasiones ni siquiera hacen caso porque son amiguetes puestos a dedo que tampoco conocen mucho el tema.
Los excesos siempre son malos. O cuando menos no buenos. Excesos, duplicidades o triplicidades, tanto monta, monta tanto. Exceso de legislaciones, de órganos (in)competentes, de personas que no saben de la misa la media, de profesionales (in)competentes… en suma, un exceso de burocracia que en estos casos de urgencia máxima desorganiza más que organizar y, lo que es peor, paraliza más que agilizar.
Pero tranquilos. No aprenderemos y seguiremos insistiendo machaconamente en mantener unas Autonomías que, en mi modesta y seguramente errada opinión, no hacen mejor la vida al ciudadano sino todo lo contrario, amén de costarnos nuestros buenos euros para mantener este ejército de ineptos.
Se habla, incluso desde posiciones gubernamentales, de un estado federal. Asunto delicado al decir de profesionales y académicos que entienden. Una Federación es la unión de Estados previamente existentes. Las autonomías, mal que nos pese, no son estados, sino simples Reinos de Taifas con reyezuelos que van y vienen a su antojo y que, en algunas ocasiones, como estamos viendo, reman contra corriente del Estado. Quizá una solución sería convertir esas Autonomías en consejos consultivos —aquello de mi ayuntamiento de los años 70— que decidieran si hacer una carretera o construir un colegio acá o acullá, pero sin ser ellos los que lo construyeran.
El tema de las Autonomías y su incompetencia efectiva es recurrente en este blog. Hay varias entradas relativas a este asunto pero voy a recomendar la relectura de una escrita en un lejano octubre de 2014, algo extensa, titulada «AUTONOMÍ…suyas» en la que reproducía un extracto de un trabajo universitario realizado ex aequo con dos compañeras de clase. No tiene desperdicio y se pone cada vez más de vigente actualidad a medida que pasa el tiempo.
Nadie duda hoy en día que las Comunidades Autónomas españolas son 17 (+2) burocracias insostenibles desde al menos el punto de vista económico y que en términos de bienestar solo son positivas para los políticos y sus adláteres.
¿Qué tenemos? Enfrentamientos, controversias, despilfarro, corrupción, multiplicidad de disposiciones y leyes, hipertrofia de cargos y asesores, endeudamientos (declarados y ocultos), agujeros económicos, prebendas, negociaciones que rayan lo ilegal o cuando menos lo inaudito, actos violentos, actuaciones judiciales incomprensibles… En suma, un descontrol descomunal que hace que el ciudadano de a pie, el que se levanta y trabaja a diario para mantener a su familia, desconfíe de tantas promesas ilusorias y pocos hechos tangibles.
Pero, eso sí, estamos en democracia, dicen, y «decidimos» cada cuatro años en estos. por el momento, cuatro estamentos que dirigen nuestros destinos: Comunidad Europea, Gobierno Español, Autonomías y Ayuntamientos.
Nos salen muy, pero que muy, caros. Y lo que es mucho peor, son muy, pero que muy, ineptos.